28 marzo 2018

#OrigiReto2018 El destino de Umitami

Relato para el Reto de escritura de #OrigiReto2018 - Ejercicio: 22 - Relata una situación en la que alguien se vea obligado a cortarse el pelo por un motivo fuera de lo corriente.

Bases en:
http://nosoyadictaaloslibros.blogspot.com.es/2017/12/reto-de-escritura-2018-origireto.html
o en
http://plumakatty.blogspot.com.es/2017/12/origireto-creativo-2018-juguemos.html

Son 1004 palabras, tras quitar 15 asteriscos de separación de escenas. La etiqueta del mes de marzo es:




Y aquí está el relato, que para Umitami empieza justo cuando terminó el otro relato de marzo.


EL DESTINO DE UMITAMI

Cuando me desperté, el sol bañaba de claridad mi habitación. Había tenido un sueño muy bonito, pero extraño. Un hombre me enseñaba una ciudad inmensa, llena de gente y de prodigios. Luego me hizo diez preguntas y me desperté.

Me enjuagué el rostro en la jofaina y me recogí despacio el cabello en uno de los tres tocados tradicionales que me sabía de memoria. Me acordé de una de las preguntas del sueño. No tenía los rasgos delicados ni los preciosos ojos rasgados de mis antepasados, cuya sangre se había diluido entre los nemehíes. Solo conservaba el cabello negro y liso, que me llegaba hasta la cintura y que tanto le gustaba a mi padre.

Las esperanzas que me dio el hombre del sueño se desvanecieron cuando desayuné con mi padre. Comió solo un poco de pan y tomó algo de té. Apenas le salía la voz del cuerpo y su mirada era huidiza. Procuré quitarme la tristeza de encima concentrándome en la lectura de un manual de lucha con espada. Aún era muy inexperta y solo podía ejecutar los ejercicios básicos. Cuando dominara la espada podría entrenar con armadura. Sería interesante, aunque lo que más me gustaba era el combate sin armas.

Mi maestra se llamaba Eva para los nemehíes, pero para mi padre y para mí era Kano, que significaba diestra, habilidosa. Había sido la alumna más capacitada de las que entrenó mi madre y, cuando ella murió, le bastó un año de instrucción con mi padre para convertirse en mi maestra. Era lo más parecido a una madre que tenía, algo difícil de creer para quien presenciara la dureza de nuestros combates de entrenamiento.

Aquella mañana, apenas podía hacer más que bloquear sus golpes y contraatacar en muy pocas ocasiones. Y me había vencido tres veces. De pronto, corrió hasta el límite del campo de entrenamiento, se volvió y cargó hacia mí. Cuando saltó y me dirigió la pierna hacia la cabeza, pensé que estaba loca: si me alcanzaba, era capaz de matarme. La esquivé por muy poco, la sentí rozarme el pelo y aterrizar junto a mí. Tardé un segundo en girarme y lanzarle una patada con la pierna derecha al costado. Me protegí la cabeza con el brazo del mismo lado y acerté: Kano se había girado con esa agilidad que siempre me sorprendía. Durante un instante nos quedamos quietas. Le tocaba el costado con el tobillo. Mi maestra me tocaba la mejilla con el puño. Pero fui yo quien la había tocado muy poco antes. La mirada de Kano expresaba orgullo.

—Felicidades, alteza —dijo, mientras ambas bajábamos piernas y brazos, y me hizo muy feliz.

* * * * *

Cuando visité a mi padre por la tarde, la felicidad que sentí tras el entrenamiento se esfumó. Le llevé la infusión que el médico le administraba desde que enfermó y se la tomó sentado en la cama, algo que llevaba haciendo tres tardes seguidas. Solo había una forma de sacarlo del lecho.

—Le ruego que me peine —le dije tras ofrecerle un peine blanco haciéndolo reposar sobre las palmas de las manos.

Nunca se negaba a hacerlo. Me senté en un taburete y él lo hizo en una silla. Y con mucha suavidad me peinó la melena.

—Recuerdo —dijo mi padre— cuando tenías cinco años y tu madre te peinaba.

Según la tradición, eran las madres quienes peinaban a sus hijas. Cuando la mía murió, mi padre se hizo cargo de aquel ritual. Me emocioné al recordarla, pero fui fuerte.

—Entonces no dejaba de moverme.

—Cierto. Ahora no mueves ni un dedo.

Soñé con que mi padre podría seguir peinándome durante largos años.

—Ahora —dijo cuando terminó— necesito reflexionar. Ven a verme dentro de media hora.

