27 noviembre 2011

Mundo de Cenizas. Capítulo XXX

Juan se mantuvo en silencio unos instantes, intentando asimilar lo que le había sucedido. Había sido todo tan real que aún tenía que decirse a sí mismo que se había tratado de un sueño para refrenar las ganas de salir a explorar fuera del campamento. Y, en esto, Pablo se le acercó y le dijo:

—Amigo Juan, ¿ya está mejor? Me dio un buen susto; creí que se me iba a escapar e iba a salir corriendo ahí fuera.

Le miró unos instantes, sin saber qué decirle y, al final encontró palabras:

—Le agradezco mucho su ayuda. De no ser por vuestra merced, estaría muerto.

Le tendió una mano, que Pablo le estrechó sonriente, y añadió:

—No sé cómo compensarle por lo que ha hecho. Estoy en deuda con vuestra merced.

Pablo, en tono jovial, repuso:

—Ya pensaré algo… Pero tratadme de vos, amigo Juan, que ya hemos hecho muchas cosas juntos como para seguir con tanta vuestra merced. En todo caso, estoy seguro de que habríais hecho lo mismo por mí.

Juan no estaba acostumbrado a tantas familiaridades con sus compañeros de la milicia, pero qué menos que complacerle después de lo sucedido. Así que habló sinceramente:

—Eso ni lo dudéis, amigo Pablo.

Tras aquello, volvieron a sentarse y Juan, que había perdido las ganas de dormir por aquella noche, le propuso a Pablo que se acostara. Su amigo lo hizo sin perder un momento y, como en el sueño maligno que había padecido, se quedó dormido de inmediato.

Por desgracia, en un momento dado, Juan notó que algo raro sucedía. Oyó dar voces, alguna carrera, pero fue incapaz de advertir que causaba tal revuelo. Despertó a Pablo, que se espabiló de inmediato al notar la confusión. Se pasaron ambos un rato tratando de enterarse de lo que acontecía, sin el menor éxito. Juan estaba especialmente confundido, y sólo veía a gente moverse de un lado a otro, y oía algún golpe de vez en cuando. De pronto, oyó a Pablo gritar:

—¡Cuidado, Juan! ¡A vuestra izquierda!

Juan desenvainó instintivamente y miró hacia donde le indicaba su compañero. Pero no vio nada. Se volvió despistado hacia Pablo, que le gritó desesperado:

—¡No! ¡No!

Corrió hacia él, se cambió la ropera de mano y, con mucha rapidez, extrajo un cuchillo de entre sus ropas y lo lanzó contra algo mientras insistía:

—¡Ahí, ahí!

Se sorprendió un poco de ver usar a su compañero una treta propia de delincuentes, pero la acción de Pablo consiguió su fruto. El puñal cayó al suelo cerca de un bulto que se movía lentamente y que Juan, con horror, identificó con una rata. Se puso en guardia de inmediato y, en un instante, sintió que Pablo apuntaba sus armas hacia la bestia, a su lado. No tardó en darse cuenta de que había algo raro, pero fue su amigo quien lo expresó con palabras:

—¿No creéis que se mueve demasiado despacio, amigo Juan?

Se acercaron con cautela, mientras el ser se desplazaba despacio y cuando estuvieron lo bastante cerca, les invadió el horror. La visión era repulsiva. Aquella cosa estaba cubierta de sangre, con dos grandes heridas en el costado, y le faltaba una pata trasera. Con semejantes cortes tenía que estar muerta, pero, en vez de eso, se movía con torpeza y les amenazó abriendo la boca. Pablo retrocedió horrorizado, lo que hizo que la rata avanzara hacia él. Entonces, Juan recordó aquella tarde inolvidable que pasó en casa de Raquel.

Había visto un grabado muy extraño en el que un guerrero atacaba con espada a un ser esquelético con andrajos. Su amiga, al captar el interés con que Juan la miraba, le había explicado que era un caballero luchando contra un muerto viviente, un cadáver reanimado por algo que ella llamó con un vocablo extraño y era una especie de magia. Recordó haberle preguntado que cómo se podía luchar contra un enemigo que ya estaba muerto, y su memoria le dijo qué hacer. Le gritó a Pablo:

—Atacadla, por mucho asco que os dé.

