16 marzo 2011

Mundo de cenizas. Capítulo XII

Unos instantes después de que Christine hubiese llamado, la puerta de la casa se abrió y vio la figura de don Gabriel, un par de dedos más bajo que ella. La miró un momento, con expresión indefinida, pero no dijo nada porque ella se le adelantó:

—Perdóneme, don Gabriel, pero no puedo dormir, y como he visto luz en su casa, me preguntaba si podría hablar un momento con vuestra merced.

La respuesta sonó en un tono muy apagado:

—Yo tampoco, Christine… Pasa, por favor, siempre serás bienvenida en mi casa.

Christine se quedó un tanto extrañada por el tratamiento tan cercano de don Gabriel, que le hablaba como si se tratase de Adriana, cosa que no había hecho antes. El salón estaba iluminado por dos candelabros muy grandes, puestos sobre la mesa de buen tamaño donde solían cenar padre e hija. La mesa estaba llena de armas. Podía ver dos espadas roperas, varias dagas y una ballesta. Don Gabriel, se sentó y dijo:

—Christine, siéntate donde desees.

Detrás de aquellas palabras corteses se adivinaba una tristeza infinita. Christine obedeció, y se sentó en la esquina más alejada de don Gabriel quien, sin hacer demasiado caso de su invitada, se dedicó a afilar una de las roperas.

Entonces, a Christine se le encogió el corazón, suspiró varias veces y se le arrasaron nuevamente los ojos. Apretó la boca y volvió la vista, para contener las lágrimas. Y oyó decir a su anfitrión:

—No te avergüences por llorar.

Recobró la compostura y dijo:

—No, don Gabriel… lo que me sucede es que no sé llorar.

—Yo tampoco, Christine.

A Christine le daba miedo lo que iba a decir, pero le ardía tanto por dentro que sentía que debía confesárselo a alguien. Sin que pudiera evitar que su tono se embargase de emoción, dijo:

—Don Gabriel, hay algo que me está matando, y no sé a quién confesárselo. Le suplico que me perdone, pero… yo tengo la culpa de todo—. Don Gabriel se limitó a mirarla, y ella continuó—. Adriana me pidió que me fuera, pero no le hice caso, me quedé allí, crucé mi acero con Carlos… Eso lo provocó todo, la hizo reaccionar y atacar a Carlos. Si me hubiera ido en vez de empeñarme en enfrentarme a los milicianos, ahora estaría vuestra merced con ella. Lo siento tanto… perdóneme, pero…

Don Gabriel la acalló con un gesto y repuso:

—No es cierto, Christine, no tienes ninguna culpa. De lo único que te podría acusar es de no haber querido dejarla en manos de aquella gentuza. Nunca he querido reconocerlo, pero esto que ha pasado hoy era inevitable. Es absurdo que te culpes. Si te hubieras ido, quizá habría manifestado su maldición mientras la torturaban y, entonces, te sentirías culpable por haberte ido, y estarías diciéndome que tuviste la culpa porque no te enfrentaste a los milicianos. No te atormentes más.

Y dejando la ropera en la mesa, continuó:

—Fuiste como una hermana para mi hija. Te conozco como si vivieras con nosotros, porque Adriana, cuando cenábamos, no paraba de hablar de ti. Me contaba de qué habíais hablado, qué estabas haciendo, a quienes habías atendido… Te adoraba. Si no hubieras sido tan buena amiga, se le habría agriado el carácter de tal forma que esto que ha pasado hoy habría sucedido mucho antes. Si tuviera que pagarte por todo lo que has hecho por Adriana, todos mis bienes no alcanzarían ni para la vigésima parte de la deuda.

Christine, que se esperaba haber enfurecido a don Gabriel con su confesión, se quedó sin palabras. Poseía tierras, y una buena posición, de manera que el halago era exagerado. Pero no le hizo falta hablar, ya que su interlocutor aún no había terminado.

—No te atormentes, porque el culpable de todo esto soy yo. Creí que a Adriana no le iba a pasar, creí que podría controlarlo… pero fui un iluso. Sólo he conseguido que la arranquen de mi lado.

