30 noviembre 2019

#OrigiReto2019 Abandona tu manada

Este es el microrrelato de noviembre de 2019 para el OrigiReto 2019. Las normas de este reto se pueden consultar en las bitácoras de las organizadoras:

http://plumakatty.blogspot.com/2018/12/origireto-creativo-edicion-2019.html

o en

http://nosoyadictaaloslibros.blogspot.com/2018/12/reto-de-escritura-2019-origireto.html

Este microrelato tiene 972 caracteres según https://www.contarcaracteres.com/ Cumple el objetivo:

24. Utiliza una de las dos imágenes sugeridas para basar tu relato en ella. (NOTA: Las imágenes son originales de @Musajue, no las uséis para otras cosas sin permiso, por favor) 

La que he utilizado es esta:



Está enlazado con este relato de Marga Kvasir: https://margakvasir.wordpress.com/2019/11/11/como-sienten-los-lobos/ Recomiendo que lo leáis, que está muy bien escrito y merece la pena. Además, sería cuestión de que lo leyerais para entender mi microrrelato.

Sobre el objeto... sería un destripe. Lo digo al final.

Y esta es la pegatina del mes



Espero que os guste:


ABANDONA TU MANADA


Miré a Vera, que seguía descalza sobre la hierba.

—Entra —le dije—. Está muerta.

Entró y me abrazó temblando. Conseguí calmarla y la dejé en la cama, envuelta en una manta, mientras me vestía. Suspiré: iba a partirle el corazón. Descolgué de la pared el cetro de mi familia: un cetro con plumas, la calavera de una fiera y una esfera verde, de la que salió una llama azul cuando lo activé. Vera me miraba atónita: siempre creyó que era un “souvenir” de mi viaje a Kenia.

—Los lobos no entran en las cabañas, ni atacan así a la gente —le dije.

—¿Crees que es una mujer lobo? No seas idiota —replicó Vera.

Invoqué la magia que creaba mi cetro, que me susurró las palabras del hechizo que necesitaba.

—Abandona tu manada, licántropa.

La loba muerta se convirtió en una chica desnuda. Vera me había contado como había desaparecido su última novia, así que no fue una sorpresa su reacción.

—¡Fátima! —gritó y se encogió para llorar.

Y Fátima jadeó varias veces y abrió los ojos.


* * * * * 

El objeto, en efecto, es una resurrección.

26 noviembre 2019

#OrigiReto2019 Luces de la ciudad sobre el río

Este es el relato de noviembre de 2019 para el OrigiReto 2019. Las normas de este reto se pueden consultar en las bitácoras de las organizadoras:

http://plumakatty.blogspot.com/2018/12/origireto-creativo-edicion-2019.html

o en

http://nosoyadictaaloslibros.blogspot.com/2018/12/reto-de-escritura-2019-origireto.html

Este relato tiene 1991 palabras según https://www.contarcaracteres.com/palabras.html Cumple el objetivo 11. Narra la aventura de alguien que viaja en el tiempo. Los objetos ocultos que incluye son 22. Un microscopio y 23. Una foto vieja o Polaroid.


Este relato es muy filosófico. Habla un poco sobre un tema tecnológico que ese sí comentaré al final y, también, sobre un tema filosófico. Espero que os guste.




LUCES DE LA CIUDAD SOBRE EL RÍO

—Soy un viajero en el tiempo, lo que pasa es que no se lo puedo contar a nadie —le susurré alegre a mi imagen en la pantalla-espejo de una tienda, una novedad de principios del siglo XXII.

Me arreglé bien el coulsen, el adorno que hacía brillar el cuello y era imprescindible para todo varón en 2107, y seguí mi camino hacia el bar donde me esperaba Silvia. La historia de cómo me había convertido en viajero del tiempo era absurda, como si la hubiera ideado un escritor sin inspiración ni ganas de trabajar.

