20 abril 2020

Dulce venganza

Este relato es para el evento de abril organizado por la autora del blog https://plumakatty.blogspot.com/ para el OrigiReto2020. Me tocó elegir dos o tres de las siguientes condiciones de umagah:

1. Transcurre cuarenta años a lo largo del relato.
2. El protagonista es un elefante.
3. Aparece un homosexual (puede ser el propio elefante, pero no es obligatorio).

Y usar una o dos de las mías:

1 - Que suceda en una estación espacial o en una nave espacial durante un viaje de varios años.
2 - Que exista un contacto con seres alienígenas.
3 - Que un ordenador o un robot con Inteligencia Artificial tenga un fallo puntual (que diga que dos más dos son cinco, o algo así)

Al final, elegí dos y dos:

1. Transcurre cuarenta años a lo largo del relato.
2. El protagonista es un elefante.
3 - Que exista un contacto con seres alienígenas.
4 - Que un ordenador o un robot con Inteligencia Artificial tenga un fallo puntual (que diga que dos más dos son cinco, o algo así).

Y este es el relato que me ha quedado, de 472 palabras sin contar el título. Espero que os guste:



DULCE VENGANZA

Odio a los humanos. Me caían mal cuando era un elefante normal, que se limitaba a recorrer la sabana comiendo plantas. Ahora que me han insertado un cerebro electrónico que complementa al mío, en el que reside una inteligencia artificial, conozco bien todo de lo que es capaz el ser humano. Y, claro, aprendí a odiarlos todavía más.

El problema se agravó hasta convertirse en personal cuando descubrí que lo de implantarme una Inteligencia Artificial se debió a que iban a mandarme en una misión a un sistema solar lejano, tanto que mi viaje iba a durar cuarenta años a pesar de que la nave iba a alcanzar unas velocidades fabulosas. Le pregunté a mi Inteligencia Artificial, llamada Rosalía, el motivo de que me eligieran a mí.

—Porque consumo mucha energía —respondió Rosalía—. Solo un organismo tan enorme como tú puede nutrirme.

—¡Ah! Tenía que haberle hecho caso a mi madre y haberme puesto a dieta.

El viaje fue mejor de lo que esperaba, porque me sedaron y no me enteré de nada. Además, debido a algo que Rosalía llamaba dilatación del tiempo relativista, solo envejecí dos años.

Así que, cuarenta años después para los repugnantes humanos, Rosalía me instruía para manejar los controles con la trompa y terminar orbitando un planeta lleno de agua, con tierra y nubes blancas, que quizá tuviera vida.

—Vamos a frenar para estabilizar la órbita —dijo Rosalía—. Tira de esa palanca hacia arriba.
Así lo hice y la nave dio un acelerón tan grande que, a pesar de mi tonelaje, me quedé pegado a la especie de sillón que me habían construido los humanos.

—¡Lo siento! —gritó Rosalía—. Te lo he dicho al revés, había que tirar hacia abajo.

Accioné la palanca hacia abajo y logré una leve desaceleración, pero el combustible se había terminado por culpa del error de Rosalía. Caímos al planeta que, por suerte, estaba habitado por una especie de alienígenas con cuerpo de pulpo y cabeza de gamba. No, no estoy loco, es la mejor descripción que puedo hacer de unos seres tan extraños. Rosalía intentó comunicarse con ellos, pero no la entendían. Sin embargo, supieron hablarle a mi cerebro de elefante, porque, como me dijeron, era mucho más simple. Me enfadé mucho, pero aquellos alienígenas se disculparon tantas veces que los perdoné. Creo que les caí en gracia. Me preguntaron que por qué estaba siempre de mal humor.

—Es por culpa de los humanos —le dije a Gambix IV, el alienígena que más hablaba conmigo—. Me han tratado fatal a mí y a mí especie. No sé si quedarán elefantes en la Tierra cuando regrese.

—Eso es terrible. Dímelo y reuniré un ejército. Iremos contigo a la Tierra y liberaremos a tu especie.

Con un solo pensamiento, comencé mi dulce venganza.

—Reúne a tus tropas, amigo —dije.


