22 noviembre 2007

(Cuentacuentos) El camino era tan estrecho que se hacía difícil caminar erguido sin caer (y III)

Sin cambiar de postura, mirando a su torturador sin inmutarse, tomó aire, hizo acopio de valor y empezó a desvanecerse. La tranquilizó mucho ver, por un instante, la mueca de desprecio de su oponente ante aquel intento vano de fuga.

Todo sucedió en un instante. Clara sabía, mientras se desplazaba por la realidad paralela, que su perseguidor habría evaluado donde iba a detenerse en el primer salto; por algo era un experto, y contaba con ello. En el punto exacto en que se detuvo para cambiar de dirección, la rodeó una red que iba tomando forma angustiosamente rápido. Por un instante, se maravilló de la perfección de aquel hechizo y, pensó, con nostalgia, que no seguiría estudiando y que no podría llegar a ese grado de maestría. Había calculado que le haría falta menos tiempo volver a ponerse en marcha que a su perseguidor concluir su hechizo. Se cubrió la cara con las manos y volvió a moverse aterrorizada, temiendo haberse equivocado.

La red aguantó unos instantes, pero, sin tiempo para consolidarse, acabó por romperse. Clara sintió un alivio infinito. Cuando su enemigo se diera cuenta de que su red se había roto y se concentrara para evaluar su trayectoria, ella ya estaría en el mundo cotidiano, cerca de la frontera con Bámbernal y, por tanto, sólo tendría una idea vaga de su destino.

Nunca había lanzado un hechizo tan al límite de sus posibilidades. Apareció en una región pedregosa y seca, a mucha velocidad. Cayó al suelo y rodó y, esta vez, sí se hizo mucho daño. Quiso levantarse, pero le dolía todo, y estaba rota, física y emocionalmente. Se quedó tumbada y perdió el conocimiento.


* * * * *

Con gran alivio, encontró la pista que buscaba. Alguien parecía haber aparecido de pronto, haber rodado entre piedras y maleza y haberse dado un buen costalazo. Veía restos de sangre en algunas piedras, y si no hubiera sido por la maleza, la traidora se había matado. Ojalá hubiera sido así, pensó; ya tendría en su bolsillo la recompensa que le habían prometido con el mínimo esfuerzo.

Le costó un poco más seguir el rastro. Por las huellas, parecía andar cojeando, cosa que le alegró bastante. No quería volver a pasar el miedo que sintió cuando aquel demonio casi lo atrapa. En esas condiciones, la alcanzaría muy pronto. Aquello era cosa hecha.

Oyó quejidos débiles y sollozos que parecían venir de una depresión, concretamente de detrás de unos árboles. Se acercó despacio, con sigilo, y vio a una chica que se tocaba una pierna y se quejaba al pasar por algún sitio que se había golpeado. Ya no lloraba, pero parecía haberlo hecho. Jaime se sintió muy feliz; acababa con ella y listos. Estaba tan desprevenida que no se dio cuenta de que corrían hacia ella hasta que fue muy tarde. Le aplicó la punta de su espada a la garganta; antes de liquidarla tenía curiosidad por verle la cara. Y cuando ella le miró, muerta de miedo, la reconoció. Y tardó menos de un segundo en saber que aquella chica no era una traidora. No tuvo que pensar o deducir nada, fue intuición. Ella no sabía quien era él, pero él sí estaba harto de verla. Y no era para menos: era un pedazo de bombón. La veía entrar y salir de su residencia, ir de compras o de fiesta con sus amigas, pasear con su novio... La de "piropos" que le había dedicado al verla pasar. ¿Y los mandos le decían que era una traidora? ¡Ni de broma!

Le dio mucha pena. Le miraba inmóvil, con ojos suplicantes que clavaba en los suyos. Decidió que, por mucho que se le ocurrieran cientos de cosas mejores que hacerle a una tía tan buena, no era asunto suyo cuestionarse las órdenes y, encima, dejar de embolsarse la recompensa. El motivo que había movido a Oscar, el gran mago que siempre vestía de gris oscuro y torturaba a la gente, a querer eliminarla desesperadamente no era asunto suyo. ¿O sí? Había teletransportado al primer recluta que se encontró, porque él quería cerrar las fronteras con Bámbernal para que no escapara. ¿Por qué?

