30 diciembre 2018

#OrigiReto2018 El final del viaje

Relato para el Reto de escritura de #OrigiReto2018 - Ejercicio: 6- Inventa un relato descriptivo que haga que los personajes o la escena en sí, sean algo completamente diferente a lo que parece.

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Con 1034 palabras, publico el último relato del OrigiReto2018. Es continuación directa del primer relato de diciembre. Me he divertido mucho con este reto y me da pena que acabe, aunque me alegre haber conseguido terminarlo, aunque sea a un día del final del plazo.

Aquí está la pegatina de diciembre



A continuación, la pegatina con los puntos extra.



Y aquí la plantilla en la que he anotado los géneros de los relatos.



Por último, aquí tenéis el último relato de mi participación en el OrigiReto 2018:


EL FINAL DEL VIAJE


Tenía el privilegio de recorrer el Sistema Solar a bordo de la nave más avanzada jamás concebida. Y esa nave, La Nubera, no solo era la más veloz de todas, además, era encantadora y muy sabia. La primera etapa del viaje, la Luna, duró cinco días, uno de viaje y cuatro de sobrevuelo. La Nubera me enseñó los lugares más señalados: los cráteres más espectaculares, algunas montañas y los restos que había dejado la humanidad: el punto del primer alunizaje y las ruinas de la primera base lunar, abandonada en 2055, hacía ya 52 años.

Luego, me llevó a Marte en el tiempo, asombrosamente corto, de cuatro meses. De allí, La Nubera me enseñó los restos de los distintos rovers que habían explorado el planeta hasta el fin de las misiones espaciales científicas, hacia 2050. Me impresionó el Olimpus Mons, la gigantesca montaña de más de 20 kilómetros de altura y también observé embelesado las gargantas rocosas de aquel mundo.

La Nubera me explicó que había usado Marte para llegar a Júpiter muy rápido. Si no se hubiera tratado de ella, no la habría creído cuando me dijo que en un año estaríamos allí. Con la amabilidad que la caracterizaba, me explicó cómo lo había logrado a base de cambiar de órbita en torno a Marte. Tenía muy oxidadas las ecuaciones sobre órbitas de naves espaciales, pero La Nubera tuvo la cortesía de explicarme sus cálculos. Me impresionó la complejidad de sus métodos y me apenó ser consciente de que todas aquellas capacidades se perderían. Mi viaje era uno sin retorno. De todos modos, ninguna operadora terrestre tenía el menor interés en construir nuevas naves. Si habían construido La Nubera fue porque yo la pagué y yo me empeñé. La tecnología espacial humana seguía por debajo de las capacidades de finales del siglo XX.

—No te desanimes —me dijo La Nubera cuando le expresé aquellas ideas—. Mis planos se han quedado en la Tierra. Si otro soñador como tú quiere realizar el mismo viaje, tendrá parte del camino hecho.

—El problema es que la gente se ha olvidado de soñar con la ciencia y con el espacio.

—Son los ciclos de la historia. Tarde o temprano, volverán a surgir soñadores.

Pasamos un par de años magníficos explorando Júpiter y Saturno. Ansiaba llegar a Urano y a Neptuno, pero mi salud empezó a deteriorarse. Cuando La Nubera salió disparada hacia Urano, sentí que estaba en las últimas, supe que no iba a llegar con vida al tercer planeta gaseoso. La Nubera trataba de consolarme, pero la notaba muy triste.

Y dos meses después de haber abandonado Saturno, La Nubera hizo sonar la alarma.

—Algo muy grande se acerca, Julián.

—¿Un asteroide?

—No. Sigue una órbita optimizada. Además, capto transmisiones. Es una nave espacial, mucho más avanzada que yo.

—Eso es imposible —dije.

La Nubera tenía razón. Una nave espacial enorme viajaba hacia nosotros. La inteligencia artificial hizo cientos de cálculos, pero ninguno de ellos nos daba oportunidades de escapar de aquel ingenio que solo podía ser extraterrestre.

La nave alienígena necesitó solo una semana para alcanzarnos. Fue un espectáculo tan aterrador como emocionante ver aquella nave descoumunal abría un agujero en el casco y nos engullía. La Nubera y yo lo habíamos debatido mucho. Concluimos que la nave no tenía intenciones hostiles, puesto que le habría sido muy fácil lanzarnos algún tipo de proyectil que nos habría despedazado. Nos querían vivos y, quizá, se iba a cumplir un anhelo en el que no había pensado por lo improbable que era: contactar con una civilización alienígena.

Cuando el agujero se cerró, La Nubera quedó envuelta en una oscuridad absoluta. Y me invadió el pánico: mi nave se quedó muerta, sin electricidad, sin responder a los controles y, lo peor, sin que la inteligencia artificial pronunciara una sola palabra. Lo pasé muy mal durante largos minutos, hasta que algo abrió la cápsula, una cosa que se suponía imposible sin romper la nave, y me sacaron.

Me vi frente a dos alienígenas, aunque estos estuvieran escondidos tras un par de máquinas que iluminaban el área con una luz amarillenta tenue. Se trataba de dos cilindros metálicos de los que brotaban tentáculos de una superficie lisa. Varios tentáculos me sujetaron y los que eran innecesarios se encogieron hasta desaparecer. Sabía que eran máquinas tripuladas porque la superficie tenía una única abertura transparente por la que se asomaba un ojo de color amarillo.

Trabajaron un rato y me rodearon con una especie de carcasa. Luego, me hicieron atravesar una membrana que separaba el aire de un líquido. Y descubrí, maravillado, que podía caminar y que había allí tres alienígenas. Tenían la piel amarilla, medían el doble que yo, tenían cuerpos cilíndricos y flexibles y poseían doce tentáculos cada uno. Los cuatro superiores terminaban en ojos amarillos.

A base de toques suaves, me condujeron por varios pasillos llenos de un fluido que les permitía a los extraterrestres bucear además de caminar. Me maravillaron las pinceladas de su arquitectura y tecnología y deseé poder comunicarme con ellos.

Me hicieron entrar en un recinto. Me quedé atónito al ver que en la estancia había una mujer de unos cuarenta años, que me sonreía.

—Julián, soy yo, soy La Nubera. Mi parte física se ha roto y estos alienígenas me han sacado del ordenador y me han hecho humana. ¿Te gusta mi aspecto?

—Eres muy guapa —respondí, algo sorprendido porque La Nubera no solía hablarme de esa forma.

—Ven, voy a presentarte al capitán. Seré tu intérprete. Estoy cumpliendo tu último sueño, Julián. Los Xhwfenne tienen una civilización fascinante.

La conversación con el capitán fue maravillosa, pero algo no terminaba de funcionar bien. Una lágrima corrió por la mejilla de La Nubera y lo supe.

—Este es el final del viaje —dije.

Y me vi de nuevo en mi nave. La unidad médica luchaba desesperada por hacer que mi corazón volviera a latir. Pero sería inútil: mi viejo cuerpo ya no aguantaba más. La Nubera también lo sabía y quiso darme un último regalo. Ya no podía hablar, pero la inteligencia artificial lo leyó gracias a la interfaz sináptica.

—Explora los planetas que restan, aunque yo ya no pueda verlo. Sé muy feliz.

29 diciembre 2018

#OrigiReto2018 Mi último sueño

Relato para el Reto de escritura de #OrigiReto2018 - Ejercicio: 01 - Escribe de manera realista como actuaría tu personaje principal para conseguir lo que más desea si fuera millonario.

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Este penúltimo relato del OrigiReto tiene 1034 palabras. El siguiente será una continuación de este. Ya me queda muy poco. Solo un relato y habré terminado el reto.


MI ÚLTIMO SUEÑO

No me podía creer que estaba a punto de cumplir mi mayor sueño, el que nació cuando tenía nueve años, mientras leía un libro sobre el Universo en una cama de hospital. Recuerdo aquel libro antiguo, que aún guardo en una vitrina. Era uno de esos libros hechos de papel, con imágenes llenas de colores. Aquellos en los que había que pasar páginas y tenían un tacto suave.

El libro empezaba hablando de la Tierra, continuaba explicando cómo se veían desde nuestro planeta otros mundos, las órbitas aparentes del Sol, la Luna y los planetas. Luego recorría todo el Sistema Solar. El viaje concluía con un paseo por el espacio profundo: la Vía Láctea, los cúmulos globulares y, al fin, fotos espectaculares de otras galaxias. Y, entonces, llegué a la parte en que se hablaba de la historia de la astronáutica. De como, en 1957, la URSS lanzó el primer satélite artificial, de como esta y los EE.UU. compitieron hasta que los segundos llegaron a la Luna en 1969 en un cohete enorme.

La lectura de aquel libro determinó mi futuro: me doctoré en astrofísica. Lo que en realidad quería era ser astronauta, pero siempre fue un sueño imposible. El descrédito de la ciencia entre los años 2030 y 2060 selló mi destino. Por el auge de los movimientos antivacunas volvieron muchas enfermedades. Contraje la poliomelitis a los nueve años y, desde entonces, he vivido en una silla de ruedas. A pesar de todo, siempre me he considerado afortunado: muchos de mis amigos murieron a causa del sarampión, la difteria o la tuberculosis. Yo solo perdí el uso de las piernas.

