29 noviembre 2020

#OrigiReto2020 Ya vienen los Técnicos de Recaudación

Este es mi relato de noviembre de 2020 para el OrigiReto 2020. Las normas de este reto se pueden consultar en las bitácoras de las organizadoras:

http://plumakatty.blogspot.com/2019/12/origireto-creativo-2020-reto-juego-de.html

o en

https://nosoyadictaaloslibros.blogspot.com/2019/12/reto-de-escritura-2020-origireto.html
 
Este relato tiene 1977 palabras según https://www.contarcaracteres.com/palabras.html

Es un relato distópico, ya que se intuye que está situado en el futuro cercano, pero las situaciones que narro son el presente de muchas personas, y el futuro de otras muchas debido al fracaso en lo que respecta a detener el virus y ayudar a quienes lo han perdido todo por culpa del mismo. Espero, aun así, que os guste.


YA VIENEN LOS TÉCNICOS DE RECAUDACIÓN

A pesar de que Tatiana, su madre, fingía ilusión, Eva era consciente de que detestaba llevarla a ver al Técnico de Recaudación. A Eva sí le gustaba porque los técnicos eran muy simpáticos, le regalaban caramelos y la habitación donde recibían a los niños era preciosa. Su madre había sido niña cuando se celebraba la Navidad y echaba de menos a Papá Noel y a los Reyes Magos. Aunque en el colegio le explicaban que esas celebraciones a las que sustituyó la conmemoración del Solsticio de Invierno eran fascistas, machistas y dañaban el medio ambiente, a Eva le habría gustado vivirlas una vez. La melancolía y la ilusión con las que su madre le contaba los recuerdos de las Navidades de su niñez le hacían pensar que no podía ser tan malo algo que se recordaba con tanto cariño.

Llegaron a la cola para ver al Técnico de Recaudación y Eva contó a las personas que tenían delante hasta que se cansó. Lo dejó cuando al cuarenta. Echó de menos a Laura, la novia de su madre y a Antonio, su padre, que ya no vivía en casa. Otros años habían acompañado a su madre uno de los dos, pero Laura estaba fuera. Habían prohibido que Papá Noel o los Reyes Magos trajesen regalos, pero la novia de su madre visitaba a Papá Noel en secreto la semana anterior al Solsticio para traerle el regalo que tenía preparado para ella. En aquella ocasión, Laura se había retrasado más de la cuenta.

Miró con tristeza a los niños y los padres que guardaban cola. La mayoría venían acompañados de dos o tres personas. Y aunque ya tenía diez años, Eva era la más baja de todos los que guardaban la cola de pie. Le habían explicado que no iba a crecer mucho porque tenía acondroplasia, que era una palabra muy difícil, pero que había oído tantas veces que ya se sabía de memoria.

Para Eva no era un problema grave tener tan poca altura. Las sillas y las mesas eran un poco grandes para ella, pero en el colegio siempre se las arreglaban para que tuviera sillas y mesas de niños más pequeños. A sus amigas no les importaba que tuviera la talla de una niña de cinco años y solo se burlaban de ella dos chicas. Eran dos alumnas muy malas, que se reían de todos los demás y se dedicaban a pegar a otras niñas, pero nunca la habían atacado a ella.

Lo único que le daba pena era que su madre tuviera que llevarla al médico más a menudo que a los demás. Los días que tenían consulta, debían añadir a las dos horas que pasaban en la cola del banco de alimentos las esperas en el centro de salud. Sin embargo, no todo era triste. Cuando representaron en el colegio el cuento del lobo y los siete cabritillos, como era la más pequeña de su clase, le dieron el papel de la cabritilla más joven, la única a la que no consigue comerse el lobo y que le cuenta a la madre que le ha pasado a sus hermanos. Era el mejor papel de la obra, porque ayudaba a la madre de los cabritillos a salvar a sus hermanos y terminaba siendo la heroína de la historia. Recordar las felicitaciones y los abrazos que le dio su madre al terminar la obra seguían haciéndola feliz.

La espera era muy aburrida. Su madre parecía triste y no decía nada. Lo único que la distrajo fue una mujer que recorría la cola. Eva sonrió al ver que se les acercaba. Iba disfrazada de bruja, con un sombrero negro muy largo y picudo, un vestido negro y unas medias grises que dejaba al descubierto, de rodillas hacia abajo, la falda. Cruzada a la espalda, llevaba una escoba. Sostenía una caja llena de botellas redondas por la parte de abajo y con el cuello largo y estrecho.

