30 enero 2011

Mundo de cenizas. Capítulo I.

Juan se encontraba en el interior de un edificio inmenso, hecho de piedra lisa y débilmente iluminado. El techo estaba decorado con motivos geométricos, salvo en la parte donde se erguía la bóveda, que contenía una pintura en que se representaban una serie de personajes de algún culto olvidado hacía siglos. Se acercó a la pared del pasillo amplio, que desembocaba en otro mayor, y la tocó con la mano izquierda. El tacto frío y suave de la pared, y el eco leve de sus botas en el suelo perfecto, hacían difícil reparar en que vivía un simple sueño. Juan sabía que aquello no era real, y que llevaba mucho tiempo teniendo aquellos sueños tan nítidos y tan lúcidos.

Si el edificio ya le parecía grande, cuando se detuvo bajo la bóveda, al mirar a su izquierda descubrió que aquel templo era gigantesco. A bastante distancia, se abría una sala circular en cuyo centro crecía un árbol majestuoso. Esa sala estaba iluminada por la luz que entraba a través de los ventanales. Lo mejor sería dirigirse hacia allí, pensó. De modo que atravesó lo que era el pasillo central del templo y se detuvo en el borde de la sala circular, para admirar el espectáculo de un árbol de treinta metros de altura, más o menos, lleno de hojas, sano y fuerte. La sala, que tenía pasillos a ambos lados y al frente, estaba cubierta por una bóveda sin más adornos que unos ventanales que dejaban ver el cielo azul. A través de los vidrios de las paredes, lo que se veía era el mar lejano.

Un rumor de pasos le indicó a Juan que, como siempre, no estaba solo allí. A su lado se detuvo alguien cubierto por una túnica que llegaba a los pies y por una capucha. A modo de saludo, con una voz cascada por los años, le dijo:

—Una vista impresionante, ¿verdad?

Los personajes con que hablaba en sus sueños nunca eran los mismos, pero siempre había uno al que denominaba como el narrador, y que se dedicaba a contar antiguas leyendas sobre héroes del pasado, combates contra monstruos y aventuras. Y algo le decía a Juan que, en esta ocasión, el narrador iba a ser un anciano encorvado. A veces era un guerrero con armadura, otras una viejecita, a veces una muchacha muy hermosa, otras un niño. Pero siempre era alguien que parecía saberlo todo acerca del sueño. Así que Juan le preguntó:

—¿Dónde estamos?

Sin dejar que se le viera la cara, su acompañante, delatando su condición de narrador, repuso:

—En la última catedral que construyeron los hombres antes de ser derrotados definitivamente. En los últimos momentos de una sociedad que vivía de espaldas a las religiones y a la Naturaleza, la Humanidad se aferró a la fe y al amor por la vida salvaje. Por eso hay un árbol aquí—. Tras un suspiro, concluyó—. Este sitio ya no existe, lo recreo gracias a mis recuerdos. Los demonios lo arrasaron hace muchos siglos.

“Extraña fantasía”, pensó Juan. Los demonios nunca habían conseguido derrotar a la humanidad. Lo intentaban, la hacían retroceder, pero los ejércitos reales y las milicias conseguían mantener las costas libres de ellos. Los demonios y sus aliados del mar podían controlar los océanos y las tierras interiores, pero las líneas de costa y las aguas pegadas a la orilla seguían siendo el hogar de la Humanidad; siempre había sido así. El narrador albergaba la idea de que, hacía muchos siglos, los seres humanos dominaban todas las tierras y todos los mares, lo que era absurdo tanto para Juan como para la mayoría de los personajes oníricos que se encontraba.

Juan no dijo nada más, ni el narrador insistió, sino que optó por dirigirse hacia el árbol, y avanzar por la tierra que dejaba a la vista el suelo perfecto. Pronto empezaron a aparecer más personas, por todos los pasillos, que se acercaron al árbol, junto a cuyo tronco se había sentado el narrador. En aquellos sueños se repetía a menudo este patrón. Llegaba el narrador, iban acudiendo oyentes, narraba cuentos y leyendas, y todos las escuchaban hasta que Juan se despertaba.

Fue de los últimos en sentarse en torno al narrador. Como era evidente, no reconoció a ninguno de los oyentes, pero sospechaba que, muchos, si no todos, eran otras personas convocadas a estos sueños enigmáticos, porque a lo largo de las narraciones, iban desapareciendo paulatinamente. Lo que no sabía era si les pasaba como a él, que tenían esos sueños cada dos o tres días, ya que nunca veía las mismas caras, ni el mismo tipo de personas. Lo que sí era evidente es que todos parecían igual de desconcertados que Juan, ya que se miraban unos a otros intentando reconocer a alguien.