En las décadas oscuras, solo los ricos tenían el lujo de poder hacer algo más que malvivir, pero un golpe de suerte me sacó de la miseria: gané más de doscientos millones de euros en la lotería europea y supe crear un grupo empresarial que me hizo aún más rico. Y eso es lo que me permitió alcanzar mi último sueño.

Al fin, dos enfermeros me condujeron a mi limusina medicalizada e inicié mi viaje al aeropuerto. Mi último sueño era algo muy difícil de lograr, algo que ha consumido más de la mitad de mi fortuna, aunque siento que ha merecido la pena.

Desde que la poliomelitis me negó el poder caminar, he ansiado con viajar por el espacio. Soñaba con llevar una armadura robótica que me permitiera deambular por la Luna o por Marte. Quería orbitar Júpiter y ver el movimiento de sus nubes desde mi nave espacial. Quería explorar Saturno, sus lunas y sus anillos, arrancar los secretos que aún esconden Urano y Neptuno. Y pasear por Plutón. No conseguiré hacer nada de eso, pero voy a quedarme muy cerca.

Durante las décadas oscuras, llegué a pensar que mi sueño era un imposible. Las agencias espaciales norteamericana y rusa, que ya estaban en franca decadencia, quedaron reducidas a operadores espaciales de segunda, capaces únicamente de lanzamientos sencillos de satélites artificiales para mantener vivos Internet y los sistemas de navegación. Las agencias china e india, que obtuvieron éxitos notorios, decayeron también. La ESA, que siempre estuvo a la sombra de otras agencias, desapareció. El acceso al espacio estaba en manos de empresas privadas.

Cuando me volví millonario, llegué a un acuerdo muy particular con la única operadora espacial que existía en España, una empresa fundada a inicios del siglo XXI en Elche que había logrado sobrevivir a la decadencia científica y tecnológica de una Europa desgarrada por la desunión y el fascismo. Tenían que construirme una nave capaz de llevar a un ser humano a recorrer el Sistema Solar. Fue muy costoso, tanto en dinero como en años de trabajo. Llegué a temerme que moriría antes de ver a La Nubera alzar el vuelo.

Un enfermero abrió la puerta de la limusina y me sacó de mis recuerdos.

—Sujétese a mí —me dijo.

Me devolvieron a mi silla de ruedas y tras dos horas de espera, subí al avión que iba a llevarme a las Islas Canarias, desde donde iba a lanzarse La Nubera con su único tripulante. Disfruté del paisaje que se veía a través de la ventana del avión, aunque esas visiones maravillosas no iban a ser nada comparadas con lo que iba a experimentar a bordo de La Nubera.

Estaba tan nervioso, tan emocionado por el viaje que estaba a punto de emprender que me mantuve despierto todo el vuelo, a pesar de que mi salud deteriorada me provocaba sopor en los momentos más inoportunos. Por ello, La Nubera era una nave automatizada, regida por una inteligencia artificial con la que llevaba varios años hablando. Los ingenieros que habían creado la nave, creían que La Nubera se refería al vehículo. Para mí, ese era el nombre de la inteligencia artificial.

El corazón se me empezó a acelerar cuando tomamos tierra y me bajaron del avión. Nos llevaría una hora y unos minutos llegar al centro de lanzamiento. La emoción que sentía me alteró tanto que la unidad médica me inyectó un tranquilizante suave. No pensé que el destino fuera tan cruel como para provocarme un infarto cuando me faltaba tan poco para cumplir mi sueño.

Cuando una colina quedó atrás, contemplé la visión más maravillosa que había percibido nunca. En mitad de una gran llanura, había un cohete enorme, el mayor que había construido la Humanidad hasta entonces. El inmenso vehículo estaba soportado y protegido por una estructura de varas metálicas. La Nubera estaba en la punta del cohete y aunque medía cerca de cincuenta metros de largo, combustible casi todo, parecía muy pequeña al compararse con el resto de la nave.

A partir de ahí, todo fue muy rápido. Me subieron a La Nubera en un ascensor que había en una de las estructuras de soporte y me colocaron en la cápsula, que haría las veces de control parcial de la nave y unidad médica. Era muy pequeña: no iba a necesitar moverme.

—Llevo años soñando con este momento —dijo La Nubera, con una voz que me pareció aún más cálida y hermosa que aquella que oía a través de los altavoces de mi ordenador.

—Yo también. Y me alegro mucho de poder compartir este sueño contigo.

25 noviembre 2018

#OrigiReto2018 Alma de papel

Relato para el Reto de escritura de #OrigiReto2018 - Ejercicio: 10- Continua un cuento conocido en lugar de aceptar el final.

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Aquí ya queda claro, así que lo puedo decir. El cuento en que se basaba el relato anterior de noviembre era El soldadito de plomo, Hans Christian Andersen. Aprovecho este ejercicio del reto para cambiarle el final. Ese cuento es uno de los primeros que recuerdo haber leído y es uno de mis preferidos de siempre. Espero que os guste.

Son 1040 palabras y aquí está la pegatina de noviembre.




ALMA DE PAPEL


Era tan injusto. Después de todo lo que había padecido mi capitán y, poco después de regresar al hogar, aquel duende maldito había logrado al fin su propósito. Mis hermanos empezaron a dispararle, pero el monstruo huyó y se escondió debajo de la cama.

Yo no disparé porque vi algo que me partió el corazón. La bailarina a la que amaba se había lanzado a rescatarle. Creo que nunca supo que el papel no resiste el fuego. Llegó hasta él y su precioso vestido y su cuerpo grácil de bailarina se carbonizaron en un instante. Solo quedó de ella la lentejuela, que ya no brillaba con los rayos del sol, sino que quedó ennegrecida por el fuego. Mi capitán se derritió y quedó convertido en una gota con forma de corazón, sobre la que se pegó la lentejuela. La madre de nuestro dueño apagó el fuego con agua y solidificó a nuestro desdichado capitán, que ya solo era un corazón de plomo con una lentejuela gris oscura incrustada.

Llorando, mi dueño puso el cadáver de nuestro capitán dentro de la caja y nos guardó. Aquel día no quiso jugar más.

Dentro de nuestra caja, los veinticuatro soldados restantes lamentamos la muerte de nuestro capitán. Sin embargo, éramos luchadores valientes y decididos, y pronto nos planteamos si había alguna forma de cambiar el final de aquella historia. No quisimos aceptar un destino tan cruel y debatimos durante horas.

—El ratón de la alacena —dijo Holger—. Es viejo y muy sabio. Él sabrá qué hacer.

No fue una operación fácil. La mesa era muy alta y nuestro capitán y lo que quedaba de la bailarina pesaban mucho. Creamos una cadena que dos de los nuestros sujetaron hincando sus bayonetas en la mesa. De esa forma, tres de nosotros nos dejamos caer tan cerca del suelo que no nos rompimos nada. Corrimos hacia la planta baja mientras los veintiún compañeros amenazaban al duende cruel con acribillarlo si se le ocurría seguirnos.

Fue duro bajar las escaleras, aunque lo hicimos sin sufrir daños ya que nuestro pobre capitán, en su forma actual, no podía romperse. Nos limitábamos a tirarlo primero y a formar una cadena para caer unos encima de otros. Cuando cruzamos el agujero de la alacena donde vivía el ratón, este nos recibió con alegría y algunas caricias con el hocico.

—Nuestro capitán —le dije— ha caído en el fuego y ha quedado convertido en esto. La lentejuela es lo único que ha quedado de la bailarina a la que amaba. ¿Podemos hacer algo por ellos?

El viejo ratón olfateó largo rato el corazón de plomo. Permaneció pensativo y, al fin, dijo:

—El alma de vuestro capitán sigue encerrada en el plomo, porque esa es su esencia. Para recuperarlo, solo tenemos que volver a fundirlo y devolverle su antigua forma. No importa que la pintura se haya esfumado, podemos volver a pintarlo.

—¿Y la bailarina? —pregunté esperanzado.

—Tenía el alma de papel. El fuego la destruyó y todo lo que fue ha desaparecido para siempre.

—¡No puede ser! —dije—. Esta historia no puede terminar así. No quiero que mi capitán viva con el corazón roto, no lo acepto. El alma de la bailarina tiene que estar en la lentejuela.

El ratón golpeó con la uña la lentejuela varias veces.

—La lentejuela está ennegrecida. Si su alma pudo refugiarse ahí dentro, algo que no creo, no volvería a ser la misma.

—¡Claro que sí! —insistí—. Le traeré papel. Recuerdo muy bien como era. La haremos exactamente igual que antes, pintaremos de blanco la lentejuela y se la pondremos sobre la banda azul. Volverá con nosotros, el destino no puede ser tan cruel.

—No tengo papel —dijo el ratón con tristeza.