Y, con mucha rapidez, Juan le asestó una estocada terrible que la dejó tan maltrecha que se quedó inmóvil. Pablo, que había iniciado otro golpe antes de darse cuenta de que su rival había caído, la ensartó y le abrió una herida muy repugnante. Ya se iba a retirar cuando Juan le dijo:

—Hay que seguir, tenemos que despedazarla.

Y, a despecho de que la rata era un bulto inmóvil, Juan le destrozó el cuello. Pablo, con cara de asco dejó el trabajo casi listo de una estocada seguida de un tirón que decapitó al animal, si bien fue Juan quien con varios tajos, dejó a la bestia convertida en cuatro o cinco pedazos sanguinolentos que, por muy grotesco que pareciera, continuaban debatiéndose débilmente. Sintió nauseas ante aquella visión, pero mantuvo la compostura. Sin embargo, Pablo no tuvo tanta suerte. Envainó la ropera y se volvió con la mano en la boca, al parecer, buscando un sitio apartado, que no encontró a tiempo. Se arrodilló en cualquier parte, y se puso a vomitar.

Cuando Pablo pareció recuperarse un poco, Juan quiso confortarle:

—¿Estáis mejor?— Y ante su asentimiento mudo, prosiguió—: es repulsivo, pero es la única manera que impedir que puedan hacer daño.

—Lo peor, amigo Juan, es que, aún descuartizada, se sigue moviendo. ¿Es que no hay forma de matar a esas cosas?

Si la había era desconocida para Juan, pero no quiso decírselo a su amigo. Pablo fue a recuperar su daga, y cuando regresaba, el sargento de la milicia que les mandaba, se encaró muy irritado con Juan:

—¡Qué creeis que estáis haciendo? ¡No habéis oído mis órdenes?

En realidad, ni él ni Pablo habían oído nada, y por la actitud del sargento y la sensación de desorganización que se respiraba en el campamento, Juan supuso que no eran los únicos. Quiso decir algo, pero Pablo se le adelantó:

—Discúlpenos, señor. Primero nos distrajo el bicho este— y señaló sin mirar a la rata descuartizada— y luego se me revolvió el estómago y distraje a mi amigo. Por eso no le hemos oído.

El sargento miró con asco los trozos de roedor que continuaban temblando, y para sorpresa de Juan, acercándose unos a otros, y les dijo, algo más calmado:

—De acuerdo. Nos ordenan los reverendos señores que acompañan a don Felipe que hagamos una hoguera y quememos, pedazo a pedazo, a estas abominaciones. Encended una hoguera junto a aquella piedra y no os mováis de allí. Enviaré a los demás para que ayuden. ¡Y por el amor de Jutar, no salgais corriendo del círculo del campamento, que ya he perdido a dos hombres esta noche!

Juan se quedó muy consternado al oír aquello. Quizá conociera a alguno de los milicianos caídos, por lo que comprendía el estado de nervios del sargento. Y aunque obedeció de inmediato las órdenes y ayudó a Pablo a encender la hoguera, se sentía muy desmoralizado, y comenzó a temer que hasta los soldados se desbandaran y no saliera vivo de allí nadie. Recordando lo malo que se había puesto su amigo, cuando llegó el momento de ir a por los trozos de rata, fue Juan quien se empeñó en hacerlo en solitario.

La desbandada que Juan se temía, finalmente, no sucedió. Los milicianos y los soldados terminaron reorganizándose y, por lo que se decía, no hubo que lamentar más bajas; sólo alguna que otra indisposición por lo repugnante del último ataque. Juan le encontró poco sentido a que los cralates lanzaran contra ellos a cadáveres animados de ratas que, en realidad, no eran rival ni para un miliciano bisoño. Comprendió las intenciones cuando advirtió la expresión soñolienta y desanimada de Pablo y de varios otros. La idea de aquellos seres, al ser incapaces de atacarles directamente, era no dejarles descansar, desmoralizarles y no darles tregua. Y parecían estar consiguiéndolo.

