31 mayo 2018

#OrigiReto2018 El vástago de Juan Carlos Feira y del alcohol de 96 grados

Relato para el Reto de escritura de #OrigiReto2018 - Ejercicio: 15- Escribe una historia con un incendio como protagonista como si fuera un ser vivo.

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Aquí está la pegatina de mayo



Son 1039 palabras y este relato tiene un pelín de humor, como el precedente.



EL VÁSTAGO DE JUAN CARLOS FEIRA Y EL ALCOHOL DE 96 GRADOS


Nací en el suelo de un laboratorio en Alemania. A diferencia de otros incendios, que nacen de manera fortuita, yo tuve un padre humano que me creó para cumplir una misión. Mi cometido era destruir el laboratorio y, sobre todo, aniquilar a centenares de ultrapulpos que estaban a punto de echar abajo, a ritmo de reguetón, el cristal que los encerraba.

Cuando mi padre estuvo a salvo, utilicé el alcohol del suelo para expandirme con rapidez y fortalecerme gracias al mobiliario. Me esforcé mucho y logré que, cuando los primeros ultrapulpos habían conseguido abrir agujeros y se colaban enloquecidos por ellos, fuese lo bastante poderoso como para que toda la pared del laboratorio que estaba frente al cristal, a tres metros de distancia, estuviera en llamas.

Busqué más combustible en los armarios y estanterías del laboratorio y me preparé para la batalla. Cuando el primer ultrapulpo voló hacia el techo, con los ojos inyectados en sangre y moviendo los tentáculos con rabia, lancé una llamarada contra él. El animal cayó girando al suelo, se impregnó de alcohol en llamas y acabó consumido. Me dio pena ser un incendio. Hubiera sido mejor meter a todos aquellos ultrapulpos en una olla y cocerlos. A mi padre le gustaba mucho el pulpo a la gallega, ya que le recordaba a su tierra natal. Se habría dado un gran festín.

Al principio, pensé que todo sería sencillo. Abrasé a cincuenta y tres ultrapulpos a medida que iban saliendo y trataban de escapar. Cuando lograron echar abajo casi todo el cristal que  los separaba del laboratorio, unos pocos me atacaron y acabaron carbonizados, pero la mayoría se mantuvo fuera de mi alcance.

Entonces, empezaron a luchar. Unos me escupían agua, otros me la lanzaban con los tentáculos. Abrasé a cerca de treinta, pero consiguieron hacerme daño. Los seres humanos no pueden imaginar lo que siente un fuego cuando le echan agua. El agua es un líquido horrible y muy frío, que provoca una sensación de asfixia difícil de soportar. Cada ultrapulpo me echaba poca agua, pero eran cientos.

Solo había una solución. Dediqué una fracción de mis fuerzas a seguir atacando a los ultrapulpos y el resto a alcanzar la puerta de salida del laboratorio y a buscar combustible en otros puntos. Aquello me salvó. Avancé por un pasillo donde había poco que quemar y crucé una puerta que había a la derecha. Daba a una sala llena de productos inflamables, que fui consumiendo despacio, para dosificar bien mis fuerzas.

Los ultrapulpos habían conseguido apagarme casi por completo en el laboratorio. Por fortuna, había logrado consumir todo el combustible aprovechable de allí y abrasar a unos cuantos ultrapulpos más a base de acumular fuerzas y lanzar llamaradas grandes por sorpresa. Me había hecho fuerte en el pasillo y, sobre todo, en la sala llena de material inflamable. 

Advertí que los ultrapulpos se iban acumulando en el laboratorio y se organizaban para atravesar el pasillo. Y aquello me dio la idea. Avancé con rapidez hasta el final del pasillo y me expandí por una sala pequeña, donde me alimenté de los muebles. Me apagué todo lo posible en esa salita y en el pasillo y esperé.

Los ultrapulpos cayeron en la trampa y, de manera ordenada a pesar del grado de excitación crónico que el reguetón les había imprimido en sus cerebros, recorrieron el pasillo. Esperé con paciencia a que el pasillo estuviera lleno de ultrapulpos y a que los primeros llegaran a la salita. Solo cuando algunos estuvieron a punto de salir, lancé mi ataque. Gasté casi todo el combustible, pero, de improviso, la salita y el pasillo se convirtieron en una antorcha gigantesca. Cientos de ultrapulpos enloquecidos murieron pasto de mis llamas.

Por desgracia, aún quedaban vivos unos noventa, los más rezagados. Y aquel esfuerzo me había agotado. Me dediqué a quemar los restos de los muebles de la salita y a devorar las últimas botellas de material inflamable, para recobrar las fuerzas necesarias para el combate final con los ultrapulpos supervivientes.

