31 enero 2022

[El viaje de Sylwester] Katarzyna I

KATARZYNA I

 (Año 242 de la Confederación)

El día en que los sueños de Katarzyna se rompieron amaneció precioso.  El sol lucía en un cielo azul adornado por escasas nubes blancas. Corría una brisa fresca, pero no hacía frío: la mañana perfecta para ejercitarse y entrenar. Katarzyna se lavó, desayunó a toda prisa, hizo la cama y corrió hacia la explanada cercana a la puerta norte de las murallas de Zwakrjd.

Su casa estaba cerca de las murallas de la ciudad, pero algo alejada de la puerta norte. Corrió por las calles de la ciudad, bajando con rapidez los tramos de escalera que llevaban a la muralla. Se apresuró por la parte que aún consistía en la empalizada de madera reforzada con torres tradicional de los cawkeníes. Tardó poco en llegar a la sección construida en piedra, a la usanza austana. Los guardias de la puerta norte le cerraron el paso, pero la dejaron salir cuando, entre jadeos, les explicó que era una alumna de Bartek.

Tras unos minutos de carrera, llegó a la explanada donde entrenaba con los demás chicos. Sus padres ya le habían explicado que Bartek solo era un soldado raso que llevaba poco tiempo sirviendo en la guardia de Zwakrjd y que se ganaba un poco de dinero extra entrenando a un grupo de chiquillos entusiastas, pero para Katarzyna era un gran guerrero. Aunque fuera su modelo a seguir, ella pretendía convertirse en una luchadora mucho más poderosa. Sería una heroína cuyo nombre conocerían todos los narradores de historias de la tribu.

Cuando llegó, aún faltaban otros dos compañeros, pero los cuatro que ya estaban comenzaron a calentar. Katarzyna era la única chica y, como tenía solo  nueve años, la segunda más joven, pero estaba casi al nivel de Dyzek, que ya tenía doce y era el más fuerte de sus compañeros. Katarzyna tenía bastante fuerza, pero su rasgo más sobresaliente era lo rápido que se movía: era una corredora excelente y resultaba muy difícil alcanzarla con las varas de madera con las que entrenaban.

Katarzyna estaba sentada mientras Bartek les explicaba llaves de combate cuerpo a cuerpo con la ayuda de Dyzek, pero dividía su atención entre las explicaciones y el camino que tenía detrás. La voluntad que tenían aquellos niños para aprender a luchar, y así defender a sus vecinos, conmovía a más de uno. A aquella hora de la mañana, solía pasarse por allí Alicja, la madre de Dyzek, que le tenía un cariño particular a ella. Cuando la vio aparecer y comprobó que la mujer la saludaba, Katarzyna corrió hacia ella.

—¿Cómo ha ido la mañana? ¿Ha sido muy duro mi hijo contigo? —preguntó Alicja, sonriente.

Katarzyna le explicó los ejercicios que habían realizado y que había conseguido derrotar a Dyzek en una lucha sin armas. La mujer se rio y le acarició el cabello.

—Tienes que estar sedienta —le dijo mientras le tendía un odre de agua que llevaba colgado al hombro por una correa y que nunca le había visto.

Bebió con avidez el agua fresca, mientras Alicja le sonreía. Pensó que la mujer debía de estar muy contenta aquella mañana, porque no solía sonreír tan a menudo. Katarzyna le quiso devolver el odre, pero Alicja dijo que aún no, que podía beber un poco más. Se sentó para dejar un fardo en el suelo y Katarzyna  se sentó también.

—Siempre he querido preguntarte algo. ¿Por qué tienes tantas ganas de aprender a luchar?

—Porque quiero ser la mejor guerrera de la tribu. Seré la mejor con el hacha y el arco y mataré a muchos demonios.

—¿Y crees que eso está bien? Los demonios también tienen sentimientos —respondió Alicja.

La mujer había parecido muy seria, pero Katarzyna se rio y su interlocutora esbozó una sonrisa. Los demonios eran el mal: querían acabar con la humanidad y había que detenerlos a toda costa.

Cuando dejó de reírse, Katarzyna sintió que le dolía el estómago. En un instante el dolor fue tan intenso que se llevó las manos al vientre y se encogió. Alicja se interesó por ella y le acarició los cabellos de nuevo. Katarzyna gimió y cayó de costado, sollozando. La mujer se puso en pie y Bartek dejó de explicar técnicas de lucha para mirarla desde lejos. Se quejó un rato, aún encogida, hasta que el grito de una mujer le heló la sangre.