Una vez terminada la quema de las ratas muertas, Juan logró convencer a Pablo de que durmiera. Como no hubo más ataques dignos de mención, terminó por quedarse dormido él también.

Cuando Juan se despertó había amanecido; el bosque estaba iluminado, aunque con una luz tenue, y ya no había antorchas protegiendo su perímetro. Se sentía agotado, pero los mandos no les dieron ni un respiro y todos los milicianos, con expresión soñolienta, tuvieron que afanarse en recoger el campamento y en auxiliar a los soldados. Por los rumores que corrían, y los fragmentos de órdenes que Juan iba oyendo, los exploradores habían identificado dos rutas principales por las que los cralates se habían marchado con el alba, así que dividirían la expedición en dos grupos. La buena noticia era que, al parecer, el cralate que había atormentado a Juan había sido abatido por una de las saetas que le habían disparado, ya que junto al árbol por el que casi se escabulle, comenzaba un rastro de sangre y, según se decía, al seguirlo, se había avistado un bulto inmóvil en un escondrijo natural.

Cuando les hicieron formar, Juan comprobó con pesar que, de los milicianos muertos, uno le era conocido. Se llamaba Pedro y le caía bastante bien. Lo más triste es que dejaba una viuda con un hijo que no tendría ni diez meses. Se alegró un poco al saber que Pablo iría en el mismo grupo que él, pero se preocupó algo cuando supo que don Felipe marcharía en la otra columna, junto a dos de los reverendos que acompañaban a la expedición.

El trayecto fue bastante incómodo. La tropa estaba cansada, y los mandos tampoco se hallaban en mejor situación. No ayudaba nada el hecho de ser conscientes de estar siguiéndoles la pista a unos seres monstruosos en un bosque tan cerrado que apenas se veía la luz del sol. Pero la situación empeoró. Como durante la marcha de la víspera, se les echaron encima multitud de ratas. Y aunque los soldados las mataban con facilidad, eran tantas que la situación se volvió difícil. Juan y Pablo, de nuevo protegidos por la línea que formaban los soldados, hicieron lo posible por ayudar. Apenas lograron hacer tres o cuatro disparos cada uno, a pesar de que el combate fue bastante largo. Pablo consiguió herir levemente a una rata, pero se le trabó el mecanismo de su ballesta poco después y no tuvo más remedio que dejarla. Juan se cansó de hacer disparos inútiles, desmoralizado porque en la única ocasión en que tuvo una oportunidad perfecta, erró el disparo por un par de pulgadas.

A diferencia del día anterior, el ataque no cesaba y aunque caían ratas por decenas, la línea defensiva empezó a flaquear. Juan tuvo que hacer acopio de entereza para no caer en la desesperación y en el pánico. Dos soldados, quizá más, habían caído; por mucho que la armadura evitara heridas, las ratas mordían tan fuerte que acababan por lastimar las piernas de algunos soldados, y cuando alguno caía al suelo, se veía cubierto de bestias que mordían por todas partes hasta hallar los puntos débiles que tienen, incluso, los mejores arneses blancos. Aquellas imágenes angustiaban a Juan, que con un simple coselete estaba del todo indefenso.

Para desesperación de Juan, el ataque continuó y ratas solitarias empezaron a atravesar la línea defensiva. En cuatro ocasiones, Juan y Pablo tuvieron que usar la espada para rechazarlas. Aunque aquellas bestias atravesaban heridas la línea de defensa, y normalmente estaban más pendientes de los soldados que de ellos dos, un par de veces estuvieron cerca de herirles. Y a pesar de que dieron cuenta de todas las ratas que cruzaban la línea de soldados con armadura sin problemas ni recibir ni un rasguño, la tensión estuvo a punto de hacerles flaquear. Tenían que estar muy pendientes porque era fácil que alguna pasara inadvertida entre los matorrales, y aquella angustia continua era peor que la propia lucha.