Intuí que me diría algo importante y salí de allí inquieta. Cuando regresé, mi padre estaba acostado de nuevo. Me senté en la cama y le rodeé la mano con los dedos.

—Me muero, Umitami. Ya he dejado todo dispuesto, salvo una cosa. No te he iniciado en el camino del acero, y nadie en Nemehe puede hacerlo por mí. —Suspiró y bajó la mirada—. Cuando muera, nombrarás a un regente y partirás hacia Cesdimupe. Allí reside el último maestro del acero que mantiene nuestra tradición. Tráetelo o consigue que te instruya. Y perdóname.

—No hay nada que perdonar —dije mientras una lágrima me corría por la mejilla.

* * * * *

Mi padre murió sin molestar a nadie. Se durmió una noche y no despertó. Lidia me ayudaba a ponerme el complejo traje que debía vestir en el entierro. No podía contenerme y, cada diez minutos, me ponía a llorar. Mi imagen en el espejo tenía los ojos enrojecidos.

—Hazme una trenza, Lidia. Lo más larga que puedas.

La nemehí tardó diez minutos en trenzarme el cabello. Con rapidez, porque de otra forma jamás lo haría, me hice con una daga que había dejado en el tocador y corté la trenza lo más alto que pude. Tan destrozada estaba por la muerte de mi padre que no me dolió perder la melena de la que tan orgullosa me había sentido siempre.

—Majestad…

Aunque era nemehí, Lidia sabía que cuando un guerrero de mi pueblo se cortaba el cabello, significaba que iba a abandonar su tierra, quizá para siempre.

—Algún día volveré. Te lo prometo.

* * * * *

Esperé cinco días tras el entierro. La sexta mañana, antes del amanecer, hice la cama por última vez, me puse una capa de viaje, me guardé dos dagas y me colgué el arco y el bastón a la espalda. Luego, me puse la mochila. Ya me había despedido de todos. Había nombrado regente a Kano. En el entierro, dejé la trenza sobre el cuerpo de mi padre, para que pudiera recordarme en el más allá todas las veces que quisiera.

Salí del palacio sola, sin molestar a nadie, sin dejar que me vieran. Me detuve un instante para ver, por última vez, el amanecer desde el camino que bajaba a la llanura. No quería irme, pero ese era mi destino.

Y comencé a caminar.

27 marzo 2018

#OrigiReto2018 La princesa del futuro

Relato para el Reto de escritura de #OrigiReto2018 - Ejercicio: 18- Hazle un interrogatorio de 10 preguntas al personaje que quieras.

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Son 1042 palabras. Incluiré la pegatina en el siguiente ejercicio.


LA PRINCESA DEL FUTURO


Desde aquel banco podía ver buena parte del parque. Me dio pena pensar que todos los árboles y las flores, que una brisa suave mecía, no existirían dentro de unos años. La civilización humana tal como la conocía no iba a sobrevivir más allá de 2050. Eso es lo que mis poderes, que no sé de dónde vinieron, me decían en sueños. Necesitaba saber más y conseguí invocar a alguien del futuro.

La tenía junto a mí. El hechizo con que la traje solo podía retenerla un día y para que respondiera a mis preguntas tuve que hacerla creer que todo aquello era un sueño, que soñaba conmigo y con el mundo tal y como era en su pasado, y que le haría una revelación. Su mente lo asimiló, así que la llevé a un parque, a falta de minutos para que el día se cumpliera: era el momento para plantearle las diez preguntas que podía hacerle.

—¿Cómo te llamas y qué significa tu nombre? —comencé sin preámbulos.

—Para los nemehíes soy Marina, pero mis padres me llamaban Umitami cuando era niña. Mi padre aún me llama así. Es un invento, es la fusión de dos nombres de nuestro idioma ancestral: océano y mujer bendecida.

—¿Es cierto que eres una princesa?

—Sí. —Suspiró—. ¿Cuánto tiempo le queda a mi padre?

Aunque su pregunta estaba llena de amargura, me tranquilizó. Al conectar con la mente de Umitami solo pude leer su nombre y que era una princesa huérfana de madre y cuyo padre se estaba muriendo: era importante confirmarlo. Solo tenía ocho preguntas más para averiguar cómo se desmoronó la Humanidad.

—Antes de decírtelo, tengo que hacerte más preguntas. ¿Cómo es tu reino?

—En realidad, vivo en Nemehe, que conquistó hace siglos el país que regía mi familia: Nuri. El rey de Nemehe nos cedió unas tierras en las montañas, donde hay un par de aldeas y mi palacio, que gobierna mi padre como vasallo del rey de Nemehe. Ese sería mi reino; en realidad, soy una princesa sin tierras.

