28 febrero 2020

#OrigiReto2020 Bajo el cerezo

Este es mi relato de febrero de 2020 para el OrigiReto 2020. Las normas de este reto se pueden consultar en las bitácoras de las organizadoras:

http://plumakatty.blogspot.com/2019/12/origireto-creativo-2020-reto-juego-de.html

o en

https://nosoyadictaaloslibros.blogspot.com/2019/12/reto-de-escritura-2020-origireto.html

Este relato tiene 1956 palabras según https://www.contarcaracteres.com/palabras.html (he quitado tres astericos para separar escenas). Está basado en la siguiente canción de Kokia:



Al final digo el resto de cosas que cumple. Espero que os guste.



DEBAJO DEL CEREZO

Huir había sido tan estúpido como inútil. Era buena corriendo, pero me perseguían tres soldados y me frenaba la angustia con que me gritaba Soleil, quien era consciente de que escapar me perjudicaba aún más. Entré en un establo, con la esperanza de haberlos despistado. Ni siquiera tuve tiempo de esconderme. Me quedé jadeando en mitad del recinto, mirando a los soldados que acababan de entrar.

—¡Ivette, Ivette! —chillaba entre lágrimas Soleil. No podía verla: seguramente la estaban sujetando para impedirle hacer una locura.

Miré a mi alrededor y perdí la cabeza. Agarré una estaca tan larga como yo y amenacé a los soldados: no iba a permitir que me separaran de Soleil ni de mi tres hermanos pequeños. Un soldado se me acercó y lo alejé con un semicírculo de la estaca, en vez de intentar la estupidez de ensartarlo. El más corpulento de los tres se rio.

—¡Me gustas! —dijo—. Darás un buen espectáculo en la arena.

Creí que iban a reclutarme a la fuerza para el ejército: convertirme en gladiadora era un destino aún más horrible. Vacilé un instante y sus dos compañeros aprovecharon para atacar. Intenté golpear a uno, pero me agarró el antebrazo y perdí la estaca. Era tan alta como ellos, y corpulenta; me debatí, luché… Fue inútil. Me ataron los brazos a la espalda y el soldado más alto me agarró de la mandíbula con una mano maloliente para volverme la cabeza hacia ambos lados. La desesperación y el asco me hicieron derramar lágrimas en silencio.

Oí a alguien entrar y vi que era Belmont, el hijo del quesero que se ocupaba del negocio tras morir su padre. Llevaba una vara larga, que le había visto portar en ocasiones.

—Con su permiso, excelencia, querría hablar con usted.

—¿Excelencia? —respondió el soldado tras soltarme y volverse—. Soy un sargento al servicio del Emperador, no un noble presumido. Me llamarás “señor”.

—Perdone, señor —dijo Belmont—. No querría insinuar que su criterio es malo, pero debo pedirle que no reclute a Ivette. Tiene tres hermanos pequeños y una madre enferma que no podría atenderlos.

—No molestes, enano.

—El Emperador, en su infinita piedad, no aprobaría que deje morir de hambre a niños inocentes. Comprendo que no supiera esto, pero ya que conoce la situación le ruego que busque a otra persona. Lléveme a mí en su lugar.

Llevaba años sospechando que Belmont, por su forma de actuar, me amaba. A Soleil le encantaba el queso, así que tenía que visitarle obligatoriamente cuando quería regalarle un poco, y solía sentirme incómoda. Que intercediera por mí me superó.

—Enano —replicó el soldado—, ¿quieres que deje a ir a una mujer grande y fuerte, que va a dar un buen espectáculo contra otras gladiadoras para cambiarla por un canijo como tú?

—Si se trata de dar espectáculo…

Belmont alzó la vara y comenzó a hacerla girar muy rápido. Luego, movió el brazo de un lado a otro y, tan veloz que nadie pudo reaccionar, saltó, giró sobre sí mismo y lanzó un golpe contra el soldado. Sin embargo, detuvo la vara a pocos centímetros de la mejilla del hombre. Belmont lo miró sonriendo.

—Además, tengo cosas mejores que proponerle, pero debo hablarlas en privado.

El soldado se apartó con cuidado la vara del rostro, ordenó a sus hombres que me tuvieran vigilada y salió con Belmont. Regresó al cabo de un cuarto de hora que se hizo eterno.

—Soltadla —dijo y, cuando me desataron, se encaró conmigo—. Estoy pensándome la oferta de tu novio. Te dejo libre, pero mañana al amanecer tendrás que presentarte en la plaza del pueblo. Si no lo haces, quemaré tu casa con tu familia dentro, ¿está claro?