—Se lo ruego… no diga eso vuestra merced… Ha sido un padre muy bueno y…

Don Gabriel interrumpió el discurso entrecortado de Christine hablando con firmeza:

—No, querida Christine. Me has confesado algo que te estaba matando. Yo también necesito confesarte algo. No se lo he contado a nadie, ni siquiera a Adriana. Circulaban rumores por Imessuzu, rumores sobre mi mujer y sobre mi hija, que siempre negué, a sabiendas de lo bien encaminados que iban.

Tomó aire y, tras una pausa breve, dijo:

—Carmen, la madre de Adriana, mi esposa… mi querida esposa, era una mujer bellísima, muy dulce, muy buena. Todo Imessuzu la pretendía, aunque sólo nos hacía algún caso a don Guzmán, a quien el cielo maldiga, y a mí. Me escogió a mí… fuimos muy felices un tiempo. Tuvo a Adriana, que nació sana y fuerte. Pero empecé a darme cuenta de que la gente le daba de lado. En aquel entonces vivíamos en mi casa de campo, y observé que las cosechas empeoraron, que los animales estaban nerviosos… A Carmen le gustaban mucho las flores. Escogió un trozo de tierra y plantó rosales. Ya sabes que no suelen ser plantas difíciles. Pues a Carmen, que los cuidaba con mucho cariño, se le secaban todos en cuestión de semanas, ¡todos! Hablando con los agricultores vecinos, supe que los problemas con las cosechas sólo sucedían en mis tierras, así que, por muy extraño que pareciera, creí que todo se debía a mi mujer. La convencí de que nos fuéramos a la ciudad, ya que dentro de las murallas Adriana y ella estarían más seguras. ¿Adivinas qué sucedió, Christine?

Christine, perpleja, negó con la cabeza, y don Gabriel dijo:

—Los animales volvieron a tranquilizarse, las cosechas mejoraron y los rosales que yo planté en el mismo sitio donde los cultivaba Carmen crecieron sin problemas. Sí, Christine, era ella quien los secaba. Pero al vivir en Imessuzu, tenía roces constantemente con los vecinos y empezaron a suceder cosas. Cuando alguien discutía con Carmen y conseguía enfurecerla, acababa con jaqueca, o se ponía a vomitar, o enfermaba… Así que un día le dije que le pasaba algo, le conté que influía negativamente en las cosechas y cómo lo había descubierto. Aun me acuerdo de los ojos espantados con que me miraba, de las veces que me repitió que no podía ser, que tenía que estar equivocado. La convencí y viajamos hasta Nêmehe, en busca de alguien que pudiera ayudarnos. Y una adivina nos contó lo que sucedía. Fue el momento más amargo de mi vida.

Don Gabriel necesitó tragar saliva e interrumpirse, antes de repetir:

—Lo que te voy a contar no lo sabe nadie, ni mi hija. Verás… Carmen, mi amada Carmen, era una bruja.

—¿Una hechicera? Bueno, eso no es malo.

Lo que dijo a continuación su anfitrión, la dejó perpleja, ya que creía que él no sabía nada sobre hechicería:

—No Christine, por lo que sé hechiceras sois tu madre y tú. Carmen era una bruja, una persona que es extraordinariamente receptiva a la magia maligna, a la magia destructiva. Pero no podía lanzar hechizos porque ni siquiera era consciente de que podía usar magia demoníaca con tanta facilidad como yo uso mi espada. Tanto es así que las brujas de escaso poder mueren sin saber que, en realidad, eran brujas. Sin darse cuenta, desprenden un aura de muerte que, si actúa el tiempo suficiente, vuelve estériles los campos, inquieta a los animales, e irrita a las personas. Si se dejan llevar por el odio o la envidia, la gente blanco de su ira padece males que ella les provoca sin ser consciente. Sólo es posible darse cuenta de que una mujer es una bruja, sin acudir a un adivino, si es lo bastante poderosa como para que sus maldiciones tengan efectos visibles o casi inmediatos.