Y de pronto, lo supo. Maldito puerco sinvergüenza. Seguro que quería aprovecharse y ella le había plantado cara. Con dos huevos, o lo que equivalga para las chicas. Otro motivo para perseguir a una estudiante inofensiva no se le ocurría. Aún así, la recompensa era su sueldo de varios años. Dudo unos instantes, pero se decidió. Sonrió con malicia y dijo:

- Oye, bombón. Estoy buscando a una traidora a la república. ¿Has visto pasar a alguien por aquí?

Ella, al principio, le miró con cara rara y al rato, negó con la cabeza. Jaime retiró su arma, miró a su alrededor con cansancio fingido, y continuó:

- Lo más seguro -, y señaló vagamente hacia su derecha -, es que haya ido hacia allá, que es el camino más corto a Bámbernal.

Jaime podía ser pobre, pero ni era estúpido ni estaba dispuesto a cubrirles las espaldas a los viejos verdes. No estaba dispuesto a dejarse comprar, y el tal Oscar podía meterse su recompensa por donde le cupiera. De hecho, si le dejasen, habría probado un sistema para hacérsela tragar que acababa de inventarse. Le daba mucha pena dejarla allí, pero ya se la estaba jugando. Lo único que iba a hacer era irse de allí y buscarse un agujero durante cuatro o cinco horas, para dejarla llegar a Bámbernal. Ya se le ocurriría alguna excusa.

Pensó que bien se merecía un beso y un abrazo de aquel monumento por lo que estaba haciendo por ella, pero no se lo pidió, porque sería aprovecharse. La miró antes de irse y descubrió gratitud y adoración en sus ojos. Y la vio dedicarle una sonrisa divina. Ninguna chica le había mirado así nunca. Se marchó tan contento como si hubiera recibido un beso.

* * * * *

Jaime no lo supo, pero hizo por ella mucho más de lo que creyó en un principio. Oscar no se tragó sus excusas y, furioso, ordenó que lo torturasen. Por más que lo intentó, lo único que consiguió arrancarle fueron gritos de: "¡asaltacunas! ¡hijo de perra!" y otros insultos mucho peores. Jaime gritó hasta quedarse sin voz, y Oscar no llegó a comprender nunca lo de asaltacunas. Al final, analizaron sus recuerdos y como no era posible leer los pensamientos, no encontraron nada en sus palabras en contra suya, salvo haber dejado escapar a la traidora creyendo buscar a otra persona. Así que lo expulsaron del ejército, y tanto tiempo le habían torturado, que no se recuperó del todo, ni física, ni mentalmente.

Terminó convertido en un mendigo, en el barrio universitario, que era un lugar tan malo como cualquier otro para ser pordiosero. Nunca olvidó aquella sonrisa, y ansiaba volver a ver a aquella muchacha. No volvió a dedicarle "piropos" a ninguna, porque los reservaba todos para ella. Pero nunca volvió.

Pasaron los años. Jaime ya era muy anciano. Salvo él, todo fue cambiando, borrando cientos de recuerdos. La república cayó, y Carcoria recuperó la libertad. Pero a Jaime le apenó, a pesar de que la vieja república había arruinado su vida. Porque con ella morían los recuerdos de la época en que la había salvado. Porque supo que ella no iba a volver a un mundo que ya no tenía nada que ver con el de antes.

Por eso, esta vez, se resignó. La nueva república, al menos por el momento, se preocupaba de verdad por su pueblo y ya no quedaban pordioseros. Trabajadores sociales recogían a los indigentes y los llevaban a los albergues. Él siempre se había resistido, preso por el recuerdo de Clara. Pero, en esta ocasión, cuando vinieron a llevárselo con palabras amables, dejó que lo levantaran. Ella no iba a volver.


Juan Cuquejo Mira

20 noviembre 2007

Viaje de negocios a Madrid

Mañana, bien temprano, salgo en avión para Madrid. Va a ser la primera vez que vuele. Se trata de un viaje de negocios con ida y vuelta el mismo día.

Cuando creamos la empresa, si me hubieran dicho que iba a pasarme una cosa así, no me lo habría creído. No pensé que fueramos a llegar tan lejos.

Hasta la vuelta

(Cuentacuentos) El camino era tan estrecho que se hacía difícil caminar erguido sin caer (II)

La despertaron golpeando las rejas de la puerta. Se levantó rápidamente y entraron dos soldados. Uno de ellos era Felipe. La embargó la felicidad cuando le vio y, olvidándose de su situación, dio dos pasos hacia él para abrazarle. La mirada seria de su novio la detuvo, y Clara comprendió que no habría quedado muy bien abrazarse. Le dejaron unos instantes para que se enjuagara el rostro y se peinara, y se la llevaron, en completo silencio.