Quise decirle que Belmont no era mi novio, que por muchos años que pasaran jamás me enamoraría de ningún hombre. Preferí callarme e irme de allí.

*

Belmont había desaparecido. Tenía que hablar con él, tenía que comprender qué estaba sucediendo. Llamé a la puerta de su casa y no respondió. La quesería no estaba abierta. Pregunté a un par de sus amigos y uno me dijo que estaría en el bosquecillo de cerezos que había junto al río.

Al salir de Villecerisier, un soldado me dio el alto, me preguntó que adónde iba y me recordó que si no regresaba, podría ver el humo del incendio de mi casa allá donde hubiese huido. Asentí con los labios apretados y me encaminé al bosquecillo.

Belmont estaba sentado junto al tronco de un cerezo enorme en flor. Me saludó con un gesto y una sonrisa y me senté a su lado. Desde el cielo, caían decenas de pétalos de color rosa pálido, interpretando un baile muy lento. Dos parecieron enlazarse y giraron juntos unos instantes, como en un vals.

—Es precioso, ¿verdad? —dijo Belmont—. He venido cientos de veces a verlo.

Callé un instante, buscando unas palabras que no querían salir.

—¿Por qué me has ayudado? —pregunté.

—Porque eres mi amiga.

—¡Vamos! Nadie se arriesgaría así por una simple amiga.

Belmont suspiró y alzó la vista de nuevo. Los pétalos seguían cayendo. Abrí una mano y dejé que uno se posara en la palma. No sabía cómo insistir.

—También es por la injusticia —dijo Belmont—. No tienen derecho a llevarte a ti, que eres la única que puede trabajar de tu familia. Además, es parte de mis sueños. —Me sonrió—. ¿Por qué no hablamos de nuestros sueños? Es el momento y el lugar perfectos.

Si arriesgaba la vida porque estaba enamorado de mí, habría sido despreciable no hacerle ver claro que jamás iba a corresponder a sus sentimientos. Aquella propuesta me lo puso fácil.

—Te contaré mi sueño si me guardas el secreto. ¿Me lo juras?

—Lo juro.

—Mi sueño es que llegue el día en que mis hermanos sean lo bastante mayores. Entonces, me iré del pueblo con Soleil y viviremos juntas en una ciudad donde eso no le importe a nadie.

Temí entristecerlo, ofenderlo. No me esperaba lo que dijo.

—Es un sueño precioso. Cúmplelo —dijo tras una sonrisa—. Sueño con que, un día, el Emperador se dé cuenta de que ama a su pueblo. Se librará de todos esos consejeros que solo quieren ganar dinero a nuestra costa y dedicará su vida a hacernos felices. No habrá más levas, ni se llevarán a la gente para convertirla en gladiadores. —Suspiró y me miró—. Te confío este sueño a ti, porque tu sonrisa es como el sol. ¿Seguirás soñándolo por mí cuando me haya ido, debajo de este cerezo?

Asentí. ¿Qué otra cosa podía hacer? Belmont se abatió cuando le agradecí que intercediera por mí. Me dijo que llevaba tiempo pensando en irse de Villecerisier, porque allí no tenía familia ni nadie a quien amar, pero había pensado enrolarse en un navío, no acabar de gladiador.

—Si me llevan —dijo—, no sé cuánto aguantaré. Los cerezos seguirán floreciendo y habrá quien se siente donde estamos nosotros, para hablar y soñar rodeados de la luz del atardecer. No sé qué va a ser de mí, pero te prometo que nunca olvidaré la belleza que crean los pétalos de las flores al caer. Ni de que debajo de este árbol, hablé por última vez con mi amiga.

—Además de tu sueño —dije—, soñaré otro: que te conviertes en un gladiador famoso y que, después de miles de victorias, obtienes la libertad.

—Me gusta ese sueño —respondió Belmont con una sonrisa demasiado triste.

*

Acudí a la plaza muy temprano, y todo fue muy rápido. Nunca supe qué le ofreció Belmont al soldado. Solo vi que cuando llegó, lo agarraron de ambos brazos y lo metieron en un carruaje con barrotes. Y se lo llevaron sin más.

Soleil no se pudo contener. Cuando los soldados se fueron, me abrazó llorando. Siguió haciéndolo largo rato y perdió los nervios. Se mareó por la tensión y por la noche sin dormir que había pasado. Terminé llevándomela a su casa, ayudada por una amiga. La acostamos y le sequé las lágrimas hasta que se quedó dormida. Soleil era tan dulce, tan menuda y tan guapa que lo único en que pensé mientras la veía dormir era en que deseaba cuidar de ella toda mi vida.

