28 junio 2022

[El viaje de Sylwester] Mähra II

 MÄRHA II

(Actualidad: año 252 de la Confederación)

 


El reino de Vörla Skrohr, donde Mähra se había refugiado, era un país pequeño y pacífico que no suponía una amenaza para nadie. Estaba cerca de la Confederación entre austanos y cawkeníes, pero no lindaba con ningún territorio humano. Era el sitio perfecto para demonios como Mähra, que eran molestos en reinos sometidos a una mayor vigilancia por parte de los dioses austanos.

Lo mejor de aquel país era que estaba libre de bosques terrícolas. Solo medraban plantas pequeñas que iban perdiendo terreno ante la flora creada por los demonios. No podía decirse lo mismo de la mayoría de los demás reinos de su pueblo.

El lugar de la reunión era Nelukka, la capital de Vörla Skrohr. Desde la casa de Mähra suponía, apenas, una hora de vuelo. La visión de las concentraciones de plantas y las pequeñas ciudades desde lo alto era preciosa, y Mähra volaba bajo de manera deliberada, para contemplar los cultivos y las viviendas, para ver a sus congéneres caminar o volar en libertad, sin miedo a los seres humanos y los monstruos de metal creados por sus dioses. Solo se posó una vez, junto a una laguna, para refrescarse el rostro y mantuvo una charla breve con tres diablillos que jugaban en la orilla.

El palacio del conde Gröndha era una edificación enorme que crecía en torno a ocho troncos.  Los más elegantes correspondían a la vivienda del conde y sus seres queridos, a la vivienda de los trabajadores que atendían al edificio y cuidaban de los jardines y a los barracones de la tropa permanente que, como conde, tenía la obligación de mantener armada y entrenada por si el rey la necesitaba. El resto eran, en teoría, talleres y centros de investigación mágica. En la práctica, aunque funcionaran como tales, servían además como criaderos de homúnculos, vampiros de árboles, espías y otros seres con los que el conde realizaba incursiones y misiones en territorio humano. Eran muchos los que sabían que el conde Gröndha combatía a los humanos, pero lo hacía con tanto cuidado que ni el rey de Vörla Skrohr ni su corte se veían obligados a contenerle.

Mientras Mähra descendía para posarse en la puerta principal de la vivienda del conde, pensó en lo triste que era que un demonio tan capacitado y valiente como él tuviera que limitar su ingenio a incursiones con criaturas artificiales que eran más una molestia que un problema para los humanos. Destruía árboles, sí, pero en zonas tan alejadas del enemigo que estos ni se percataban. Por ello, cuando un demonio corpulento la invitó a pasar al palacio, tras haberle dicho su nombre el motivo de su visita, la animaba la esperanza. Mähra colaboraba a menudo con el conde: ayudaba a insuflarles vida a batallones de homúnculos, cuidaba de huevos y cosas del estilo. Pero en aquella ocasión, la habían llamado para algo muy diferente.

Mähra disfrutó al recorrer los pasillos del palacio del conde. La fuerza de aquella vivienda era inmensa, pero, al mismo tiempo, era amable y lograba que los visitantes se sintieran bien. El palacio conocía el sufrimiento de Mähra y era especialmente delicado con ella. Cuando recorría el pasillo que la llevaría a la sala de audiencias, la casa le pidió que se detuviera y mirase a la derecha. En una jardinera había una slötra. En lo más alto de la planta, vio una flor de cinco pétalos y de un color similar al de su piel: una slötrey. Mähra le dio las gracias a la vivienda y cortó la flor, con cuidado de no dañar la planta. Se introdujo el tallo en el escote, para que la slötrey se le quedara sobre el corazón y pudiera percibir bien su aroma. El palacio del conde Gröndha siempre le regalaba algo: una fruta deliciosa, una flor…

Cuando llegó a la puerta de la sala de audiencias, otro guardia le pidió que la siguiera. El demonio la condujo a una pared lateral y la invitó a pasar a una sala que conocía bien, donde Gröndha y Skanblös la esperaban. Se trataba de una habitación de recreo, donde disfrutar de comida o bebida en un ambiente agradable. La recibió un aroma a bosque tradicional, de los tiempos en que los humanos no habían invadido el planeta. Gröndha era un demonio de su misma altura, cuyo rasgo más relevante era que tenía cuernos. Era esbelto, de alas grandes y con mucha clase. Skanblös era un gigante con unos músculos bien marcados que lucía cuando la temperatura lo facilitaba. Mähra le dedicó una mirada más larga de lo aconsejable.

