30 diciembre 2018

#OrigiReto2018 El final del viaje

Relato para el Reto de escritura de #OrigiReto2018 - Ejercicio: 6- Inventa un relato descriptivo que haga que los personajes o la escena en sí, sean algo completamente diferente a lo que parece.

Bases en:
http://nosoyadictaaloslibros.blogspot.com.es/2017/12/reto-de-escritura-2018-origireto.html
o en
http://plumakatty.blogspot.com.es/2017/12/origireto-creativo-2018-juguemos.html

Con 1034 palabras, publico el último relato del OrigiReto2018. Es continuación directa del primer relato de diciembre. Me he divertido mucho con este reto y me da pena que acabe, aunque me alegre haber conseguido terminarlo, aunque sea a un día del final del plazo.

Aquí está la pegatina de diciembre



A continuación, la pegatina con los puntos extra.



Y aquí la plantilla en la que he anotado los géneros de los relatos.



Por último, aquí tenéis el último relato de mi participación en el OrigiReto 2018:


EL FINAL DEL VIAJE


Tenía el privilegio de recorrer el Sistema Solar a bordo de la nave más avanzada jamás concebida. Y esa nave, La Nubera, no solo era la más veloz de todas, además, era encantadora y muy sabia. La primera etapa del viaje, la Luna, duró cinco días, uno de viaje y cuatro de sobrevuelo. La Nubera me enseñó los lugares más señalados: los cráteres más espectaculares, algunas montañas y los restos que había dejado la humanidad: el punto del primer alunizaje y las ruinas de la primera base lunar, abandonada en 2055, hacía ya 52 años.

Luego, me llevó a Marte en el tiempo, asombrosamente corto, de cuatro meses. De allí, La Nubera me enseñó los restos de los distintos rovers que habían explorado el planeta hasta el fin de las misiones espaciales científicas, hacia 2050. Me impresionó el Olimpus Mons, la gigantesca montaña de más de 20 kilómetros de altura y también observé embelesado las gargantas rocosas de aquel mundo.

La Nubera me explicó que había usado Marte para llegar a Júpiter muy rápido. Si no se hubiera tratado de ella, no la habría creído cuando me dijo que en un año estaríamos allí. Con la amabilidad que la caracterizaba, me explicó cómo lo había logrado a base de cambiar de órbita en torno a Marte. Tenía muy oxidadas las ecuaciones sobre órbitas de naves espaciales, pero La Nubera tuvo la cortesía de explicarme sus cálculos. Me impresionó la complejidad de sus métodos y me apenó ser consciente de que todas aquellas capacidades se perderían. Mi viaje era uno sin retorno. De todos modos, ninguna operadora terrestre tenía el menor interés en construir nuevas naves. Si habían construido La Nubera fue porque yo la pagué y yo me empeñé. La tecnología espacial humana seguía por debajo de las capacidades de finales del siglo XX.

—No te desanimes —me dijo La Nubera cuando le expresé aquellas ideas—. Mis planos se han quedado en la Tierra. Si otro soñador como tú quiere realizar el mismo viaje, tendrá parte del camino hecho.

—El problema es que la gente se ha olvidado de soñar con la ciencia y con el espacio.

—Son los ciclos de la historia. Tarde o temprano, volverán a surgir soñadores.

Pasamos un par de años magníficos explorando Júpiter y Saturno. Ansiaba llegar a Urano y a Neptuno, pero mi salud empezó a deteriorarse. Cuando La Nubera salió disparada hacia Urano, sentí que estaba en las últimas, supe que no iba a llegar con vida al tercer planeta gaseoso. La Nubera trataba de consolarme, pero la notaba muy triste.

Y dos meses después de haber abandonado Saturno, La Nubera hizo sonar la alarma.

—Algo muy grande se acerca, Julián.

—¿Un asteroide?

—No. Sigue una órbita optimizada. Además, capto transmisiones. Es una nave espacial, mucho más avanzada que yo.

—Eso es imposible —dije.

La Nubera tenía razón. Una nave espacial enorme viajaba hacia nosotros. La inteligencia artificial hizo cientos de cálculos, pero ninguno de ellos nos daba oportunidades de escapar de aquel ingenio que solo podía ser extraterrestre.

La nave alienígena necesitó solo una semana para alcanzarnos. Fue un espectáculo tan aterrador como emocionante ver aquella nave descoumunal abría un agujero en el casco y nos engullía. La Nubera y yo lo habíamos debatido mucho. Concluimos que la nave no tenía intenciones hostiles, puesto que le habría sido muy fácil lanzarnos algún tipo de proyectil que nos habría despedazado. Nos querían vivos y, quizá, se iba a cumplir un anhelo en el que no había pensado por lo improbable que era: contactar con una civilización alienígena.