Bajó la vista y en un tono aún más amargo, dijo:

—Y lo peor de esa maldición es que la brujería, normalmente, es hereditaria.

Christine recordó lo que le había dicho una vez Adriana, que era la hija de la endemoniada y quizá estuviera también endemoniada. Y le vinieron a la memoria sus protestas continuas de que no sabía lo que había pasado con Carlos. Lamentó profundamente haber dudado de ella, pero le resultaban tan extraños los conceptos que estaba oyéndole a don Gabriel… Creía saber mucho de magia, pero en aquellos instantes no estaba tan segura. Casi convencida de la verdad, pero dudando, como siempre, de su propia perspicacia, preguntó:

—Entonces, ¿vuestra merced quiere decir que Adriana es una bruja?

Don Gabriel, que había vuelto a la tarea de afilar la ropera, tomó aire y repuso:

—Sí, Christine. Rezaba a diario pidiéndole al Cielo que Adriana no manifestara ningún síntoma de brujería. Cuando empezó a mostrar evidencias de sus poderes, me negué a aceptarlas, les busqué otras explicaciones. Llegué a enfurecerme, a gritarle y amenazarla como si me hubiera vuelto loco, como si no supiera tan bien que no puede hacer nada para evitarlo. Tendría que habérmela llevado muy lejos de Imessuzu, y de don Guzmán, pero creí que a ella no le iba a pasar lo que a Carmen, y que si le pasaba, podría mantenerlo en secreto. La culpa de que vayan a quemarla sólo la tengo yo. Fui incapaz de ayudar a Carmen, y tampoco he podido servirle de algo a mi hija.

Christine, que había ido a casa de su amiga buscando consuelo, se encontró intentando hacer lo propio con don Gabriel. No soportaba verle así. Conocía a tantos viudos que se habían desentendido de sus hijos, que era injusto que se sintiera tan culpable. Adriana no había tenido para él más que palabras de cariño. Así que dijo, con la mayor delicadeza que pudo:

—Vuestra merced no la repudió por ser bruja. Estuvo a su lado hasta el final, y ha criado a su hija lo mejor que pudo. No hay nada de lo que deba avergonzarse.

Le resultó curioso darse cuenta de que la situación se había dado la vuelta, que la que había entrado atormentada por los remordimientos había sido ella y ahora era Christine quien intentaba persuadir a don Gabriel de lo contrario. Pero no lo consiguió, porque éste dijo:

—Busqué durante mucho tiempo una cura. Pero eso no existe, porque la brujería es algo que nace con uno y no le abandona nunca una vez se manifiesta. Carmen no quería ser una bruja por nada del mundo y cada vez que fracasábamos, se iba apenando más y más. Luego, tuvo aquel incidente con el desgraciado de don Guzmán, un par de meses después su segundo aborto y, a partir de ahí, perdió las ganas de vivir—. Perdió la vista en la mesa y, a la luz de las velas, le brillaron los ojos—. Empezó a descuidarse, a desatender a Adriana… Hice todo lo que pude. Pasaba todo el tiempo que me era posible con ella, trataba de consolarla… pero no sabía qué hacer, qué decir. Lloraba a diario, me repetía que estaba endemoniada, que lo mejor que podía hacer era morirse. Le di todo el amor que pude, pero no fue suficiente. Al final, sucedió algo contra lo que la adivina me había prevenido. Dejó de quererse a sí misma y sus poderes se volvieron contra ella. La vi marchitarse día a día; acabó sin poder levantarse de la cama, enferma y consumida, hasta que nos dejó.

Christine recordó con amargura que cuando le gritó a Adriana aquella misma tarde, su respuesta había sido preguntarse si era un monstruo. Aquella situación era absurda, su amiga no merecía aquello, así que dijo:

—Don Gabriel, ¿no podemos hacer nada? ¿No podemos apelar a la Audiencia de Cipemnêfile? ¿No podemos pedir el favor del Rey? Todo esto es absurdo, Adriana no ha hecho nada que justifique una sentencia tan espantosa.

