#OrigiReto2020 La visitante del faro
Este es mi relato de enero de 2020 para el OrigiReto 2020. Las normas de este reto se pueden consultar en las bitácoras de las organizadoras:
http://plumakatty.blogspot.com/2019/12/origireto-creativo-2020-reto-juego-de.html
o en
https://nosoyadictaaloslibros.blogspot.com/2019/12/reto-de-escritura-2020-origireto.html
Este relato tiene 2002 palabras según https://www.contarcaracteres.com/palabras.html (he quitado cuatro astericos para separar escenas).
LA VISITANTE DEL FARO
Para alguien tan solitario como yo, vivir en un faro construido en una isla remota del Atlántico no era algo desagradable. En realidad, disfrutaba mucho de ese destino. Siempre desayunaba en la casita, pegada a la torre del faro, junto a una ventana desde la que veía salir el sol en unos amaneceres que, cuando no había tormenta, eran maravillosos.
Mantener el faro requería mucho tiempo. Mi tarea era limpiar un poco los espejos, rellenar el combustible que alimentaba la llama y reparar el dispositivo si hacía falta. Tenía tiempo para recorrer la isla, que podía circundar en apenas una hora, contemplar las olas romper en las rocas o morir inofensivas en las tres pequeñas playas. La casita tenía una buena biblioteca, tanto que aún no había leído todos los libros después de tres años de servicio.
Era un trabajo apacible, sin sorpresas. O, al menos, lo había sido hasta que sucedió algo muy extraño. Eran las cinco de la tarde de un día espléndido cuando levanté la vista de una novela bastante entretenida. El libro se me cayó de las manos y miré al exterior con la boca abierta. Una mujer, de pelo largo y oscuro y piel clara, caminaba hacia la casita. La visitante, cubierta por un vestido blanco hasta los tobillos, cojeaba. Salí de la cabaña y la joven, al verme, se detuvo. Debía de estar a unos cincuenta metros de mí.
—Discúlpeme —dijo la mujer con un acento muy fuerte cuyo origen no distinguí—. Navegaba por esta zona, vi el faro y quise verlo de cerca. Creí que estaba vacío.
—¿Navega sola?
—Sí. Mi barco es pequeño y llevo toda la vida en el mar.
Pensé que era un poco raro, pero la mujer parecía tener un encanto muy particular. Su voz, a pesar del extraño acento, sonaba a música. Su sonrisa me cautivó a pesar de la distancia.
—¿Quiere pasar, tomarse un té y hablar un rato? —propuse.
—Es muy amable, gracias.
El paso de la joven era algo rígido, como si le dolieran las piernas al caminar.
—¿Se encuentra bien? —le pregunté al ver que le costó sentarse en el sofá verde de la sala de estar.
—Sí. Habré cogido frío en la espalda. La humedad.
Charlamos durante una hora, al principio con la torpeza de dos personas hechas a la soledad. Se llamaba Sandra y era científica. Estudiaba las corrientes marinas, las migraciones de los bancos de peces y los vientos. Pensaba quedarse una temporada cerca de la isla. Me preguntó que si me importaría que volviera para visitarme. Sus ojos eran dos trocitos de océano y su sonrisa de dientes blancos un consuelo a la soledad. Le dije que regresara cuando quisiera.
*
Sandra me visitó tres o cuatro veces por semana durante los tres meses siguientes. Nunca alcancé a ver su barco. Me dijo una vez lo dejaba en una cala, que no se veía desde el faro, y se acercaba a la costa en una lancha. A medida que iban pasando las semanas, crecía el afecto que sentía por ella.
Debí haber sido más listo y entender que algo no acababa de encajar. Era una mujer encantadora, que me iba pareciendo más hermosa tras cada visita. Me enamoré de ella sin darme cuenta, algo muy poco corriente en alguien que había dejado de creer en el amor hacía años. Que Sandra pareciera sentir lo mismo por mí después de tan poco tiempo tendría que haberme prevenido. Sin embargo, me dejé llevar por aquellos sentimientos que me hacían soñar con su próxima visita.
Algo que me apenaba era que, a pesar de sus bromas y de sus risas, en su mirada se leía dolor. Sus piernas no parecían curarse. Algunos días caminaba mejor que otros, pero siempre mostraba una rigidez impropia de una mujer tan joven. Lo más sorprendente era que adoraba bailar y quiso enseñarme, a mí que siempre he tenido dos pies izquierdos. Practicamos el vals con canciones preciosas que ella tarareaba mientras dábamos vueltas en la explanada que había junto a la casita.