Recorrieron las calles que unían el barrio de la Universidad con el sector donde se aglutinaban las sedes de los ministerios. Clara miraba a Felipe y, aunque le dolía un poco no poder mostrarle cariño, le hacía gracia verlo tan serio, tan en su papel de soldado de Carcoria. Respetó la solemnidad de aquel traslado y no dijo una palabra. Al menos, al principio, porque se sintió impresionada cuando la llevaron a la sede del Ministerio de Defensa y entraron por una puerta lateral. No se atrevía a hablar en aquel edificio tan importante. El pulso se le aceleró cuando comprendió que iba a entrevistarse con un alto cargo, lo que la alegró y la asustó a la vez. La alegró porque sabía que lo que significaba aquello: que la habían creído. La asustó por la responsabilidad que tenía: debía declarar con toda exactitud para ayudar a la república. Tras un recorrido un tanto confuso, la hicieron entrar en una sala con iluminación suave y tonos oscuros y la sentaron en una mesa, con una puerta pequeña al frente y una pared desnuda a sus espaldas. La dejaron a solas, con la puerta cerrada, tanto tiempo que se sintió cada vez más inquieta.


* * * * *

El recluta temblaba como una hoja. Escondido entre los matojos, apretando con furia la empuñadura de su espada, suplicaba que aquel demonio no se fijara en él. Solía decirse que esos seres de pesadilla tenían especial predilección por los hechiceros, pero seguro que si veían a un pobre soldado aterrorizado, saltarían sobre él para divertirse. ¿Quién le habría mandado alistarse? Parecía un trabajo cómodo, seguro, fácil y bien pagado, y él, cuya familia era muy pobre, apreciaba eso. A los campos de batalla sólo enviaban a tropas experimentadas y a cuerpos de elite, mientras que a los reclutas menos cualificados, los destinaban a la seguridad, la vigilancia de las ciudades... salvo cuando tenían tan mala suerte como él.

Tras unos minutos de terror, tuvo que reconocer que no tenía derecho a protestar por su suerte. No supo si era que el demonio no le había visto, o que no le prestaba atención. El caso es que, olfateando el aire y rugiendo en su lengua, el monstruo terminó por alejarse.

* * * * *

Finalmente, se abrió la puerta y entraron tres personas: Felipe, el otro soldado que la había traído, y un hombre de aspecto sombrío. Vestía ropas muy elegantes, de todos grises oscuros, y mostraba las insignias que lo identificaban como un hechicero de alto nivel. Miró a Felipe, que no le devolvió el gesto y al hechicero. Era moreno, pero canoso, y su mirada era gélida. Dejó unos papeles sobre la mesa, que Clara no pudo ver, y sin prestarle atención, cogió uno de ellos y lo leyó un rato que a ella le pareció muy largo y la puso aún más nerviosa. De pronto, sin mirarla, con voz átona, le dijo:

- Así que viste a un grupo de magos de alto nivel, protegidos por el ejército de Carcoria, que, de noche, a escondidas, invocaban y liberaban demonios, ¿no es cierto?

Tragando saliva, con toda la firmeza que pudo, repuso:

- Sí.

El hombre sonrió y le puso delante el papel que había estado leyendo. Ella lo cogió, lo leyó y se quedó helada. Era un pasquín, escrito con la caligrafía pomposa y adornada común en Bámbernal. En tono propagandístico, acusaba a Carcoria de haber creado a los demonios para aterrorizar a sus enemigos y someter a su pueblo, e instaba a la rebelión. Seguía sujetando el papel, estupefacta, cuando su interlocutor le dijo:

- ¿Qué te prometieron los espías de Bámbernal a cambio de difundir sus mentiras? ¿Oro, joyas? ¿Cuál fue tu precio para traicionar a la república?

Miró a su interrogador con los ojos muy abiertos, atónita. Empezó a balbucear alguna excusa y, de pronto, todo el nerviosismo que acumulaba estalló. Aquello era un disparate, una locura. Se puso a gritar que era inocente, que había visto aquello de verdad y que lo primero que hizo fue decírselo a las autoridades. Al borde de un ataque de nervios, a punto de llorar de desesperación ante la impasibilidad de los tres hombres, sobre todo de Felipe, se puso en pie, se pegó a la pared y pidió que la sacasen de allí, que era inocente. Vio que Felipe se acercaba para calmarla, y siguió defendiéndose, sabiendo que su contacto le daría fuerzas.

