30 septiembre 2019

#OrigiReto2019 El origen de la plaga

Este es el microrrelato de septiembre de 2019 para el OrigiReto 2019. Las normas de este reto se pueden consultar en las bitácoras de las organizadoras:

http://plumakatty.blogspot.com/2018/12/origireto-creativo-edicion-2019.html

o en

http://nosoyadictaaloslibros.blogspot.com/2018/12/reto-de-escritura-2019-origireto.html

Este relato tiene 980 caracteres según https://www.contarcaracteres.com/ y cumple el objetivo 1. Haz que el protagonista principal del relato sea un botijo o un objeto maldito (o ambas), o que la historia se centre en él. El objeto es 11. Lápices de colores. Aquí la pegatina



Espero que os guste el microrrelato enlazado con el de Yarcko: https://yarckoykalen.blogspot.com/2019/09/el-gran-viaje.html


EL ORIGEN DE LA PLAGA.

Los humanos, sobre todo los que están vivos, carecen de inteligencia. Los muertos, al menos, están tan callados que no demuestran lo estúpidos que fueron en vida. Pero lo de Mauricio es ya exagerado. Fue incapaz de darse cuenta de que yo, el botijo que estaba al lado de la tumba de don Casimiro Gutiérrez de Guzmán, soy un botijo mágico que amplifico la maldición de Clarissa, la argolla maldita que tengo colgada en la parte de arriba, hecha con metal extraído de la daga de un demonio. ¿Es que no era obvio que solo un objeto maldito acompañado de un botijo mágico amplificador podía haber creado una plaga de babosas tan enorme?

Y lo peor de todo es que el tal Mauricio me llevó a su casa, me puso en el centro de una mesa y cuando su sobrinita vino a visitarle, ¡le dio una caja de lápices de colores y la niñata ha llenado mi superficie de dibujos estúpidos de niños, florecitas y animalitos!

Nuestra próxima plaga será de dragones de treinta metros. Se van acordar de esta.

29 septiembre 2019

#OrigiReto2019 El beso de una princesa

Este es el relato de septiembre de 2019 para el OrigiReto 2019. Las normas de este reto se pueden consultar en las bitácoras de las organizadoras:

http://plumakatty.blogspot.com/2018/12/origireto-creativo-edicion-2019.html

o en

http://nosoyadictaaloslibros.blogspot.com/2018/12/reto-de-escritura-2019-origireto.html

Este relato tiene 2003 palabras según https://www.contarpalabras.com/ (dos son astericos para separar escenas). Cumple el objetivo 3. Escribe un relato en el que la música tenga un papel importante y los objetos ocultos que incluye son demonio y vestido de novia. Tiene un poco de poesía, dos estrofas: la primera es una copla y la segunda una soleá. Espero que os guste.




EL BESO DE UNA PRINCESA


La expedición la conformaban los cinco mejores caballeros del reino: don Carlos, don Elías, don Belianís, don Rodrigo y don Salvador; los dos mejores rastreadores: Francisco y Elvira y la tiradora con arco largo de mayor puntería del país: Natalia. Ocho héroes que todo el mundo aclamaba, que parecían haber salido de las novelas de caballerías. Los héroes que cualquiera elegiría para rescatar a su alteza, doña Margarita, mi amada princesa, de manos de un poder oscuro que no entendíamos bien. Y, sin embargo, éramos doce: había que añadir dos mozos que cuidaban de los caballos, un cocinero y yo. Nadie conocía nuestros nombres, a nadie les importaban, pero sin mí, la expedición quizá fuese un fracaso: era la única hechicera del grupo.

Podríamos decir que el objetivo de tanto héroe junto era protegerme a mí, porque si el secuestrador era un demonio, me convertía en la mujer más valiosa de la expedición, pero en aquel momento, me sentía una carga, como a lo largo de los dos meses de viaje. Nos había atacado un wosty, algo parecido a una serpiente negra de treinta pies de largo con doce tentáculos en vez de boca. Un tentáculo por cada uno de nosotros, pensé en un chiste sin gracia.

Natalia había clavado siete flechas en el monstruo, dos de ellas en los tentáculos. La criatura sangraba por decenas de heridas de espada, pero don Elías y don Salvador yacían en el suelo y los tres caballeros restantes parecían estar pasándolo mal. Acabadas las flechas, Natalia gritó a los mozos, al cocinero y a los exploradores que se armaran con lo que pudieran y atacasen. De mí se olvidaron, claro. Lo único que sabía utilizar era el laúd.

La lucha terminó bien. El monstruo se desplomó y ningún compañero había muerto. Don Elías cojeaba y a don Salvador le ardía un brazo. Uno de los mozos tenía un brazo vendado y los demás acabaron ilesos.

—Eurídice, ya puedes salir de tu agujero —gritó Natalia. Me acerqué a ella y me ordenó subir a mi yegua en tono desabrido.