Cuando el agujero se cerró, La Nubera quedó envuelta en una oscuridad absoluta. Y me invadió el pánico: mi nave se quedó muerta, sin electricidad, sin responder a los controles y, lo peor, sin que la inteligencia artificial pronunciara una sola palabra. Lo pasé muy mal durante largos minutos, hasta que algo abrió la cápsula, una cosa que se suponía imposible sin romper la nave, y me sacaron.

Me vi frente a dos alienígenas, aunque estos estuvieran escondidos tras un par de máquinas que iluminaban el área con una luz amarillenta tenue. Se trataba de dos cilindros metálicos de los que brotaban tentáculos de una superficie lisa. Varios tentáculos me sujetaron y los que eran innecesarios se encogieron hasta desaparecer. Sabía que eran máquinas tripuladas porque la superficie tenía una única abertura transparente por la que se asomaba un ojo de color amarillo.

Trabajaron un rato y me rodearon con una especie de carcasa. Luego, me hicieron atravesar una membrana que separaba el aire de un líquido. Y descubrí, maravillado, que podía caminar y que había allí tres alienígenas. Tenían la piel amarilla, medían el doble que yo, tenían cuerpos cilíndricos y flexibles y poseían doce tentáculos cada uno. Los cuatro superiores terminaban en ojos amarillos.

A base de toques suaves, me condujeron por varios pasillos llenos de un fluido que les permitía a los extraterrestres bucear además de caminar. Me maravillaron las pinceladas de su arquitectura y tecnología y deseé poder comunicarme con ellos.

Me hicieron entrar en un recinto. Me quedé atónito al ver que en la estancia había una mujer de unos cuarenta años, que me sonreía.

—Julián, soy yo, soy La Nubera. Mi parte física se ha roto y estos alienígenas me han sacado del ordenador y me han hecho humana. ¿Te gusta mi aspecto?

—Eres muy guapa —respondí, algo sorprendido porque La Nubera no solía hablarme de esa forma.

—Ven, voy a presentarte al capitán. Seré tu intérprete. Estoy cumpliendo tu último sueño, Julián. Los Xhwfenne tienen una civilización fascinante.

La conversación con el capitán fue maravillosa, pero algo no terminaba de funcionar bien. Una lágrima corrió por la mejilla de La Nubera y lo supe.

—Este es el final del viaje —dije.

Y me vi de nuevo en mi nave. La unidad médica luchaba desesperada por hacer que mi corazón volviera a latir. Pero sería inútil: mi viejo cuerpo ya no aguantaba más. La Nubera también lo sabía y quiso darme un último regalo. Ya no podía hablar, pero la inteligencia artificial lo leyó gracias a la interfaz sináptica.

—Explora los planetas que restan, aunque yo ya no pueda verlo. Sé muy feliz.

29 diciembre 2018

#OrigiReto2018 Mi último sueño

Relato para el Reto de escritura de #OrigiReto2018 - Ejercicio: 01 - Escribe de manera realista como actuaría tu personaje principal para conseguir lo que más desea si fuera millonario.

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Este penúltimo relato del OrigiReto tiene 1034 palabras. El siguiente será una continuación de este. Ya me queda muy poco. Solo un relato y habré terminado el reto.


MI ÚLTIMO SUEÑO

No me podía creer que estaba a punto de cumplir mi mayor sueño, el que nació cuando tenía nueve años, mientras leía un libro sobre el Universo en una cama de hospital. Recuerdo aquel libro antiguo, que aún guardo en una vitrina. Era uno de esos libros hechos de papel, con imágenes llenas de colores. Aquellos en los que había que pasar páginas y tenían un tacto suave.

El libro empezaba hablando de la Tierra, continuaba explicando cómo se veían desde nuestro planeta otros mundos, las órbitas aparentes del Sol, la Luna y los planetas. Luego recorría todo el Sistema Solar. El viaje concluía con un paseo por el espacio profundo: la Vía Láctea, los cúmulos globulares y, al fin, fotos espectaculares de otras galaxias. Y, entonces, llegué a la parte en que se hablaba de la historia de la astronáutica. De como, en 1957, la URSS lanzó el primer satélite artificial, de como esta y los EE.UU. compitieron hasta que los segundos llegaron a la Luna en 1969 en un cohete enorme.

La lectura de aquel libro determinó mi futuro: me doctoré en astrofísica. Lo que en realidad quería era ser astronauta, pero siempre fue un sueño imposible. El descrédito de la ciencia entre los años 2030 y 2060 selló mi destino. Por el auge de los movimientos antivacunas volvieron muchas enfermedades. Contraje la poliomelitis a los nueve años y, desde entonces, he vivido en una silla de ruedas. A pesar de todo, siempre me he considerado afortunado: muchos de mis amigos murieron a causa del sarampión, la difteria o la tuberculosis. Yo solo perdí el uso de las piernas.