Christine no llegó a comprender el significado de la mirada, larga y profunda, que don Gabriel le dedicó. Éste repuso abandonando el tono triste de sus frases anteriores.

—Querida Christine, ya no hay tiempo para eso. Don Guzmán es un canalla, pero ha sabido esperar el momento oportuno para vengarse. Porque no te he contado que don Guzmán siempre supo que Carmen era una bruja, lo que le pasó fue que no pudo demostrarlo nunca. Te he contado que la pretendía. Nunca fuimos amigos, pero un día quiso forzar a mi mujer, a despecho de que llevábamos casados varios años. Y Carmen reaccionó de una forma parecida a como hizo Adriana. Don Guzmán salió huyendo, sin dejar de vomitar y tardó cuatro días en recuperarse. Hicimos un pacto. Yo no le desafiaría en duelo ni le denunciaría por la afrenta que nos había hecho a mí y a Carmen, y, a cambio, él no la denunciaría por bruja. Y en aquel momento, sellamos nuestra enemistad. Desde entonces, siempre nos vigiló, buscando el más mínimo error, la más mínima manifestación de brujería con objeto de ejecutar a Carmen. Y cuando ella murió, se obsesionó con ejecutar a Adriana—. Con odio, concluyó—. Y por fin lo ha conseguido. Cree que por ser la máxima autoridad de Imessuzu tiene derecho a todo, pero se equivoca.

Se afanó con rabia en afilar la ropera que tenía entre manos y, sorpresivamente, dijo:

—Has dicho que quieres hacer algo por mi hija, ¿qué estarías dispuesta a hacer?

4 comentarios:

Juan dijo...

He tenido que cortar la escena a la mitad, porque es larga y no hay un punto natural donde cortarla.

Efectivamente, Adriana es una bruja, pero en el sentido más estricto del término. Normalmente, brujería y hechicería se confunden, pero no son lo mismo. Siendo fieles al significado del término en la Baja Edad Media y principios de la moderna, la brujería es una cualidad innata que permite usar magia destructiva, mientras que la hechicería es un conjunto de técnicas de manipulación de lo sobrenatural que puede aprenderse como otro tipo de saberes. No es del todo exacto que las hechiceras sean magas urbanas y las brujas sean hechiceras de ambientes rurales. Otra cosa muy diferente es que una bruja podría aprender hechizos, como supuestamente puede aprender cualquier persona, pero en el momento en que emplea poderes de forma consciente, está usando hechicería, no brujería. Supongo que de ahí nace la confusión.

Christine, aún sabiendo hechicería, tiene la misma confusión entre brujería y hechicería que es usual. Hay que tener en cuenta que en este mundo no hay (o ya no hay) escuelas de magia, no se escriben tratados de hechicería ni se hacen estudios “científicos” sobre la magia y cosas de esas, así que no hay, por así decirlo, conocimientos globales sobre estos fenómenos sino, simplemente, gente que sabe utilizar ciertas técnicas mágicas. Christine sabe de hechicería, pero sabe lo que le ha enseñado su madre: una serie de técnicas que le permiten emplear el poder de su propia mente para curar heridas. También sabe hacer otras cosas, o puede aprenderlas, pero para ella es inconcebible que un hechizo se pueda lanzar sin pretenderlo y sin haberse inflado de aprender la técnica. Es como si a mí me dijeran que hay gente que, sin haber estudiado matemáticas, mira durante un rato una ecuación y me da la solución correcta. Y cuando le pregunto que cómo la ha resuelto me dice que no sabe, que la miró y le vino la cabeza, pero que no sabe cómo lo ha hecho. Aún viéndolo con mis propios ojos, pensaría que me están engañando. Eso le pasó a Christine con Adriana, sabía de magia, pero lo que vio estaba tan alejado de sus enseñanzas, que no se lo podía creer. Curiosamente, es mucho más escéptica que alguien que desconoce cómo va la magia.