Los murmullos de los asistentes se acallaron cuando el narrador, sin más preámbulos, comenzó a decir:

—No siempre ha vivido la Humanidad una situación tan precaria. Hace trescientos años, antes de las plagas, había entre nosotros hechiceros muy poderosos, y los reinos más fuertes tenían talleres donde se fabricaban armas y aparatos que, durante un tiempo, hicieron retroceder a nuestros enemigos. En esa época de esplendor se construyeron las Torres y los Faros, y la gente pudo vivir tranquila, protegida tras aquellos ingenios que combinan magia y ciencia.

Juan aprovechó que el narrador interrumpió su relato para toser, y, con un sobresalto que pudo reprimir, comprobó que un muchacho que tenía a su derecha le miraba con curiosidad con unos ojos que no eran humanos, o que, al menos, no lo parecían. Los tenía demasiado grandes y de un verde amarillento muy raro. Algo en aquella mirada hizo que se le acelerara el pulso, pero su experiencia como miliciano le decía que aquel muchacho no parecía desear hacerle daño y que, en todo caso, mostrar miedo era una invitación al ataque. Así que, controlándole con el rabillo del ojo, fingió concentrarse en el narrador.

—Pero los demonios no se habían estado quietos. Como no podían penetrar en los territorios protegidos por las Torres, manipularon la naturaleza, envenenaron los cuerpos y las almas de algunos animales, y crearon las plagas. Mataron a los hechiceros, destruyeron los talleres y, con sus malas artes, convencieron a la Humanidad de ser un pueblo débil, incapaz de aprender a usar la magia y la ciencia. E imposibilitados aún hoy en día para destruir las Torres, nos dejaron las plagas, que…

Juan tuvo que sobresaltarse cuando el muchacho, por sorpresa, le agarró de la ropa y empezó a decirle, atravesándole con aquellos ojos inhumanos:

—Eres un ser mediocre. Un miliciano sin más aspiraciones que defender Gaiphosume, el pueblecito donde ha nacido, hasta que lo mate una rata o un zorro.

Algo en aquel muchacho le causaba terror. Hubiera debido reaccionar con contundencia, pero sólo le salió un susurro ahogado.

—No eres nadie para llamarme así.

El muchacho le agarró con fuerza y aunque Juan consiguió levantarse, su oponente no le soltó, y acabaron encarados de pie. Ni el narrador ni los demás oyentes les prestaban atención, en una de esas situaciones ilógicas propias de los sueños. Juan no podía librarse ni de su agarre ni del terror creciente que le inspiraba aquel muchacho diabólico.

—No eres nadie, pero muy cerca de ti vive gente extraordinaria. Tienes que protegerles, cuidar de ellos, acompañarles—. Y con un chillido histérico que terminó por aterrorizar a Juan, concluyó—: ¡Tienes que salvarles!

Perdió la compostura, luchó por liberarse mientras su torturador seguía gritándole que tenía que salvar, guiar y apoyar a no sabía quién, y…

Juan, con el corazón aún latiéndole con furia, se despertó bruscamente. Le costó unos minutos tranquilizarse. Había sido una simple pesadilla, pero, aún adormilado, necesitó un rato para asumirlo.

Estaba lloviendo y hacía frío.

Se sentó en la cama y recordó su sueño unos instantes más. Supuso que con la vida tan dura que llevaba un miliciano, era lógico tener pesadillas. Eran muchas las personas que dependían de que él y sus compañeros no desfallecieran ante el ataque de una manada de ratas o de lobos.

Se levantó y miró por la ventana. Tenía la suerte de vivir en un último piso, cuya única ventana daba al mar. Con la lluvia no era una visión tan hermosa como cuando lucía el sol, pero, aún así, le relajaba mirar la inmensidad, cortada a un par de kilómetros por la bruma negra que marcaba la frontera de los dominios de los monstruos del mar. Quizá le gustaba tanto esa visión porque su casa era diminuta, apenas una habitación.