Mi año de partida era el 2061. No eran tiempos fáciles. Los países se decían democráticos, pero la realidad era que las libertades, que eran mínimas, dependían del colectivo al que se pertenecía. Ciertas libertades eran inalienables y para otras había que superar restricciones y pruebas. Como varón heterosexual, no podía mantener ningún tipo de relación afectiva con ninguna mujer hasta lograr la habilitación sexual. Cuando cumplí los dieciocho años, tuve que esperar seis meses hasta que el gobierno me envió el email donde me permitían solicitar la habilitación. Tardé un año en obtener respuesta y tras varios meses más para recibir la convocatoria al examen, hice mi primer intento recién cumplidos los veinte años, tras haber pasado varias horas a la semana en academias de reeducación afectiva.

Suspendí aquella vez, y las otras dos que la ley me permitía. Perdí el derecho a la habilitación y, con mucha amargura, me resigné a un celibato que duraría para siempre. Al menos, me conformé hasta que terminé mi tesis en física. Tuve suerte de que me aceptaran en la universidad y, tras mucho batallar, conseguí que me dirigieran una tesis. Hice un buen trabajo sobre la naturaleza del tiempo según el recién creado Tercer Modelo Estándar, el que corrigió aspectos de la teoría GUT que recibió el nombre de Segundo Modelo Estándar. Y vi la oportunidad.

Durante veinte años, trabajé en la creación de una máquina del tiempo que no violara la causalidad y fuera conforme al Tercer Modelo Estándar. Me costó mucho trabajo hacerme con los materiales. Después de mucho sacrificio, logré comprar un microscopio de efecto túnel que languidecía en el sótano de una universidad. Conseguí recopilar los componentes y hacerme con un batallón de nanorrobots para ensamblarlos. Gracias al microscopio, conseguí coordinar el trabajo de aquellas máquinas diminutas.

Entré en el bar y eché un vistazo. Era un sitio precioso que imitaba un bar de lujo de la década del 2020. La vi en la barra, con un vestido rojo maravilloso que realzaba el cuerpo perfecto que tenía. La necesidad de habilitación sexual y la mayoría de las leyes que restringían las relaciones personales fueron derogadas entre los años 2080 y 2090, con las revoluciones que restauraron la democracia.
La manera de no violar la causalidad era viajar solo al futuro y no regresar jamás a un tiempo anterior al de partida. Cuando logré viajar una semana en el futuro tres veces y volver siempre ileso, fui dando saltos de un año. Buscaba algún servidor público y consultaba las noticias. El peor momento fue cuando llegué a 2074 y hallé el mundo inmerso en guerras y revueltas generalizadas que provocaron la caída de los gobiernos autoritarios hacia el final de la década. Seguí buscando hasta que decidí que la libertad que se vivía hacia 2100 era idónea. En esa década, el amor y el sexo volvían a ser libres, como en el primer tercio del siglo XXI. Y allí conocí a Silvia.

—Mira lo que te he traído —le dije tras besarnos y sentarme junto a ella.

Saqué una foto muy vieja, comprada en un anticuario en mi año de partida. Era una vieja fotografía en papel, de 2001, del Palacio de Cristal, un precioso edificio que había en Madrid y que fue destruido por resultar ofensivo en los años más oscuros de la dictadura. A Silvia le encantó.

—¿Dónde encuentras cosas tan antiguas? —preguntó Silvia—. Casi ningún documento en formato físico sobrevivió a las quemas de 2075.

Me inventé una excusa que ella aceptó. Lo guardó y estuvimos media hora bebiendo y charlando.

—Vámonos a ver las luces de la ciudad sobre el río —dijo Silvia, y nos fuimos.

Otra de las razones de que se pueda viajar al futuro es porque, en realidad, usando el vocabulario de la vieja mecánica cuántica, se viaja a un “colapso” de lo que llamo el campo de posibilidades. El campo de posibilidades del pasado queda fijado a medida que el tiempo avanza. El del futuro es modificable y por eso puedo estar paseando de la mano de una mujer apasionante, a la que amo con todo mi corazón, 46 años en el futuro.