—¡Mamá! ¿Qué está pasando? —gritó Dyzek.

La voz de su amigo la hizo alzar la vista y la impresión anuló el dolor por un instante. Alicja estaba a unos veinte metros de ella. Había dejado caer un canasto lleno de ropa y se cubría la boca mientras gritaba. Sus compañeros gritaban, alguno lloraba, y Bartek se mostraba aterrorizado. Katarzyna se incorporó, pero se sentía demasiado mareada como para levantarse. Aquella mujer también estaba de pie, a su lado, mirándola con maldad.

—Qué lástima. Alicja ha llegado demasiado pronto —dijo el ser que tenía a su lado.

Katarzyna tembló de miedo cuando un resplandor rojo oscuro envolvió a la Alicja que tenía junto a ella y, en apenas un instante, se transformó. El cuerpo del monstruo era el de una mujer de piel rojiza. Tenía el cabello negro y los ojos dorados, sin blanco, y con las pupilas rasgadas, como los de una serpiente. Tenía una cola que le llegaba al suelo y desplegó dos alas enormes.

Oyó que Bartek pedía a los niños que volvieran a la ciudad y avisaran a la guardia. Katarzyna intentó arrastrarse, pero el demonio le envolvió un tobillo con la cola.

—Espera, tesoro —dijo el demonio con una voz ronca, pero femenina—. ¿No quieres saber qué te he regalado?

Katarzyna no pudo responder, ya que Bartek se le adelantó.

—¡Déjala en paz, monstruo! —gritó su maestro.

El demonio se limitó a mirarlo. Dyzek y su madre se habían situado detrás de Bartek, pero Katarzyna comprendió que su maestro no podía ayudarla. Se mostraba aterrorizado y el hacha le temblaba en la mano. La desesperación y los calambres, que se intensificaron aún más, la hicieron encogerse y llorar.

—No vas a morir, tesoro, aunque no mereces otra cosa. El agua que te he dado cambiará tu cuerpo y tu alma. Conservarás tu fuerza y tu velocidad, pero te será casi imposible aprender a sostener un hacha o cualquier arma. Lo harás con torpeza y nunca serás buena. A cambio, serás afín a la magia negra. Tendrás un poder destructivo terrible que no podrás controlar y podrá volverse, incluso, contra tus seres queridos.

Katarzyna lloraba y suplicaba con voz débil. El demonio le enrolló la cola en el cuello, sin apretar y la hizo ponerse en pie. El dolor del estómago se hizo insoportable al verse obligada a estirarse.

—Si supieras cuánto estoy disfrutando, estarías riéndote a carcajadas —dijo el demonio.

Katarzyna cerró los ojos y rodeó  la cola que la sujetaba con las manos.

—Quieto o la mato —advirtió el monstruo.

Bartek se había aproximado y Alicja y su hijo ya no estaban. El demonio extendía la palma de una mano hacia él y su profesor se quedó quieto, jadeando, con el hacha a media altura.

—Sois un veneno —afirmó el demonio, mirando a Bartek—. ¿Por qué no dejas que disfrute un poco más de mi obra? No puedes hacer nada por esta niña. Suelta el arma.

Katarzyna aulló al verse alzada en vilo. Pataleó inútilmente y su profesor, al fin, soltó el hacha. El monstruo correspondió liberándola, aunque ella no pudo hacer más que permanecer en el suelo, encogida.

—¡Ah, tesoro! Te he otorgado un don más y no me refiero a que tu belleza deslumbrará a quien te mire. Te será difícil resistirte a besar a cualquiera que te conmueva o te inspire compasión o a que te besen, pero cuando quieran llegar contigo a algo más, te enfurecerás y tus poderes se dispararán. Qué lástima no poder verlo. ¡Adiós!

El monstruo echó a correr, saltó y se alejó volando. Katarzyna lloró durante el breve intervalo que le llevó a la guardia llegar hasta ellos. Bartek no se separó de ella ni un momento, pero no pudo hacer nada por calmarle el dolor.

El destino tuvo piedad de Katarzyna y la niña se desmayó.

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