Sin más divagaciones, se concentró en asearse y arreglarse. Le llevó poco tiempo realizar todas las tareas acostumbradas, que ejecutó con precisión militar. Se puso la camisa, los pantalones, se calzó las botas, se colocó y ajustó bien el coselete de cuero reforzado. Tras abrocharse el cinturón del que pendía la funda de su espada ropera, y ponerse los guantes de cuero, bajó por la angosta escalera que comunicaba todos los apartamentos diminutos de su edificio y, protegiéndose de la lluvia lo mejor que pudo, llegó al comedor de la tropa, contento porque, al menos, vería a la chica a la que amaba.

29 enero 2011

Mundo de cenizas. Presentación.

Mañana voy a comenzar un experimento, que no sé en qué va a acabar. Desde que aprendí, por pura casualidad, lo que eran los juegos de rol, en una época mucho más bonita que la que vivo hoy (sí, la nostalgia...), me planteé que la relación que tienen estos con la literatura es muy estrecha.

En realidad, una partida de rol se basa en crear una historia entre varios asignando papeles específicos a cada persona. El director de juego narra, avanza la trama y da vida a todos los personajes secundarios, y los jugadores interpretan a los protagonistas del relato. Todo ello modificado por el azar y las decisiones de los jugadores. Cuando un jugador lucha contra un rival, el resultado depende de los dados, y no de la voluntad del director, o del escritor, como pasaría en una novela.

No es nada raro que se den casos de jugadores que novelan una partida de rol. La juegan durante mucho tiempo, van tomando notas y alguno, o algunos, resumen todo lo que hicieron en la partida en forma de relato o de novela, según la extensión. A veces, el que hace esto es el director, ayudado por algún jugador. Se dice que Las Crónicas de la Dragonlance están basadas en una partida de rol en la que participaron sus dos autores.

Lo que ya es más raro, puesto que nunca lo he visto por ahí, es hacerlo al revés. O sea, escribir una historia auxiliándome con un juego de rol. Básicamente, esta es la idea de Mundo de cenizas. He tomado unas ideas de un relato que escribí hace mucho tiempo. Con eso, he creado un trasfondo, me he imaginado una serie de personajes y las relaciones que hay entre ellos, he ideado las líneas generales de una trama, y me he puesto a escribir. Sin embargo, lo que pase en la historia va a depender de lo que digan los dados esos de 10 caras con los que haces tiradas porcentuales en las partidas de rol. Como es menester, cada uno de los personajes principales que os iré presentando en estos días tiene su ficha siguiendo un sistema de juego concreto, el vetusto Rolemaster que se jugaba hace quince años y que ya tendrá veintitantos años desde que lo publicaron por primera vez.

Sin embargo, no es que vaya a jugar una partida con nadie. En realidad, todo lo hago yo solo. Lo que pasa es que si un personaje de Mundo de cenizas se tiene que enfrentar con algo, el combate lo haré siguiendo las reglas del juego de rol y me limitaré a describir el resultado, sea cual sea. No voy a jugar con cuatro amigos y luego novelar el resultado, sino que voy a escribir un relato o lo que sea y cuando llegue a un punto en que el resultado sea incierto, como una lucha, un intento de convencer a un personaje secundario, un intento de colarse en una casa vigilada, o todos esos lances típicos de los libros de aventuras, no sabré qué va a pasar, si los personajes principales tendrán éxito o fracasarán estrepitosamente. Por eso digo que no sé en qué va a acabar este experimento. A lo mejor se me mueren la mitad antes de que la trama avance.

En los próximos días iré publicando la historia por entregas, y si tengo algo que añadir "fuera de la historia" lo publicaré en los comentarios de cada entrada. Espero opiniones, impresiones, etc... Alegrarían una bitácora que lleva un mes y medio sin recibir un triste comentario (aunque claro, escribiendo dos entradas al mes...).

Acabo con la ambientación. La historia se encuadra en la fantasía épica. El nivel tecnológico es el equivalente al que habría en España hacia el año 1550; sin embargo, la sociedad en que se desarrolla la trama no tiene mucho que ver con la de aquella época, ya que las condiciones en que vive esa gente, que iré relatando a lo largo de la narración, no son las de la Europa del siglo XVI. Normalmente, las normas sociales y la organización política existente tienen sus motivos; otra cosa es que en la narración pueda explicarlos o no. Por eso, no esperéis una ambientación histórica, porque esto no es un relato histórico. Otra cosa es que me base en lo que sé de esa época (que me apasiona) para ir ambientando. Dicen que Ken Follet, en Los Pilares de la Tierra, introduce maíz y patatas en la Inglaterra de la transición entre el Románico y el Gótico. He leído el libro y no recuerdo ese detalle (si alguien me dice las páginas donde aparecen, lo confirmaré con gusto), pero si es cierto, parece ser un error de ambientación bastante feo, porque pretende ser una novela histórica. Sin embargo, aquí no lo sería, por razones que quienes la lean intuirán. De hecho, estoy por hablar de maíz y patatas sólo para que alguien me lo critique (ja, ja, ja).