El paisaje que nos rodeó después de haber salido del bosque era espléndido. Una llanura verde y hermosa bajo un cielo tan azul como una de túnicas de seda que traían de los países del oeste. Sin embargo, yo seguía amargada. Solo don Belianís me trataba con cariño: el resto de mis compañeros albergaban hacia mí una serie de sentimientos que iban desde la indiferencia hasta el odio, que solo Natalia me profesaba abiertamente. Su antipatía había ido creciendo a medida que iban pasando los días. Me dolía que las dos mujeres de la expedición no me hicieran caso o me odiaran. Natalia era alta, rubia y con unos ojos verdes preciosos, y antes de que manifestara del todo su mala actitud hacia mí, quería conocerla mejor.

Cuando acampamos aquella noche, don Belianís compartió su vino conmigo y charló un rato antes de irse a dormir.

*


Elvira y Francisco volvieron al galope al claro del bosque donde los esperábamos.

—¡Lo hemos encontrado! —gritaron a la vez.

Sentí una mezcla de miedo y de esperanza. Esperanza porque la misión estaba a punto de terminar. Miedo porque si mi intervención era necesaria, sería en aquel momento.

Se me hizo un nudo en la garganta cuando llegamos frente a la entrada del sitio donde retenían a la princesa. Era un edificio antiguo, hecho de piedra con refuerzos interiores de acero. Debió de medir más de doscientos pies antaño; ya solo quedaban en pie veinte como mucho. Rodeaban la zona, invadida por el bosque, tres ruinas más de edificios parecidos. Ni siquiera los pájaros cantaban allí. Quedaron arriba los exploradores, los mozos y el cocinero.

—Procura no estorbar —me dijo Natalia antes de entrar.

La seguí con aprensión, sosteniendo la antorcha al bajar por unas escaleras de seis pies de anchura. Las escaleras eran de construcción reciente, pero estaban llenas de moho y hacía mucho frío a causa de la humedad. Empecé a temblar, de frío y miedo cuando, tras un largo recorrido por un pasillo horizontal, también de piedra, tras doblar una esquina vimos que había una sala iluminada delante.

El recinto era una enorme sala de ceremonias, iluminada por unas fuentes de luz que parecían basadas en la ciencia del pasado. Las paredes estaban cubiertas de dibujos que representaban seres de pesadilla y símbolos mágicos que sabía reconocer, pero no interpretar. Aquello era magia negra y yo solo conocía y practicaba la magia musical. En el centro del  recinto había una habitación grande con una puerta de bronce y no había más salida que el pasillo que habíamos recorrido. Los caballeros y Natalia me pidieron que me quedara en la puerta del pasillo y se reunieron para hablar. De pronto, la puerta de bronce se abrió y los caballeros desenvainaron casi a la vez. Había salido de la habitación un enorme morgryn de unos nueve pies. Sentí alivio y tristeza a la vez: si no había demonios, mi viaje había sido en balde, pero no tendría que combatir.

Los caballeros se acercaron al monstruo formando una media luna. Natalia tensó el arco y disparó cuando el morgryn alzó la cabeza como si quisiera aullar. Callé porque no me harían caso, pero aquello no tenía sentido. Los morgryn vivían en ruinas antiguas, pero temían la magia negra. Se me aceleró el pulso y me temblaron las manos cuando el monstruo aulló. Logré musitar la letra y tocar las notas de una canción defensiva elemental, demasiado nerviosa para entonar algo más potente. Los caballeros cayeron de rodillas, cubriéndose los oídos, y Natalia perdió el arco. No necesité ver que postró a los caballeros con magia negra para entender que no era un morgryn. Comencé a tocar un hechizo e improvisé una copla.

—De magia negra te nutres,
» y un disfraz es lo que enseñas.
» Intuyo tu auténtica alma:
»¡muestra tu naturaleza!

El morgryn me miró con un odio que me asustó y se convirtió en un demonio. Don Belianís, que siempre fue el más valiente, cargó contra el enemigo, pero este lo apuntó con un brazo y un proyectil negro le atravesó el pecho y lo derribó. Natalia, recuperada el arma, le había clavado dos flechas, pero contra un demonio de poco servían. Un gesto del demonio y el arco se deshizo en cenizas. No podía protegerlos, solo luchar.

—No lastimes a los míos.
»Soy la que mata demonios:
»¡no eludas mi desafío!

El demonio rugió de cólera. La magia musical era la que más poder tenía contra ellos y no le interesaba aceptar mi desafío, pero carecía de poder para rechazarlo. Empezamos a levitar y me angustié al ver que materializó una lira dorada, un instrumento antiguo y más poderoso que mi laúd de madera. No titubeé: estaba dispuesta a combatir hasta el final si con eso liberaba a la princesa.

Quedamos suspendidos a doce pies de altura, encerrados en una zona a medio camino entre el mundo terrenal y el de los demonios. Nadie, ya fuera humano o demonio, podría intervenir. Solo podrían ver el combate.