Lo siguiente no se lo esperaba. Felipe la tiró al suelo de un bofetón. Aún se estaba preguntando qué había pasado cuando oyó a su novio gritarle con amargura.

- Yo te quería, te amaba muchísimo... ¿Cómo has podido?... ¿Cómo has podido traicionar a nuestra república?...

Sólo acertó a mirarle, con el corazón hecho pedazos; vio sus ojos arrasados, llenos de furia y de pena, y no supo qué hacer. Felipe la levantó con brusquedad y la soltó sobre su silla, que ya no estaba orientada hacia su interrogador. Clara se quedó cabizbaja, abrazándose a sí misma, demasiado impresionada para moverse o hablar. Salvo por el dolor de su mejilla, no asimilaba nada de lo que estaba sucediendo. El hechicero habló de nuevo:

- El castigo a tu crimen es la muerte.

Alzó con lentitud la mirada, buscando en los ojos fríos de su interlocutor algún signo de que no hablara en serio. Y vio a Felipe suspirar, apretar los puños y salir de allí a toda prisa, tras darle un golpe muy fuerte a la puerta. Clara comprendió que aquella era la última muestra de amor de Felipe, la mayor, la más hermosa. Aún creyéndola culpable, no había soportado perderla para siempre, y a riesgo de que lo encarcelaran, había abandonado su puesto, incapaz de seguir escuchando. Aquello la hundió mucho más que su sentencia. Agachó la cabeza de nuevo, pero sólo se le escapó una lágrima. Mientras, su torturador sonreía.

Estuvieron callados un rato. Al final, el hechicero pidió al otro soldado que los dejaran solas, y volvieron a sumirse en un silencio que pretendía ser tenso, pero que a Clara, desecha y resignada, ya no le inquietaba. No le miraba, aún bloqueada, sintiendo como toda su vida se había desmoronado en un instante. Entonces, su interlocutor, con frialdad, dijo:

- Pobre chiquilla. Sé que eres inocente, pero no puedo dejarte vivir... por el bien de la república. Lo comprendes, ¿no?

Clara, aún dándose consuelo a sí misma, lo miró fijamente a los ojos. Aquel hombre siniestro sostuvo su mirada y dijo:

- En realidad, Bámbernal tiene razón. Los demonios son una creación del ejército de la república, con la colaboración del colegio oficial de hechiceros. Lo que viste no tuvo nada que ver con una conspiración contra Carcoria.

La muchacha estaba aún más confusa que antes. No bajó la mirada; apenas se movía salvo para respirar.

- Comprende que nadie puede saberlo. Si lo hacemos público, el gobierno tendrá que abrir una investigación y podría descubrirse todo. Por eso debes desaparecer. No dudo que intentarías guardar el secreto, pero es demasiado arriesgado; podrías insinuar algo que un espía o un traidor pudiera reconocer. Lo comprendes, ¿verdad?

Aquellas palabras, llenas de ironía, la hicieron entender lo corrupta que se había vuelvo Carcoria. Los demonios mataban a mucha gente; civiles, soldados... La república prometía defender al pueblo de ellos, derrotarlos... En eso, el hombre dijo:

- Tu novio, Felipe, defendió tu inocencia durante horas. Nos costó trabajo, pero al final tuvo que rendirse ante las pruebas falsas que le enseñamos. Fue una suerte para él, porque si hubiera seguido insistiendo en tu inocencia, habríamos tenido que ejecutarlo también. Solemos volver a los seres queridos contra los traidores; así se evitan las venganzas, que son desagradables para la república.

Y cuando evocó el dolor de los ojos de Felipe, se enfureció. Y decidió que tenía que hacer algo. Pero, ¿cómo escapar de allí? Sin haberse movido ni un ápice, se puso a analizar a su oponente. Un hechicero de alto rango, malvado, seguro de su poder, que disfrutaba con aquella tortura... dado a subestimar a sus víctimas. Y se le ocurrió cómo usar eso en su favor. Pero necesitaba tiempo. Con los ojos aún clavados en él, fue sincera al preguntar:

- ¿Por qué?

Entrecerrando los ojos, el hechicero repuso.