Salí sin decir más. Había visto una papelera al bajar las escaleras. El destino estaba de mi parte, porque había un par de papeles arrugados alrededor. Cargué con ellos y regresé con mis compañeros. Uno de los soldados se había prestado a crear el molde. Bastó encerrarlo entre una lámina de arcilla y un trozo de losa y que el viejo ratón se echara encima de la losa a dormitar. Cuando el molde estuvo seco, el ratón buscó a una duendecilla, a una de carne y hueso, corazón bondadoso y alma de hechicera. Con su magia, derritió el plomo que era nuestro capitán y sacó la lentejuela, de la que cuidó el ratón. Cuando el plomo llenó el molde, se dio cuenta.

—No hay plomo suficiente.

—Le faltaba la pierna derecha —dije—. ¿Es un problema?

—Ahora que ya lo sé, no.

Cuando el cuerpo de nuestro capitán recobró su antigua forma, la duendecilla lo congeló con el aliento y empezó a pintarlo con unos pinceles que había traído. Mientras tanto, el viejo ratón, con gesto triste y siguiendo mis indicaciones, recreó el cuerpo de la bailarina. La duendecilla, le pintó la banda azul y le pegó la lentejuela. Era igual que antes, salvo que la lentejuela era muy gris, casi negra, porque la pintura no se le pegaba.

—De joven era un gran mago —dijo el ratón—. El hálito de vida es cosa mía.

Les echó el aliento al capitán y a su amada. El primero en despertar fue él. Exultantes, lo rodeamos y lo abrazamos.

—Hermanos —dijo el capitán—. ¿Cómo es posible? Me derritió el fuego.

—Pero la magia de ratones y duendes lo puede todo —dije.

Supe que algo iba mal cuando vi que la bailarina no se movía y que la duendecilla estaba abrazada al ratón, que intentaba consolarla. Mi capitán, embelesado, abrazó a la mujer que amaba.

—Estás bien, amor mío —dijo—, pero tienes sucia la lentejuela.

Nuestro capitán frotó y frotó, pero la negrura no estaba solo en la superficie de la lentejuela. Toda ella se había carbonizado por dentro.

La bailarina abrió los ojos. Y su mirada estaba vacía. El capitán la acarició, pronunció cientos de palabras de amor, pero ya no era la bailarina. Era un trozo de papel pintado con una lentejuela gris pegada encima. Mi capitán se rindió y se sentó a llorar.

Y la bailarina, incapaz de reconocer o comprender, giró la cabeza para oír una música que solo ella podía escuchar. Y se marchó bailando.


24 noviembre 2018

#OrigiReto2018 Al final del cuento

Relato para el Reto de escritura de #OrigiReto2018 - Ejercicio: 9- Describe un despertar original.

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Este relato está basado en un cuento muy bien conocido. No lo diré aquí sino en el siguiente relato de noviembre, continuación de este, para no desvelar nada. Son 1042 palabras.


AL FINAL DEL CUENTO


Cuando una sacudida brusca me despertó, un movimiento que pareció como si la prisión que me envolvía hubiera caído sobre algo, no sabía si estaba despierto o continuaba soñando. Desde hacía un tiempo que no sé cuantificar, no distingo entre sueño y realidad. Creo que lo último real que experimenté fue hundirme despacio en el mar, después de haber recorrido en barco unas alcantarillas que me parecieron interminables. Mi barco había aguantado un tiempo las aguas, pero al final, se deshizo y yo empecé a hundirme.

No sé si la sombra que me cubrió cuando estaba bajo el agua fue realidad o un sueño. Tampoco sé si verme arrastrado por un conducto blando por el que apenas cabía fue realidad o el inicio de mi eterna pesadilla. Noté que mi bayoneta se clavó profundamente en algo. Tan dificultados tenía los movimientos, atrapado por aquella materia blanda y viscosa, que no pude liberar el rifle.
Fue entonces cuando empezó la pesadilla. Aquella prisión blanda que me aprisionaba no dejaba de moverse, de intentar retorcerme y doblarme. Algo me quemaba y por más que intentaba liberar la bayoneta o salir de allí, lo único que lograba era que me doliera todo. La oscuridad era completa, pero notaba como si ascendiera y descendiera.

No sé cuánto tiempo seguí así. Solo sé que me sumí en un estado de duermevela y que gracias a que pasaba desmayado buena parte del tiempo, no perdí la razón. La última pesadilla consistió en que mi prisión se volvió loca. Las paredes blandas me apretaron y me liberaron continuamente, contorsionándose con una ferocidad que nunca habían mostrado. Ni por esas logré liberar mi bayoneta. Y, de pronto, nada. Oscuridad, inmovilidad. Oí algunos sonidos extraños.

En aquel instante, sabía que estaba despierto del todo por primera vez en muchos días. Las paredes de mi prisión se mantuvieron inmóviles después del brusco movimiento inicial hasta que sentí como si alguien le hubiera dado un golpe muy fuerte, desde fuera, a mi cárcel. Era la primera vez que sentía aquello desde que se había iniciado mi encierro. Y eso me dio esperanza. ¿Habría venido alguien a rescatarme?

Pero si habían venido a rescatarme, pensé tras un intervalo largo en que no percibí ninguna actividad desde el exterior, estarían intentando hacer algo, y la inmovilidad que no cesaba daba a entender que seguía solo.

Ya estaba a punto de perder toda esperanza cuando noté un movimiento suave y oscilante. La presión sobre mi costado izquierdo aumentaba y disminuía de manera regular. Noté que algo avanzaba hacia mí, como atravesando algún tipo de material y me llevé la sorpresa de que un filo metálico tropezó conmigo. Por suerte, solo consiguió mellarme un poco y pasó rozando por encima de mí.

La luz me cegó durante casi un minuto: llevaba demasiado tiempo a oscuras. Por eso, no vi bien a quién me levantó y me sujetó entre el dedo índice y el pulgar. Solo pude percibir una silueta redondeada con el pelo largo.

—¿De dónde has salido tú? —dijo aquella mujer.

Me llevó hacia un lugar extraño, una especie de recipiente enorme y me echó agua por encima. El líquido caía en el gran recipiente. Más acostumbrado a la luz, pude comprobar que estaba en una habitación de una casa que no conocía. Sobre una mesa había un cuchillo y, al lado, un pez abierto por la mitad. Fue entonces cuando conseguí comprenderlo todo. El barco de papel se deshizo al mojarlo las olas, me hundí y aquel pez, pensando que yo era una presa, me engulló. El animal no pudo digerirme, aunque había perdido parte de mi pintura.

La mujer subió por unas escaleras, abrió una puerta y no me pude creer la buena suerte que había tenido. Era mi habitación, la habitación del niño que era mi dueño. Desde las alturas, podía ver la caja donde estaban mis veinticuatro compañeros, podía ver el castillo y podía ver a la bailarina a la que amaba y ya no esperaba volver a ver nunca más. Mi dueño no estaba, así que la mujer me dejó en una mesa y se fue.

Pasé dos horas maravillosas. Desde donde estaba, podía ver perfectamente a la bailarina. Estaba hecha de papel y llevaba un vestido de muselina, con una banda azul sobre el hombro en la que había una preciosa lentejuela blanca. Era la mujer de mis sueños, y por como me miraba, apoyada sobre una pierna como yo, el sentimiento era mutuo. Lo único malo era que el malvado duende, que también la amaba, me miraba desde un rincón del suelo, con odio y celos.

Cuando mi dueño subió a su habitación, se llevó una gran alegría

—¡Cojito! ¿Cómo han conseguido encontrarte? ¡Qué alegría!

Mi dueño, sin soltarme, fue a la caja donde estaban mis compañeros, los desplegó y me puso a mí al frente.

—Como eres el único que ha salido de mi cuarto —dijo mi dueño—, a partir de hoy serás el capitán.

Qué orgulloso me sentí. Qué alegría leí en los ojos de la bailarina. Había pasado momentos muy malos dentro de aquel pez, había padecido una travesía muy peligrosa a bordo de un barco de papel que no podía aguantar mucho. Y, a pesar de todo, había conseguido volver a mi hogar, volver con mi amor.

Pero la fortuna es caprichosa y los corazones crueles nunca cejan en sus empeños. Mi dueño estuvo jugando con mis hermanos y conmigo largo rato, hasta que se le ocurrió que los soldaditos de plomo podíamos pelear contra el terrible duende. Fue a por él, lo puso en la mesa, frente a todos nosotros y me cogió entre los dedos.

—Va a ser una gran batalla, cojito.

El duende fingió que fue cosa de una ráfaga de viento. Saltó y golpeó la mano de mi dueño que, sorprendido, me soltó. Caí en la chimenea, que estaba encendida. Mi dueño se puso a llorar, pero era demasiado pequeño para sacarme de allí. Bajó corriendo las escaleras.

Me derretía. Había faltado tan poco, había tenido tan cerca poder amar a mi bailarina. Y cuando vi que había saltado, gritando mi nombre, hacia la chimenea, no pude suplicarle que no lo hiciera porque el fuego me había sellado los labios.

31 octubre 2018

#OrigiReto2018 La última travesía

Relato para el Reto de escritura de #OrigiReto2018 - Ejercicio: 12- Usa un personaje conocido y mételo en un lugar, contexto o situación inverosímil.