Gröndha, tras saludarla, la invitó a sentarse en el taburete que había libre junto a la mesa redonda a la que se hallaban sus anfitriones. Skanblös la miraba con intensidad, se fijaba en la flor que llevaba en el escote. Era evidente que la deseaba, y a Mähra le hacía sentir una mezcla de repugnancia, de sentirse halagada y de atracción. Cuando los científicos del pasado cambiaron los cuerpos de su pueblo para que sobrevivieran en la atmósfera venenosa de los invasores, tuvieron que hacerlo a toda prisa y había aspectos importantes que hubieron de cambiar.

Antaño, los demonios eran hermafroditas y fecundarse unos a otros no era una actividad especialmente placentera: era un trámite para poder producir huevos fecundados. Se trataba de un momento íntimo, que solo se hacía con personas de confianza, pero ningún demonio perdía la cabeza por tener aquellos encuentros, como sí les sucedía a los seres humanos. Lograron mantener la reproducción por huevos, pero hubo que crear dos clases de cuerpos: aquellos que podían crear huevos y aquellos que solo podían fecundar a los primeros para que los huevos salieran fértiles. Casi por accidente, los nuevos cuerpos de los demonios se veían arrastrados por las mismas pasiones incomprensibles de los seres humanos. Con menor intensidad, pero sin poder evitarlo.

A Mähra le repugnaba sentir el mismo deseo que los seres humanos, pero Skanblös la atraía con fuerza. Y era un sentimiento mutuo. Lo único que le impedía al enorme demonio acercar una mano para tocarla y a ella dejarle hacer sin más que soltar algún suspiro era la presencia del conde Gröndha. Cuando este habló, pudo liberarse de la mirada de Skanblös y su pulso se ralentizó.

—Necesito que te infiltres en Luzjda, en el norte de la Confederación. Tienes que encontrar a un humano y sonsacarle toda la información que puedas sobre el artefacto que ha encontrado. Skanblös te lo contará mejor.

Gröndha le sonrió con complicidad y Mähra, un tanto molesta, sintió rubor en las mejillas, pero pronto dedicó toda su atención a Skanblös. Llevaba años buscando un artefacto humano, de la época en que su civilización tenía un nivel tecnológico tan avanzado que los demonios no tenían otra opción que esconderse. El orgullo con el que hablaba lo hizo parecer más atractivo a ojos de Mähra.

—Como ya había descartado las fortalezas, exploré los bosques que hay entre Luzjda y la frontera. Y cerca de una aldea cawkení abandonada, algo muy poderoso respondió a mi llamada. Me llevó demasiado tiempo averiguar que estaba enterrado en el cementerio y se presentó una pandilla de humanos.

—¿Y no los aplastaste? —le interrumpió Mähra, que se había dejado llevar.

—Los habría despedazado, pero invocaron el tratado y no iba a poner en peligro a Vörla Skrohr ni al señor conde.

—Eso te honra, Skanblös —dijo el conde. Luego, miró a Mähra—. Es vital que seas igual de prudente. Si llamamos la atención de los dioses austanos, perderemos el artefacto para siempre. Además, hay formas de luchar que no son propias de nuestro pueblo y no consentiré que nos pongamos al nivel de los humanos. Si te dejas llevar por tu odio mientras trabajas para mí, te recomiendo que no vuelvas a Vörla Skrohr.

Mähra bajó la vista y asintió. No era la primera vez que la advertía de no aprovechar sus infiltraciones para matar a humanos indefensos, pero le impresionó la amenaza de desterrarla, la convenció de que aquel artefacto debía de ser vital para la resistencia que lideraba el conde. Por eso, y porque Skanblös estaba delante, se contuvo, no respondió afirmando que los seres humanos eran monstruos y a los monstruos se los extermina aunque sean aún niños.

Agradeció la discreción del conde. Skanblös no sabía que Mähra había tenido que huir de los dioses austanos porque maldijo a una muchacha y, cuando tuvo el suficiente control sobre ella, la lanzó contra un grupo de niños que disfrutaban de una fiesta. Mató a muchos antes de que acabaran con ella, destrozó a muchas familias, pero los dioses austanos se enfurecieron tanto que las autoridades de su reino natal pusieron precio a su cabeza.  Gröndha era uno de esos ilusos que creían en el honor, incluso en la guerra contra los humanos. Si Skanblös era como él, le repugnarían aquel tipo de tácticas. Cuando Mähra alzó la vista, el demonio guerrero la miraba con curiosidad. El conde le pidió que continuara.

—El artefacto se me resistía con tanta ferocidad que apenas pude hacer mucho más que sondear sus puntos débiles. No habría sido capaz de llevármelo ni aunque lo hubiera desenterrado. Me amenazó con volver a los muertos en mi contra. Cuando llegaron los humanos, desesperado, lo desafié a que lo hiciera.

