29 diciembre 2018

#OrigiReto2018 Mi último sueño

Relato para el Reto de escritura de #OrigiReto2018 - Ejercicio: 01 - Escribe de manera realista como actuaría tu personaje principal para conseguir lo que más desea si fuera millonario.

Bases en:
http://nosoyadictaaloslibros.blogspot.com.es/2017/12/reto-de-escritura-2018-origireto.html
o en
http://plumakatty.blogspot.com.es/2017/12/origireto-creativo-2018-juguemos.html

Este penúltimo relato del OrigiReto tiene 1034 palabras. El siguiente será una continuación de este. Ya me queda muy poco. Solo un relato y habré terminado el reto.


MI ÚLTIMO SUEÑO

No me podía creer que estaba a punto de cumplir mi mayor sueño, el que nació cuando tenía nueve años, mientras leía un libro sobre el Universo en una cama de hospital. Recuerdo aquel libro antiguo, que aún guardo en una vitrina. Era uno de esos libros hechos de papel, con imágenes llenas de colores. Aquellos en los que había que pasar páginas y tenían un tacto suave.

El libro empezaba hablando de la Tierra, continuaba explicando cómo se veían desde nuestro planeta otros mundos, las órbitas aparentes del Sol, la Luna y los planetas. Luego recorría todo el Sistema Solar. El viaje concluía con un paseo por el espacio profundo: la Vía Láctea, los cúmulos globulares y, al fin, fotos espectaculares de otras galaxias. Y, entonces, llegué a la parte en que se hablaba de la historia de la astronáutica. De como, en 1957, la URSS lanzó el primer satélite artificial, de como esta y los EE.UU. compitieron hasta que los segundos llegaron a la Luna en 1969 en un cohete enorme.

La lectura de aquel libro determinó mi futuro: me doctoré en astrofísica. Lo que en realidad quería era ser astronauta, pero siempre fue un sueño imposible. El descrédito de la ciencia entre los años 2030 y 2060 selló mi destino. Por el auge de los movimientos antivacunas volvieron muchas enfermedades. Contraje la poliomelitis a los nueve años y, desde entonces, he vivido en una silla de ruedas. A pesar de todo, siempre me he considerado afortunado: muchos de mis amigos murieron a causa del sarampión, la difteria o la tuberculosis. Yo solo perdí el uso de las piernas.

En las décadas oscuras, solo los ricos tenían el lujo de poder hacer algo más que malvivir, pero un golpe de suerte me sacó de la miseria: gané más de doscientos millones de euros en la lotería europea y supe crear un grupo empresarial que me hizo aún más rico. Y eso es lo que me permitió alcanzar mi último sueño.

Al fin, dos enfermeros me condujeron a mi limusina medicalizada e inicié mi viaje al aeropuerto. Mi último sueño era algo muy difícil de lograr, algo que ha consumido más de la mitad de mi fortuna, aunque siento que ha merecido la pena.

Desde que la poliomelitis me negó el poder caminar, he ansiado con viajar por el espacio. Soñaba con llevar una armadura robótica que me permitiera deambular por la Luna o por Marte. Quería orbitar Júpiter y ver el movimiento de sus nubes desde mi nave espacial. Quería explorar Saturno, sus lunas y sus anillos, arrancar los secretos que aún esconden Urano y Neptuno. Y pasear por Plutón. No conseguiré hacer nada de eso, pero voy a quedarme muy cerca.

Durante las décadas oscuras, llegué a pensar que mi sueño era un imposible. Las agencias espaciales norteamericana y rusa, que ya estaban en franca decadencia, quedaron reducidas a operadores espaciales de segunda, capaces únicamente de lanzamientos sencillos de satélites artificiales para mantener vivos Internet y los sistemas de navegación. Las agencias china e india, que obtuvieron éxitos notorios, decayeron también. La ESA, que siempre estuvo a la sombra de otras agencias, desapareció. El acceso al espacio estaba en manos de empresas privadas.

Cuando me volví millonario, llegué a un acuerdo muy particular con la única operadora espacial que existía en España, una empresa fundada a inicios del siglo XXI en Elche que había logrado sobrevivir a la decadencia científica y tecnológica de una Europa desgarrada por la desunión y el fascismo. Tenían que construirme una nave capaz de llevar a un ser humano a recorrer el Sistema Solar. Fue muy costoso, tanto en dinero como en años de trabajo. Llegué a temerme que moriría antes de ver a La Nubera alzar el vuelo.

Un enfermero abrió la puerta de la limusina y me sacó de mis recuerdos.

—Sujétese a mí —me dijo.

Me devolvieron a mi silla de ruedas y tras dos horas de espera, subí al avión que iba a llevarme a las Islas Canarias, desde donde iba a lanzarse La Nubera con su único tripulante. Disfruté del paisaje que se veía a través de la ventana del avión, aunque esas visiones maravillosas no iban a ser nada comparadas con lo que iba a experimentar a bordo de La Nubera.

Estaba tan nervioso, tan emocionado por el viaje que estaba a punto de emprender que me mantuve despierto todo el vuelo, a pesar de que mi salud deteriorada me provocaba sopor en los momentos más inoportunos. Por ello, La Nubera era una nave automatizada, regida por una inteligencia artificial con la que llevaba varios años hablando. Los ingenieros que habían creado la nave, creían que La Nubera se refería al vehículo. Para mí, ese era el nombre de la inteligencia artificial.

El corazón se me empezó a acelerar cuando tomamos tierra y me bajaron del avión. Nos llevaría una hora y unos minutos llegar al centro de lanzamiento. La emoción que sentía me alteró tanto que la unidad médica me inyectó un tranquilizante suave. No pensé que el destino fuera tan cruel como para provocarme un infarto cuando me faltaba tan poco para cumplir mi sueño.

Cuando una colina quedó atrás, contemplé la visión más maravillosa que había percibido nunca. En mitad de una gran llanura, había un cohete enorme, el mayor que había construido la Humanidad hasta entonces. El inmenso vehículo estaba soportado y protegido por una estructura de varas metálicas. La Nubera estaba en la punta del cohete y aunque medía cerca de cincuenta metros de largo, combustible casi todo, parecía muy pequeña al compararse con el resto de la nave.

A partir de ahí, todo fue muy rápido. Me subieron a La Nubera en un ascensor que había en una de las estructuras de soporte y me colocaron en la cápsula, que haría las veces de control parcial de la nave y unidad médica. Era muy pequeña: no iba a necesitar moverme.

—Llevo años soñando con este momento —dijo La Nubera, con una voz que me pareció aún más cálida y hermosa que aquella que oía a través de los altavoces de mi ordenador.

—Yo también. Y me alegro mucho de poder compartir este sueño contigo.

2 comentarios:

Stiby dijo...

Muy buenas. Ha estado bastante bien para el objetivo, sobre todo porque el protagonista tiene incapacidades y eso me ha gustado. Me quedo con la última frase en la que el astronauta y la IA se hablan. Eso deja la puerta abierta a una extraña relación entre ellos que espero que explotes en el segundo relato ¡voy a leerlo!

Juan dijo...

Hola Stiby

Muchas gracias por el comentario. Te voy a responder en el de la entrada siguiente a cosas que también hay en esta.

Un saludo

Juan.