28 diciembre 2012

Recordando a mis ex-novias

NOTA: Esto fue una inocentada, evidentemente. Las fotos de Gina Carano y de Chyler Leigh las tomé de la Wikipedia, mientras que la imagen de Rachel McAdams me la pasaron.

No sé si los que visitáis asiduamente mi bitácora lo sabéis, pero llevo unos cuantos años sin pareja. La verdad es que, debo confesarlo, me gustan las mujeres. Y me gustan bastante. De ahí que, en ese aspecto de la vida, lleve unos años sin sentirme demasiado bien. Y las navidades, esa época en la que se sale más a la calle para comprar regalos, o se hacen las fiestas más inolvidables del año, me ponen muy nostálgico. Me acuerdo mucho de cuando Gina y yo nos pasábamos tardes enteras buscando regalos que agradaran a sus padres y a los míos, y que la cosa terminara con los pies hechos puré, y una cena en una pizzería. O de los fines de año bailando sin parar con Chyler -que es americana, de ahí el nombre-. Este año estoy muy triste porque, probablemente, ni salga ni baile porque no tengo con quien hacerlo.

Dicen que hay una terapia que consiste es poner por escrito tus penas. Así que dedicaré esta entrada a hablaros de como eran mis tres ex-novias, de lo que hacía con ellas y, por favor, os ruego algún comentario de apoyo en esta entrada, que me siento muy triste estos días.

La primera de la que voy a hablaros es Gina. Era de complexión atlética, y era tres centímetros más alta que yo. Era una chica muy deportista, que adoraba ver torneos de artes marciales aunque, al principio, no las practicaba. La conquisté, precisamente, cuando le dije que había llegado a cinturón blanco de judo, pero que me daba pena no haber avanzado un poco más en ese arte marcial. Me pidió que le enseñara todo el judo que supiera, que era bastante poco, pero como el judo es mayoritariamente un arte marcial de suelo, de revolcones en los que le aplicaba las llaves de estrangulación del judo, pasamos a otro tipo de revolcones. Conservo una foto de la chica, para que la veáis:



Sólo indicar que aquí lleva un "top" muy apretado que no le hace justicia, ya que Gina estaba muy "bien dotada". Era una chica sensible y cariñosa, que tenía muy buen gusto para la música. Lo triste es que lo mismo que nos unió fue la causa de nuestra ruptura. Conoció a un tipo que practicaba MMA (Artes Marciales Mixtas) y la convenció para que las practicara. Aprendió Muay Thai, hizo muchas horas de entrenamiento y resultó que era increiblemente buena. Me pidió que fuera su "sparring" y no pude negarme. De todos modos, yo creía en aquella época que era un hombre fuerte, un pedazo de macho. Del primer combate sólo recuerdo haberla esperado con una guardia perfecta de boxeador e, inmediatamente después, estar tumbado en el suelo, con el techo dándome vueltas y a Gina muy preocupada preguntándome que si estaba bien. Recuerdo que me levanté, me caí al suelo, me volví a levantar, y le dije que quería la revancha. Ella dijo algo acerca de que si estaba seguro, que se me estaba hinchando mucho el ojo. Respondí que para un machote como yo no era más que un rasguño, así que me puse en guardia.

Tengo que reconocer que cada vez que practicaba conmigo me daba unas palizas de muerte, pero yo, no sé cómo, conseguía convencerla de que no me estaba haciendo pedazos. Es que estaba muy enamorado. El caso es que ella no era cruel o sanguinaria, creía firmemente que no me pegaba tan fuerte, y como yo seguía haciéndome el machote... Al final, pasó lo que suele suceder cuando le ocultas cosas a tu pareja. Gina se enteró de que después de nuestros entrenamientos, no me iba de visita a casa de mis padres, sino que pasaba algún tiempo en el hospital, y claro, se enfadó mucho. Discutimos y rompimos. Ahora sale con ese entrenador de artes marciales mixtas que la metió en el mundillo.