Finalmente, el ataque cesó, y el oficial al que don Felipe había dejado al cargo de todo dio orden de descansar. A Juan le bastó una mirada para cerciorarse de que la sensación reinante entre los combatientes era de derrota. Habían caído tantas ratas, que sus cadáveres se amontonaban trazando con precisión la línea ovalada que los soldados habían defendido. Pero el precio pagado había sido desproporcionado. Habían muerto ocho soldados y un miliciano, y otros cuatro soldados estaban heridos. Era fácil identificar los muertos porque sus compañeros les despojaban de todas las piezas de armadura que podían. Uno de los heridos no paraba de gritar mientras le atendían varios compañeros y el reverendo, lo que crispaba los nervios de Juan. Pablo no parecía estar mejor. Se había sentado nada más recibir la orden, y gruñendo imprecaciones, se afanaba en desatascar el mecanismo de su ballesta. En un momento dado, mientras Juan estaba sentado junto a él, agachó la cabeza y murmuró con rabia, a despecho de que el soldado herido no pudiera oírle:

—Cállate de una vez, imbécil.

El hecho de que aquella mitad de la expedición estaba derrotada quedó patente cuando el oficial al mando les lanzó una arenga. Les animó diciéndoles que había que seguir, porque si no, todo el esfuerzo, todos los caídos… todo habría sido en vano, que les quedaba muy poco para sorprender a los cralates solos, sin sus batallones de ratas. Aquella unidad la formaban, en su mayoría, soldados de Nêmehe y, como era de esperar, formaron dispuestos a continuar. Pero bastó un escaso cuarto de hora para comprender que era imposible continuar con seguridad teniendo que cargar con varios heridos. No había milicianos suficientes para ayudar a caminar a los soldados incapacitados para el combate, ya que eran necesarios dos para auxiliar a un solo combatiente con armadura.

Por ello, el oficial optó, finalmente, por dirigir a la tropa a una elevación rocosa, bien defendible y donde los soldados podrían permanecer ocultos. Una vez allí, dividió de nuevo al grupo. Se llevó consigo a once de los soldados que continuaban ilesos y dejó a un soldado al mando del resto. Eso significaba que quedaban parapetados, en condiciones de luchar, seis soldados y seis milicianos, lo que no era muy tranquilizador.
El tiempo pasó con una lentitud desesperante. Reinaba el silencio entre el grupo de soldados. Casi por inercia, Juan y Pablo seguían apostados juntos, aunque este último mostraba constantemente una expresión enfurruñada y respondía a los intentos desganados de Juan de entablar una conversación con monosílabos. La incertidumbre y el riesgo de ver aparecer en cualquier momento una manada de ratas convertían aquella espera en un tormento.

Y, a pesar de todo, cuando Juan notó que Pablo se fijaba, primero, en un par de soldados que hacían gestos y llamaban la atención de quien estaba al mando del grupo, y luego miraba hacia la pequeña cuesta que les defendía y murmuraba un “hijas de puta”, deseó que aquella espera incómoda no se hubiera terminado aún. Instintivamente, se acurrucó detrás de una piedra y se aseguró de que tenía sus armas a mano. Era obvio que les ordenarían disparar, pero Juan mantuvo la disciplina y no empuñó el arco hasta que oyó la orden de elegir a una rata y disparar a la señal. Pablo no había hecho lo propio y ya estaba apostado y apuntando hacia donde venía el enemigo, que por su tamaño y velocidad debía consistir en aquellos cadáveres de ratas animados que les habían atormentado la noche anterior. Incluso, oyó murmurar malhumorado a Pablo:

—Da la orden ya, majadero.

Juan se sentía igual de nervioso, ya que aquellas bestias seguían avanzando y la orden no llegaba, pero hasta Pablo aguantó las ganas de comenzar el ataque y, sólo cuando el oficial gritó, dispararon. Hubo tiempo de hacerlo dos veces. Pablo tenía la ventaja de estar usando un arma que le permitía apuntar con precisión sin tener que ponerse en pie, y al segundo saetazo abatió a la bestia que había elegido. Juan tuvo más problemas; se quedó a una pulgada en el primer disparo, y sólo hirió levemente a su objetivo. Por fortuna, otro compañero de armas se ocupó de abatirla por él y, como pudieron comprobar, habían caído todas las enemigas.