Voy a citar algunas frases de la enciclopedia (enciclopedia Salvat) donde viene descrita la brujería, que es la fuente en que me he basado para caracterizar a Adriana, haciendo solamente cambios muy leves. Las referencias usadas por el autor son: The Witchcult in Western Europe, M. A. Murray, Oxford 1921; The God of the Witches, M. A. Murray, Oxford 1952; Le concept de sorcelleri dans le Duché de Lorraine au XVIe siècle et au XVIIe siècle, E. Delcambre, Nancy 1952; Las brujas y su mundo, J. Caro Baroja, Madrid 1961 y La Brujería, J Palou, Barcelona 1973.

Comienza el autor hablando de que hechicería y brujería son términos que provienen de la tradición cristiana europea, pero que religión, magia, hechicería y brujería, en muchas sociedades están tan interrelacionadas que sólo son comprensibles en el contexto de una determinada cultura. Según la teoría etnológica moderna: “brujos son las personas que pueden causar daño en virtud de una cualidad inherente a ellas, que poseen por herencia y de la cual pueden ser inconscientes”. Más adelante, dice el artículo: “Mientras que los poderes sobrenaturales de los brujos son innatos e inconscientes, la hechicería es una técnica aprendida y consciente”, y añade que una bruja “pone de manera inconsciente en acción sus poderes sobrenaturales al dejarse llevar por la envidia, el odio o la malicia hacia sus convecinos, pudiendo ser acusada públicamente de bruja y confirmada su naturaleza mediante la adivinación o los oráculos”. Esta distinción convierte a la brujería en un fenómeno típicamente europeo, de entre los siglos XIII o XIV hasta el XVII, y africano. Concretamente, en África es donde más frecuente es la idea de inconsciencia de los brujos hacia su propio poder.

Juan dijo...

Ahora bien, la vinculación de los poderes de las brujas a pactos con el demonio es más bien cosa del siglo XV europeo en adelante. El libro más influyente acerca de las brujas fue el Malleus Maleficarum, escrito por Heinrich Kramer y Jacob Sprenger en 1484 y que recopila buena parte de las tradiciones que acabaron configurando la brujería europea. Esta obra asegura que las mujeres, al ser más débiles y poseer menor intelecto, son más propensas que los hombres a ser tentadas por los demonios, de ahí que la brujería sea cosa, en casi todos los casos, de mujeres. De las prácticas mágicas de las brujas, dice el Malleus Maleficarum que no era cierto que, como se creía popularmente, las brujas pudieran convertirse en animales, preferentemente en gatos negros, pero sí da como demostrado que podían volar, causar tormentas (que tiene relación con las danzas de la lluvia y ese tipo de cosas) y dañar o destruir cosechas. También se decía que eran capaces de hacer enfermar o morir a la gente o al ganado, y de provocar impotencia a los hombres. Asimismo, la acusación de participar en aquelarres y practicar sexo con el Diablo en tales reuniones era frecuente.

Adriana y su madre Carmen cumplen con casi todas estas características que he mencionado, sólo que no deben sus poderes a pactos con los demonios, sino a lo que apunta don Gabriel, a que son receptivas a la magia demoníaca y la utilizan sin ser conscientes de ello. Extraen su poder de la misma fuente que los demonios aunque, al menos, ellas dos no parecen haber pactado con ninguno. El concepto de aquelarre en Mundo de cenizas no tiene sentido, porque como apunté en los primeros capítulos, los demonios no pueden atravesar la línea de Torres, por lo que no pueden ser invocados para participar en un aquelarre.

Dentro de un mismo tipo de poderes malignos, me invento diferencias entre las manifestaciones de los poderes de Carmen y de Adriana. Carmen tendía más a enfermar a los demás: hacía que las cosechas fueran menos abundantes, marchitaba directamente aquellas plantas junto a las que pasaba mucho tiempo, e inquietaba al ganado. Cuando se enfadaba y manifestaba al completo sus poderes, lo que producía eran enfermedades: jaquecas, vómitos, enfermedades digestivas, etc… Por eso, cuando comienza a odiarse a sí misma por ser bruja, empieza abortando, luego se vuelve estéril y cuando cae en una depresión (que es lo que intenta explicar don Gabriel, aunque sin conocer ese término psiquiátrico) se provoca a sí misma una enfermedad tras otra hasta que se muere. Toda depresión cursa con actos y pensamientos autodestructivos; si tienes la capacidad inconsciente de usar magia destructiva, el resultado será fatal.