De mi segunda ex, prefiero no decir su nombre por motivos de seguridad. Cuando os cuente como rompimos, lo comprenderéis. El caso es que era, más o menos, como esta:



He dicho como esta, no que estuviera saliendo con Rachel McAdams, que es la moza de la foto. Se le parecía un poco, pero ya está. Lo que más me gustaba de ella eran sus inquietudes intelectuales. Estaba realizando su tesis doctoral y yo procuraba alentarla al máximo. No se parecía mucho a Gina, no era muy deportista y, más bien, podríamos calificarla de ratoncilla de biblioteca.

Lo más triste es que no me dejó ella, la dejé yo. Y porque, en cierto modo, me obligaron. Un tipo llamó por teléfono a mi empresa y me dijo que quería comprarse un portátil, y quería mi asesoramiento. Quedamos en una cafetería y, como no es la primera cita de trabajo que tengo en esos lugares, no vi nada raro. El tipo en cuestión vestía con gran elegancia y tenía unos modales exquisitos. Era alto, de pelo oscuro y con unos ojos verdes con mirada de depredador. Sí, de depredador, no se me ocurre otra palabra que le describa mejor. El caso es que estuve aconsejándole marcas y modelos y surgió la conversación de que yo soy físico. Y me dijo, textualmente:

-La física es una ciencia muy interesante. Te permite calcular cuanto tarda en morir una persona a la que acabas de empalar en función de su peso, su complexión, su sexo, el coeficiente de rozamiento de la estaca y la fuerza con que tiras hacia abajo para empalarlo.

Yo me quedé tan atónito que me puse a balbucear. Mi interlocutor, con toda educación, me preguntó que qué me pasaba, que si pedía otro té o un poco de agua al camarero. Pero aquello no fue lo peor. Mencioné de pasada a mi novia, y el tipo se interesó por ella. Y como aún estaba un tanto perturbado por eso de los empalamientos, y me costaba hablar para describirla, tuve la mala idea de enseñarle su foto. Clavó los ojos en el rostro de mi novia, esa de la que no quiero decir el nombre y me dijo con voz muy seria:

-No le conviene a esa chica. Tiene que dejarla.

Y añadió, clavando sus ojos depredadores en los míos.

-Por las buenas puedo ser un perfecto caballero. Por las malas...

No pude decir una palabra más. Asentí con la cabeza y el hombre se despidió con cortesía, me dio un par de palmadas en el hombro que sonaban a advertencia, y, tras decir que invitaba él, se marchó. Así que la tuve que llamar y cortar con ella.

Y, por último, la tercera chica es la mujer más dulce, guapa, elegante, marchosa y cariñosa que voy a conocer en mi p... esto, en mi vida. Aquí tenéis una foto de ella:



Se llama Chyler y el tiempo que pasé con ella fue muy feliz. Le encantaba salir de fiesta, bailar, y ponerse unos vestidos que daba gusto verla. De hecho, aún conservo la afición a los bailes de salón como recuerdo del tiempo que pasé con ella. Lo que más me gustaban eran sus ojos.

Desgraciadamente, el problema de tener una novia así de guapa y encantadora, es que todos los demás hombres te la quieren quitar. El caso es que Chyler siempre respetó nuestra relación, y daba igual quien le entrara, que ella, muy dulce y amablemente, le explicaba que estaba con otro hombre y que no podía ser.

Hasta que un tal Nathan West la cogió por sorpresa un buen día, y al estilo americano, se arrodilló delante de ella, le pidió que se casara con él, le dio un anillo de compromiso y ella, del todo emocionada, le dijo: "¡Me rindo!" Y aceptó. Para que la historia se comprenda bien, tengo que añadir a mí me había insinuado muchas veces lo de casarnos, pero yo siempre le decía que un macho español siempre se hace de rogar, y que el macho español se casa cuando le llega el momento adecuado, y ese momento no era ahora.

Eso es lo que te pasa cuando quieres dártelas de macho español conquista-suecas, que viene un tipo americano, con su traje americano, sus costumbres americanas y su acento americano, y seduce a tu novia de EE.UU. Pero lo peor del caso, es que la petición de mano del chaval este está en Internet. Y lo que ya me hunde en la miseria es que, cada vez que veo el vídeo, siempre digo lo mismo: "¡Qué huevos le has echado chaval! ¡Que seáis muy felices y tengáis muchos niños!" ¿A qué es para echarse a llorar? Me quita la novia y, encima, le admiro...