- ¿Por qué que?

- ¿Por qué la república crea a un enemigo para luego luchar contra él?

Cuando le vio recostarse con la satisfacción reflejada en su mirada, Clara supo que había acertado.

- Es una historia muy larga. Cuando derrocamos al rey y fundamos la democracia, al principio todo fue bien. Luego, surgió el problema de cómo controlar a un pueblo en el que residía el poder. Mantener un estado de esa forma es casi imposible o, al menos, nos resultó imposible. Comenzamos creando leyes estúpidas, que sancionaban aspectos absurdos y siendo muy benévolos con los maleantes, que nuestra propia política creaba. La idea era que el pueblo viera al gobierno como el único que podía protegerles y, a la vez, conseguir encarcelar a cualquiera que incumpliese cualquier extraño reglamento. Aquello funcionó un tiempo, pero el pueblo se dio cuenta de esa jugada y se rebeló. Así que necesitábamos un enemigo más insidioso y temible que los maleantes, en su mayoría, gente pobre y desesperada... Ya conoces el resto.

Clara apenas le había escuchado. Calculaba a toda velocidad y tuvo que agradecer todas las matemáticas que había aprendido. Era imposible superar a su oponente, ni en rapidez ni en precisión en el uso de la magia. Pero podía intentar algo que pareciera previsible y que no lo fuera. Pensando en Felipe, en sacarlo de algún apuro, había practicado mucho como encadenar trayectos en la realidad paralela a la que iban los magos cuando se teletransportaban. Apenas se estudiaba en clase, pero era una generalización trivial. La única limitación de aquel hechicero formidable sería una propia de cualquier persona: los tiempos de reacción. Desde ver algo hasta poder reaccionar, pasa un tiempo, que los hechiceros conocen. Había estado calculando lo que tardaría en cambiar de trayecto en la realidad paralela en función de la distancia que pretendía recorrer y creía que, por muy poco, podría hacerlo antes de que su oponente pudiera atraparla. Era arriesgado, pero no tenía nada que perder.

(CONTINUARÁ)


Juan Cuquejo Mira


19 noviembre 2007

(Cuentacuentos) El camino era tan estrecho que se hacía difícil caminar erguido sin caer

El camino era tan estrecho que se hacía difícil caminar erguido sin caer. Y más, con aquella penumbra, y aquel viento helado. ¿Por qué habían tenido que elegirle "voluntario" para aquella tarea? La república presume de tener un ejército de cien mil soldados, y le había tocado a él, por el hecho de que fue el primer recluta al que encontraron. La maleza reseca hizo aún más impracticable el sendero, señal de que se acercaba peligrosamente a la frontera con Bámbernal. Por eso, desenvainó y usó la espada para abrirse camino, con cuidado.


* * * * *

Clara, a besos, intentaba impedir que Felipe terminara de arreglarse su uniforme de soldado. Y aunque le costaba trabajo no reírse por la insistencia de su novia, logró hacerlo y, con cierto esfuerzo, se despidió de ella con otro beso. Clara le vio irse por el pasillo de la residencia, suspiró apenada cuando le perdió de vista, y entró y se sentó un rato en la cama. Aquella mañana no le apetecía ir a clase; hubiera preferido quedarse con él. Le tocaban prácticas de magia ofensiva, que era la asignatura que menos le gustaba. Remoloneó un rato, pero fue consciente de que si quería ser hechicera, tenía que aprobar aquél tostón. Así que se arregló y se fue a desayunar.

Mientras comía, sola porque era un poco tarde, se convenció a si misma de que era su obligación ser una de las mejores incluso en aquel uso tan amargo de la magia. Sus padres habían tenido que esforzarse mucho para que la admitiesen en la Universidad Central de Carcoria, y procuraba devolver el favor siendo una de las estudiantes más prometedoras de su promoción. Ansiaba terminar para poner sus conocimientos al servicio de la república. Y, también, pensó ilusionada, para que Felipe estuviera orgulloso de ella.

Las prácticas se realizaban en un descampado a tres kilómetros de la residencia, así que se apresuró. Las calles estaban llenas de propaganda electoral, de carteles con promesas vacías de los políticos. Aunque el barrio universitario era de clase media, tuvo que esquivar a un par de mendigos, que la reconocieron como estudiante. Pertenecía a una familia sin apuros económicos, pero tampoco le sobraba el dinero. Sabía que el sentimiento no era mutuo, de hecho, los pobres de Carcoria sentían un resentimiento profundo hacia los que prosperaban, pero se compadecía de su situación y le costaba tener que negarse a darles unas monedas.

