28 febrero 2019

#OrigiReto2019 Pillados en el acto

Este es el microrrelato de febrero de 2019 para el OrigiReto 2019. Las normas de este reto se pueden consultar en las bitácoras de las organizadoras:

http://plumakatty.blogspot.com/2018/12/origireto-creativo-edicion-2019.html

o en

http://nosoyadictaaloslibros.blogspot.com/2018/12/reto-de-escritura-2019-origireto.html

Este microrrelato tiene 972 caracteres según https://www.contarcaracteres.com/ y, para evitar destripes, diré al final qué objetivo cumple. El objeto oculto es un videojuego, y está enlazado con el relato de enero de Neswina.

Aquí está la pegatina.





PILLADOS EN EL ACTO

Julián odiaba su trabajo. Supervisar las cámaras de vigilancia del museo era una definición de trabajo aburrido. Por suerte, su videojuego favorito tenía una versión para el móvil.

La película porno, protagonizada por tres asistentes a la conferencia, que acababa de contemplar había sido excitante, pero luego lo amargó aún más: llevaba diez años sin sexo.

Tras el cierre, fue a ver si hacía falta limpiar la estatua de Megara  y Heracles tras la orgía. Y se llevó la sorpresa de su vida cuando vio que no estaba. Alguien encendió la luz y se le cayó la linterna al ver a una mujer desnuda, que se acercó y lo besó con lengua.

—Esos tres nos han puesto a cien. Mi Heracles folla bien, pero no le hicieron pene y tengo curiosidad.

Megara  le introdujo una mano en el pantalón y se rio al notar la erección de Julián.

—Rápido, antes de que vuelva —dijo Megara mientras lo desnudaba.

Lo hicieron a toda prisa. Megara era espectacular y Julián gozó hasta que oyó un grito.

—¡Megara!



* * * * * 

El objetivo es: 13. Escribe un relato erótico.
 

23 febrero 2019

#OrigiReto2019 Las olas de su alma

Este es el relato de febrero de 2019 para el OrigiReto 2019. Las normas de este reto se pueden consultar en las bitácoras de las organizadoras:

http://plumakatty.blogspot.com/2018/12/origireto-creativo-edicion-2019.html

o en

http://nosoyadictaaloslibros.blogspot.com/2018/12/reto-de-escritura-2019-origireto.html

Este relato tiene 1989 palabras según https://www.contarcaracteres.com/ (dos son astericos para separar escenas). Los objetos ocultos que incluye son estatua de piedra y pluma.

Cumple el objetivo 17. Haz un fanfic. He elegido la novela Lo que el bosque esconde de Gema Bonnín. Podéis leerla sin miedo a los destripes o "spoilers" ya que lo que cuento de la novela se dice en la contraportada o en las primeras páginas del primer capítulo. Este fanfic sucede unos cuatro años antes de que arranque la novela.

También incluye una pequeña referencia a Platero y yo.

Si os gusta la fantasía, os recomiendo mucho Lo que el bosque esconde, así como las demás novelas de la autora.


LAS OLAS DE SU ALMA


Slenyar se detuvo; lo percibía de nuevo. Oía el sonido de las olas al romper en la playa, algo imposible en la plaza de Quaret en un día de mercado. Miró a su alrededor, tratando de distinguir quién podría ser. Se dirigió hacia la estatua de piedra que había en el centro de la plaza, dedicada a un héroe de Rodian que no le interesaba. Habría trepado para examinar mejor la plaza, pero le pareció imprudente e inútil.

Como tantas veces, el rumor de las olas se fue apagando. Quizá proviniera de uno de los tres pescadores que bajaban hacia el puerto. O del individuo bien vestido que entraba en la taberna. O de la adolescente que llevaba una cesta con frutas. No podía saberlo: para identificar al mago necesitaba estar más cerca, para que se activaran el olfato y la vista.

Slenyar decidió seguir a los pescadores. Quaret era un pueblo pesquero muy pequeño, de casas blancas con tejados grises. La Calle Esmeralda, que bajaba hacia el puerto, iba adquiriendo pendiente hasta terminar en unas escaleras que, los días de lluvia, se volvían resbaladizas. Las puertas de las viviendas eran todas iguales, pintadas del mismo tono de verde, al igual que la pareja de ventanas que todas tenían en la planta alta.

Aunque se lo esperaba, le frustró rebasar a los pescadores, que lo saludaron con alegría, y confirmar que ninguno era el mago. A riesgo de tropezar, se desahogó corriendo escaleras abajo, hasta llegar a la explanada en forma de triángulo que servía de puerto. La cruzó y anduvo hasta el extremo del muelle de madera donde fondeaban los pesqueros más grandes, respondiendo a los saludos de los marineros que descargaban sus capturas.

—Slenyar —le dijo Cravaud cuando pasó junto a él—, mi hija se dejó abierta la ventana hace dos noches, cuando el vendaval, y está medio rota. ¿Cuándo puedes pasarte?

—¿Mañana por la mañana?