Eso no quiere decir que tenga muchas posibilidades de cambiar el futuro, ya que eso depende de mis medios. Me aterraría que mi gobierno autoritario descubriera el secreto de viajar en el tiempo, porque conociendo lo que va a suceder, podrían cambiarlo. Por mucho que sepa que un ejército va a perder una batalla, no tendría capacidad para cambiar el resultado. Pero si el ejército que iba a perder, recibe órdenes que le aseguran la victoria, el campo de posibilidades del pasado tras la batalla cambiaría con respecto al más probable, y se reescribiría el campo del futuro.

Por eso, todo lo que me rodea es tan real, porque cuando pasen 46 años sucederá casi seguro. Aunque recorremos el paseo fluvial de Caslad, uno de los más bonitos del mundo, en realidad sigo en Madrid. Como viajo en el campo de posibilidades, mi viaje a través del tiempo es también a través del espacio. La Tierra, el Sol, la Vía Láctea… todos se mueven a velocidades enormes. Si viajara 46 años al futuro y no me desplazara junto con la Tierra, aparecería en mitad del espacio.

—Me pregunto cómo sería pasear por Madrid —me dijo Silvia, absorta por los reflejos de las luces de Caslad en el río Munza.

—En realidad, estamos paseando por Madrid.

—Paseamos por Caslad, construida sobre las cenizas de Madrid. Ni siquiera el Munza tiene nada que ver con el Manzanares: fluye por sitios diferentes.

—Para mí, Caslad es una evolución de Madrid, es lo mismo.

—Para mí no es lo mismo, porque las sensaciones son diferentes. ¿Sentirías lo mismo si pasearas por Córdoba en el siglo IX que si lo hicieras hoy en día?

—No, pero una definición no puede depender de los sentimientos que te inspira el objeto. En ambos casos estaría paseando por la misma ciudad, aunque tuviera nombres distintos.

Silvia cortó aquella conversación tan filosófica riendo y bromeando. Seguimos paseando largo rato por el bellísimo paseo fluvial, iluminado por farolas que semejaban árboles, entre setos llenos de flores y pequeños estanques con cascadas diminutas. Tiré de la mano que le sujetaba a Silvia, la atraje hacia mí y la besé en los labios. Nos abrazamos y volvimos a besarnos. Y continuamos el paseo.

No lo vi venir. Silvia sí. Un transporte de mercancías cuya cabina ardía atravesó los setos y arrolló a la pareja que teníamos delante. No pude reaccionar. Silvia sí. Me dio un empujón con una fuerza que ignoraba que tuviera y evitó que el vehículo me tocara. A ella le golpeó de lleno y salió despedida unos diez metros. Destrozó las flores de un seto en el que rebotó y quedó inmóvil en el suelo. El transporte cayó al Munza.

Me dio pena pensar que Silvia estaba muerta, pero no tenía importancia: volvería al pasado, regresaría al momento en que nos vimos en el bar y cambiaría el recorrido de nuestro paseo. Aun así, me acerqué a ella con un nudo en el estómago: me pareció insoportable volver al pasado, lo que me llevaría un par de horas, y dejar su cadáver abandonado sin más ese tiempo, aunque fuera en un curso de probabilidad que iba a cambiar. Hasta ese punto la amaba.

Y cuando me acerqué, todo mi amor se convirtió en repulsión. Silvia yacía boca arriba, con piernas, brazos y tronco destrozados. Pero no había sangre, ni fracturas: había cables cortados, mecanismos rotos, metal destrozado. Silvia era un robot sexual, la cosa más repugnante de la que alguien podía enamorarse. Por supuesto, no estaba muerta: una máquina no puede morir. Me miró con una tristeza que era un nuevo engaño.

—Álvaro, iba a decírtelo, te lo juro —dijo el robot.

—Me has engañado, te has reído de mí durante meses. Te conté decenas de veces el asco que me daban los robots sexuales. Y no me hiciste caso, robot repulsivo.

—Te quiero, Álvaro —dijo imitando el llanto de una mujer—. Tenía miedo de que reaccionaras así, pero sigo siendo Silvia. Tú me querías.

—Amaba a la mujer que creía que eras. No puedo querer a un software de inteligencia artificial embutido en una máquina. Tú no me quieres porque las máquinas no podéis amar, solo imitar los sentimientos. Me das asco.