Llegó de las últimas a su clase, pero a tiempo.

* * * * *

El tercer aullido le heló la sangre en las venas. Aferró la espada con fuerza y se agachó, inmóvil, unos instantes. Comprendió que, por muy rabioso que se sintiera, no debía hacer tanto ruido cortando maleza. Hizo memoria y trató de identificar de qué bestia era aquel aullido. Ojalá fuera un lobo, porque si no, se trataría de algo mucho más temible. Pero aquello no sonaba a lobo...
* * * * *
Nunca había echado tanto de menos a Felipe. Las calles de la capital, de madrugada, eran lóbregas y peligrosas, aunque fuese excepcional que se colase algún demonio. Las finanzas de la república, enfrentada a Bámbernal en una guerra que se hacía demasiado larga, no pasaban su mejor momento. Las calles estaban llenas de maleantes. Había pasado toda la tarde buscando un regalo para su novio, luego se había encontrado con varias amigas, y había perdido la noción del tiempo. Se metió, sola, en un acto político y cuando se quiso dar cuenta, se vio en pleno centro de madrugada, sin nadie que la acompañara.

Clara no era cobarde, era una mujer muy decidida, pero estaba tan asustada que sentía que su andar ligero, en el silencio, sonaba con estrépito. Incluso, se vio tentada a usar la magia para volver más rápido, o para camuflarse, pero estaba prohibido lanzar hechizos sin autorización antes de graduarse. Al llegar a una plaza grande, atisbó a dos o tres personas, y el corazón le dio un vuelco. Se sintió incapaz de seguir por ahí, y decidió dar un rodeo por los antiguos jardines reales, que eran inmensos y estaban tan llenos de setos que le sería fácil esconderse de cualquiera. Decían que era un sitio peligroso de noche, pero, en aquellos momentos, a Clara le parecía insegura cualquier ruta.

Se arrepintió muchísimo de aquella decisión. Avanzó, tensa y vigilante por los jardines, y oyó los rumores lejanos de una invocación. Aquello la tranquilizó un poco; podrían ser profesores de la Universidad haciendo algún experimento, así que se acercó, con la esperanza de regresar con ellos. Algo en los cánticos le dio muy mala espina, así que se aproximó a escondidas. Y lo que tuvo la desgracia de observar la dejó estupefacta. Tres magos, rodeados por un grupo de soldados de la república, realizaban una invocación. Y el ser que tomaba forma en el centro del círculo formado por los hechiceros era un demonio. Muy asustada, observó como surtía éxito el hechizo, y se convenció que los hechiceros eran carcorianos, pero no reconoció a ninguno. Les vio conversar con el demonio, como si le estuvieran dando órdenes y, de pronto, éste se puso a olfatear el aire, y, con una rapidez devastadora miró hacia Clara y empezó a aullar. Los magos, con órdenes nerviosas, lanzaron a los soldados y al demonio contra ella, tan deprisa que no tuvo tiempo ni de levantarse.

Por primera vez, sintió que su vida estaba en peligro. El demonio se había adelantado y dudaba que se limitara a inmovilizarla. Casi instintivamente, se concentró. El monstruo estaba a su altura cuando se desvaneció, y su zarpazo sólo hendió el aire.

Teletransportarse era una sensación extraña. Suponía entrar en una realidad paralela, conectada con la nuestra de tal forma que pequeños movimientos en ese espacio equivalían a grandes desplazamientos en el nuestro. En esa realidad, la noción de distancia era diferente, y los magos sentían como si volaran durante unos instantes. Dominar la técnica era complicado, pero Clara no había tenido tiempo de preocuparse por eso. La precisión de los hechiceros graduados llegaba a ser enorme, pero ella aún era una estudiante. Visualizó como destino la verja de entrada a su residencia; sin embargo, apareció a diez metros a derecha, muy cerca y con demasiada velocidad. No pudo mantenerse en pie, trastabilló unos metros y la detuvo el muro que rodeaba su residencia. No fue un golpe lo bastante grande como para herirse, pero se hizo daño y, durante unos momentos, se quedó atontada en el suelo.