Sandra disfrutaba bailando conmigo, pero un día advertí que la rigidez de sus piernas la causaba ese dolor que no la abandonaba. Habíamos practicado los giros a la derecha y a la izquierda largo rato. Me equivoqué en un paso y paramos en seco. A Sandra le falló una pierna, pero la tenía bien sujeta y no se cayó. Entonces, advertí que lloraba.
—¿Te has hecho daño?
—No, es solo cansancio —respondió secándose las lágrimas.
Decidí que regresáramos a la casita, pero Sandra cojeaba tanto que la alcé en brazos. Ella se me abrazó al cuello y me sonrió.
—¡Qué fuerza tienes!
Sandra le quitó importancia a su dolor, aunque no consiguió convencerme. Le pregunté que si estaba enferma, le ofrecí llamar por radio a un médico que podría acercarse a la isla en helicóptero. Se negó y, como la amaba, dejé de insistir, como había dejado de pedirle que me enseñara su barco. Siempre decía que no me iba a gustar.
*
Un día, sucedió lo inevitable. Faltaba un mes y una semana para que mi periodo de servicio concluyera. Sandra quiso bailar para mí y ejecutó unos pasos llenos de elegancia y belleza. Me miraba sonriendo, pero con la misma sombra de dolor de siempre y cuyo origen se negaba a confesarme. Se sentó en el sofá verde para recuperar el aliento y, poco después, respiró hondo y bajó la vista.
—¿Tienes ganas de volver a tu casa? —me preguntó.
—Sí, aunque te voy a echar de menos durante los seis meses que estaré allí.
—Y yo también.
Seguía mostrándose muy tímida, y supe qué iba a decir.
—¿Me llevarías contigo a Zamora?
—Allí no tenemos mar.
—No me importaría si estoy contigo.
Temía ese momento. Amaba a Sandra, pero sabía poco de ella. No me importaba que nos viéramos en el faro; llevármela conmigo a mi apartamento de soltero era algo muy diferente. Aparte, estaban los problemas legales. En realidad, no se trataba de que quisiera venirse o no de verdad conmigo: lo único que deseaba saber era si la quería lo mismo que ella a mí, y no deseaba que mis dudas le partieran el corazón. Necesité unos momentos para responder, y mis propias palabras me sorprendieron.
—Sí, te llevaría conmigo si pudiera.
—¿De verdad? —respondió con una sonrisa—. Y yo me iría contigo, pero sé que es imposible, al menos por el momento. —Suspiró y me miró con ternura—. Si pudiera seguirte a Zamora, ¿querrías compartir tu vida conmigo?
—¿Quieres decir… casarnos?
—O eso o, al menos, pasar juntos muchos años. Dejaría mi barco en un puerto y abandonaría mis investigaciones, pero si para ti soy solo una chica que te entretiene en tus días aburridos…
Solo quería un poco de valor por mi parte, algo de decisión. Miré los trocitos de océano de sus ojos.
—Sí, querría hacerlo.
Sandra se rio y no volvimos a hablar de aquello.
*
El misterio de la procedencia de Sandra quedó resuelto de una forma inusual. Acababa de cenar y lavaba los platos, frente a una ventana. Alcé la vista y vi el cielo estrellado. La bajé un instante y cuando la levanté de nuevo, di dos pasos atrás de la impresión. Una serie de líneas luminosas delimitaban, al otro lado de los cristales, la silueta de una muchacha.
—¿Puedo entrar? —preguntó una voz juvenil en mi mente—. Debo decirte algo importante.
Reconocí en aquella joven a una hija del aire, un espíritu bondadoso que vivía en el océano. Los creía seres mitológicos. Le di permiso para entrar y atravesó la ventana. Me pidió que me sentara en el sofá verde y fingió acomodarse a mi lado.
—¿Cómo te llamas? —pregunté para no seguir callado.
—Ya no tengo cuerpo y no sabría transmitirte el sonido real de mi nombre. Dicen que hicieron una película sobre mí, y todos los niños me llaman Ariel. Usa ese nombre.
—¿La sirenita? —La muchacha asintió—. ¿Tú no eras una sirena?
—Lo fui, pero mi historia no acabó como en la película. Morí con el corazón destrozado y me convertí en una hija del aire. Pero no hablemos de mí, sino de Sandra.