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Son 1043 palabras, descontando diez asteriscos de separación de escenas y empieza justo donde dejé el primer relato de octubre. Espero que os guste. Aquí está la pegatina de octubre:




Y aquí el relato:


LA ÚLTIMA TRAVESÍA

La nave que me había dado Calipso era prodigiosa. Navegaba por el aire a tal velocidad que la isla donde vivía mi salvadora desapareció en un breve instante. Podía ver el cielo y el mar a través de la pequeña cúpula transparente que me protegía. A veces, veía masas de tierra a lo lejos, pero no pude identificar ninguna. Empecé a sentir sueño y traté de combatirlo, ansiando seguir disfrutando de aquel viaje maravilloso, pero el sopor terminó por vencerme.

Desperté en la cubierta de un velero. No comprendía cómo habían podido bajarme del ingenio de Calipso y dejarme allí sin que lo advirtiera. El caso es volvía a estar en un barco de madera, de aquellos que solía comandar. Cuando me incorporé, un muchacho se me acercó.

—Tome, señor, beba un poco —me dijo en un griego perfecto con acento de Ítaca y me tendió un cuenco con agua—. Queda muy poco.

Bebí con avidez, me levanté y recorrí el barco. Era un navío mercante itacense y todos los tripulantes eran súbditos míos. Le pregunté al capitán que como había llegado hasta allí.

—El divino Hermes le trajo en los brazos, señor y le dejó dormido sobre la cubierta.

El mismo destino cruel que me había partido el corazón, que me había llevado a un mar lleno de prodigios donde habían intentado retenerme con mentiras, me había devuelto a mi hogar.

Cuando desembarqué en mi amada Ítaca, no me demoré. Caminé lo más rápido que pude a palacio y ni siquiera tuve que entrar. Penélope estaba esperándome delante de la puerta. Nos abrazamos y lloramos de felicidad. Había pasado largos años en la guerra, primero, y perdido en el mar después. Aquella gigante maligna, Calipso, me había asegurado que mi esposa había muerto. Ojalá pudiera ver ahora cuán viva estaba.

¡Qué sorpresa me llevé cuando vi a Telémaco! Era tan alto como yo y todo lo que me contaron de él era bueno: se trataba de un príncipe querido por el pueblo, culto, noble y justo. Fue el remate a toda la felicidad que me invadió.

* * * * *


Fueron dos meses maravillosos. Pasaba los días reordenando la administración de mi reino, que a pesar del buen hacer de Penélope y de Telémaco, necesitaba de mi firmeza y mi astucia. Las noches eran para mi esposa y yo, y las llenábamos de besos y caricias.

Sin embargo, los dioses no soportan ver felices a los seres humanos. Al principio, fueron casos aislados. Llegaban campesinos a mi palacio muy asustados. Entre lágrimas me contaban como un grupo de cinco arpías los atormentaban, les destruían las cosechas o dañaban al ganado. Envié a grupos de arqueros varias veces y solo en la cuarta batida mataron a dos de aquellos monstruos.

Cuando el problema parecía conjurado, doce campesinos, hombres, mujeres y un niño, llegaron a palacio diciendo que un grupo de guerreros de tez muy pálida habían destruido la aldea y matado a la mitad de la población. Me puse al frente de mis guerreros e interceptamos a los invasores cuando marchaban hacia la capital. La batalla fue dura, perdí a muchos de mis hombres, pero aniquilamos a aquellos piratas.

Hubo unas semanas de paz. Llegué a creer que los dioses me dejarían tranquilo al fin, pero no fue así. Cientos de centauros invadieron Ítaca. Era tan absurdo que tales bestias pudieran llegar en tal número a una isla que solo podía tratarse de un castigo divino. Mi pueblo fue valiente. Reuní el mayor ejército que jamás se vio en mi reino y combatimos con fiereza. Pero poco pudimos hacer contra seres tan poderosos. Me hirieron y tuvieron que llevarme a palacio entre varios hombres.

Fortificamos el palacio lo mejor que pudimos, para intentar una última e inútil defensa. Me dolía no poder combatir a causa de mi herida. Telémaco, que iba a dirigir las tropas, se despidió con lágrimas en los ojos. Penélope se tumbó a mi lado a esperar el fin. Nunca supe cómo terminó la lucha. Cerré los ojos.


* * * * *


Cuando los abrí, algo me tapaba la boca. Estaba encerrado en una vasija transparente llena de un líquido de un tono azul muy leve. La vasija era tan estrecha que apenas podía separar los brazos. Me asusté al ver de pie, frente a mí, a un hombre sin rostro. Me recordaba a un muñeco de madera, de aquellos con que los niños itacenses jugaban, solo que parecía hecho de un material muy distinto.

—Quisimos evitar esto, Ulises —dijo el hombre en un griego perfecto—, pero consiguieron acceder a tu mente. Te devolvimos a Ítaca en sueños, pero los androides terrestres destrozaron la ilusión que habíamos creado para ti y te tuvimos que despertar.

Golpeé la vasija. Quise gritar. ¿De qué hablaba aquella cosa? ¿Dónde estaban Penélope y Telémaco?

—Las ilusiones no funcionarán más. No podrás volver a Ítaca en sueños, así que tienes que saber cuál es tu nuevo mundo. Han pasado casi cuarenta y dos siglos desde que acabó la guerra de Troya. Eres el último humano terrestre con vida.

Aquella afirmación me paralizó porque algo en mi interior me hacía creerlo.

—La Humanidad conquistó Marte y luego se empeñó en modificar Venus. Pero hace tres siglos, la Tierra se sumió en una guerra brutal. Se construyeron miles de millones de androides y otras máquinas, y cada bando consiguió que las máquinas del enemigo se rebelaran. Los androides acabaron luchando por su cuenta y los terrestres no pudieron detenerlas. Nosotros, los humanos de Marte, que ya no podemos vivir en la Tierra, conquistamos media Europa con nuestros robots, pero no logramos salvaros.

El hombre calló un instante.

—Gracias a una distorsión del espacio-tiempo, apareciste en medio del mar. Uno de nuestros barcos te rescató, pero los androides terrestres lo hundieron. Fue una suerte que sospecháramos que te retenía Calipso. —Hubo otra pausa—. Solo te diré una cosa más. Estás en una nave espacial, en un navío que puede viajar de un planeta a otro. Te llevamos a Marte, donde el enemigo no podrá acceder a tu mente. Intentaremos resucitar a la humanidad terrestre con tu material genético.

Lloré por Penélope y por Telémaco. El hombre me dijo que no tuviera miedo y supe que cuando me durmiera, ya no volvería a soñar.

27 octubre 2018

#OrigiReto2018 Calipso

Relato para el Reto de escritura de #OrigiReto2018 - Ejercicio: 11- Usa una historia conocida para cambiar la época en la que sucede y adaptarla.

Bases en:
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o en
http://plumakatty.blogspot.com.es/2017/12/origireto-creativo-2018-juguemos.html

En esta ocasión, son 1040 palabras, tras eliminar 10 asteriscos de separación de escenas. El relato está basado en un episodio concreto de la Odisea, que tiene lugar a lo largo de siete días. Si hay algunas actitudes que parecen forzadas, tened en cuenta que reproduzco y adapto ese pasaje concreto.

CALIPSO

No entendía nada. Desperté dentro de un sarcófago de tapa transparente, que estaba en un recinto enorme y blanco. Lo último que recordaba era navegar en una tormenta con varios de mis compañeros. Un rayo, tan terrible que solo pudo lanzarlo alguno de los dioses, partió el barco por la mitad. Logré saltar al agua y aferrarme a un tablón, pero ninguno de mis hombres pudo salvarse y, tras varias horas de naufragio, perdí el conocimiento. No recuerdo más.

Tres hombres extraños me miraron a través de la tapa y la abrieron sonriendo. Tenían la piel muy clara, el cabello oscuro y los ojos azules. Lo más raro es que se parecían mucho, como si fueran hermanos gemelos. Me hablaban en un lenguaje incomprensible y les hice saber con gestos que no entendía. Uno se extrajo de la ropa un pequeño artilugio y lo miró un instante.

—No tengas miedo —dijo el hombre, en un griego extraño que me recordaba el habla de Atenas—. Tu nave naufragó y te salvamos. Bienvenido a nuestro barco.

Salí del sarcófago con recelo. Estaba desnudo, aunque aquellos hombres lo remediaron tendiéndome unas prendas blancas. El trato de mis salvadores era cortés y el único que sabía hablar griego no se separó de mí. Me explicó que me darían de comer y me llevarían a un sitio llamado Marsella. Había expresiones que no entendía, pero el hombre era amable y paciente.

Pensé, apesadumbrado, que mis salvadores hacían mal. Si los dioses me habían querido naufrago, ayudarme provocaría su venganza. Además, me inquietaba que los demás marineros fueran iguales a los tres primeros, y que hubiera mujeres en el navío que también eran idénticas unas a otras.

A menudo, lamento tener razón. Un par de horas después, mis salvadores me subieron a cubierta y me enseñaron aquel navío inmenso y prodigioso, que no estaba hecho de madera y navegaba tan rápido que me parecía imposible. Algo se acercó volando y aterrorizó a mis salvadores. Supe que inmediato que eran los dioses que venían a cobrarse mi vida. Me resigné y me senté en el borde de la cubierta. Habría deseado tanto ver a Penélope una última vez.