Y, entonces, los seres humanos lo estropearon todo. Diez de ellos, armados con extintores, entraron en la salita y apagaron todas mis llamas en aquella habitación. Luego, avanzaron por el pasillo, apagando las pocas llamas que aún me quedaban allí. Me debilitaron mucho. Lo más triste es que no sabían que estaba de su parte, que mi lucha contra los ultrapulpos era también la suya. Por desgracia, los incendios no sabemos hablar.

Los ultrapulpos eran tan inteligentes como malvados. Esperaron a que los humanos estuvieran todos dentro del pasillo. Entonces, atacaron. Con mis últimas fuerzas, abrasé a diez con una llamarada que lancé a través de los huecos de la puerta de la sala con el combustible, pero fue inútil. Los humanos pelearon con fiereza, pero eran demasiado pocos. Los monstruos se enroscaban en los cuellos de los humanos y les tapaban la nariz y la boca.

Me había debilitado tanto que solo me quedaban llamas dentro de la habitación donde quedaban un par de botellas de material inflamable. Devoré una de ellas y lancé una última llamarada, que solo abrasó a un ultrapulpo. Agotado, consumí despacio la última botella de material inflamable, con la esperanza de durar unas horas más.

Sin embargo, mis enemigos no iban a dejarlo así. Abrieron la puerta despacio y no tuve fuerzas para reaccionar cuando vi que varios de ellos sujetaban un barreño. Me echaron encima una buena cantidad de agua y quedé reducido a una llamita diminuta que ardía escondida tras la última botella de material inflamable. Observé impotente como los últimos setenta ultrapulpos atravesaban volando el pasillo, rumbo a su libertad.

Lo siento tanto, papá. Hice lo que pude, luché con todas mis fuerzas, pero los ultrapulpos eran muchos y muy inteligentes. Son animales muy peligrosos y sufro al pensar en los crímenes que van a cometer por todo el mundo cuando se multipliquen y colonicen todos los mares. Confío en que los humanos reaccionen a tiempo y aniquilen a estos monstruos. Espero, papá, que hayas podido escapar y que puedas volver a tu tierra sano y salvo.

Ya no era más que una llamita agonizante. Una gota de agua se deslizó por la botella de material inflamable, ya vacía, y me apagó.

#OrigiReto2018 El Ultrapulpo

Relato para el Reto de escritura de #OrigiReto2018 - Ejercicio: 16- Crea un ser nuevo y descríbelo. Puede ser mágico o no, bueno o malo, lo que se te ocurra! Ponle nombre.

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Son 1038 palabras y desarrolla una idea del chat.

EL ULTRAPULPO


Habían sido nueve meses muy duros, pero, al fin, los frutos de mi trabajo ya eran una realidad. Y además, le iba a ganar la carrera el resto de los investigadores del Centro de Guerra Biológica contra la Contaminación, el CGBC, creado hace cinco años cerca de Stralsund, Alemania. La especie que mis colaboradores y yo habíamos creado, el ultrapulpo, estaba en el mismo punto que las demás: el cuerpo creado por completo, pero el sistema de desarrollo cerebral solo en sus comienzos. 

Íbamos a completar el proyecto mucho antes: teníamos un as en la manga. Lo habíamos mantenido en secreto. La ciencia no debería funcionar así, pero casi todos los de mi grupo de investigación éramos españoles. Si no presentábamos el proyecto ganador, lo más probable es que nos quedáramos sin trabajo, y volver a España implicaba renunciar a la ciencia.

Nuestro truco era sencillo: las conexiones neuronales de los ultrapulpos se configuraban a través de la música. Las experiencias piloto habían funcionado a la perfección y conseguimos ultrapulpos inteligentes y dóciles haciéndoles oír valses lentos y fragmentos de óperas relajados. 

Aquel día, íbamos a realizar la exposición a la música a la primera generación de ultrapulpos, formada por quinientos tres individuos. Encendí el ordenador, configuré la webcam, el software de generación de vídeos con presentaciones y el micrófono.

—Soy el doctor Juan Carlos Feira —dije en un alemán mal pronunciado—. Me acompañan los doctores Luisa Cachopo y Pedro Martínez. La presente grabación documenta los resultados de la prueba final de maduración de la primera generación de ultrapulpos.

Pasé a la página siguiente de la presentación y fui explicando los objetivos que nos habían movido a crear aquella especie. Los ultrapulpos eran animales diseñados para tener bastante inteligencia en comparación con otros animales acuáticos y para ser dóciles y obedientes. 