Adriana, cuando libera sus poderes, causa daños físicos, ya sea en objetos inanimados como en personas (aunque los daños son mucho mayores a personas que a objetos). Si se hace más poderosa, empezará a romper huesos, a dejar incapacitado a alguien… También será capaz de provocar dolor… mucho dolor.

Para caracterizar a Adriana he supuesto que es una chica que ha nacido con un poder destructivo que no puede controlar y del que no ha sido consciente (antes sospechaba que pasaban cosas raras cuando se enfadaba, pero no que tuviera poderes mágicos) hasta lo que pasa con Carlos. Por lo demás, es una chica normal y no es malvada por naturaleza. No creo que una persona deba ser malvada por ser sensible a la magia maligna, configurará su personalidad la manera en que los demás las traten. Hasta la bruja más malvada fue niña alguna vez. Si Adriana no hubiera tenido el apoyo de su padre y de Christine, habría podido reaccionar de dos maneras: o se habría culpabilizado de su condición, como hizo su madre, o habría seguido defendiendo que no tiene la culpa de haber nacido así. Habría desarrollado un carácter huraño y devolvería odio por odio. Creo que ya se intuye qué alternativa escogería Adriana; podría haber llegado a ser una bruja malvada de los cuentos. Quizá no esté libre de que le pase... eso no lo sabemos

Luisa dijo...

Hola, otra vez, Juan.
Creo que ahora comprendemos parte de lo que está ocurriéndole a Adriana. Forma parte de la venganza personal de don Guzmán. Los amores despechados son los peores a la hora del desquite.
El pobre de don Gabriel está destrozado. La culpabilidad le come por dentro al igual que a Christine. Ha estado bien saber un poco más de Carmen, la madre de Adriana. Desde luego las cosas que enumeras que ocurrían en el pueblo como la muerte del ganado, la pérdida de cosechas y demás, se asocian a las manifestaciones de brujería. Está claro que la mujer se oponía con todas sus fuerzas a serlo y eso terminó matándola. Siendo así, no es extraño que Adriana haya heredado esos poderes y no tenga ni idea de dominarlos.
Leyendo tus notas sobre las diferencias entre brujería y hechicería, no es de extrañar entonces que haya tanta bruja suelta... je,je. Ahora en serio, es sumamente interesante todo lo que has explicado. Ayuda mucho a comprender la diferencia.

Seguiré leyendo.
Un saludo.

Juan dijo...

Hola Luisa

Exacto. Don Guzmán está disfrutando con todo esto. Es un individuo odioso y vengativo, que odia a todo lo que le recuerda a Carmen. Por eso no se conforma con un destierro o con la cárcel, sino que la tiene que quemar a toda costa. Será su triunfo final.

Don Gabriel, además de la culpabilidad, ha vivido con miedo de que todo se volviera a repetir. Adriana no manifestaba síntomas de brujería, así que cuando empezó a hacerlo se angustió, fue consciente de que iba a ser algo tan doloroso como lo que sufrió con Carmen. Se negaba a aceptarlo, siempre pensaba que lo de Adriana no iba a ir a más. Creía que si fingía que no pasaba nada, todo iría bien. Se equivocó.

Desde que supe qué diferencia había entre hechicería y brujería, siempre quise caracterizar a una bruja en el sentido en que resulta más complicado, esto es, el meterse en la piel de alguien que tiene un poder maligno que no desea y no puede controlar. Tiene que salir un personaje muy profundo y muy complejo. A ver si lo consigo.

Un saludo y gracias por leerme y por tus comentarios.

Juan.