El navío combatió. Se dispararon armas que no entendía contra el atacante, pero fue inútil. El contraataque del ingenio divino fue devastador: el barco estalló por varios sitios. Salí volando e impacté en el agua. Pude agarrarme a una especie de disco con un agujero en su centro y volví a quedarme solo en el océano cuando el barco se hundió y el ingenio volador se marchó.

* * * * *

Pasé dos días a la deriva, hambriento, muerto de sed y sin esperar otra cosa que la muerte. Pero los dioses son caprichosos. Las aguas me llevaron cerca de una isla que parecía una cúpula descomunal. No tenía fuerzas para intentar alcanzarla, pero una figura salió de la cúpula, se echó al mar y nadó hacia mí.

¡Qué prodigios nos muestran los dioses cuando quieren! Mi salvadora era una mujer enorme, de pelo castaño, ojos dorados y la piel tan morena como la de un marino que lleva meses embarcado. Me llevó a su cúpula, me secó y me dio de comer y de beber. Medía el doble que yo y estaba desnuda. El tacto de su piel era cálido y agradable, pero inhumano.

Mi salvadora no había pronunciado palabra alguna. Me pidió con gestos que hablara. Lo hice durante un rato, hasta que me pidió silencio con una mano.

—Bienvenido a mi hogar —dijo en un griego con un acento de Ítaca tan perfecto que supuse que estaba ante una diosa—. Me llamo Calipso y soy un androide de combate de clase titán. Aunque supongo que no sabrás qué es eso, ¿verdad Ulises?

—Sé que sois una divinidad y os agradezco vuestra ayuda —dije tras arrodillarme.

—Y yo no puedo creer que seas el auténtico Ulises. He tenido que leerte la mente tres veces para convencerme. Conozco todas tus aventuras y te he admirado desde siempre. —Bajó la vista y se ruborizó, como si fuera una simple humana—. En realidad… en verdad, ahora que te tengo delante, lo sé: te amo.

Era una mujer muy hermosa, pero aquella declaración me aterrorizó. ¿Me obligaría a corresponder a su amor? ¿Me impediría volver junto a Penélope?

—Sé lo que piensas, pero Penélope lleva muerta milenios. Yo estoy viva. Puedo hacerte muy feliz. Tengo un laboratorio, podrías ser joven para siempre y te amaría con todo mi corazón. No dejaría que nadie te hiciera daño.

No podía creerme que Penélope estuviera muerta. La sentía viva, sabía que continuaba esperándome. Como hacen a menudo los dioses, me estaba engañando.

—Os lo agradezco de corazón, pero sé que Penélope me espera. Si me amáis, dejadme partir, os lo suplico, divina Calipso.

—Sé hacer cosas que ninguna humana conoce —dijo Calipso, que se arrodilló delante de mí y me miró con los ojos más bellos que jamás había contemplado—. ¿Cuántos años tardarías en encontrar a Penélope? En cambio, yo estoy aquí.

Se llevó mi mano derecha al pecho y noté como le latía el corazón. Era tan hermosa… Me sentía tan solo… Me besaba la frente y las mejillas con ternura. No pude resistirme.

* * * * *

Pasé una semana con Calipso. Cada día me sentía más triste y la mañana del séptimo día, en el lecho, me acarició los cabellos.

—Nunca podrás amarme. Sigues pensando en Penélope y siempre será así.

Un artefacto empezó a sonar. Calipso se lo pegó a la mejilla y estuvo hablando largo rato en una lengua desconocida. Le rodaban lágrimas por el rostro cuando calló.

—Te han descubierto y me exigen que te libere. Si tú me amaras, lucharía hasta el fin por tenerte a mi lado, pero no me quieres. Dime, Ulises, ¿deseas volver a Grecia?

Asentí y Calipso se fue llorando. Poco tiempo después, me pidió que la acompañara. Me hizo entrar en un artefacto y abrió una puerta en la pared de su cúpula.

—No tengas miedo. Es como un barco que puede volar y te llevará a Atenas —dijo Calipso con los ojos arrasados—. Nunca te olvidaré.

La cubierta transparente del ingenio se cerró, el aparato se alzó y abandoné la casa de Calipso, maravillado.

14 octubre 2018

Optimismo medioambiental

La preocupación acerca del cambio climático que está provocando la Humanidad y sus consecuencias aumenta. Se incrementa despacio, pero lo va haciendo. Sin embargo, si se cuenta con lo que conocemos acerca de otros cambios climáticos que han sucedido en el pasado, me refiero a cambios sucedidos hace muchos millones de años, hay razones para ser optimistas.

En efecto, la vida sobre la Tierra ha sobrevivido a muchas catástrofes climáticas como la que tendrá lugar dentro de cincuenta años, y sobrevivirá a la que se avecina. Lo único que va a destruir este cambio climático va a ser la civilización humana actual y, quizá, a la especie humana. Pero la vida sobre la Tierra sobrevivirá.

Posiblemente, nuestra civilización se vendrá abajo cuando el clima quede perturbado sin remedio y cambie de manera radical. Eso significará la pérdida de un gran porcentaje de las cosechas y otras formas de producción de alimentos en todo el mundo, de manera que dará igual lo ricos que sean ciertos países o personas. No será problema de no tener dinero, será problema de que no habrá comida que comprar. Ahora, es prácticamente imposible que las cosechas sean malas, a la vez, en todo el mundo, porque las plantas que cosechamos están adaptadas a sus respectivos climas. Cuando la climatología haya cambiado de forma drástica debido a un aumento rápido de las temperaturas, ninguna especie estará preparada: la producción de alimentos se hundirá en todo el mundo a la vez.

Las consecuencias serán que, durante muchos años, habrá hambrunas en todo el planeta. Cuando la gente no tenga que comer, dejará de pagar impuestos, de obedecer a los gobiernos y de esas otras cosas que mantienen en pie la civilización y tanto preocupan a los políticos. También se dejarán seducir por populismos que promuevan el robo de los alimentos que atesoren estados o países vecinos, lo que reducirá aún más la producción de comida. Toda esa civilización que tantos milenios ha costado construir se desmoronará, muerta de hambre. Hace mucho tiempo que la población humana es tan elevada que solo los métodos de producción de alimentos basados en la existencia de estructuras estatales pueden mantener a la población. Miles de millones de personas no podrían vivir como cazadores-recolectores. Si la civilización se hunde, la hambruna será devastadora.

La Humanidad quizá sobreviva. Puede que pueblos aislados en lo más profundo de la selva del Amazonas, en zonas montañosas aisladas o en desiertos poco explorados sigan viviendo sin que los pueblos civilizados los perturben y puedan adaptarse al nuevo clima. O quizá las personas civilizadas los exterminen para robarles la comida. Eso no lo sé.

Pero, en todo caso, soy optimista: el cambio climático provocado por el ser humano no podrá destruir la vida sobre la Tierra. Solamente acabará con la civilización y, quizá, también con la especie humana. Sin embargo, la vida se recuperará. Por tanto, podemos seguir como hasta ahora. No hay de qué preocuparse.

30 septiembre 2018

#OrigiReto2018 Secuestro ritual

Relato para el Reto de escritura de #OrigiReto2018 - Ejercicio: 20- Crea un relato que suceda en una carretera durante la noche.

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Esta vez son 1029 palabras (1034 menos cinco asteriscos de separación de escenas). Y como se trata del segundo relato del mes de septiembre, añado la etiqueta:



Este relato comenza exactamente donde acaba el primero de septiembre. Este lo he publicado casi al límite. Hasta el mes de octubre.


SECUESTRO RITUAL


Qué harta me tenía Abdul. En momentos como aquel me preguntaba qué demonios vi en él como para casarme y seguirle a Estados Unidos. Lo miré un instante. La borrachera lo había hecho quedarse dormido, pero, aun así, seguía pareciéndome guapísimo. Me había seducido con el rostro tan exótico que tenía, con su forma de reír y con esos ojos negros tan bonitos que tenía. Hubiera deseado que su familia le hubiese inculcado sus costumbres tradicionales: no bebería ni una gota de alcohol y no tendría que ir a recogerle a la taberna cada dos por tres.

Me detuve al advertir una señal de “Stop”. Miré a ambos lados y seguí conduciendo. Era de noche y la carretera estaba vacía. Tras pocos minutos de recorrido, se me fue pasando el enfado con Ahmed. En verdad, habíamos tenido muy mala suerte, sobre todo él. Sus padres habían llegado a España desde Marruecos y sufrieron mucho para encontrar trabajo, adaptarse y criar a sus tres hijos. Abdul era el mayor. Con mucho esfuerzo, estudió la carrera de física y consiguió un premio extraordinario de doctorado. Era uno de los físicos más brillantes de España, por lo que no tuvo más remedio que emigrar. Había elegido la Universidad de Harvard y yo estaba tan loca por él que dejé mi trabajo y a mi familia para seguirle.