Lo dejo ya... Voy a ver si lloro un poco en una esquina de por ahí.

25 diciembre 2012

Feliz Navidad

Con un pelín de retraso, escribo una entrada para felicitar la Navidad a todos los que visitan y leen mi bitácora. Y como sólo con unas frases me parece una felicitación algo sosa, os pongo un vínculo a una canción de Gloria Estefan, que conocía de hace muchísimos años y que, por casualidad, pusimos en mi casa durante la cena de Nochebuena. Y me di cuenta de que tiene ritmo de bolero; no es un bolero puro, pero se puede bailar como tal.

Lo dicho en el título: Feliz Navidad a todos los que me leen.

02 diciembre 2012

Mundo de cenizas. Capítulo XXXIV. (Primera parte)

Aunque Pablo se mostró frustrado cuando las galeras detuvieron la marcha para pasar la noche, lo que sucedió fue lo que él mismo había predicho momentos después de partir de Imquaikmu. Según él, debido al retraso en la salida y al originado mientras se arregló la avería, no podrían llegar a Vussinumoput antes del anochecer. Y había acertado. A pesar de ello, Raquel se sentía muy contenta de interrumpir el viaje durante una noche entera. Estaba cansada de ir metida en la galera y de soportar los baches del camino. La carretera discurría todo el rato por la ladera de la montaña, sin despegarse apenas de la línea de Torres, lo que, por las conversaciones que oía, ponía nerviosos a algunos viajeros. Le preguntó a Pablo que donde estaban, y éste repuso que en Imquopossu, que era una ciudad pequeña donde terminaba la carretera. En condiciones normales, habrían parado una media hora y habrían desandado el camino hasta Imessuzu, para bajar hacia Cipenmêfile y ya seguir por la costa, pero por culpa del retraso, se les había hecho de noche.

Mientras ayudaba a Juan y a Pablo a bajar sus enseres de la galera y a acomodarse para pasar la noche al raso, Raquel recordó lo que había visto en el viaje. Tras Imquaikmu, por un camino tortuoso, llegaron hasta Imessuzu, que era una ciudad más grande que Imquaikmu, con unas murallas impresionantes. Se trataba de la ciudad más importante de las que se alzaban en la ladera montañosa, y aunque bajaron bastantes viajeros, fueron pocos los que subieron. Cuando partieron de Memieme, la aldea que había a medio camino entre Imessuzu e Imquopossu, el sol ya estaba muy bajo y fue cuando Pablo empezó a temerse que no iban a llegar ni a Imquopossu, aunque en eso se equivocó.

Una vez que hubieron elegido un sitio discreto para acomodarse, aunque sin alejarse demasiado de otros grupos de viajeros, Raquel se olvidó del cansancio y de sus elucubraciones y empezó a organizarlo todo. Había un arroyo que discurría cerca de la ciudad, y suficientes árboles y vegetación como para tener combustible suficiente. Sacó de inmediato los enseres para cocinar y los víveres, y llamó a sus dos amigos. A Juan le tendió la olla y le dijo:

—Juan, tráemela llena de tres cuartas partes de agua—, y cuando levantó la olla tras contestar que de acuerdo, le dijo a Pablo—: y vuestra merced traiga ramas para hacer fuego. Yo iré preparando todo.

Pablo respondió bromeando, pero hizo lo que Raquel le pedía. Cuando Juan volvió con el agua, ya tenían preparado el sitio donde encenderían los dos fuegos, básicamente, un par de montones de ramas rodeados parcialmente por unas cuantas piedras, con una trébede encima cada uno, y se afanaban en prenderlos. Los habían dispuesto muy juntos. Pablo estuvo todo el rato bromeando acerca de lo que se estaba Raquel complicando la vida para cocinar aquello, en que iba a ser muy pesado para cenar, y otras cosas que no se tomó a mal.