—Sabes cuando alguien te quiere por la forma en que te habla, por la manera en que te toca y te mira. Lo sabes porque te inspira el mismo sentimiento, y eso es el amor, que dos individuos sean felices por estar juntos. Te hice muy feliz y yo también lo fui. Si el resultado es el mismo, ¿por qué te importa que te los cause un cerebro sintético a que lo haga un montón de neuronas? Te quiero, Álvaro, ¿por qué dudas de eso ahora?

—Porque las máquinas no sentís. Todo lo que me dices es el resultado de los cálculos de un software muy complejo que imita las emociones. Tus sentimientos no son de verdad.

—Para mí, sí. —Aquella máquina seguía llorando—. Ayúdame, llévame a un taller.

—No merece la pena. Llamaré a la policía y que te lleven ellos. —Me desesperó que volviera a suplicar—. Eso diferencia a un ser humano de ti. Si me cortaran brazos y piernas y las cambiaran por miembros artificiales, dejaría de ser completamente humano, sería medio máquina. En cambio, a ti, en el taller, te cambiarán todas las partes dañadas y ni siquiera te modificarán el número de serie.

—Eso no tiene sentido. No dejaría de quererte porque tuvieras miembros robóticos.

—Claro, porque tú eres un robot.

—Porque seguiría amándote: para mí, seguirías siendo tú. Espera, no te vayas. No quiero morir. Llévame a un taller, despídete de mí. Soy un robot cuyo propósito era que me quisieras. Aunque luego me dejes, necesito sentir que lo nuestro fue de verdad. No dejarías agonizar en la calle a una mujer a que una vez amaste.

—Pero tú no eres una mujer —dije tras detenerme y volverme—. Harán una copia de tus bases de conocimiento, te cambiarán las piezas y serás el mismo robot.

El robot suspiró tan bien que pareció de nuevo una mujer.

—Lo llaman la paradoja de Teseo —empezó a decir el robot—. Teseo volvía en un barco que había sido reparado tantas veces que ya no quedaba ni un tablón original. Unos griegos decían que seguía siendo el mismo barco que cuando lo construyeron, otros que no lo era. Ambas opiniones son lógicas, pero soy un robot consciente, aunque mi consciencia no sea humana. Si el barco de Teseo pudiera decirte si sigue siendo el mismo o no, ¿no tendrías que escucharlo?

La miré un instante, sorprendido por el argumento.

—Es cierto. No soy una mujer. Me construyeron para ser la pareja de un ser humano solitario. Mi propósito durante todos estos meses ha sido que me amaras. Si me abandonas creyendo que tus sentimientos fueron un engaño, sería lo mismo que si desmontasen el barco de Teseo y creasen con él una cabaña. Serían las mismas piezas, pero ya no sería un barco. Si te vas, dejaré de ser Silvia. Desapareceré. No quiero morir, por favor.

Me marché de allí e informé a las autoridades de que había un robot averiado. Casi llegué a creerme sus súplicas. Las inteligencias artificiales del siglo XXII eran prodigiosas.


* * * * *

Hasta aquí el relato. El contenido filosófico del relato, como Silvia dice, es reflexionar sobre la Paradoja de Teseo. Otra reflexión es acerca de la Inteligencia Artificial. Se distiguen dos grandes tipos: la IA débil (programas de ordenador que resuelven problemas específicos y aprenden, pero que son eso, software como un sistema operativo, pero software sin más) y la IA fuerte (entidades sintéticas con capacidades tan elevadas que podrían llegar a tener consciencia de sí mismas). Hay un debate acerca de si la IA fuerte es posible o no. Dicho de otro modo, hay personas que piensan que una IA puede llegar a tener consciencia (es lo que piensa Silvia de sí misma) y otras que la IA fuerte no es un problema de falta de tecnología, sino que es un imposible que un software o una máquina, por muy sofisticada que sea, llegue a pensar de verdad (eso sostiene Álvaro y, por tanto, no actúa con crueldad según su forma de pensar).

Espero que os haya gustado este relato filosófico.