Lo siguiente les pilló por sorpresa. Juan se había vuelto para coger una nueva flecha, y Pablo, por el sonido del mecanismo de su arma, recargaba su ballesta, cuando oyeron gritar al oficial. Juan vio, horrorizado, que se le retorcía el brazo derecho, como si una fuerza invisible se lo estuviera partiendo, y que lo mismo le pasaba a su pierna izquierda. Cayó derribado profiriendo alaridos y fue por la exclamación ahogada de Pablo, que se le escapó antes de agazaparse tras un matorral muy denso, que Juan miró hacia la ladera.

Y se tiró al suelo sin dudarlo. Había dos cralates en mitad de la cuesta, con los ojos brillándoles con un color rojo intenso, que habían aparecido de repente.

26 noviembre 2011

Unas cosas que he recibido esta semana

Esta semana he recibido, en mi buzón abandonado por Correos (me llega la correspondencia cada quince días, más o menos, salvo los paquetes con libros que, milagrosamente, me llegan con puntualidad), dos paquetes que me han gustado tanto que voy a compartirlos hoy y hasta poniendo fotos.

El primero el que más ilusión me ha hecho. Al fin tengo la Antología Descubriendo nuevos mundos en mis manos. Ya me he leído la mitad, lo que teniendo en cuenta que esta semana he tenido muchísimo trabajo, es decir que la estoy devorando. Aquí tenéis la foto que atestigua que ya tengo la obra:



Los cuentos que he leído hasta el momento son muy diversos y están muy bien escritos, con buena técnica narrativa y dominio del lenguaje. Unos son cómicos, otros trágicos y son bastante originales, la verdad. No encontraréis aquí relatos fantásticos calificables de "típicos", o estereotipos comunes. De todos modos, aún me queda la otra mitad, pero la tónica va a ser esa, seguro.

Os lo podéis comprar en varios sitios, como Cyberdark.net o bien en Sueños de papel. Por cierto, viendo las existencias, en Sueños de papel se han vendido ya unos cuantos. Qué ilusión.

La segunda cosa que quiero compartir es que, como suscriptor de Excalibur Fantástica, línea editorial de Grupo AJEC, he recibido de regalo una camiseta que me ha hecho gracia por dos motivos. La camiseta lleva impreso lo siguiente:


Esta camiseta se refiere a las novelas de Enano Rojo, concretamente, a la cuarta novela de la serie (supongo). Enano Rojo, hace ya muchos años, puede que unos 20, era una serie que se emitía en no sé qué cadena, que va de una nave espacial (Red Dwarf, o Enano Rojo) donde conviven un ser humano, que ha hibernado durante varios millones de años, un ordenador dotado de una inteligencia artificial muy elevada, un holograma tanto sarcástico y un ser medio humano medio gato, que es la evolución de una gata preñada que había en la nave y que provocó que el protagonista quedara hibernado durante tres millones de años. Como véis, es una serie muy llena de humor.

Lo siguiente curioso es que en la camiseta reza la frase "Miembro de la tripulación" en tres idiomas: inglés, español y ¡esperanto! Y es que en la serie de televisión, aparecía el esperanto muy a menudo. Los rótulos de la nave están escrito en inglés y en esperanto en su mayoría. De ahí que en la camiseta aparezca "Membro de la sipanaro".


Y lo mejor es que la camiseta me está bien, me la puedo poner. Y es que gracias a la salsa y la bachata estoy perdiendo muchos kilos, por lo que se ve.

20 noviembre 2011

Una pequeña maravilla: El Quijote interactivo.

Voy a compartir un vínculo que recibí hace unos días de una persona de nuestro entorno. La biblioteca nacional tiene una edición interactiva de los volúmenes de El Quijote que es una auténtica delicia para los que somos apasionados de esta obra y de la literatura de la época. El vínculo en cuestión es:

http://quijote.bne.es/libro.html

Podréis ver, entre otras cosas, un escaneado de las ediciones originales de ambas partes de El Quijote, la de 1605 y la de 1615. Además, hay alguna información sobre la época, músicas de esos siglos interpretadas, un mapa con las localizaciones de las diferentes aventuras de don Quijote...

