A lonely voice
Como no he tenido mucho tiempo para escribir, voy a poner algo de música. "A lonely voice" de October Project, disco inencontrable...
Una bitácora empresarial en la que, apenas, el 5% del contenido es de corte empresarial. Contradicciones de la vida moderna.
Como no he tenido mucho tiempo para escribir, voy a poner algo de música. "A lonely voice" de October Project, disco inencontrable...
Publicado por
Juan
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13:33
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Etiquetas: Música
Para celebrar que el relato de esta semana en el cuentacuentos de esta semana empezará con una frase mía, voy a ilustrar mi cuento de esta semana.
Muchas gracias por elegirla.
Todas las fotos que aparecen por aquí las he hecho yo mismo.
Una tras otra, las flores se fueron marchitando. Uno tras otro, los habitantes del pueblo se habían ido marchando a la ciudad, hasta que Juan y su nieta Marta se quedaron solos en una aldea de casas cerradas. A la mujer le resultaba extraño y muy triste pasear por las calles vacías, que en su niñez, habían tenido vida. Como todas las mañanas, llevaba la regadera metálica de su abuelo llena de agua. Como todos los días, recorría el último jardín que había creado Juan, aquel cuyas flores y plantas se habían ido secando una tras otra.
Aquella mañana, Marta comprobó con tristeza que uno de los dos últimos rosales se había muerto, así que se limitó a regar al superviviente, la única planta lozana de una tierra seca, poblada por matojos débiles. Contempló la ladera reseca, a la que le quedaba muy poca vegetación, y recordó su infancia. Le había contado su abuelo, que ya tenía noventa años, que cuando contaba tan solo con treinta, la tierra empezó a ser menos fértil. Y él lo sabía bien, porque había sido jardinero desde que era niño. Bajo los cuidados de Juan y del bisabuelo de Marta, los jardines habían conservado el esplendor durante mucho tiempo, pero el campo se fue marchitando lentamente.
Marta tenía ocho años cuando sucedió algo maravilloso. Hubo un año con un clima algo más suave de lo habitual, y aquella primavera, la ladera que ahora contemplaba se había llenado de flores, de todas las formas y colores imaginables. Hacía muchos años que no sucedía algo parecido, y todo el pueblo se pasaba días enteros mirando o paseando por la ladera. Incluso vino la televisión a informar y a llevarles las imágenes a los habitantes de las ciudades, que ya apenas venían a visitar el pueblo como antaño. El único que se había mostrado triste era su abuelo, que le había dicho:
- Cuando era niño, esto sucedía todas las primaveras.
Pero aquella fue la última vez que Marta vio el campo tan hermoso, tan engalanado. Tenía treinta y cinco años, y aquello no se había repetido. A veces nacían algunas flores sueltas, que se iban marchitando, y en los últimos tiempos, ni siquiera eso.
Sin embargo, ahora tenía un problema más inmediato. Tendría que decirle a su abuelo que sólo quedaba un rosal. Era lo único que quedaba del jardín que había hecho antes de enfermar y no poder levantarse de la cama. La pena se había apoderado de él en estos años y ella, que compartía la misma pasión por la jardinería que su abuelo, lo entendía. Le había ayudado en todos sus intentos por conseguir que volvieran las flores, y todo había sido inútil. Juan no dejaba de quejarse con amargura, recordando los tiempos en que el problema principal era arrancar las malas hierbas que crecían por doquier y amenazaban con ahogar a las plantas cultivadas. Decía que en su juventud, las plantas crecían prácticamente solas.
Un día, mientras cortaba las ramas muertas de los rosales, muy abatido, tras haber tosido un rato, le había dicho:
- Lo he intentado todo. Y da igual lo que haga, que las plantas apenas crecen.
Dejó lo que estaba haciendo, tosió durante otro rato, y le dijo:
- La naturaleza se muere, y parece que a nadie le importa. La gente se va a las ciudades, se encierran bajo sus cúpulas y se creen que pasar el día con luz artificial y comer alimentos sintéticos es vivir.
Marta no dijo nada, pero tenía razón. Aparte de por no dejarle solo y para aprender a cultivar, se había quedado con su abuelo porque le angustiaba la idea de vivir entre cientos de edificios cubiertos por una cúpula metálica que impedía que las ciudades se vieran afectadas por la lluvia o las tormentas. A ella le gustaba mirar las nubes, o contemplar el cielo estrellado por las noches, y no quería vivir encerrada.
Aquel día fue la última vez en que su abuelo tocó la tierra, o cuidó de alguna planta. A la mañana siguiente, ya no tuvo fuerzas para levantarse de la cama, y Marta tuvo la certeza de que había enfermado de pena.
Terminó de regar, dejó de evocar aquellos recuerdos, y volvió con su abuelo, sin saber bien cómo iba a darle la mala noticia.
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Juan
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Etiquetas: Cuentacuentos, Literatura