En las décadas oscuras, solo los ricos tenían el lujo de poder hacer algo más que malvivir, pero un golpe de suerte me sacó de la miseria: gané más de doscientos millones de euros en la lotería europea y supe crear un grupo empresarial que me hizo aún más rico. Y eso es lo que me permitió alcanzar mi último sueño.

Al fin, dos enfermeros me condujeron a mi limusina medicalizada e inicié mi viaje al aeropuerto. Mi último sueño era algo muy difícil de lograr, algo que ha consumido más de la mitad de mi fortuna, aunque siento que ha merecido la pena.

Desde que la poliomelitis me negó el poder caminar, he ansiado con viajar por el espacio. Soñaba con llevar una armadura robótica que me permitiera deambular por la Luna o por Marte. Quería orbitar Júpiter y ver el movimiento de sus nubes desde mi nave espacial. Quería explorar Saturno, sus lunas y sus anillos, arrancar los secretos que aún esconden Urano y Neptuno. Y pasear por Plutón. No conseguiré hacer nada de eso, pero voy a quedarme muy cerca.

Durante las décadas oscuras, llegué a pensar que mi sueño era un imposible. Las agencias espaciales norteamericana y rusa, que ya estaban en franca decadencia, quedaron reducidas a operadores espaciales de segunda, capaces únicamente de lanzamientos sencillos de satélites artificiales para mantener vivos Internet y los sistemas de navegación. Las agencias china e india, que obtuvieron éxitos notorios, decayeron también. La ESA, que siempre estuvo a la sombra de otras agencias, desapareció. El acceso al espacio estaba en manos de empresas privadas.

Cuando me volví millonario, llegué a un acuerdo muy particular con la única operadora espacial que existía en España, una empresa fundada a inicios del siglo XXI en Elche que había logrado sobrevivir a la decadencia científica y tecnológica de una Europa desgarrada por la desunión y el fascismo. Tenían que construirme una nave capaz de llevar a un ser humano a recorrer el Sistema Solar. Fue muy costoso, tanto en dinero como en años de trabajo. Llegué a temerme que moriría antes de ver a La Nubera alzar el vuelo.

Un enfermero abrió la puerta de la limusina y me sacó de mis recuerdos.

—Sujétese a mí —me dijo.

Me devolvieron a mi silla de ruedas y tras dos horas de espera, subí al avión que iba a llevarme a las Islas Canarias, desde donde iba a lanzarse La Nubera con su único tripulante. Disfruté del paisaje que se veía a través de la ventana del avión, aunque esas visiones maravillosas no iban a ser nada comparadas con lo que iba a experimentar a bordo de La Nubera.

Estaba tan nervioso, tan emocionado por el viaje que estaba a punto de emprender que me mantuve despierto todo el vuelo, a pesar de que mi salud deteriorada me provocaba sopor en los momentos más inoportunos. Por ello, La Nubera era una nave automatizada, regida por una inteligencia artificial con la que llevaba varios años hablando. Los ingenieros que habían creado la nave, creían que La Nubera se refería al vehículo. Para mí, ese era el nombre de la inteligencia artificial.

El corazón se me empezó a acelerar cuando tomamos tierra y me bajaron del avión. Nos llevaría una hora y unos minutos llegar al centro de lanzamiento. La emoción que sentía me alteró tanto que la unidad médica me inyectó un tranquilizante suave. No pensé que el destino fuera tan cruel como para provocarme un infarto cuando me faltaba tan poco para cumplir mi sueño.

Cuando una colina quedó atrás, contemplé la visión más maravillosa que había percibido nunca. En mitad de una gran llanura, había un cohete enorme, el mayor que había construido la Humanidad hasta entonces. El inmenso vehículo estaba soportado y protegido por una estructura de varas metálicas. La Nubera estaba en la punta del cohete y aunque medía cerca de cincuenta metros de largo, combustible casi todo, parecía muy pequeña al compararse con el resto de la nave.

A partir de ahí, todo fue muy rápido. Me subieron a La Nubera en un ascensor que había en una de las estructuras de soporte y me colocaron en la cápsula, que haría las veces de control parcial de la nave y unidad médica. Era muy pequeña: no iba a necesitar moverme.

—Llevo años soñando con este momento —dijo La Nubera, con una voz que me pareció aún más cálida y hermosa que aquella que oía a través de los altavoces de mi ordenador.

—Yo también. Y me alegro mucho de poder compartir este sueño contigo.