Una vez encendidos los fuegos, vertió parte del agua en el perol que traía, echó las alubias en remojo en la olla y preparó la carne que iba a cocer en el perol, un tanto escasa porque ya no le cabía más. Lo hizo sin prisas, ya que debería cocer las alubias dos o tres horas.

Poco después del anochecer fue cuando puso al fuego el perol, lo que significaba que aún quedaba un buen rato para que pudieran comer. De modo que Raquel pasó la mayor parte del tiempo conversando con Juan y con Pablo, más que nada con este último ya que su mejor amigo no parecía muy animado. Más de una vez, que le vio envuelto en una manta gris, estuvo tentada a preguntarle qué le pasaba, pero no quiso hacerlo delante de Pablo.

Raquel observó al resto de los compañeros de viaje. Varios de los grupos que se habían ido formando habían encendido fogatas, pero abundaban más parejas o viajeros solitarios que, simplemente, habían acomodado sus fardos y se contentaban con lámparas o, incluso, con los resplandores de las fogatas vecinas. De hecho, un par de muchachos que pasaron cerca de ellos, bromearon entre sí acerca de que esos tres se habían traído al viaje una cocina entera. Pero a Raquel le daba igual; qué menos que alimentarse bien en una travesía dura como aquella para poder afrontarla mejor.

Y observó a una pareja que, tras haberse detenido a hablar con los viajeros que cocinaban alrededor de una de las fogatas, avanzaron hacia otra que estaba más cerca de los tres. A Raquel le llamó la atención aquel par porque hubiese jurado que iban encapuchados, y desde que Pablo le previniera acerca de esa gente, prestaba interés a ese tipo de cosas. Al parecer, eran un hombre y una mujer, por la diferencia de altura, aunque no podría asegurarlo, y quizá fuesen un hombre y un adolescente. El hombre era el que se acercaba a hablar con los viajeros, mientras que su acompañante se mantenía apartado. Al parecer, estaban pidiendo comida, cosa que intranquilizó a Raquel, porque supuso que ellos serían los siguientes.

Y, en efecto, el hombre volvió con la que Raquel consideraba, sin saber por qué, una mujer, y se fueron juntos hacia ellos. Algo nerviosa, hizo un inventario rápido de la comida que llevaban, planteándose de qué podría prescindir con objeto de darles algo con que librarse de ellos. Con tranquilidad, el encapuchado se acercó sin ocultarse, y aunque los tres amigos le miraron, se dirigió directamente hacia Raquel, que cuidaba de la olla de las alubias. A cierta distancia, de manera que no se le veía bien el rostro ni siquiera gracias a la fogata, le habló con una voz profunda y ligeramente grave, pero que era, sin dudarlo, femenina:

—Discúlpeme; ¿podría hablar un momento con vuestra merced?

Raquel se quedó muy sorprendida del tono tan cortés con que se había dirigido a ella, que no se esperaba de una pedigüeña corriente, y fue incapaz de negarse. Iba a continuar cuando Pablo, que se había levantado, se encaró con ella y le dijo:

—Lo lamento, pero no queremos tratos con gente que nos oculta el rostro.

La encapuchada se incorporó al decirle aquello Pablo, y Raquel pudo apreciar lo alta que era. Le debía sacar cuatro o cinco pulgadas a su amigo, que era mucho para tratarse de una mujer. Le miró y, con el mismo tono educado, repuso:

—Le ruego que me perdone. Tiene vuestra merced razón.

Y sin demorarse, se quitó la capucha y su rostro quedó iluminado por el fuego. Se trataba de una joven, con el pelo claro y recogido en parte por un pañuelo, con un rostro huesudo y no muy agraciada. Pero tenía una serenidad y unas formas que inspiraban mucha confianza. De hecho, oyó decir a Pablo:

—Bueno… discúlpeme vuestra merced si he sido un poco brusco.

La respuesta de la mujer fue sonreírle a Pablo y dirigirse de nuevo a Raquel. Como volvió a inclinarse para hablar con ella, ya que no se había levantado, se dio cuenta de que tenía unos ojos azules de mirada serena, y de que no albergaba malas intenciones. Le preguntó:

—Mi amiga y yo estamos de paso en Imquopossu y no tenemos víveres ni para cenar ni para desayunar mañana. ¿Querrían vendernos o intercambiar parte de sus provisiones? Tenemos algo de dinero y también vino.