El duelo fue la peor prueba de mi vida. Nos atacamos durante una hora con poemas acompañados por el laúd y la lira. La música nos dañó el cuerpo y el alma, y la ferocidad con que combatimos me llevó al límite de mis fuerzas. Estaba llena de pequeños cortes, pero las mayores heridas las sufrí en el alma. Yo le canté sobre la vida, la belleza de las flores, de la luz del sol sobre los campos, de la alegría y del amor. El demonio cantaba sobre el mal que envenenaba el corazón de los seres humanos. Me hizo trizas cuando le dedicó una larga canción a reírse de verme allí, arriesgando la vida por salvar a una princesa que nunca correspondería a mis sentimientos.

La mitad de las cuerdas de mí laúd se habían roto cuando la lira del demonio se quebró y cayó al suelo deshecha en cuatro pedazos. El monstruo aulló de dolor y quedó envuelto en llamas. Su agonía duró dos minutos espantosos que pasé inmóvil: no podía hacer nada por darle una muerte rápida.

Cuando el monstruo cayó lentamente convertido en cenizas, yo también bajé hasta que la zona entre ambos mundos se desvaneció. Caí de golpe los últimos tres pies y quedé boca abajo en el suelo, agotada, a punto de desmayarme. Alguien me dio la vuelta con suavidad y me incorporó un poco.

—¡Cómo habéis luchado! —dijo Natalia—. ¡Qué valor habéis tenido! Don Belianís siempre tuvo razón. No sé cómo daros las gracias.

—Cumplí con mi deber. No se preocupe por mí vuestra merced y vaya a rescatar a su alteza.

—Tratadme de vos, Eurídice, os lo suplico.

Estaba sorprendida por el cambio de actitud de Natalia. Me preocupé de inmediato por don Belianís. Don Salvador me alzó en brazos y me dijo con tristeza que don Belianís quería hablarme. Natalia y el caballero me ayudaron a sentarme junto a don Belianís, que se moría. Me corrieron las lágrimas por las mejillas.

—No, vuestra merced no. No nos deje.

—Mi pequeña Eurídice —dijo y me secó las lágrimas de una mejilla—, siempre supe que lo haríais muy bien cuando llegara vuestro momento. Vuestra es la gloria.

—No, sin vuestras mercedes no habría llegado hasta aquí. Son vuestras mercedes quienes serán recordados.

Don Belianís quiso responder, pero la tos le llenó la boca de sangre. Cerró los ojos y murió. Me deshice en lágrimas. El único de toda aquella expedición que me había tratado con afecto era el único que había dado su vida. El cansancio y la pena pudieron conmigo y perdí el sentido.

*


Cuando desperté, hacía una mañana espléndida. Natalia estaba a mi lado y me explicó que había pasado casi inconsciente dos días enteros. Tenía solo recuerdos muy vagos de aquel tiempo. Regresábamos a toda prisa a la capital con doña Margarita, que estaba ilesa y completamente recuperada.

—Levantaos, amiga Eurídice —dijo Natalia—. Caminad un poco apoyada en mí hasta que recuperéis las fuerzas. Su alteza no para de decir que desea veros.

Aquello me provocó una punzada muy fuerte en el corazón. Y, a la vez, me dio fuerzas. Tras un breve paseo, le dije a Natalia que podía visitar a la princesa y así quedó dispuesto. Acompañada por Natalia y dos caballeros, esperé de pie frente a la tienda de doña Margarita un par de minutos. Y la mujer a la que amaba salió para iluminar aún más el día. Llevaba un precioso vestido verde, que resaltaba el color, levemente tostado, de su piel, el típico de los países del norte donde el sol brillaba más fuerte. Admiré su cabello oscuro con reflejos rojizos que le enmarcaba el rostro tan hermoso que tenía y me perdí en sus ojos negros. Me arrodillé de inmediato cuando se detuvo ante mí.

—Levantaos, Eurídice. Es mucho lo que os debo.

—Habría hecho cualquier cosa por liberar a vuestra alteza —dije tras levantarme, con una osadía de la que me arrepentí.

—Siempre estaré en deuda con vos.

Me puso las manos en los hombros y se inclinó un poco para darme un beso en la frente. Era uno de los máximos honores que una princesa de mi país podía otorgar. Volvió a su tienda y suspiré al pensar que nunca lograría de ella un beso con más afecto que aquel. En la capital, la esperaba su vestido de novia, aquel vestido blanco tan bonito que me partió el corazón la primera vez que lo vi. Me di la vuelta para volver a mis mantas y Natalia me acompañó, hablando muy animada.

Asistí a la boda de doña Margarita con el príncipe de Lugrans, que fue tal y como relatan los cuentos de hadas. La vida me alejó pronto del palacio y de la princesa a la que nunca olvidé.

Siempre que me siento triste, cierro los ojos y recuerdo que llevo en la frente el beso de una princesa. Y la desdicha se desvanece.