Entonces, Trump ganó las elecciones y las cosas se pusieron feas para quienes tenían ascendencia musulmana, aunque ya tuvieran la ciudadanía. Lo echaron de Harvard y llevábamos unos años malviviendo a base de trabajos temporales, recorriendo un estado tras otro. A mí me resultó un inconveniente; para él, abandonar para siempre la carrera investigadora, aquello que era toda su vida, lo hundió. Se volvió huraño y empezó a beber demasiado, pero nunca descargó su frustración contra mí: prefería destruirse a sí mismo. Abdul me seguía queriendo y yo a él.

Otro automóvil se nos acercó y comenzó a seguirnos. El trayecto hasta nuestra casa, en mitad del campo, no era demasiado largo. Me resultó muy raro que el coche se mantuviera muy cerca de nosotros, pero no podía hacer otra cosa que seguir conduciendo. A la luz de los faros, en la cuneta, a unos cien metros, vi a dos tipos que parecieron tirar algo que no vi. Se me aceleró el pulso cuando los neumáticos delanteros reventaron y estuve a punto de perder el control del automóvil. El coche acabó en la cuneta, detenido por un montón de matorrales. Abdul abrió los ojos, pero fue incapaz de superar la somnolencia.

—¿Qué ha pasado? —me dijo con los ojos entrecerrados y volvió a desvanecerse.

Comprendí que algo iba muy mal cuando el coche que nos seguía se detuvo de inmediato y salieron de él cuatro tipos. Cerré los pestillos, muy asustada, pero no sirvió de mucho. Intentaron abrir las puertas con rabia, golpearon los cristales y me gritaron que saliéramos del coche. No podía contar con Abdul, que miraba adormilado al tipo que quería abrir la puerta del copiloto.

No sabía qué hacer. Giré la llave y el coche arrancó, pero con las ruedas destrozadas e incrustado en los matorrales, apenas logré que avanzara medio metro. Me asusté mucho más cuando rompieron el cristal de mi puerta y dos de los tipos me sacaron a la fuerza por el hueco del cristal. Me agarraron y me debatí inútilmente. Vi, gracias a los faros encendidos de mi coche, que otros dos tipos secuestraban a Abdul, tan borracho que le llevaban a hombros mientras mi marido arrastraba los pies.

—¡Dejadnos en paz! ¡No tenemos dinero!

—Lo sabemos. Queremos a Abdul —dijo uno de mis captores—. No te resistas y no te pasará nada.

No les hice caso. Di un pisotón muy fuerte al que me aprisionaba el brazo derecho y tuvo que soltarme. Al segundo le di un buen golpe en las costillas con la palma de la mano. La falta de dinero y, sobre todo, la necesidad de cambiar de ciudad cada pocos meses, me obligaron a dejar el Taekwondo, pero aunque estuviera desentrenada, seguía siendo una cinturón rojo que preparaba el examen para el cinturón negro.

Retrocedí en guardia, lista para enfrentarme a aquellos tipos. Por muy diestra que fuera, luchar contra dos hombres a la vez era inútil, pero, mientras hubiera una oportunidad, tenía que pelear. Uno de ellos se adelantó y, con todas mis fuerzas, giré y le di una patada en el estómago que lo derribó. Pero su compañero me abrazó y caí al suelo con el individuo encima. Luché por zafarme, pero pesaba mucho y nunca había sido buena peleando en el suelo. Aun así, le golpeé varias veces y cuando otros dos canallas, probablemente los que habían reventado las ruedas del coche, me agarraron, mi oponente sangraba por la nariz.

Intenté seguir luchando. Grité, supliqué y me debatí hasta que me dieron un golpe muy fuerte en la cabeza y perdí el conocimiento.

                                                                                      * * * * *

Pasé tres días en el hospital, en observación debido a una conmoción cerebral que, por fortuna, no me iba a dejar secuelas. Cuando recobré el sentido, pregunté a los médicos y a las enfermeras si sabían algo de Abdul, pero nadie supo o quiso decirme nada.

Fue el día en que me iban a dar el alta cuando me lo contaron todo. Me visitaron un hombre y una mujer, que se identificaron con agentes federales. No tuvieron compasión. Me enseñaron una foto del cadáver de Abdul sin intentar hacerme más fácil un momento así.

—¿Reconoce a este hombre? —dijo el agente, con un fuerte acento del sur.

—Es Abdul. Era mi marido —dije entre lágrimas.

La mujer tuvo el detalle de darme unos cuantos pañuelos para que me secara las lágrimas.

—¿Quién ha sido?

—Una secta ocultista —respondió la mujer.

—¿Y por qué? ¿Qué les hemos hecho?

—Buscaban una mente brillante que estuviera sufriendo —explicó el agente—. Ha sido un secuestro ritual. Han tenido mala suerte, simplemente. No podemos contarle más.

Cuando los agentes se marcharon, empecé a llorar de nuevo. Decidí que lo mejor sería volver a España, cosa que hice un par de meses después.

Nunca supe qué secta me arrebató a Abdul.

29 septiembre 2018

#OrigiReto2018 Mi gran odisea

Relato para el Reto de escritura de #OrigiReto2018 - Ejercicio: 14- Narra algo cotidiano como una hazaña épica o un acto criminal.

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Son, según mis cuentas, 1037 palabras. Creo que el acto cotidiano que se convierte en una odisea está muy claro.


MI GRAN ODISEA


Había pasado una tarde inolvidable en aquella taberna, rodeado de amigos y bien atendido por las chicas que servían las mesas. Inundaron la mesa de cervezas, licores y algo de comer. Todo estaba delicioso y disfruté de las risas de mis compañeros de fiesta.

Pero algo empezó a ir mal. Comencé a sentirme cansado y aquel agotamiento que me adormilaba, no me permitió darme cuenta de cómo iba cambiando lo que tenía alrededor. Los sonidos se amortiguaron, las luces fueron volviéndose un poco más débiles. Y mis amigos me traicionaron. Se fueron marchando uno a uno y me quedé solo en aquella taberna, cada vez menos concurrida.

Ya no venía nadie a la mesa y lo único que rompía la quietud del recinto eran individuos que, de vez en cuando, pasaban cerca de mí. La sensación de que las cosas no iban bien se intensificó cuando intenté incorporarme y me sentí mareado. Di un par de pasos y todo me dio vueltas. Me sentí estúpido. Se estaban dando muchos casos de asaltos a turistas en la zona, y no había tenido cuidado. Llevaba un par de años viviendo en Chesterfield, una pequeña ciudad del estado norteamericano de Misuri donde casi todo el mundo era blanco, de manera que yo, a causa de mis rasgos árabes, parecía un turista o un inmigrante. Era la víctima perfecta para los desalmados que se dedicaban a echar drogas en las bebidas de los turistas.

Me costaba mucho caminar, pero me esforcé en avanzar lo más derecho posible, para fingir que no estaba afectado por lo que me hubieran echado en las copas. Creo que lo logré, aunque dar cada paso me suponía un esfuerzo enorme. Tenía que encontrar los lavabos del local, no solo por las ganas de orinar que tenía, sino para intentar forzar el vómito. En el penoso camino estuve pensando en quién podría haber sido. Las camareras, no. Recordé una chica rubia, muy guapa, que quiso invitarme a un acto religioso que tendría lugar en un día y un lugar que no recordaba. Entonces no me di cuenta; en aquel instante recordé que interpuso los folletos entre mi vaso y yo, y que me había abordado cuando ya estaba solo. Seguro que me estaría esperando en la puerta, con dos compinches, para asaltarme. Pero no se lo iba a poner fácil.

Me tropecé con una superficie de madera, que mi cerebro confundido tardó en reconocer como la barra del local. Alguien se me acercó.

—¿Dónde están… los… servicios? —dije con dificultad.

Avancé con muchos problemas hacia donde me había indicado y sentí cómo las drogas iban nublándome poco a poco la vista y la coordinación. Me costó mucho trabajo llegar al lavabo y me temo que, al principio, apunté mal y mojé el suelo, pero logré salir de allí haberme manchado. No conseguí vomitar aunque, al menos, me enjuagué la cara y me sentí un poco mejor. Gracias a aquello, recuperé parte de la lucidez y encontré la solución a mi problema.

Procurando mantener un paso lo más firme posible, regresé a la barra y trepé a lo alto de uno de los taburetes. Estuve a punto de caerme un par de veces, pero logré quedar sentado y apoyar los brazos en la barra. Cuando el camarero se me acercó, le pedí agua. Miré a ambos lados y, con cuidado y discreción, me saqué el móvil del bolsillo delantero de la camisa. Para impedir que los asaltantes que me estarían vigilando pudieran oírlo, en vez de llamar a Paula, lo que hice fue mandarle un mensaje por el móvil.

Fue una proeza conseguir escribirle un texto comprensible debido a la torpeza que me dominaba las manos y los dedos. Le pedí que viniera a recogerme, que dejara el coche muy cerca de la puerta, que inspeccionara los alrededores y que, cuando no hubiera nadie sospechoso en las inmediaciones, me diera una llamada perdida. Entonces, saldría de la taberna lo más rápido que pudiera, nos subiríamos en el coche y correríamos al hospital para que me quitaran toda la droga que me estaba envenenando.

