Recordando a mis ex-novias
NOTA: Esto fue una inocentada, evidentemente. Las fotos de Gina Carano y de Chyler Leigh las tomé de la Wikipedia, mientras que la imagen de Rachel McAdams me la pasaron.
No sé si los que visitáis asiduamente mi bitácora lo sabéis, pero llevo unos cuantos años sin pareja. La verdad es que, debo confesarlo, me gustan las mujeres. Y me gustan bastante. De ahí que, en ese aspecto de la vida, lleve unos años sin sentirme demasiado bien. Y las navidades, esa época en la que se sale más a la calle para comprar regalos, o se hacen las fiestas más inolvidables del año, me ponen muy nostálgico. Me acuerdo mucho de cuando Gina y yo nos pasábamos tardes enteras buscando regalos que agradaran a sus padres y a los míos, y que la cosa terminara con los pies hechos puré, y una cena en una pizzería. O de los fines de año bailando sin parar con Chyler -que es americana, de ahí el nombre-. Este año estoy muy triste porque, probablemente, ni salga ni baile porque no tengo con quien hacerlo.
Dicen que hay una terapia que consiste es poner por escrito tus penas. Así que dedicaré esta entrada a hablaros de como eran mis tres ex-novias, de lo que hacía con ellas y, por favor, os ruego algún comentario de apoyo en esta entrada, que me siento muy triste estos días.
La primera de la que voy a hablaros es Gina. Era de complexión atlética, y era tres centímetros más alta que yo. Era una chica muy deportista, que adoraba ver torneos de artes marciales aunque, al principio, no las practicaba. La conquisté, precisamente, cuando le dije que había llegado a cinturón blanco de judo, pero que me daba pena no haber avanzado un poco más en ese arte marcial. Me pidió que le enseñara todo el judo que supiera, que era bastante poco, pero como el judo es mayoritariamente un arte marcial de suelo, de revolcones en los que le aplicaba las llaves de estrangulación del judo, pasamos a otro tipo de revolcones. Conservo una foto de la chica, para que la veáis:
Sólo indicar que aquí lleva un "top" muy apretado que no le hace justicia, ya que Gina estaba muy "bien dotada". Era una chica sensible y cariñosa, que tenía muy buen gusto para la música. Lo triste es que lo mismo que nos unió fue la causa de nuestra ruptura. Conoció a un tipo que practicaba MMA (Artes Marciales Mixtas) y la convenció para que las practicara. Aprendió Muay Thai, hizo muchas horas de entrenamiento y resultó que era increiblemente buena. Me pidió que fuera su "sparring" y no pude negarme. De todos modos, yo creía en aquella época que era un hombre fuerte, un pedazo de macho. Del primer combate sólo recuerdo haberla esperado con una guardia perfecta de boxeador e, inmediatamente después, estar tumbado en el suelo, con el techo dándome vueltas y a Gina muy preocupada preguntándome que si estaba bien. Recuerdo que me levanté, me caí al suelo, me volví a levantar, y le dije que quería la revancha. Ella dijo algo acerca de que si estaba seguro, que se me estaba hinchando mucho el ojo. Respondí que para un machote como yo no era más que un rasguño, así que me puse en guardia.
Tengo que reconocer que cada vez que practicaba conmigo me daba unas palizas de muerte, pero yo, no sé cómo, conseguía convencerla de que no me estaba haciendo pedazos. Es que estaba muy enamorado. El caso es que ella no era cruel o sanguinaria, creía firmemente que no me pegaba tan fuerte, y como yo seguía haciéndome el machote... Al final, pasó lo que suele suceder cuando le ocultas cosas a tu pareja. Gina se enteró de que después de nuestros entrenamientos, no me iba de visita a casa de mis padres, sino que pasaba algún tiempo en el hospital, y claro, se enfadó mucho. Discutimos y rompimos. Ahora sale con ese entrenador de artes marciales mixtas que la metió en el mundillo.
De mi segunda ex, prefiero no decir su nombre por motivos de seguridad. Cuando os cuente como rompimos, lo comprenderéis. El caso es que era, más o menos, como esta:
He dicho como esta, no que estuviera saliendo con Rachel McAdams, que es la moza de la foto. Se le parecía un poco, pero ya está. Lo que más me gustaba de ella eran sus inquietudes intelectuales. Estaba realizando su tesis doctoral y yo procuraba alentarla al máximo. No se parecía mucho a Gina, no era muy deportista y, más bien, podríamos calificarla de ratoncilla de biblioteca.