Los guardias de la puerta corrieron a ver quién había aparecido de improviso y se había estampado contra la pared. No eran buenos tiempos, así que le apuntaron con la espada antes de quedarse sorpendidos de ver a una muchacha con cara de miedo y a medio incorporar. Clara los miró e intentó contarles lo que había presenciado, la gravedad de lo que había visto, pero se le quebró la voz y, por el golpe y el miedo, se le arrasaron los ojos y no pudo evitar ponerse a llorar. Aquello ablandó a los guardias, que intentaron consolarla primero y la ayudaron a levantarse después. De forma muy confusa, entre sollozos, les contó que había visto invocar demonios en los antiguos jardines reales, que había que decírselo a las autoridades. Uno de ellos la hizo callar con suavidad y le dijo con tristeza.

- Podrás contárselo tú misma. Has usado la magia sin autorización; tendremos que denunciarte.

Clara, tras la sorpresa inicial, empezó a protestar. Les contó que no había tenido más remedio, que la habrían matado si no salía de allí, y que aquello era un mal menor en comparación con lo que hacían aquellos magos, que estarían a sueldo de Bámbernal. No consiguió nada, al menos en un principio. Se la llevaron a un calabozo, pero la tranquilizaron todo el tiempo y, dentro de lo desagradable de su situación, tuvo que sonreírse cuando vio que los soldados trataban de convertir en acogedora la celda y se mostraban muy atentos con ella. Arropada con las mantas más nuevas y limpias que habían encontrado, Clara se durmió ansiando que su castigo, dadas las circunstancias, no fuera demasiado duro.

(CONTINUARÁ)
Juan Cuquejo Mira

18 noviembre 2007

Realidad y ficción

De las cosas que escribo cuando tengo tiempo, una situación que alguna vez he repetido es poner un personaje que no es lo que parece. Esto es, no es el tipo de persona que todo el mundo se espera, sabe hacer algo que, a primera vista, parece improbable. Anoche, en la vida real, me pasó algo parecido.

Conocí a dos chicas a través de amigos comunes. Muy simpáticas las dos. Una de ellas era bajita y delgadita, con una bonita voz... No me equivoqué. Fue en la casa de un amigo, después de haber visto la segunda parte del partido de fútbol de la selección. Empiezan a decir que esta chica sabe cantar. Tras hacerse de rogar un buen rato, se anima a hacerlo, y...

Tiene una voz impresionante. De tono grave y muchísima potencia. Me sorprendió bastante... Una cosa era oírla hablar normalmente, ahora, oírla cantar... Parecía otra persona.

Buena anécdota para un domingo por la tarde.

16 noviembre 2007

Proyecto Euler

Hace cosa de unos días, a través de Microsiervos, conocí la página del Proyecto Euler (en inglés). Se trata de una página web donde se puede registrar cualquier visitante para, esencialmente, resolver problemas matemáticos. En estos momentos, hay 167 propuestos y uno más en camino. Son problemas, en principio, numéricos que pueden abordarse con lápiz y papel o realizando programas de ordenador sencillos.

Como se desprende de este artículo, ya me he registrado, con el apodo de JCuquejo, e, incluso, he resuelto el primer problema, que consiste en sumar todos los números menores de 1000 que sean múltiplos a la vez de 3 y 5. Lo he hecho realizando un programa en C de unas 20 líneas, emplendo
Dev-C++ de Bloodshed Software, que es un compilador libre. También sé resolverlo con lápiz y papel. Sin embargo, la dificultad de los problemas es creciente, así que no será tan fácil seguir avanzando.

Para mí, enfrentarme a este tipo de problemas, supone un desafío que me divierte mucho. Hacerlo en C, va a hacerme recordar lo poco que sabía de este lenguaje y, espero, mejorarlo. Y estar pendiente de cosas relacionadas con la ciencia, me hace no olvidar lo que es mi vocación. Así que espero ir contando más cosas de este proyecto por aquí.

12 noviembre 2007

[Go Tournament] Change in the server, change in the rules and starting

After several problems (flu, a lot of work, a change of server), today, the Go tournament starts. There are two changes:

1) The new official web is: Official web of go tournament.

2) Fourth rule has changed lightly (I use bold text for modified parts):

"In the first part, players will be randomly divided in groups of 4. They will play a 'league'; each player will play against the other three. Each 'match' will consist of 2 or 3 games. In the first game, a player will play with black stones, and in the other, the player will have the white ones. If a player win both games will win the 'match'; if not, an aditional game will be played - colour of stones will be assigned randomly. A player who wins a 'match' in this stage, will earn 1 point. If a player wins both games in a 'match', the player will earn a 'positive' (+1). After all the 'matches' of the first part will finish, the two first players of each group will be classified. In case of draw, it will be classified the player with more 'positives'. If there is still a draw, it will be classified the player who won their 'matches' earning more points in the go games."