Fantástico haber escuchado una reconstrucción de músicas como las folías, las gallardas, los canarios, las chaconas... esas músicas que bailaron mis personajes de Mundo de cenizas... No os lo podéis perder.

18 noviembre 2011

La prima de riesgo de España disparada, o como Europa sigue destruyéndose a sí misma

Seguro que más de dos de los que me leen sabrán que, en los últimos días, la prima de riesgo de la deuda pública española está disparada. Hoy, bien temprano, he oído que ya ha superado los 500 puntos básicos, con respecto a la deuda alemana (la más estable, técnicamente, y que se toma como referencia). Es un nivel tan elevado que, de mantenerse en el tiempo, podría obligar a un rescate. Todo esto lo sabe ya media España, porque no para de aparecer en los telediarios día sí y día también.

Se le echa la culpa a "los mercados", a la especulación. Y, bueno, es cierto que los culpables primarios de esta situación son los especuladores. Pero hay un gobierno europeo que, por interés y por inacción, permite que esto sea así: Alemania. Y es que mucha Unión Europea, mucho decir que vamos a crear los "Estados Unidos de Europa" y, a pesar de la experiencia de dos guerras mundiales que despedazaron a Europa especialmente, seguimos sin aprender nada.

La prima de riesgo para la deuda pública de un país es una medida de la confianza que tienen los inversores en la misma. En el caso de la Unión Europea, como Alemania es la economía más fuerte y solvente, se toma como referencia. Como puede leerse en el magnífico El blog salmón, si España tiene una prima de riesgo de 500 quiere decir que si el bono a 10 años (que es el que suele tomarse como referencia para estos cálculos) alemán da un interés del 2%, el español da un interés del 7%, ya que la diferencia sería 7%-2%= 5% y ese 5 se multiplica por 100 para dar los 500 puntos básicos. Como los inversores no se fían de que España, con un paro galopante y un déficit fiscal que, ahora mismo, es enorme, sea capaz de pagar, le exigen más interés a la hora de prestarle dinero.

Para España, las consecuencias son muy negativas. Una prima de riesgo elevada implica que cuando el Estado necesite financiarse emitiendo deuda tendrá, primero, que pagar intereses mucho más elevados, intereses que van a salir de nuestros impuestos (cómo no), y segundo, que podrá ser que no consiga todo el dinero que necesita porque, aún dando intereses altísimos, la gente prefiere no invertir por miedo a un impago. Lo triste es que, en lo que respecta a la deuda, España tiene menos, en porcentaje sobre el PIB, que Alemania. Y, aún así, nos atacan los especuladores.

Lo más grave de todo es que, al entrar en el euro, cedimos parte de la soberanía económica y, lo que es mucho peor, los países del euro se quedaron sin herramientas efectivas para combatir la especulación. España no puede devaluar su moneda, lo que amortiguaría mucho este acoso de los especuladores. Sólo tienen capacidad para actuar las instituciones europeas. Y éstas hacen una décima parte de lo que podrían hacer. Esta es la esencia del problema.

¿Y por qué la Unión Europea no hace casi nada para acabar con el problema? Porque hay muchos intereses por ahí. Alemania manda mucho, y a Alemania le interesa que esta situación se prolongue, porque mientras más suben los intereses que Italia, España o Portugal tienen que ofrecer para financiarse, más bajan los intereses que paga Alemania. El gobierno alemán se ahorra miles y miles de millones a costa de que España y los demás paguemos más y más millones. Por eso no se toman medidas más contundentes. Sólo se empezarían a tomar si los especuladores empiezan a atacar a Alemania y a hacerle mella, lo que es muy complicado, dado que el tamaño de su economía es enorme. Complicado, pero no imposible. Porque Francia, que sólo tiene por encima a Alemania está empezando a padecer aumentos de su prima de riesgo. Podría pasar que cuando Alemania decida actuar en serio ya sea demasiado tarde.