Cravaud asintió y continuó recogiendo una red. Slenyar llegó al borde del muelle, se sentó con las piernas colgando y se dejó seducir por el paisaje. El mar estaba tranquilo y lo surcaban cinco pesqueros que regresaban al puerto. Las velas contrastaban con el azul del cielo y del mar. Miró a su espalda y vio las casas de Quaret, edificadas en las laderas de dos colinas que daban al mar. Algo más allá estaban los cultivos y varias granjas aisladas. 

Slenyar se sentía muy solo. Aunque su magia era difícil de detectar, ya que su único poder era percibir a otros magos, los métodos de los inquisidores eran lo bastante precisos como para desenmascararle. Era un fugitivo que había abandonado demasiadas ciudades y a demasiados seres queridos. Si había otro mago en Quaret, debía saber quién era: quizá desconociera su condición. Aunque deseaba que fuera consciente de ser hechicero y llegaran a hacerse amigos. 

*

Transcurrieron diez días sin que volviera a percibir al mago. El vendaval que rompió la ventana de Cravaud le procuró varias chapuzas gracias a las que podría comer durante un mes. El problema fue que resultó ser un aviso del temporal que había obligado a amarrar la flota durante dos días.

Slenyar se alegró de estar en casa con la chimenea encendida. Tras una mañana de tregua, volvió a llover con fuerza. Oyó el chaparrón un instante y mojó la pluma de oca en la tinta. Llevaba tiempo sin escribirle a su madre y había aprovechado los ingresos inesperados para hacerse con algo de papel. Empezó a redactar con más cuidado, ya que le faltaba un tercio de la hoja y aún tenía cosas que contarle.

De pronto, oyó el rumor de olas que rompían en la playa. La fuente del sonido permaneció inmóvil y provenía de cerca de la puerta principal. Tan rápido se dirigió hacia allí que no se acordó de calzarse. Y pegada a la pared de su casa, intentando darse calor a sí misma y protegida de la lluvia por el leve saliente de la primera planta, estaba Neriabeth. Aquella chica de apenas catorce años nunca había despertado su percepción, pero el olor que empezó a captar, el aroma de un prado lleno de flores, lo confirmaba. La única explicación era que sus poderes estuvieran comenzando a manifestarse en las últimas semanas. La joven lo miró con timidez.

—Pasa —dijo Slenyar—. Tengo la chimenea encendida.

—No deseo molestaros.

—No es molestia. Será peor si enfermas.

Neriabeth aceptó. Su anfitrión cerró la puerta y la invitó a quitarse la capa y sentarse junto al fuego. La muchacha dejó la capa sobre el respaldo de una silla y se sentó en un taburete junto a la chimenea. Slenyar se hizo con una trébede, que colocó en la hoguera, y puso encima una olla. Luego ocupó una silla, al lado de su invitada.

—Te va a encantar el caldo —dijo Slenyar.

—No os molestéis. Cuando deje de llover me marcharé. Solo necesito un poco de calor.

—Mi caldo te quitará el frío mejor que diez hogueras.

Neriabeth sonrió y su anfitrión le devolvió el gesto. Cada mago estimulaba los sentidos de Slenyar de maneras únicas. Neriabeth sonaba a un océano que enviaba olas a una playa desierta, olía a un prado lleno de flores y resplandecía como el sol en un cielo sin nubes. Con la excusa de que el fuego lo adormilaba, cerró los ojos y se concentró.

Se vio en un prado, en lo alto de un acantilado. Lo rodeaban cientos de flores de todos los tamaños y colores, y había árboles aislados. Se oía el rumor de las olas al romper decenas de metros más abajo. Slenyar se sentía maravillado: Neriabeth debía de tener un potencial enorme si conseguía provocarle una visión tan realista. 

Miró a su alrededor y no tardó en ver aquello que esperaba. Una mariposa blanca se le acercaba revoloteando por encima de las flores. Describió una semicircunferencia irregular a su alrededor, sin ponerse nunca a su alcance. Slenyar se consideraba uno de los magos más desafortunados de Rodian. Como todos los hechiceros, era un proscrito que vivía con la amenaza constante de acabar en la hoguera, pero apenas tenía poderes. Su única habilidad era percibir la magia en los demás y conectar con el alma de los hechiceros. Aquella mariposa era el alma de Neriabeth.

—No te haré daño —dijo estirando un brazo—, ni entraré en tu mente sin tu permiso. Acércate.
Slenyar sabía que la muchacha ignoraba que estaban sondeándole la mente; solo su alma intuía algo extraño. La mariposa revoloteó y se le posó en los dedos.

—Si me dejaras, podría enseñarte tanto… Te enseñaría qué poderes tienes y como usarlos, de dónde vienen y cuáles son sus límites. ¿Con el tiempo me darás permiso?

El alma de la muchacha no podía responderle. Aún no. Alzó el vuelo, lo rodeó varias veces y se alejó hacia el mar. Slenyar abrió los ojos y volvió a hallarse en su casa, junto al fuego. Advirtió que Neriabeth lo miraba con el ceño un poco fruncido.