Skanblös se interrumpió un instante para esbozar una sonrisa leve. Quizá, una respuesta al interés que había despertado en Mähra, quien lo miraba atónita.

—No era una bravata —prosiguió Skanblös—. Cayó en la trampa y dio vida a uno de los cadáveres que yacían allí. Por muy poderoso que sea, sigue siendo un objeto. No se le ocurrió que, aunque yo no supiera nigromancia, lo que sí podía hacer era amplificar su hechizo. Cuando hui, todos los cadáveres luchaban por brotar del suelo y el artefacto ardía de cólera.  Logré entretener a los humanos el tiempo suficiente para enviar a varios cuervos que los siguieran.

A Mähra la maravilló el ingenio de su compañero. No había incumplido el tratado con los dioses austanos, ya que él no había invocado a los muertos vivientes. Todo sería culpa del artefacto. Sin embargo, lo mejor era que habían localizado la pista de un artefacto capaz de utilizar nigromancia, una tecnología con la que los demonios solo podían soñar. Mähra anheló dominar aquel artefacto y llevar el dolor y el sufrimiento a todos los humanos de la Confederación. Ni dioses ni humanos podrían detener una invasión de cadáveres animados, un ejército que crecería con los muertos de cada batalla.

—Los humanos se dividieron en dos grupos. El que siguió a los humanos que volvían a Luzjda, me reveló que un muchacho portaba el artefacto, como si llevara un canto rodado sin valor. Por lo que oí a través de los cuervos, el muchacho se llama Sylwester y es el único que puede tocar el artefacto. Por favor, Mähra, abréme tu mente.

Mähra lo hizo mientras los ojos de Skanblös refulgían en un tono rojo repleto de fuerza y poder. Le implantó varias imágenes de un joven rubio de ojos azules y piel muy clara: un cawkení corriente, cuyo aspecto no tenía nada de especial.

—Hice volver a los cuervos cuando estaban tan cerca de Luzjda que los habrían descubierto. No puedo decir más.

—Entonces, ¿quiere que mate a ese Sylwester y le quite el artefacto, señor? —preguntó Mähra, tras mirar un instante a Gröndha.

—No —respondió el conde—. Te infiltrarás en Luzjda y le obligarás a que te cuente qué ha hecho con él. Los humanos no son tan idiotas como te crees; aunque no entiendan su tecnología, seguro que han reconocido su importancia y son sus magos quienes lo custodian ahora. Lo que tienes que averiguar es dónde lo tienen y qué posibilidades tendrías de robarlo.

—Si es así, no voy a poder robarlo yo sola.

—Tendrás que poder. Confío en ti. Eres la única en todo el reino capaz de pasearte por una ciudad humana sin que nadie se dé cuenta de que eres un demonio. Se cuidadosa y traza un buen plan. Estarás sola, pero puedo proporcionarte objetos mágicos, constructos o espectros. Nunca he necesitado tanto de ti como hoy.

En teoría, Mähra podría haberse negado, pero la última frase de Gröndha, en realidad, era una orden, una que de no cumplirse la pondría en problemas. Sin embargo, no quería negarse, a pesar del peligro. No era cierto que sus disfraces fueran infalibles: cualquier brujo humano podría reconocerla. La brujería era una habilidad inusual, y los humanos marginaban a quienes la poseían, pero era un riesgo real cruzarse con un brujo que ocultara su naturaleza. A pesar de ello, la decisión era clara.

—Entiendo que debo actuar cuanto antes —dijo Mähra—. Si hemos terminado, le ruego que me dé permiso para partir, señor. Debo prepararme para infiltrarme con garantías.

—Por supuesto. Parte ya.

Mähra se puso en pie, lo que animó a Skanblös a mirarla con la misma intensidad de antes. Sin que ninguno de los dos se diera cuenta, inspiró hondo, arrobada por la forma en que la contemplaba. A Gröndha le brillaron los ojos y el techo de la sala se abrió para dejar a la vista un trozo de cielo azul. Mähra voló para salir y regresó a su casa aún más rápido que en el camino de ida.

Aquella podía ser su oportunidad de convertirse en una pesadilla para los humanos. Si dominara un artefacto de alta tecnología llevaría la destrucción a todas sus ciudades. Aunque sentía un leve remordimiento por traicionar a Gröndha y, sobre todo, a Skanblös, sabía que era necesario. El honor y la prudencia de ambos demonios les haría desaprovechar las posibilidades de un artefacto capaz de levantar a legiones de cadáveres que masacrarían a los humanos.

A partir de aquel momento, su vida solo tenía un propósito: robar el artefacto.

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