Pasaron cinco largo minutos hasta que Paula respondió con un escueto “Ok”. El camarero me dijo si quería alguna otra cosa, que estaban a punto de cerrar. Pero su expresión me puso en guardia. Lo más probable era que el joven estuviera compinchado con los delincuentes y que intentara forzarme a salir y dejarme a merced de los asaltantes. Me habría bebido una cerveza, pero me daba miedo que el alcohol pudiera potenciar los efectos de la droga.

—Quiero… un… refresco —dije con la lengua trabada a causa de la sustancia que me tenía así.

El camarero puso mala cara, pero me sirvió el refresco. Me lo bebí lo más despacio que pude.

—¿Quiere que llame a alguien? —propuso de pronto el camarero.

—Ya… ya me he… ocupado —respondí intentando sonreír para hacerle creer que no estaba bajo los efectos de la droga.

Fueron diez minutos muy tensos. Había agarrado bien la botella vacía del refresco: si el camarero intentaba echarme de allí, le abriría la cabeza. Por suerte, no intentó nada y, al fin, noté la vibración del móvil. Ya le había pagado el refresco, así que empecé a bajarme del taburete. Fue difícil. Me falló una pierna, pero logré agarrarme a la barra y no caer. Si hubiera acabado en el suelo, no estaba seguro de haber podido levantarme.

Inicié el camino hacia la puerta atravesando un local que no paraba de dar vueltas. El suelo se movía bajo los pies y me obligaba a dar tumbos. Fue una proeza salir del local sin caerme un par de veces. Abrir la puerta de la taberna me dejó casi sin fuerzas y quedé apoyado en la pared, muy mareado. Por suerte, Paula vino hacia mí.

—Llévame al… hospital —le dije al límite de mis fuerzas—. Una ladrona me… me ha drogado.

—¿Esta vez te han drogado? Hoy no han sido los alienígenas, ¿no? —respondió Paula y me olió el aliento—. Lo que estás es borracho como una cuba. ¡Otra vez! Me tienes harta, ¿me oyes? ¡Harta!

Paula me condujo hacia el coche, me puso el cinturón del asiento del copiloto y arrancó.

31 agosto 2018

Truco de programación: pantalla de bienvenida persistente en Visual Studio 2015

En estos días de relajación, me he puesto a trastear un poco con Visual Studio 2015. El proyecto se trata de una simulación biológica sencilla denominada "Células y el Origen de la Vida". Hablaré más de ella en esta bitácora, pero hoy quiero tratar un tema puramente técnico.

Visual Basic 2015, y supongo que el resto de lenguajes de programación de esta "suite", incluye una serie de formularios particulares, que no había en la versión que usaba anteriormente, la 2005. Un ejemplo es la Pantalla de Presentación, que es un formulario que en las propiedades del proyecto se puede definir como pantalla de presentación.

Hay un comportamiento que me gustaba crear en algunas aplicaciones que cree en 2005: tener una pantalla de presentación que duraba un tiempo en pantalla hasta que desaparecía y se abría la ventana principal del programa. En la versión antigua, lo lograba trasteando en "Sub main": abría la ventana de presentación con un temporizador, tras lo cual se cerraba. En "Sub main" interrumpía la ejecución ese mismo tiempo y cuando ese tiempo transcurría, abría la ventana principal.

Pero en Visual Studio 2015 quise hacerlo sin hacer tantas "trampas", configurando adecuadamente las propiedades. No hay forma de conseguirlo de manera sencilla: la pantalla de presentación se mantiene abierta y a la vez se abre la principal, sin que hallase forma alguna de replicar el comportamiento anterior.

Esta es la solución que hallé. Primero, utilizaré el comando "Sleep" para paralizar la ejecución del código así:

System.Threading.Thread.Sleep(TESPINI) 

Visual Studio 2015 permite quitar "System". TESPINI es una constante que he definido en un módulo de constantes y declaraciones globales, de la siguiente manera:

Public Const TESPINI As Integer= 5000


El parámetro de Sleep da el tiempo de interrupción en milisegundos. Los siguientes pasos consisten en incluir la invocación a Sleep en ApplicationDesigner.vb


y añadir una línea en ApplicationEvents.vb


Hecho esto, el programa mostrará la ventana de inicio durante 5 segundos, tras los cuales, se cerrará la ventana inicial y se abrirá el formulario MDI.

Puede ser que si se cambia alguna parte sensible de la configuración se pudiera perder código, pero, hasta el momento, a mí no me ha pasado. EDITO: Sí me ha pasado. Recomiendo que antes de distribuir la aplicación os aseguréis de que en ApplicationDesigner.vb está incluido Threading.Thread.Sleep(TESPINI) 

27 agosto 2018

#OrigiReto2018 Aún me necesita

Relato para el Reto de escritura de #OrigiReto2018 - Ejercicio: 08- Escribe una historia en la que el protagonista esté obsesionado con algo relacionado con su altura.

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Son 1039 palabras, tras quitar quince asteriscos de separación de escenas. Este relato no se entiende del todo si no se lee antes el primero del mes de agosto, ya que es una continuación, si bien transcurre mucho tiempo entre ambos. Aquí está la pegatina de agosto:



Y aquí, el relato.



AÚN ME NECESITA

Pasar dieciséis años viviendo entre humanos es un suplicio que no le recomendaría a nadie. Me había convertido en un gerdel amargado que se odiaba a sí mismo. Lo único bueno que había en mi vida, que daba sentido a mi sacrificio, era Alianora. 

Mientras desayunaba, la vi sentarse frente al fuego. Todo había dejado de importarme, pero a Alianora seguía queriéndola igual. Hubo un tiempo en que dependía de mí. Ahora, era al revés: mi amargura me había derrotado. Mantener una casa de tamaño humano era un esfuerzo titánico para mí, pero nunca me quejé mientras mi hija no podía hacerlo. En aquellos momentos, no hacía otra cosa que comer, beber, dormir y añorar mi arboleda. Ni siquiera salía de casa.

Lo único que me apenaba era que cada día me costaba más no desahogar mi amargura con ella. Alianora se sentó a la mesa sin apenas mirarme. La noche anterior la había regañado con una dureza absurda comparada con el pequeño despiste que me había enojado. Mi hija no era el problema: era tan buena que no parecía humana. El problema eran los otros, que se reían de mí por mi altura. Hubo un tiempo en que me enorgullecía de medir medio metro; ahora sabía que era un enano repulsivo. 

Lo peor era que Alianora no se daba cuenta. La última vez que salí, había quedado con ella en una plaza. Cuando llegué, charlaba con unas chicas que empezaron a reírse de mi corta estatura. Alianora pasó semanas intentando convencerme de que no se reían de mí. Ella no puede creer que me desprecien: es demasiado buena. Estiré el brazo, pero no pude alcanzar la jarra de tamaño gerdel porque a mi hija se le había vuelto a olvidar dejarla cerca.

—¡Maldición, Alianora! ¡Te lo he dicho cientos de veces: si pones la jarra tan lejos, no llego!

Me la acercó y agachó la vista. Soltó la cuchara, se levantó y la oí subir las escaleras. ¿Cómo podía ser tan estúpido? Bajé con torpeza de la silla y subí las escaleras con dificultades. Alianora estaba sentada en su cama, llorando. Supe que llevaba mucho tiempo descargando mi frustración en ella, que no lloraba por mi última frase, sino por todas las anteriores. La quería tanto que habría dado mi vida por salvar la suya, pero lo único que sabía era hacerla llorar. No era más que un enano asqueroso: no podía ofrecerle un hombro. Solo pude rodearle la pantorrilla y pedirle perdón.

—Tú no tienes la culpa, papá —me dijo.

Mientras se secaba las lágrimas con un pañuelo, pensé en que Alianora no se merecía soportar a alguien como yo.

* * * * *

Llevaba casi tres semanas sin ver a Alianora. No quería comer, no podía dormir. Estaba seguro de que no la vería nunca más. Me dijo que quería visitar la casa de sus padres naturales en Vianni y conocer a sus amigos, que iría con dos comerciantes del pueblo. Con lo mal que la trataba sin quererlo, no se lo podía negar. Y sería más feliz alejada de un enano despreciable.

Cuando Alianora regresó, no me alegré: dos soldados la trajeron inconsciente. Ardía de fiebre y tenía un brazo muy inflamado. Reconocí la picadura de un wttwo, un insecto repugnante, tan grande como mi antebrazo. Maté a muchos wttwos de joven. Salí de casa por primera vez en varios meses y le compré al herbolario algunas de las hierbas que usábamos los gerdel. Hice un emplasto, se lo puse en el brazo a Alianora y lo sujeté con una venda. Me angustió que no despertara. Llevaba dos horas a su lado cuando alguien llamó a la puerta y tuvo la paciencia de esperar a que bajara los escalones.

—Usted debe de ser el héroe gerdel —dijo un tipo moreno y con bigote.

—Mi hija está muy enferma. No estoy para burlas —respondí, conteniéndome con esfuerzo, mientras cerraba la puerta. El tipo la inmovilizó con el pie.

—Soy médico. ¿Puedo pasar o dejamos que su hija se muera?

No entendí qué hacía allí ese hombre, pero le dejé entrar. Atendió muy bien a mi hija, me dejó hierbas y medicinas, me dio instrucciones detalladas… y cuando fui a pagarle, me dijo que medio Chavvi había contribuido con alguna moneda para costear sus honorarios.