Fue a responderle cuando se sintió muy conmovida. La mujer se quedó unos momentos mirando la olla y el perol donde preparaba la cena, y Raquel comprobó, por la avidez con que lo miraba, que su interlocutora estaba pasando hambre. Reforzaba aquella idea su rostro huesudo, y sus manos, largas pero delgadas. Y aquello le hizo sentir un pellizco en el corazón. Trabajaba dando de comer a muchas personas, y una de las cosas que peor soportaba era ver a alguien hambriento. De modo que le salió del alma decirle:

—No. Tenemos poco que podamos venderles. Por eso, lo que haré es invitarlas a cenar con nosotros. Puedo cocer más carne y echar más alubias al fuego. Quedarán algo duras, pero podremos comer los cinco. A cambio, pongan vuestras mercedes el vino, y así ahorraremos el nuestro.

—Vuestra merced es muy amable, pero no queremos importunarles. Con un poco de queso y bizcocho nos arreglaremos.

—No será ninguna molestia, amiga. Es tan poca molestia para mí cocinar para vuestras mercedes que me apenaría mucho dejarlas ir con unas migajas. Y si ponen el vino, estarían pagando con creces el esfuerzo. No rechacen mi invitación.

La mujer la miró a los ojos, pensativa; sin embargo, Raquel estaba segura de que la había convencido, cosa que confirmó cuando la extraña repuso:

—Permita vuestra merced que se lo diga a mi amiga.

Y se encaminó hacia donde la esperaba. Raquel miró a sus compañeros de viaje y, para su sorpresa, se encontró que Pablo le demostraba su desaprobación con gestos discretos. Dirigió su mirada hacia Juan, buscando su apoyo. Su amigo se limitó, al principio, a encogerse de hombros, pero, quizá en respuesta a los ojos con que Raquel le miró, le dijo algo al oído a Pablo y este, con cierto disgusto terminó asintiendo en su dirección. Entonces, fijó su atención en las dos mujeres. Dado que reinaba cierto silencio por cansancio entre el resto de viajeros, pudo oír su conversación, sobre todo, las frases de la chica más bajita.

La que le había pedido comida, dijo algo que Raquel no oyó bien, pero que, obviamente, era un intento de convencerla, porque la otra repuso:

—¡No! ¡Vámonos! No les conocemos de nada.

En un tono más alto, la más alta contestó:

—Llevamos semanas sin comer nada caliente. Han sido muy amables, y parecen ser muy buenas personas. Por favor… ven y salúdales, y te convencerás por ti misma.

La chica bajita replicó casi en un susurro, de manera que Raquel ya no pudo oírla. De hecho, parecían haberse dado cuenta de que hablaban demasiado alto, y su tono dejó de ser audible. Al fin, las dos se aproximaron cargando con sus enseres y Raquel comprobó que la otra chica les miró con desconfianza, sin quitarse la capucha. Iba a decir algo cuando su amiga le ordenó:

—Descúbrete.

El simple “no” con que repuso su amiga la pareció más propio de una niña caprichosa que de una mujer adulta. El tono con que la más alta insistió fue extraordinariamente firme:

—Quítate la capucha.

Terminó por obedecer y Raquel vio, a la luz oscilante de la fogata, un rostro de facciones delicadas y muy bellas. Que se trataba de una chica muy guapa le quedó claro cuando vio la forma en que Pablo se la quedó mirando. Ella, a su vez, posó su vista en cada uno de los tres y a Raquel no le pasó inadvertida su indignación cuando cruzó la mirada con la de Pablo. Se limitó a decir:

—Buenas noches.

Respondieron con rapidez a su saludo y Raquel propuso a continuación:

—Siéntense vuestras mercedes con nosotros. Aún queda para que podamos comer.