—¿Nemehe se parece a esta ciudad? —pregunté, aunque temía que la tecnología hubiera retrocedido mucho.

—¡En nada! Esta ciudad está llena de prodigios. En Nemehe no hay carros sin caballos, ni máquinas, ni luces que cambian de color, ni vehículos que corren bajo tierra. Ojalá tuviéramos todo eso.

—¿Por qué perdió tu reino su independencia?

—Cometimos el error de no dar importancia a los clérigos. Creímos que las murallas, los fosos, las artes marciales y el acero y la magia del agua nos bastaban mantener a raya a los demonios. Aprendimos que, contra los muertos vivientes, no era suficiente. Necesitábamos magia clerical, especializada en destruirlos. Nuri se debilitó tanto que casi no quedaba nada cuando pedimos auxilio a Nemehe y a su Iglesia.

—Aquí no hay demonios ni muertos vivientes. ¿Cuándo aparecieron?

—A los muertos vivientes los crearon los demonios, que no podían atacarnos si el agua nos protegía. Nadie sabe de dónde vinieron los demonios del fuego ni los del agua.
Solo me quedaban cuatro preguntas. Estuve un rato reflexionando: no podía derrocharlas con más preguntas que Umitami no supiera responder.

—¿Cómo lucháis contra los demonios?

—En realidad, nunca nos enfrentamos directamente a ellos desde que los clérigos crearon las líneas de torres. Luchamos contra los seres que envían contra nosotros. Antes, casi todos eran muertos vivientes, pero cada vez quedan menos. Ahora nos envían plagas: ratas, directores… La magia de los clérigos no sirve contra las plagas, pero las armas y las artes marciales sí.

—¿Qué armas utilizáis?

—Depende del entrenamiento y la edad. Los plebeyos que seleccionamos para la guardia aprenden a tirar con arco y a pelear con lanzas, mazas, hachas y armadura ligera. Los miembros de la familia real practicamos las artes marciales desde niños. Empecé con el arco y el combate sin armas. Cuando tuve la edad suficiente, aprendí a combatir con vara y con bastón largo. A los dieciséis me permitieron pelear con cuchillo y luego, con espada. Con eso se acaba el camino de las artes marciales. Aún no he empezado el camino del acero. No sé luchar con corazas, escudo o espadones, como sí sabía hacerlo mi padre. —Pareció entristecerse—. No sé si le quedará tiempo para enseñarme.

Aquella pregunta respondió a muchas de mis dudas. El nivel tecnológico del mundo donde vivía Umitami había retrocedido hasta la Edad Media, como mínimo. Supuse que ni siquiera conocerían la pólvora. Por eso, dudé de algunas de mis visiones. Había soñado con bóvedas subterráneas inmensas llenas de tanques, aeronaves y robots. Deduje que eran anteriores, de la época en que la Humanidad aún no había sucumbido, o de una época en que se combatió a aquellos demonios. Lo que no llegaría a saber de labios de Umitami fue de qué forma se produjo la derrota de la Humanidad.

La princesa me miró. Era muy joven, de apenas veinte años. Como comprobé cuando la había acompañado por mi ciudad, su forma de caminar, de moverse y los gestos de su rostro estaban llenos de elegancia. Me parecía muy atractiva y con rasgos occidentales, los mismos que tenían los nemehíes según mis visiones. Eso no cuadraba con su segundo nombre, que me sonaba a japonés.

—Parece como si no te sintieras nemehí, aunque tienes el mismo aspecto que ellos. ¿Tus antepasados eran de otra raza?

—La antigua nobleza de Nuri lo era. Tenían los ojos rasgados y la nariz más delicada. Mis antepasadas eran mucho más guapas y elegantes que yo. Cuando Nemehe nos conquistó, casi no quedaban nobles. Nos fuimos casando con nemehíes, pero en palacio mantenemos las costumbres ancestrales de mi pueblo.

La última pregunta tuve que dedicarla a cumplir mi palabra.

—¿Cuánto tiempo lleva enfermo tu padre?

—Tres meses —respondió y se mostró abatida.

—Si lleva tanto tiempo resistiendo —mentí—, puede que supere su mal. En el peor de los casos, podría aguantar otros tres meses.

—Muchas gracias —respondió Umitami con una sonrisa triste.

Permanecimos cinco minutos en silencio, ambos con la vista perdida en los árboles. Noté como si el cuerpo de Umitami perdiera brillo. Nos miramos una última vez y advertí que podía ver a través de ella.

Y la princesa del futuro se desvaneció, como si fuera un sueño.