* * * * *

Alianora luchó durante cuatro días. La quinta mañana, abrió los ojos, se incorporó para sentarse y me sonrió. Le abracé una pantorrilla, pero ella me levantó y le abracé el cuello. Estuvimos así un rato, hasta que me sentó junto a ella.

—Perdóname por haberte mentido —afirmó mientras se sacaba algo del escote.

Envuelto en una tela había un documento gerdel. Mi jefe de arboleda me había indultado. No me podía creer que mi niña hubiera sido capaz de realizar un viaje tan peligroso para un ser humano.

—No quiero que te vayas, papá, pero aquí no eres feliz. Convencí a tu jefe de arboleda de que puedo valerme por mí misma, así que ya no corréis peligro si regresas. —Alianora me sonrió—. Sé muy feliz.

* * * * *

El día que me fui, comprendí lo absurdo de mi obsesión con mi estatura. Decenas de vecinos de Chavvi vinieron a despedirme: nunca me habían despreciado.

Pasé un mes inolvidable en mi arboleda. Rejuvenecí diez años, pero eché de menos a Alianora desde el primer día. Y cada vez me sentía más triste. Mi jefe de arboleda ya era un anciano de casi cuarenta años. Yo, con cinco menos, era otro.

—Voy a volver a Chavvi, señor —le dije con esfuerzo—. Vendré cuando pueda, pero… Alianora aún me necesita. Los humanos viven tanto que con veinte años aún son muy inocentes, y mi hija tiene solo diecisiete. Si no vuelvo, ¿quién le dará consejos, quién le dirá si el vestido le queda bien y la regañará porque lleva demasiado escote? No tenemos espejos en casa. Siento marcharme, pero aún me necesita.

Alianora se casaría dentro de dos o tres años y se iría de casa, pero ¿por qué no pasar ese tiempo con ella?

—Siempre he sabido que te irías de nuevo, Mylles. Te indulté para que pudieras volver a la arboleda, no para que te quedaras. —Me dio un abrazo—. Vuelve con Alianora: aún la necesitas.

26 agosto 2018

#OrigiReto2018 Akmein Mabeg

Relato para el Reto de escritura de #OrigiReto2018 - Ejercicio: 07- Relata una adopción peculiar.

Bases en:
http://nosoyadictaaloslibros.blogspot.com.es/2017/12/reto-de-escritura-2018-origireto.html
o en
http://plumakatty.blogspot.com.es/2017/12/origireto-creativo-2018-juguemos.html

Este relato cuenta con 1045 palabras y hay dos homenajes un pelín disimulados. El primero es a la película Willow (si la habéis visto, puede que lo captéis. Es de una escena del final). El segundo es a la novela Tres corazones y tres leones de Poul Anderson. Este segundo lo contaré porque es un nombre que comparten muchos personajes: Alianora es la dama cisne que aparece en la novela de Poul Anderson.



AKMEIN MABEG

Los gerdel no sentimos aprecio por los humanos: son enormes, arrogantes y ansían expandirse a costa de la naturaleza. No soy una excepción, pero Silvio y Gabriella siempre me habían tratado bien y les consideraba unos buenos amigos. Cuando mi jefe de arboleda me enviaba Vianni, el pueblo humano más próximo, a comerciar, procuraba ir a verlos a su taller aunque no tuviera nada que comprarles. Aquel día de primavera en que fui a verlos, me cambió la vida.

Mi pueblo odia la violencia, quizá porque no sería prudente usar la fuerza cuando un gerdel le llega a un humano normal a las rodillas y los humanos no son la especie humanoide más grande. Pero hay otros pueblos que sí combaten a los humanos. Cuando oí sonidos de pelea en casa de Silvio y Gabriella y oí llorar a Alianora, su niña de apenas un año, me oculté.

Soy tan pequeño que los humanos casi nunca reparan en mí. Los tres malluwra, que son un poco más grandes, tampoco me vieron mientras salían del taller de mis amigos llevándose en brazos a Alianora, que seguía llorando con fuerza. Entré en la casa y me encontré a Silvio y Gabriella muertos delante de la cuna de su pequeña. El dormitorio estaba destrozado: habían luchado hasta el fin. Aquellos humanos no merecían tal destino.

Me oculté al oír llegar a los soldados y al regidor del pueblo. Aquellos cobardes se limitaron a lamentarse por la suerte de Alianora y el regidor prometió celebrar un buen entierro. Decidí que, si aquellos humanos no iban a intentar ni siquiera vengarse, sería yo quien lo hiciese en su lugar. Me aseguré de que mi bastón de combate estuviera cargado y seguí el rastro de los malluwra.

Me interné en un bosque que no tenía nada que ver con el mío: aquel era un lugar siniestro, lleno de árboles y matorrales oscuros y retorcidos. Los llantos de un bebé humano me angustiaron, pero me ayudaron a guiarme. Cuando localicé a los malluwra, en un claro de escasa extensión, me alegré de ser tan pequeño. Eran siete y parecían ocupados en una invocación. No entendía su idioma, solo capté dos palabras que sonaban en cada frase que pronunciaban: “Akmein Mabeg”.

Supe que era un nombre propio cuando un monstruo, con un aspecto que recordaba un ave de presa y brazos acabados en garras en vez de alas, se materializó cerca del borde del claro. Y sentí una punzada en el corazón cuando oí llorar a Alianora con más fuerza y reconocí el ritual: iban a sacrificarla a aquel Akmein Mabeg. Me acerqué todo lo que pude al monstruo. No sabía qué hacer, pero me sentía incapaz de dejar que mataran a una niña si podía evitarlo. Ser tan pequeño y llevar una capa mágica gerdel que me ayudaba a mimetizarme era una ventaja. También un inconveniente: ni siquiera armado con el bastón iba a impresionar o ahuyentar a seres seis o siete veces más grandes que yo.

Se me aceleró el pulso cuando advertí que había una posibilidad. El ritual parecía implicar un trance provocado por unos cánticos pronunciados en tono muy bajo. No supe si su objetivo era conseguir que Alianora dejara de llorar, pero la niña dejó de hacerlo. Eso me dio la oportunidad. Llené a toda prisa mi capa con ramas y hojas hasta crear un bulto del tamaño de un bebé humano. Hice que adquiriera el mismo color que la sábana en la que iba envuelta Alianora y, con sigilo, cambié al bebé por mi capa. Pasé muchísimo miedo: si a alguno de aquellos gigantes se le ocurría abrir los ojos, o si la pobre niña arrancaba a llorar, moriríamos los dos.

Nada de aquello sucedió. Huí todo lo deprisa que pude porque cuando vieran que el bebé humano ya no estaba allí, me buscarían por todo el bosque. Sin embargo, ya no tenía miedo. Ni siquiera necesitaba mi capa mágica: si un gerdel se esconde en un bosque, solamente lo encontrarán si el gerdel así lo desea, en especial si quien lo busca pertenece a una raza de gran tamaño.

Regresé a Vianni muy contento, aunque empecé a sentirme cansado porque el bebé pesaba mucho. Alianora era una niña preciosa, de piel muy blanca y mejillas sonrosadas. Su piel era lo que más me llamaba la atención al compararla con la mía, marrón como la madera y con manchas verdes. Despertó a mitad de camino, pero no lloró. Tuve la sensación de que se sentía a gusto conmigo. Sus ojos también eran distintos a los de cualquier gerdel: azules, en vez de negros.

Cuando la llevé al regidor de Vianni, para que se hiciera cargo de ella, me dieron el primer golpe.

—Si algún humano se hace cargo de ella, caerá la maldición sobre Vianni. Esa niña iba a ser sacrificada a un xephus: está marcada. Llévala al bosque y que las fieras la devoren.

Discutí largo rato, pero fue inútil. Así que lleve a Alianora a mi arboleda. ¿Qué otra cosa podía hacer? Mi jefe me dio el segundo golpe.

—No podemos ocuparnos de una niña humana. Según sus leyes, sería un secuestro y les daríamos la excusa que buscan para ocupar la arboleda. Si los humanos no quieren hacerse cargo, llévala al bosque y que las fieras la devoren.

Me levanté para cumplir la orden y cuando vi a Alianora en una cama gerdel, tuve que secarme una lágrima. Fui a cogerla en brazos y me rodeó dos dedos con la mano.

—Señor, no puedo.

—Yo lo haré por ti.

—Se lo ruego, señor, ¿no hay otra solución?

Nos sentamos a su escritorio y mi jefe se pasó un par de horas consultando un código legal humano y los pergaminos donde se plasmaban las leyes gerdel.

—Hay una forma, pero es muy dura. Tendrás que adoptar a Alianora. Eso me obligará a desterrarte para siempre. Entonces, si vas a una población humana que no sea Vianni con tu hija y muestras tu sentencia de destierro, podrás pedir asilo y te sería fácil conseguirlo. ¿Es eso lo que quieres?

Llené la mente de imágenes de mi arboleda: las encinas y los robles, las casitas gerdel, las flores, los atardeceres… 

Los iba a echar mucho de menos.