—No dormí bien anoche —mintió Slenyar—. ¿Estaba roncando?

—No. Solo sonreíais.

—¡El caldo! —respondió y evitó dar explicaciones sacando la olla con un par de pinzas.

Mientras se lo tomaban, Slenyar le dio algo de conversación a Neriabeth hasta que un rayo de sol entró por una ventana. Acompañó a la puerta a su invitada, envuelto por el aroma tan delicado de su magia, y oyó el rumor de las olas hasta que la distancia lo acalló.

*

Slenyar llevaba un mes sintiéndose muy feliz. Ahora había otra persona en Quaret que compartía su don. Con el tiempo, podría confesarle que él también era un mago y podría ser él mismo delante de otra persona sin sentir miedo ni rechazo. Siendo un hombre que se acercaba a los cuarenta años, le sería difícil ganarse la confianza de una adolescente, y temía que corrieran rumores maliciosos. Pero conseguía intercambiar unas frases con ella cuando se la encontraba en un día de mercado. Quizá necesitara esperar un año entero, pero acabaría revelándole que era una maga y cómo lo había sabido.

Había acudido a la plaza de Quaret aquella mañana con la esperanza de verla. Le sorprendió ver a mucha gente congregada en el centro, oír que alguien suplicaba y que había varios soldados. Le preocupó que uno le tirara del brazo y lo obligara a unirse al grupo. Sintió pánico al ver a un grupo de inquisidores y al pobre Meskanis arrodillado en el suelo, pidiendo clemencia, jurando que no era un mago. Había visto aquello otras veces: una rencilla, alguna deuda y a alguien se le ocurría acusar en falso a un infeliz.

—El péndulo no miente —dijo el inquisidor de ropajes más vistosos.

Miró a ambos lados, sintió el impulso de retroceder, pero supo que era inútil. Solo por la expresión de intranquilidad que mostraba, ya había recibido un par de miradas recelosas. Los inquisidores tenían herramientas para detectar la magia, muchas de ellas inútiles. Los péndulos no lo eran. Gracias al silencio que acababa de invadir la plaza, empezó a oír el rumor de las olas y supo que el péndulo reaccionaba a la magia de Neriabeth y a la suya.

Slenyar no era un héroe, ni nunca quiso serlo. Sin embargo, ya estaba muerto, y cuando alguien está muerto, no necesita valor para hacer lo que debe. Suplicó al destino que aquellos fanáticos se creyeran lo que iba a decirles y se acercó al inquisidor mientras lo apuntaba con un dedo.

—Has caído en mi trampa, inquisidor. Yo soy el mago, y vas a morir.

A un par de metros de distancia, el aludido palideció y el péndulo pareció volverse loco. Se oyeron varios gritos y Altisidora se desmayó, aunque la sujetaron a tiempo. Slenyar empezó a estrangular al inquisidor, mientras se reía en falso. Pronto sucedió lo que esperaba: lo agarraron de los brazos, lo golpearon con fuerza y acabó arrodillado, con una espada al cuello y paralizado por el dolor. El inquisidor recogió el péndulo y lo sostuvo frente a él. El instrumento se movía en todas direcciones.

—Señores, por favor —dijo Neriabeth—, conozco a este hombre y no es un mago. Está muy solo y se ha trastornado. El regidor de Quaret se ocupará.

Slenyar se angustió al oírla interceder por él. No podía consentirlo: aquellos fanáticos serían capaces de encarcelarla solo por eso y descubrirían que era una maga.

—¿Qué sabrás tú, aldeana estúpida? —gritó sintiendo que cada sílaba le dolía—. Solo quería aprovecharme de ti, por eso era tan amable.

La manera en que se le partió el corazón al percibir el desconcierto de Neriabeth le dolió mucho más que el puñetazo que le dieron y que le hizo escupir sangre.

—¡Ah!, criatura maligna —dijo el inquisidor—, querías corromper a esa pobre joven. Arrepiéntete.

—Si me sueltan, te corromperé a ti también. O puede que no, que a lo mejor te gusta.

El siguiente golpe dio con él en el suelo. Miró un instante a la gente que los rodeaba. Muchos habían sido sus amigos, había bebido con ellos, lo habían invitado a fiestas y bodas. Y, tras solo un instante, se había convertido en un monstruo para todos. Cuando llevas toda la vida ocultándote, pensó Slenyar, cuando todo el mundo te considera un monstruo por una habilidad que nunca pediste, terminan convirtiéndote en el mismo monstruo que jamás quisiste ser. Quizá por eso había resultado tan convincente en su papel de mago diabólico.

—Te lo ruego, muchacha —dijo el inquisidor—, vuelve a tu casa para que este monstruo no siga envenenando tu inocencia.

Fue su único momento de felicidad. Deseó que aquello sirviera de algo y que Neriabeth tuviese una vida larga y feliz. Le duró muy poco: en su casa estaba, sin leer, la última carta de su madre. Ojalá hubiera tenido la oportunidad de despedirse. 

Le abrieron paso a Neriabeth y el rumor de las olas se fue apagando hasta desaparecer.