Una cosa curiosa de esta crisis es que he aprendido la influencia tremenda que tienen agencias internacionales de valoración (Moody's, Fitch, Standard & Poor's...). Ahora quiere la Unión Europea limitar su influencia. Ahora, cuando le están dando fuerte a Francia. Y algo huele mal en esas agencias. Porque lo de Standard & Poor's, que rebajó la nota a Francia por error... eso no se lo traga nadie. Ni que S&P tuviera un trabajador que se ocupa de teclear todas las tardes los valores de las calificaciones y que, un día, al teclear la de Francia, en vez de poner tres A, puso dos por accidente...

A ver cómo evoluciona todo... La solución sería que el Banco Central Europeo comprara masivamente deuda de España e Italia pero, claro, eso no le interesa a Alemania... La misma historia de siempre: políticos que cometen errores graves, para que el pueblo los pague bien pagados.

04 noviembre 2011

Leído: Tropas del Espacio de Robert Heinlein

Llevo cierto retraso en las reseñas de las cosas que leo, porque desde que me leí el libro del que hablo hoy, ya he terminado otros dos. Pero es lo de siempre: el trabajo, las reuniones laborales y todo eso.

Lo primero que hay que destacar de esta obra es que es uno de los viejos clásicos de la ciencia-ficción. Es un libro con bastantes años aunque, debo reconocer, el tiempo no le ha sentado mal y resulta ser bastante creíble. Se nota bastante que el autor sirvió algún tiempo en el ejército y es, precisamente, la buena recreación del ambiente castrense la que la hace creíble. En comparación con otras novelas de ciencia-ficción escritas hace medio siglo o más, pocos detalles técnicos, por no decir ninguno, me resultan anticuados.

Es un libro que a mí me ha gustado. Contiene una serie de reflexiones interesantes, que puedes compartir o no (en mi caso, no del todo), pero que te hacen pensar.

Si habéis visto las películas de "Starship troopers" y luego leeis este libro, llegaréis a la conclusión de que las películas se inspiran en el libro, pero no tienen casi nada que ver. Sólo coinciden los nombres de los personajes y unos cuantos pasajes del libro. Todo lo demás es diferente. De hecho, incluso, las películas (al menos la primera, que fui la que vi) hacen una crítica a la influencia de los medios de comunicación y a su uso para manipular, mientras que el libro se plantea qué puede pasar si el Estado se declara incapaz de controlar la delincuencia. Y es este planteamiento, pienso, el que lo convierte en una obra criticada por ser "fascista". De hecho, Tropas del Espacio fue polémica en su momento. A mí me parece un poco inverosímil que alguien que sirvió dos veces en la Armada de los EE. UU. (cinco años, desde el 1929 hasta el 1934 y luego, como ingeniero civil, durante la II Guerra Mundial, porque se quiso alistar él pero no se lo permitieron) y que, por tanto, luchó contra los nazis, escribiera, once años después del fin de la II Guerra Mundial, una apología del fascismo. Más bien, lo que veo en este libro es una advertencia a los que creemos en la democracia.

Hablaré de eso más tarde. Sólo destacar algunos cambios interesantes entre el libro y la primera película. En el libro, el protagonista no se liga a nadie (no hay escenas de cama, para entendernos), las mujeres combaten pero como pilotos; son las que pilotan las naves interestelares y los vehículos de "desembarco", y el ambiente castrense impregna mucho más la narración que la película (aunque parezca mentira). La infantería móvil es mucho más poderosa que en la película; los "bichos" ganan cuando tienen una superioridad numérica aplastante, mientras que en la película se tienen que reunir cuatro para liquidar a un solo soldado de los "bichos". Luego hay cosas que son más parecidas, como el desarrollo de la guerra.

Para acabar, se explica a lo largo de la obra el por qué se ha llegado a una sociedad militarista. Se trata de un futuro distópico, donde nuestras democracias acaban desmoronadas por la delincuencia descontrolada tras una guerra mundial. La democracia falla a la hora de mantener el orden, o digamos, la responsabilidad de los ciudadanos, y el sistema se hunde. El germen del estado militarista de Tropas del Espacio son los restos del ejército que, desaparecido el poder central, comienza a ganar prestigio defendiendo a grupos de civiles de los saqueadores.