Me dio un brinco el corazón. Esperaba lo peor, y lo peor tuve que afrontar.
—Tienes que dejarla ir —sentenció Ariel—. Ella te ama, y si sientes lo mismo, debes olvidarla. Sufre mucho por tu culpa.
—Pero… yo… no le he hecho nada.
—Sandra es una sirena. Cada día que viene a verte, necesita comprarle una poción a una bruja del mar para que le desaparezca la cola y le salgan piernas. El efecto solo dura unas horas, pero la transformación es a base de sufrimiento. La he visto retorcerse de dolor en la playa, mientras le crecen las piernas. Caminar le produce el mismo dolor que si le clavaran espadas en la cadera. Lo sé porque yo también lo sufrí.
—Yo… no lo sabía.
—Sandra jamás te lo habría contado. Como tampoco te dirá que es una sirena, porque teme que si la ves como es en realidad, la echarás de tu lado. Quizá no se equivoque. —Ariel me miró—. Oí a Sandra negociar con la bruja. Dentro de tres semanas beberá una poción más poderosa, cuyo efecto será permanente en vez de durar unas horas o desvanecerse si entra en el mar. Quiere convertirse en mujer para estar contigo, está dispuesta a sufrir dolor con cada paso. No se lo permitas, déjala antes de que se tome la poción. Si la amas, no la condenes al mismo sufrimiento que padecí yo y que me quitó la vida.
*
Cuatro veces intenté seguir el consejo de Ariel, que me había partido el corazón. No podía condenar a Sandra a una vida de dolor, por mucho que la amara. Sin embargo, cuando veía los trocitos de océano de sus ojos, las frases con que iba a romper con ella no me salían de la garganta. Pasé muchas noches en vela, anhelando una solución. Y la hallé.
Le pedí a Sandra ir a pasear por una playa poco profunda. Sus reticencias me confirmaron que Ariel me dijo la verdad.
—¿Ves aquella roca en la playa? —le dije—. Hay fósiles. Ven conmigo.
—No debo mojarme. Me empeorarán las piernas.
—Confía en mí. Hay poca profundidad hasta la roca.
La cogí en brazos y avancé hacia la roca hasta que el agua me llegó a la mitad de los muslos.
—Sé lo que eres —le dije y la solté.
Sandra gritó antes de hundirse en el agua. Asomó la cabeza, aterrada, sollozando. Sacó del agua una aleta caudal de un precioso color azul.
—¿Por qué lo has hecho? Iba a librarme para siempre de esta asquerosa cola de pez que nos impide vivir juntos. Todo era perfecto.
—¿Perfecto? Sufres al dar cada paso y no quiero eso. Tienes una cola preciosa, ¿y qué hombre no ha soñado alguna vez con que una sirena se enamore de él?
Sandra abrió mucho los ojos y emitió una risa breve. En su mirada repleta de felicidad, ya no se manifestaba el dolor que siempre la había empañado hasta entonces. Me sonrió, arrobada, se quitó el vestido y se me acercó. Se apoyó en mis hombros, la sujeté de la cintura y nuestros rostros quedaron a la misma altura. Me había rodeado las piernas con la cola y me perdí un instante en su mirada.
—La ropa absorbe agua —dijo Sandra— y nos estorba para nadar. Tendrás que acostumbrarte a verme desnuda.
—¡Qué trabajo me va a costar!
—¡Qué tonto! —dijo y se rio—. ¿Y qué haremos a partir de ahora?
—Mientras esté en el faro, seré tus piernas en tierra y me enseñarás lo que puedas de tu mundo. Cuando vuelva a España, me mudaré a algún pueblo de mar de Asturias, para que puedas llegar nadando. Te gustará la costa asturiana.
—Y a ti te gustará bucear conmigo.
Entendí su frase cuando me rodeó los labios con los suyos y sopló para llenarme de aire los pulmones.
* * * * *
Son 2002 palabras según www.contarpalabras.com (he quitado 4 asteriscos de separación de escenas)
Objetivo principal: 7. Cuenta una historia marítima o que involucre un faro.
Cuentos y leyendas. Objetivo secundario 1: E. La sirenita
Criaturas del camino. Objetivo secundario 2. XI Sirenas
Objeto oculto 1: 5. El sol.
Objeto oculto 2. 6. Combustible
Cumple con mi objetivo personal: el protagonista está dispuesto a romper con la mujer a la que ama cuando se entera de que la hará sufrir.