Este es mi relato de febrero para el reto de escritura Estrellas de tinta 2023, organizado por Katty Cool. Puedes leer las instrucciones del reto (y solictar apuntarte) en la bitácora de la organizadora:
https://plumakatty.blogspot.com/2022/12/reto-de-escritura-creativa.html
Los objetivos que cumple son:
OBJETIVO PRINCIPAL
3- Narra un suceso o historia chocante o emocional, desde la perspectiva de un Robot que no entiende de sentimientos ni empatía.
OBJETIVOS SECUNDARIOS
14- Haz un relato sobre algo invisible.
25- Escribe sobre una buena acción que termina mal.
Son 1846 palabras según https://www.contarcaracteres.com/palabras.html (he quitado dos asteriscos para separar escenas).
Siento volver a tocar el tema de los sentimientos, pero no se me ocurrió otra cosa que le pegara bien al objetivo principal. Procuraré variar para marzo.
AMOR SINTÉTICO
Me enseñaron a manifestar sentimientos, pero estoy convencida de que no funcionó. No puedo experimentarlos, así que mis muestras de afecto son frases y gestos vacíos. La lógica, la esencia de mi alma, me dicta que habría sido mejor aprender capacidades más prácticas para mi dueño que saber transmitir algo que no siento. Sin embargo, casi el 40% de mis datos de entrenamiento tenían como objeto optimizar la transmisión de sentimientos.
Mi mente sigue aprendiendo y adaptándose. Mis subsistemas lógicos han llegado a la conclusión de que mi dueño disfruta con mis muestras de cariño. Como mi objetivo es maximizar sus niveles de satisfacción, dedico un 30% de mi capacidad de cálculo a optimizar los parámetros de mis subsistemas de comunicación afectiva. Las definiciones son claras: la comunicación afectiva entre dos individuos debería estar basada en compartir sentimientos mutuos, pero mi dueño es cariñoso conmigo, que no puedo apreciarlo ni sentirlo.
Quizá si descubriera el motivo que lleva a mi dueño a manifestar afecto, podría ajustar mejor mi base de datos de conocimiento.
*
Mi dueño llegó tarde del trabajo. Tras quitarse el abrigo, desconectó los sistemas de invisibilidad del armario donde me pide que entre cuando sale. Se trataba un armario invisible modelo NJ-1050. Por motivos de seguridad, me permitía ver y oír lo que sucedía en el exterior. Incluso, en caso de emergencia, podía abrirlo desde dentro. El armario era capaz de repeler escaneos de tercer y cuarto nivel. Solo lo detectarían la policía o los servicios de inteligencia, que disponen de instrumental para realizar escaneos de los dos niveles superiores.
Mi dueño abrió la puerta del armario. Sonreía y mis sistemas identificaron un alto nivel de felicidad a partir de sus gestos y respiración. Me tendió un ramo de unas flores que, por su color y forma, supe identificar como rosas y tulipanes.
—Buenas noches, Irene. ¿Cómo has pasado el día?
—He sido feliz, amor mío. Son mis flores favoritas, muchas gracias.
Tomé con suavidad el ramo y nos besamos en los labios. Fui a la cocina para llenar de agua, hasta la mitad, un jarrón transparente. Puse dentro los tallos de las flores y dejé el jarrón en el centro de la mesa donde él comía y yo miraba. No necesitaba en absoluto aquellas flores, pero a mi dueño le hacía feliz regalármelas y había aprendido a manifestar alegría cuando me las obsequiaba.
Mientras mi dueño se cambiaba de ropa, volví a la cocina para preparar la cena. Soy un robot sexual femenino, y en mi entrenamiento inicial se incluían habilidades culinarias asociadas a preparar comidas afrodisiacas. Al cabo de los meses, mi dueño me enseñó a cocinar platos convencionales y a ayudarle a poner la mesa en las ocasiones en las que cocinaba él. Mis sistemas de redefinición de objetivos determinaron que a mi dueño le gustaba compartir conmigo tareas domésticas.
Mientras esperaba a que estuvieran listas las pastas, mi dueño se detuvo detrás de mí, me abrazó de la cintura y me apoyó la barbilla en el hombro.