Cuando la muchacha alta hizo ademán de sentarse y le pidió a su amiga que hiciera lo propio, ésta, tras mirar de nuevo a Pablo, que seguía contemplándola, volvió a ponerse bruscamente la capucha y contestó:

—Agradezco mucho su amable invitación, pero si me disculpan, no tengo ganas de cenar. Mi amiga sí se quedará y compartirá mesa con vuestras mercedes —. Se dirigió a su compañera y prosiguió—: estaré detrás de aquellos arbustos, ven a por mí cuando termines.

Antes de que pudiera irse, su amiga la detuvo diciéndole:

—Si te vas, me voy yo también.

—¡Ah, no! Que luego me dirás que no cenaste por mi culpa. Quédate y cena con ellos. Yo quiero estar sola… Estaré bien.

Raquel se apenó del tono, con parte de súplica, con el que la joven alta insistió por última vez:

—Por favor, quédate.

Hubo tristeza en los ojos de la chica bajita cuando miró a su amiga, pero, tras dudar unos instantes, se dio la vuelta y se perdió entre los matorrales. Hubo aún más tristeza en los ojos azules y huidizos de su amiga cuando se abrió la capa, y para sorpresa de Raquel, se quitó un talabarte para dejar sus armas, ropera y daga, junto a ella y se sentó, cansada y abatida. Y aquella pena se le contagió, al menos en parte. La extraña se repuso pronto y dijo:

—Les ruego que perdonen a mi amiga. Ha pasado momentos muy amargos y aún no los ha superado.

01 diciembre 2012

Cuadringentésima entrada de esta bitácora

Aprovecho que he llegado a este número tan redondo de entradas para dedicar una entrada a decir, precisamente, que esta es la cuadringentésima entrada que escribo en este rincón. Sí, lo reconozco, he tenido que buscar cómo se dice el ordinal de cuatrocientos, no me lo sabía. La verdad es que cuatrocientas son muchas entradas, no me esperaba llegar a tanto, pero se ve que soy obstinado.

Voy a aprovechar, asimismo, esta cuadringentésima entrada (lo repetiré mucho, para que se me quede), para hablar un poco de mis proyectos futuros, de los que hablaré (o no, que luego me puede la falta de tiempo u organización) en esta entrada. Ordenaré mis objetivos o proyectos en un orden completamente aleatorio.

Mi primer objetivo es reseñar aquí una serie de libros que he leído hace algún tiempo, o acabo de leer, y lo merecen. Tengo pendiente la reseña de Draculesti, El Legado del Diablo, de Cristina Roswell, que está en versión digital en Amazón: Draculesti. También tengo que reseñar El Manuscrito I, de Blanca Miosi y, cuando lo termine, la genial colección de relatos entrelazados Historias del Desierto, de Gissel Escudero. Se me olvidaba también que debería hablar de El Tercer Estado, de Desiree Matas. Como veis, se me acumula el trabajo reseñador.

Otra cosa que me gustaría hacer de una vez es cambiarle la portada a mi novelita, la que tengo en Amazón, concretamente: Solemastelo. No me refiero a que vaya a hacerle una nueva, no, ese trabajo ya lo hice. La nueva portada es básicamente similar a la presente pero las letras se leerán mejor. Me refiero a buscarme un día para coger el fichero, acceder a Amazon, y subir la nueva portada. Pero, en fin, que no me organizo lo suficiente.

Mi tercer plan es seguir publicando aquí la serie de entradas de Mundo de cenizas, que seguí escribiendo. Tengo bastantes cosas escritas pero no las he subido aún por eso de que hay que revisarlas, maquetarlas y todo eso... A lo mejor encuentro un rato y me llevo la historia a wattpad, para que le haga compañía a Ese gato tiene razón.

En cuarto lugar, tengo en mente algunas entradas sobre temas muy diversos que iré publicando por aquí cuando las vaya escribiendo. Una iba sobre sexualidad en la fantasía épica, otra sobre la novela y la importancia de caracterizar a los personajes, una tercera acerca de la influencia del cine en la novela y sus dos consecuencias: mucho diálogo y mucha descripción pormenorizada de personajes. Y alguna más que se me olvida.

Finalmente, debo algunas visitas y comentarios a diferentes bitácoras, que tengo muy olvidadas.

A ver si voy haciendo todas estas cosillas, que hay ganas. Nos seguimos leyendo.