No lo digo como autodefensa, sino como divagación. A un autor español de fantasía épica le han criticado que, en un mundo completamente ficticio y alternativo, aparezcan plantas (maíz y patatas, precisamente) que no podrían aparecer en el mundo antiguo. Al menos, si esos son los "fallos" que trascienden de la novela, quiere decir que tiene que ser bastante buena (ya os lo contaré, je, je).

A partir de mañana empiezo a poner cosas. Espero que lo disfrutéis.

25 enero 2011

El partido de liga Valencia-Málaga... ¿Qué valores puede representar el fútbol?

Apenas sigo el fútbol, salvo si juega la Selección Española alguna competición importante. Así que esta va a ser una entrada de lo más curioso. No creo que me veáis más veces comentar un partido de liga. Pero este, es que se lo ha ganado.

Cuando la Selección Española de Fútbol ganó el mundial de Sudáfrica, ese inolvidable 11 de julio, leí en otra bitácora que se podía sacar una lección de aquello. La lección era que, por muchas patadas que te den, por muchas zancadillas que sufras, si haces las cosas bien, si crees en lo que haces y no te rebajas al nivel de los que te atacan, acabas ganando (lo leí aquí).

Pues bien, después de haber visto de casualidad el partido Valencia-Málaga del pasado 22 de enero, me pregunto qué valores se pueden extraer de aquel partido. Fue algo vergonzoso ver cómo el árbitro machacó sin motivo al Málaga. No voy a acusar a nadie de nada, pero, de verdad, pareció que el árbitro quería que el Málaga perdiera y no paró hasta conseguirlo. No es de recibo expulsar con roja directa a dos jugadores, al entrenador, sacar creo que cinco tarjetas amarillas, y luego, sancionar, en el pasillo a dos jugadores más. Encima, se ha descubierto que una roja se impuso sin motivo, como han revelado fotografías y vídeos, y se ha anulado. Y para la primera, bastaba una amarilla, no una roja directa.

Desgraciadamente, en el campo se vio un equipo que luchó hasta el fin, el Málaga, y un Valencia que no hizo nada por merecerse la victoria. El Málaga aguantó con 10 casi todo el partido, y empató 3 a 3 ¡tras sufrir dos expulsiones! Fue un espectáculo bochornoso. Y lo peor es que ese mal arbitraje ha terminado con el Málaga. Dudo mucho que se recupere con sus mejores jugadores sancionados varios partidos. Nunca me he creído demasiado eso de los malos arbitrajes que hunden a equipos (si exceptuamos el "robo" en el partido Corea-España, en el mundial que se celebró por allí), pero en esta ocasión, ha quedado tan clarísimo que no puedo sino asombrarme de que no se tomen medidas en el fútbol tales como tomar decisiones basándose en los miles de cámaras que lo graban todo en directo. Los árbitros son falibles, como seres humanos que son; no sé por qué no recibir ayuda de la tecnología.

¿Qué enseñanzas se obtienen de esto? Unas muy incómodas. La enseñanza es que el poder, personificado por el árbitro y las altas autoridades que han ratificado su actuación, deciden quién gana o pierde, y tu esfuerzo, y haber realizado un trabajo magnífico no sirven de nada. Que los poderosos deciden quién está arriba y quien está abajo, y si el pueblo se queja: sanciones y más sanciones.

Parece un reflejo de nuestra sociedad. Inquietante.

10 enero 2011

Valses extraños y curiosos: Breakaway, de Kelly Clarkson

Sigo sin tiempo de actualizar. Muchas cosas pendientes por acabar, aunque eso ya parece que es una constante. Así que una entrada cortita. Con muchas ganas de que las enfermeras me den permiso para volver a bailar, voy a ponerme los dientes largos con otro vals, uno escrito en 6/8 (o eso creo) con el ritmo muy marcado por la percusión, interpretado por Kelly Clarkson:

Breakaway de Kelly Clarkson.

Muy bonita voz y, como digo, muy marcado, ideal para aprender a cogerle el ritmo a los valses.