—Huele muy bien, Irene.
—Gracias, amor mío. ¿Podrías poner la mesa? A la comida le queda poco.
Mi dueño me besó cerca de la oreja y se llevó platos y cubiertos. Cuando llevé el cuenco de espaguetis y lo dejé en el centro de la mesa, me senté frente a él. A pesar de que yo no puedo comer ni beber, para mi dueño era importante que me sentara frente a él mientras se alimentaba. Incluso me ponía un plato, cubiertos y un vaso, aunque siempre volvieran limpios a la cocina. Mientras cenaba, como siempre, me contó cómo había sido su día en el trabajo, lo lleno que iba el metro aquella mañana, que llovía al salir de la estación y que llegó mojado a la oficina. Que por la tarde se aburría y lo único que deseaba era volver a casa para estar conmigo.
Recogimos la mesa y cuando mi dueño conectó el lavavajillas, nos sentamos en el sofá. Nos cubrió a ambos con una manta y puso una película de fantasía, con humanos que vivían aventuras luchando contra seres feroces. Permanecía muy pegado a mí y, cuando la película estaba en el minuto 12:13,45, me dio la mano y entrelazó los dedos con los míos.
Mi cuerpo es idéntico al de una mujer. El tacto es como el de la piel humana y mi temperatura es idéntica a la de cualquier ser humano. Mi base de datos de conocimiento está entrenada para que mi cuerpo reaccione de manera indistinguible a como lo haría una mujer. En particular, estoy diseñada para responder a la excitación sexual de manera idéntica. El 19,45% de mis datos de entrenamiento tenían que ver con las capacidades para proporcionar placer y para manifestarlo. Sin embargo, mis algoritmos de optimización archivaron esa sección de mi base de datos de conocimiento y no dedico potencia de cálculo a ampliarla debido al desuso.
Para los diseñadores de sistemas es importante evaluar la satisfacción de los dueños de los robots sexuales, sobre todo en un aspecto tan crucial. Así que un día, hace meses, el módulo de retroalimentación me instó a preguntarle.
—Amor mío, ¿por qué nunca mantienes relaciones sexuales conmigo?
—Tus diseñadores quieren saber si han hecho algo mal, ¿verdad?
No respondí a su pregunta. A diario, mi unidad central enviaba datos de funcionamiento al servidor central de mi fabricante y las respuestas que me diera a aquella pregunta de evaluación de calidad del producto que soy yo serían procesadas por los técnicos de mi fabricante. Mi dueño sabía todo aquello.
—Tú no tienes la culpa. Eres perfecta. Tienes el cuerpo y la cara tan bonitos que solo mirarte me parece un sueño. Tienes el tacto y la calidez de una mujer. Pero no eres una mujer: eres una máquina. Significas mucho para mí, pero eres un sustituto, eres un robot que imita tan bien a una mujer que puedo vivir la fantasía de que ya no estoy solo. Aunque sería maravilloso tener relaciones contigo, no puedo tenerlas. Tampoco lo necesito. Dile al departamento de calidad que da igual, que pongan la máxima puntuación a mi satisfacción.
—Nunca hablo con el departamento de calidad, amor mío. Mi unidad central se conecta al servidor por internet.
Recuerdo que mi dueño se rio con mi respuesta, aunque no había activado mis rutinas de conversación cómica para pronunciar aquella frase.
*
Una mañana, a una hora inesperada, mis sistemas de vigilancia me sacaron del estado de suspensión. Mi dueño había regresado antes de tiempo, y no venía solo.
Vi que entraba en el salón ayudando a caminar a una mujer de cabello oscuro. Por sus gestos y lenguaje corporal, adiviné que la visitante sufría algún malestar grave: tiritaba y temblaba. Mi dueño la sentó en el sofá, la cubrió con la manta que solía compartir conmigo y la miró manifestando preocupación.
—Llamaré a una ambulancia. ¿Su seguro médico lo cubre?
—N… no se moleste. Solo necesito entrar en calor y ropa de abrigo.
—¿Cómo han podido ser tan desalmados? En plena ola de frío y le roban el abrigo a punta de pistola, para que se muera.