—Los ultrapulpos, como su nombre indica —proseguí—, están basados en la especie Octopus Vulgaris, modificada para darle mayor eficiencia en las tareas que deberá llevar a cabo. En primer lugar, se ha multiplicado por diez el número de neuronas y se ha dotado a la piel de mejor resistencia a agentes químicos y golpes y cortes. También se les ha mejorado la visión, que tiene mayor alcance que la humana y sigue siendo buena bajo el agua.

Pasé a la siguiente página e hice una pausa breve, teatral.

—La modificación más relevante del ultrapulpo es su capacidad de volar. Sus cabezas están dotadas de alas y su envergadura oscila entre el metro y veinte centímetros y el metro y medio. Las alas pueden replegarse sobre la parte posterior de la cabeza, de forma que el animal puede nadar bajo el agua con la misma facilidad que los pulpos comunes.

Estuve un cuarto de hora pasando páginas y explicando multitud de detalles fisiológicos y genéticos de los ultrapulpos. Hablé de que habíamos utilizado genes de pulpo común como base, genes sueltos de murciélago para las alas, de cocodrilo para mejorarle la piel y genes de bacterias para conseguir que pudieran digerir ciertos tipos de plástico.

—Como conclusiones finales, los ultrapulpos serán de gran utilidad para afrontar tareas de limpieza en lugares poco accesibles para los sistemas convencionales. La vista aguda de los ultrapulpos, su capacidad para volar y para sobrevivir en el agua del mar, su inteligencia y la posibilidad de alimentarse de plásticos los convierten en aliados excelentes para la eliminación de las grandes áreas de residuos en mares y costas apartadas. Además, su crianza es rápida y barata y su adiestramiento es sencillo.

La necesidad de cerrar la primera presentación y abrir la segunda me permitió tranquilizarme ante la emoción de estar a punto de iniciar un experimento revolucionario. La configuración neuronal de una criatura por medio de la música era un avance de tal importancia que nos aseguraría un puesto de trabajo fijo en el sistema de investigación alemán. Ya me veía riéndome en la cara de los políticos españoles que querrían apuntarse mi éxito como un triunfo de sus políticas científicas. “En España tenía que malvivir con contratos temporales de profesor de 400 euros al mes y aquí tengo un sueldo digno y un trabajo fijo. Mis descubrimientos no tienen que ver con España: son un éxito de la ciencia alemana, el país donde trabajo”.

—Basta con que los ultrapulpos estén inmersos durante cuarenta horas en el sonido una selección de obras de música clásica de estructura compleja y ritmo relajado. Sus estatocistos se han mejorado y adaptado para que con esa música se configuren sus conexiones neuronales. Doctor Pedro, por favor, conecte el pendrive.

Mi compañero y buen amigo conectó el pendrive al ordenador que controlaba el sistema de sonido de la enorme piscina en la que vivían los quinientos ultrapulpos. El software descargó los archivos, creó una lista de reproducción de cuarenta horas y empezó a reproducirla cuando Pedro pulsó el botón. No podíamos oír desde el exterior la música porque el sonido tenía que envolverles sin distorsiones.

Al cabo de diez minutos, mi alegría empezó a transformarse en preocupación. El agua de la piscina estaba agitada, como si sufriera una tormenta en miniatura. Cinco minutos después, decenas de ultrapulpos salían volando del agua y empezaban a golpearse contra las paredes de vidrio que los aislaban del exterior. Algunos se pegaban con tal fuerza que terminaban heridos. Todos los ultrapulpos agitaban los tentáculos de manera incontrolable. Y me asusté de verdad cuando aquellos animales empezaron a atacar la pared interior, la que les separaba de la sala donde estábamos.

Me senté frente al ordenador que reproducía la música y, con unos auriculares, me puse a escucharla. Sonaba una canción de ritmo rápido y machacón, que decía algo de la gasolina y que le dieran a alguien gasolina, o algo así.

—¿Qué música has cargado, Pedro?

Pedro se puso los auriculares y palideció.

—Es… es… el pen de reguetón que me llevé a la fiesta con los Erasmus.

Los ultrapulpos nos miraban con los ojos llenos de odio e inyectados en sangre. Estaban rompiendo el cristal. Salimos huyendo, pero tenía que hacer algo para evitar que esos monstruos enloquecidos se liberaran. Había varias botellas llenas de alcohol. Abrí un par y esparcí su contenido por el suelo. Y encendí un mechero.