Para quitarle el mal rato, me cité con ella en el granero abandonado donde nos veíamos y le llevé queso y carne de membrillo, que le encantaban. Era muy delgada y apenas me llegaba al hombro, pero comía más que yo. Disfruté viéndola terminarse el queso y el membrillo. Luego, se metió bajo la manta y se acurrucó contra mí. Jugué con sus dos trenzas rubias a la luz de una lámpara de aceite. El recuerdo de Belmont, de lo que había hecho por mí y de su triste destino, me quemaba en el corazón, pero era incapaz de hablar de él.

—No te lo he dicho nunca —le confesé en voz baja—, pero tu sonrisa es como el sol.

—¡Gracias! Ese piropo pega con mi nombre.

—¿Te gusta?

—Me gusta más que me beses —respondió Soleil incorporándose.

Nos besamos con la pasión que nos había dado el estar tan cerca de no volvernos a ver. Cuando volvió a acurrucarse contra mí, buscando el calor que el aire gélido le robaba, me acordé de los cerezos en flor.

—¿Te gustaría que fuéramos mañana por la tarde a sentarnos bajo los cerezos que hay cerca del río? Son preciosos.

—Mañana por la tarde limpio en casa de Violette. Pasado mañana, ¿vale? Anda, abrázame.

La abracé y di gracias al destino de tenerla a mi lado. La tarde que compartí con Belmont, acepté, me había impactado: recordé que nunca compartía mis sueños con nadie, ni siquiera con Soleil.

—Me encantaría salir de Villecerisier y vivir aventuras —dije.

—¿Aventuras?

—¿Recuerdas el cuento de la flor de Lililá? ¿Te imaginas que tú fueras la princesa y que el premio por curar la ceguera de la reina fuese la mano de su hija?

—El cuento no es así. ¿Y por qué no puedo ser yo la que viva aventuras? Podrías ser tú la princesa que cuida de su madre y yo la heroína que le corta la cabeza a todos los dragones que osan interponerse en mi camino.

—Yo seré la que busque la flor porque es mi sueño y porque soy la más fuerte.

—Vale. Entonces, será un honor esperar en mi alcoba a que me pidas que me case contigo.

*

Soleil y yo cumplimos nuestro sueño: llevábamos diez años en Lyon. Fingía ser la hija de un burgués venido a menos, huida del campo con su fiel criada. Aunque los ahorros se nos habían acabado, vivíamos gracias a las casas que limpiaba Soleil y a los bordados que me encargaban. En una ciudad tan grande, nadie se burlaba porque pasáramos demasiado tiempo juntas como para ser simples amigas. Éramos muy felices.

Soleil entró e iluminó la tarde con esa sonrisa que era como el sol.

—¿Sabes de lo que me he enterado? —Negué y continuó—. Se va a celebrar una boda fantástica. ¡Quiero asistir!

—¿Quién se casa?

—No te lo vas a creer, el famoso gladiador… ¡Belmont de Villecerisier! Compró su libertad hace dos meses.

Oír su nombre me provocó un estremecimiento. Me acerqué a Soleil y le di un abrazo que ella recibió con risas y frases cariñosas. Nunca le conté que fue Belmont quien evitó que terminase desangrada en la arena para dar espectáculo.

Me separé de Soleil y la besé en la mejilla. Recordé los cerezos en flor, la danza eterna que bailaban los pétalos que caían del cielo cada primavera. Me pregunté por un momento si la magia existía, si los sueños imaginados bajo un cerezo en flor se cumplían.

—Iremos a la boda, Soleil. A lo mejor Belmont aún se acuerda de nosotras.


*  *  *  *  *
 
 
Objetivo principal:  2. Crea un relato basándote en una canción.

Cuentos y leyendas. Objetivo secundario 1: La flor de Lililá.

Criaturas del camino. Objetivo secundario 2: Dragones

Objeto oculto 1: Estaca.

Objeto oculto 2: Flores.

Cumple con mi objetivo personal: Belmont cambia su destino por el de Ivette, a pesar de que sabe que jamás será correspondido.

Además, cumple con: Rosa Insolente (Ivette es la protagonista), Sororidad (pasa el test de Bechdel en la conversación entre Ivette y Soleil en el granero) y Tríada (Ivette es lesbiana)