Es la primera vez que leo en ciencia-ficción a la delincuencia como una de las causas fundamentales de la caída de una sociedad. La crítica a nuestros sistemas judiciales, en el sentido de que no son eficientes a la hora de frenar la delincuencia, o son fuente de injusticias, es algo presente en muchas obras de ciencia-ficción e, incluso, de fantasía. En sus últimos libros de la saga de la Fundación, Isaac Asimov contaba como, cuando querían acabar con el protagonista, le enviaban matones para que lo molieran a palos o lo mataran. Cuando rechazaba la agresión, los matones le denunciaban y tenía que ir a juicio por agresión. Le atacaban y le juzgaban por defenderse. Asimov lo enmarcaba en una de las muestras de la decadencia del Imperio Galáctico, pero la crítica a nuestro sistema judicial queda bastante clara. En Mundodisco, los ladrones son profesionales regulados y cada ciudadano debe sufrir una serie de robos al año, por ley. De ahí que cuando un ladrón te atraca, te deja su tarjeta para que, si le ha gustado cómo te ha robado, le llames y cubras con él tu cupo anual de atracos. Por supuesto, esta legalización obedece a la desidia de las instituciones de Ank-Morpork, que dificultan la labor de la policía para no ofender a las cofradías de ladrones (porque los que están en lo alto de la jerarquía de las cofradías de delincuentes están, socialmente, muy bien considerados) y tiene un sistema judicial donde el delincuente recibe condenas muy suaves o, directamente, no recibe condena alguna. Terry Pratchett cuenta todo esto de tal forma que te partes de risa leyéndolo, pero la crítica, nada velada, hacia nuestro sistema y nuestros gobernantes te queda clarísima.

En el cine o en muchas obras de literatura "convencional", he visto tratar el tema de la delincuencia, preferentemente, desde el punto de vista de los que infringen la ley, buscando humanizarles y todo eso. Es algo que me parece estupendo. Pero son más escasas las obras en que este tema se trata desde el punto de vista de las víctimas. Cuando se habla del fin de las democracias, casi siempre el motivo es un golpe de estado, el ascenso de un partido fascista, que las multinacionales doblegan a los Estados... Y, sin embargo, lo que más daño hace a la democracia es la injusticia cotidiana. Como otra mucha gente, siento que denunciar un delito que hayas sufrido es una pérdida de tiempo. En un sistema democrático, que esta sensación se generalice es algo más peligroso que un golpe de estado.

En mi trabajo, si yo emito una factura y el cliente dice que no me paga porque no le da la gana, yo tendré que pagar el IVA repercutido en nombre del cliente (o sea, pagarle sus impuestos de mi bolsillo) y tributar por un dinero que no he cobrado. Denunciar al deudor me costará tiempo y dinero y será cuestión de suerte, porque alega que es insolvente y listos. El Estado no sólo se muestra incapaz de garantizar una transacción comercial sino, que, además, me exige a mí, a la parte que ha sufrido la estafa y el impago, que le pague de inmediato los impuestos. ¿Para qué sirve, entonces, el Estado? Si tenemos una institución hambrienta de dinero, que te quiere cobrar por todo y que no garantiza la seguridad ni las leyes que ella misma emite, es cuestión de tiempo que el pueblo se empiece a plantear si merece la pena mantener el sistema. Cualquier partido dictatorial populista (de izquierdas o de derechas, me da igual) capaz de aglutinar este sentimiento puede herir de muerte a un sistema democrático que tiene preocupaciones más importantes que ser garante de la ley.

De esto nos advierte, en mi opinión, Tropas del Espacio. Es verdad que no comparto algunos de los argumentos expresados en el libro, pero dudo bastante que se pueda calificar de fascista a esta obra. Pienso que nos habla de que o se garantiza la ley o acabará gobernándonos quien tiene las armas en la mano.

En todo caso, es un libro interesante, breve y fácil de leer. Y con un tratamiento muy correcto de la ciencia, que siempre se agradece.