Lo más triste es que no me dejó ella, la dejé yo. Y porque, en cierto modo, me obligaron. Un tipo llamó por teléfono a mi empresa y me dijo que quería comprarse un portátil, y quería mi asesoramiento. Quedamos en una cafetería y, como no es la primera cita de trabajo que tengo en esos lugares, no vi nada raro. El tipo en cuestión vestía con gran elegancia y tenía unos modales exquisitos. Era alto, de pelo oscuro y con unos ojos verdes con mirada de depredador. Sí, de depredador, no se me ocurre otra palabra que le describa mejor. El caso es que estuve aconsejándole marcas y modelos y surgió la conversación de que yo soy físico. Y me dijo, textualmente:
-La física es una ciencia muy interesante. Te permite calcular cuanto tarda en morir una persona a la que acabas de empalar en función de su peso, su complexión, su sexo, el coeficiente de rozamiento de la estaca y la fuerza con que tiras hacia abajo para empalarlo.
Yo me quedé tan atónito que me puse a balbucear. Mi interlocutor, con toda educación, me preguntó que qué me pasaba, que si pedía otro té o un poco de agua al camarero. Pero aquello no fue lo peor. Mencioné de pasada a mi novia, y el tipo se interesó por ella. Y como aún estaba un tanto perturbado por eso de los empalamientos, y me costaba hablar para describirla, tuve la mala idea de enseñarle su foto. Clavó los ojos en el rostro de mi novia, esa de la que no quiero decir el nombre y me dijo con voz muy seria:
-No le conviene a esa chica. Tiene que dejarla.
Y añadió, clavando sus ojos depredadores en los míos.
-Por las buenas puedo ser un perfecto caballero. Por las malas...
No pude decir una palabra más. Asentí con la cabeza y el hombre se despidió con cortesía, me dio un par de palmadas en el hombro que sonaban a advertencia, y, tras decir que invitaba él, se marchó. Así que la tuve que llamar y cortar con ella.
Y, por último, la tercera chica es la mujer más dulce, guapa, elegante, marchosa y cariñosa que voy a conocer en mi p... esto, en mi vida. Aquí tenéis una foto de ella:
Se llama Chyler y el tiempo que pasé con ella fue muy feliz. Le encantaba salir de fiesta, bailar, y ponerse unos vestidos que daba gusto verla. De hecho, aún conservo la afición a los bailes de salón como recuerdo del tiempo que pasé con ella. Lo que más me gustaban eran sus ojos.
Desgraciadamente, el problema de tener una novia así de guapa y encantadora, es que todos los demás hombres te la quieren quitar. El caso es que Chyler siempre respetó nuestra relación, y daba igual quien le entrara, que ella, muy dulce y amablemente, le explicaba que estaba con otro hombre y que no podía ser.
Hasta que un tal Nathan West la cogió por sorpresa un buen día, y al estilo americano, se arrodilló delante de ella, le pidió que se casara con él, le dio un anillo de compromiso y ella, del todo emocionada, le dijo: "¡Me rindo!" Y aceptó. Para que la historia se comprenda bien, tengo que añadir a mí me había insinuado muchas veces lo de casarnos, pero yo siempre le decía que un macho español siempre se hace de rogar, y que el macho español se casa cuando le llega el momento adecuado, y ese momento no era ahora.
Eso es lo que te pasa cuando quieres dártelas de macho español conquista-suecas, que viene un tipo americano, con su traje americano, sus costumbres americanas y su acento americano, y seduce a tu novia de EE.UU. Pero lo peor del caso, es que la petición de mano del chaval este está en Internet. Y lo que ya me hunde en la miseria es que, cada vez que veo el vídeo, siempre digo lo mismo: "¡Qué huevos le has echado chaval! ¡Que seáis muy felices y tengáis muchos niños!" ¿A qué es para echarse a llorar? Me quita la novia y, encima, le admiro...
Lo dejo ya... Voy a ver si lloro un poco en una esquina de por ahí.