—Buenas tardes —le dijo la bruja a su madre con una sonrisa—. ¿Quiere una poción mágica para su hija? La hará feliz a ella y a dos niños más.

La bruja miró a su madre a los ojos, y estuvieron así unos momentos. Al fin, su madre bajó la vista hacia ella.

—¿Quieres una poción mágica, Eva?

Eva asintió y su madre le compró una poción roja. La bruja se puso tan contenta que le dio un beso en la mejilla a las dos. No tardó en quitarle el tapón y empezar a bebérsela. Sabía a fresa y Eva la disfrutó. Tomársela tuvo el efecto mágico de disipar su aburrimiento durante cerca de media hora.

Al fin, la cola avanzó tanto que solo quedaban dos niños delante de ellos. Su madre se sacó del bolso el sobre con el escudo del gobierno impreso y se lo dio a Eva.

—Ten cuidado, que no se te caiga —le dijo su madre con ternura.

Eva lo aferró con todas sus fuerzas. Sabía lo que sufría su madre para llenar aquel sobre, por mucho que tratara de ocultárselo. La última noche que las visitó Laura, dos semanas atrás, Eva se levantó para beber agua y se dio cuenta de que las dos hablaban en voz baja. Su madre estaba tumbada, con la cabeza sobre los muslos de Laura, y su novia le acariciaba el pelo. Se acercó sin que se dieran cuenta y oyó a su madre lamentarse de que le habían vuelto a bajar el sueldo, de que tras el pago del Impuesto del Solsticio se había quedado sin ahorros y no tenía suficiente para la electricidad, que no sabía qué hacer.

Eva miró el sobre y se fijó un rato en lo bonito que era el escudo. Lo apretó contra el pecho, para que no se le cayese, y alzó la vista.

—¿Por qué tenemos que darle este sobre al Técnico de Recaudación, mamá?

—Es una tradición. Como ya no hay Navidad y no se compran regalos, el gobierno creó un impuesto especial para ayudar a los niños. Por eso, eres tú quien entrega el sobre, porque es un momento muy bonito, el más bonito de las fiestas del Solsticio.

—Mami, no es eso. ¿Por qué tenemos que pagar ese impuesto?

—Porque con ese dinero, el gobierno ayuda a los niños pobres.

—¡Pero si nosotras somos muy pobres!

—Hay gente que está aún peor —respondió su madre con una mirada repleta de tristeza.

Eva prefirió no seguir hablando. Tras una espera corta, el policía les hizo pasar y recorrió de la mano de su madre el largo pasillo que les llevaría a la oficina del Técnico de Recaudación. A Eva le encantaba visitar los edificios oficiales. Eran bonitos y lujosos como los palacios antiguos que se veían en las películas. Había cuadros con marcos dorados a ambos lados, lámparas con joyas de cristal colgantes en el techo. Era un sitio precioso, muy diferente del colegio de Eva, alumbrado por luces sin adornos, con las paredes llenas de desconchones y donde hacía frío porque tardaban semanas en reparar las ventanas rotas.

Su madre la soltó y se quedó quieta a la entrada de la oficina del Técnico de Recaudación. Eva entró en un despacho enorme, decorado con el mismo lujo del pasillo. Al fondo, había una mesa de oficina muy grande, con varias bandejas con papeles y un ordenador de último modelo. Sentado en un sillón oscuro estaba el Técnico de Recaudación, vestido con traje negro, corbata azul y camisa blanca. Le pidió que se acercara con una sonrisa, y Eva caminó hasta detenerse junto a una silla. Le preguntó su nombre y le dijo que era muy bonito.

—Puedes regular la altura empujando hacia abajo, Eva —dijo con amabilidad el Técnico.

Eva se sentó y miró al Técnico mientras se incorporaba para darle dos caramelos, uno de naranja y el otro de fresa. Le dijo su madre que aquel técnico sustituía a Papá Noel y al Cartero Real de las Navidades. El primero era un hombre gordo, con un traje rojo de bordes blancos y una barba larga del mismo color. Los niños se sentaban en sus rodillas y le pedían regalos. Al Cartero Real se le daba la carta de los Reyes, donde los niños escribían los regalos que querían recibir. El Técnico de Recaudación fundía ambas tradiciones y lo dotaban de la imagen de funcionario elegante que envolvía a todo lo que tenía que ver con el gobierno. A Eva le habría gustado sentarse en las piernas de Papa Noel. Como era tan pequeña, seguro que no le importaría que se le tumbara en la barriga y reposara la mejilla en la suavidad de su traje rojo.