Good luck!

[Torneo Go] Cambio de página, cambio en las reglas e inicio.

Después de diferentes problemas (gripe, mucho trabajo, cambio de servidor) declaro iniciado el torneo de Go en DragonGoServer. Hay dos cambios:

1) La página web pasa a ser: Página oficial del torneo de Go. La antigua está inaccesible.

2) La regla 4 queda redactada así (en negrita, los cambios):

"En la primera fase se dividirá aleatoriamente a los participantes en grupos de cuatro. Se disputará una "liga", en la que cada jugador se enfrentará a los tres restantes. Cada encuentro consistirá en 2 o 3 partidas, en las cuales, cada oponente jugará una vez con blancas y otra con negras. Si un jugador gana ambas, ganará el encuentro. Si cada jugador gana una partida, se desempatará con una tercera, asignando el color aleatoriamente. Por cada encuentro ganado, el jugador se anota 1 punto. Si un jugador gana las dos partidas de un encuentro, se anotará un positivo +1, que servirá para desempatar. Pasarán a la siguiente fase aquellos jugadores que hayan quedado en los dos primeros puestos de cada grupo. Si hubiera empates a puntos, ganará aquel que tenga más positivos. Si, aún así, siguiera habiendo empates, ganarían aquellos que hayan vencido por más puntos en sus encuentros. "

¡Suerte!

08 noviembre 2007

Consecuencias en visitas de un cambio de servidor

Desde que empezó el mes, hemos estado bastante atareados con la página web de mi empresa. La historia es curiosa. Todo empezó cuando utilicé el excelente Ranking de Emezeta para evaluar la calidad de la página de mi empresa. Gracias al autor del ranking, supe que mi servidor devolvía la cabecera HTTP 200 cuando se intentaba acceder a una página inexistente bajo nuestro dominio, lo que no creo que le hiciera mucha gracia a Google.

Como eso podía afectar al posicionamiento, me puse en contacto con nuestro proveedor y tras un intento infructuoso de devolver las cabeceras correctas personalizando las páginas de error, nos proponen un cambio de servidor, de uno que ejecutaba php 4 a otro que funciona con PhP 5. Ojo que no ha sido un cambio de dominio sino de servidor.

Las consecuencias han sido variadas. En primer lugar, el código en PhP tenía incompatibilidades con PhP 5, referentes, en su mayoría, al uso de variables globales. El hecho de que la directiva register_globals ahora esté en "off", y sea recomendable que siga así, ha supuesto que variables que se pasaban por GET o por POST ya no estén accesibles directamente. Por ejemplo, pasar una URL así: programa.php?vble=valor, requiere ahora hacer, en las primeras líneas de programa.php, algo del estilo de $vble=$_GET["vble"]. Acceder directamente a $vble supone recuperar una variable vacía.

Me ha llevado una buena serie de ratos cambiar este tipo de cosas y hacer otras dos que hacían falta desde hace tiempo. La primera provenía de cómo estaba hecha la página antes. Anteriormente, sólo podíamos ejecutar archivos PhP dentro de una carpeta llamada cgi-bin, lo que obligaba a hacer una horrible redirección con Javascript desde index.html, que colocabamos en la raíz del servidor a cgi-bin. Esto está solucionado, ya que el nuevo servidor acepta como página por defecto index.php. Supuso un lío bastante grande al obligar a modificar rutas, pero ya está hecho. La segunda ha sido crear un Sitemap, que es sencillo pero tedioso (y no he terminado).

Lo bueno es que el servidor es ahora un poco más rápido y funciona mejor. Lo malo, que las visitas a la página se han reducido, exactamente, a cero. Se debe a que todas las URLs que están indexadas en Google contienen cgi-bin, cosa que ya no es así y que no he podido redirigir automáticamente. Lo más triste ha sido que la subpágina De todo un poco, que es la que usaba como pruebas para el posicionamiento y cuyas estadísticas mido con más cuidado, pasó de 8 visitas diarias antes de optimizar el código a unas 20 diarias... Y ahora está en cero... Hasta que Google no vuelva a pasarse...