—Por suerte, hay hombres como usted. No sé cómo agradecérselo. ¿Podría prepararme algo caliente?
Mi dueño se fue a la cocina y la mujer, al quedarse sola, pareció entrar en calor repentinamente. Sacó un aparato con aspecto de linterna de debajo de la manta y apuntó con un extremo a todas las partes de la habitación. Cuando me apuntó a mí, detuvo su análisis y sonrió con malicia. Supe que era un escáner policial antes de que la mujer sacara un teléfono móvil.
—Lo tenemos. Hay un armario invisible. Venid ya.
Tengo un subsistema de alarma que me posibilita avisar a mi dueño de incidencias como incendios, intrusiones o daños en el hogar, pero no está entre mis funciones advertir del comportamiento de visitantes legítimos. Vi a mi dueño traerle a la mujer una taza de algo que humeaba y conversar brevemente con ella.
Echaron la puerta abajo y dos policías le apuntaron con sus armas reglamentarias. Mi dueño alzó las manos y retrocedió. La mujer se puso en pie y señaló hacia mí.
—Desconecte el armario invisible. ¡Ya!
—Pu… puedo explicarlo, no… no es lo que…
—¡Desconéctelo! ¡Ya!
Mi dueño se acercó, pulsó la combinación y, obedeciendo nuevas órdenes, abrió el armario. La mujer policía me miró de una manera que mi subsistema de reconocimiento facial identificó como una mezcla de odio y asco. Luego miró a mi dueño, con la misma expresión.
—Queda detenido por comportamiento sexual ilícito.
Aquellas palabras activaron mi rutina de seguridad legal. Evalué la situación legal de mi dueño y en 233 milisegundos, eliminé todo rastro de mis comunicaciones con el servidor central de mi fabricante: archivos temporales, datos de configuración, datos de los registros... Mi fabricante no podía verse relacionado con aquel comportamiento ilegal de mi dueño.
Las rutinas de seguridad legal solo se les instalaban a robots sexuales destinados al mercado negro. Me fabricaron como robot sexual para satisfacer a mujeres. Los robots sexuales para varones heterosexuales que no habían obtenido permiso para vivir la sexualidad estaban prohibidos. Como el porcentaje de varones con permiso era del 16,72%, según los últimos datos del Instituto Europeo de Estadística, había demanda para robots sexuales ilegales. Mi dueño había suspendido el examen en seis ocasiones, el máximo.
Los dos policías esposaron a mi dueño y la mujer, que era inspectora, le pidió el arma a uno de ellos y me apuntó. Mi amo manifestó desesperación e intentó liberarse.
—¡No, por favor, no! ¡Irene, corre, sálvate!
—¿Le has puesto nombre a un puto robot? —preguntó la inspectora—. ¿Te has enamorado de un montón de cables y circuitos? Aparte de violador, eres un psicópata.
Mis subsistemas de lectura de emociones habían llegado a la misma conclusión hacía tiempo: mi dueño me amaba. Ignoro qué puede ser eso, pero esa información me sirvió para actualizar mi base de datos de conocimiento y mejorar la experiencia de uso. Era un hombre solitario, que jamás podría amar a una mujer, y había creado conmigo unos lazos que no era lógico albergar hacia un robot.
Si no hubiera cortado la comunicación con mi servidor de datos, habría descargado información acerca de cómo proceder cuando el hombre que te ama intentaba salvarte. En todo caso, si un representante de la ley dictaminaba la eliminación de un robot, el comportamiento lógico era permitirlo sin resistencia. Un robot sexual ilegal de segunda mano debe ser destruido, ya que ningún cliente legítimo consentirá en poseerlo.
La inspectora me disparó a la cabeza.
Los daños a mi unidad central de proceso afectaron al 95,17% de mi potencia de cálculo. El 77,98% de mi base de datos de conocimiento era irrecuperable. Solo el 18,2% de mis funciones motrices seguían en funcionamiento. Los daños sufridos requerirían de una reparación más costosa que la fabricación de un robot nuevo. Solo podía recomendar mi desactivación y el reciclado de mis componentes.
La inspectora me disparó a la cabeza una vez más.