—¿Tienes el sobre para los niños pobres? —dijo el Técnico.

Le tendió el sobre y abrió el caramelo de naranja mientras el Técnico sacaba el resguardo de pago y tecleaba datos en el ordenador. Se guardó el envoltorio del caramelo con cuidado: era muy desconsiderado ensuciar las oficinas públicas.

—¿Dónde vas a celebrar la Comida del Solsticio? —preguntó el Técnico, sin desviar la vista de la pantalla.

Eva suspiró con tristeza. Iban a pasar el día de fiesta en casa, comiendo la crema de verduras y el pan que les darían en el banco de alimentos. Hasta que no hicieran la cola de aquel día no sabría si, gracias a la festividad, les darían un par de pechugas de pollo o un poco de carne de cerdo. Otros años habían pasado en el día en el comedor social, que a Eva le encantaba porque podía jugar toda la tarde con sus amigos del colegio, que tenían asignado el mismo comedor. Respondió sin alzar la vista, con algo de dificultad debido al caramelo.

—Íbamos a ir al comedor social, pero mi mami dice que no podemos.

El Técnico dejó de teclear y la miró a los ojos.

—Pero… si las tasas públicas de los comedores sociales son simbólicas.

Eva encogió los hombros y el Técnico siguió con su trabajo. Sacó por la impresora un papel y lo selló, como todos los años. El cambio fue que el Técnico dobló el papel, cogió el sobre, escribió algo con un bolígrafo que tomó de la mesa e introdujo los documentos, ocultando las manos tras el tablero todo el tiempo. Eva sonrió, porque ya se imaginaba lo que iba a pasar a continuación. El Técnico dejó el sobre encima de la mesa y la miró, sorprendido.

—Eva, ¿qué tienes en la oreja?

Empezó a reírse mientras el Técnico acercaba la mano, la retiraba y le enseñó un mantecado. Eva abrió mucho los ojos y lo cogió como el tesoro que era.

—¡Me gustan mucho! ¡Gracias!

—No me las des a mí. Es fruto de la magia de estos días tan especiales. —El técnico le tendió el sobre—. Toma, ten cuidado y no pierdas el sobre. Feliz Solsticio de Invierno.

Eva le dio las gracias y le deseo lo mismo. Bajó de la silla y corrió hacia su madre.

—¡Mamá, mamá! —le dijo—. Me ha dado un mantecado.

—Cuando salgamos de aquí, cómetelo.

—No, mamá, es para las dos.

Su madre no le dijo nada, pero le apretó un poco la mano que le tomaba.

Tardaron apenas veinte minutos en llegar a casa. Su madre dejó el bolso en el corredor y extrajo el sobre. Eva supuso que haría lo de todos los años: sacar los papeles que había introducido el Técnico de Recaudación, tirar el sobre y guardar las hojas en el cajón de las facturas y los impuestos. Aquella vez, dejó el envoltorio vacío sobre un mueble, desplegó un papel doblado y, atónita, cogió dos billetes de cincuenta euros con la otra mano. Parecía estar leyendo varias veces aquel trozo de folio.

—¿Qué dice, mamá? ¿Qué dice?

Su madre la miró, asombrada todavía.

—Este año, lleve a su hija a comer a un restaurante. ¡Feliz Navidad!


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Objetivo principal:   12    Usa tu relato para dar visibilidad a algún colectivo minoritario.  

Cuentos y leyendas. Objetivo secundario 1: L    El Lobo y los siete cabritillos.

Criaturas del camino. Objetivo secundario 2: II   Brujas-hechiceros.

Objeto oculto 1:  17   Una poción

Objeto oculto 2: 23   Magia

Cumple con mi objetivo personal: El Técnico de Recaudación mete en el sobre cien euros de su bolsillo para que Eva y su madre tengan una comida de Navidad decente.

Logros: Cumple Tríada (la madre de Eva es bisexual) y Sororidad (en los diálogos de Eva y su madre no se cita a ningún hombre, ni van de eso).