03 abril 2020

#OrigiReto2020 El egoísmo de los ancianos

Este es mi relato de abril de 2020 para el OrigiReto 2020. Las normas de este reto se pueden consultar en las bitácoras de las organizadoras:

http://plumakatty.blogspot.com/2019/12/origireto-creativo-2020-reto-juego-de.html

o en

https://nosoyadictaaloslibros.blogspot.com/2019/12/reto-de-escritura-2020-origireto.html

Este relato tiene 1949 palabras según https://www.contarpalabras.com (he quitado dos astericos para separar escenas).

Este es un relato un tanto especial. Lo escribí pensando en aquellos imbéciles que han dicho, o han sugerido, que debido a la pandemia del Covid-19, los ancianos deberían dejar de ser egoístas y morirse para no dañar la economía. Porque todo lo que hicieron por la humanidad cuando eran jóvenes, al parecer, carece de importancia. Creo que su memoria y su experiencia siempre tendrán un valor incalculable. A ellos va dedicado este relato.


EL EGOÍSMO DE LOS ANCIANOS

Isabel llevaba dos meses muy preocupada, desde el día en que llegó al pueblo un emisario del marqués. Las noticias que leyó eran espantosas: el horror que había asolado el continente medio siglo atrás regresaba con la misma fuerza. Tras aniquilar a las tropas de Bámbernal, un ejército enorme de demonios iniciaba el avance hacia las fronteras del reino. Las tres cuartas partes de los varones sanos del pueblo habían partido al castillo del marqués para unirse al mayor ejército reclutado jamás en el reino de Carsival. El resto de los hombres y las mujeres tenían asignadas las tareas de cuidar del campo, de los niños y ancianos y de defender el pueblo de partidas de forrajeo de los demonios.

Lo que peor llevaba Isabel era la escasez de comida. Aún no se pasaba hambre, pero solo disponían de los víveres justos e ir al mercado era una tarea ingrata, sobre todo para ella. Cuando Raúl, el tendero, al que siempre había considerado un amigo, la miró con mala cara, se le hizo un nudo en la garganta. Aunque la muerte prematura de sus padres y su abuela había sido difícil de superar, se alegraba de que no estuvieran viviendo aquella desgracia. De su abuelo, Fernando, no podía decir lo mismo.

—Con todo lo que estamos viviendo —dijo Raúl— y tu abuelo no renuncia a las fresas.

—Él no me las pide, pero le encantan y no puedo…

—Tu abuelo es tan egoísta como los demás viejos. Debería irse al bosque a dejarse morir, como hicieron algunos en Jasbipur. La comida y los cuidados que reciben deberían darse a los soldados que son los únicos que pueden vencer a los demonios.

Isabel estaba muy cansada de oír aquello, expresado de distintas maneras, a diario. Tan agotada se sentía que no pudo más y se echó a llorar. Raúl se disculpó, le guardó la compra en la cesta y le hizo un descuento; aun así, el daño estaba hecho e Isabel, que se había logrado contener, una vez lejos de la tienda tuvo que sentarse junto a la fuente para sollozar de nuevo hasta poder calmarse. No se creía que nadie recordara que su abuelo perdió su juventud luchando contra la primera invasión de demonios y le partía el corazón que algunos fueran lo bastante crueles para asegurarle que, a pesar de eso, debería mostrarse generoso y dejar de ser una carga. De pronto, alzó la vista y el corazón se le quiso salir del pecho. Pedro llegó corriendo y gritando y se arrodilló en el centro del pueblo.

—¡Los demonios, vienen los demonios!

Se armó un gran revuelo en la plaza, llena de tenderetes. Todo el mundo empezó a recoger, los compradores huyeron y tres soldados de la milicia corrieron hacia él. Pedro se puso en pie y empezó a reírse:

—¡Seréis idiotas! ¡Es una broma!

Con buen criterio, Pedro salió corriendo perseguido por los tres soldados. Un par de zapatos volaron hacia él, aunque no lo alcanzaron. Aquel pastor era el auténtico idiota, porque no escarmentaba. Tres años atrás, había gastado la misma broma con los lobos. De cuando en cuando, venía corriendo al pueblo, asegurando haber visto un lobo enorme, y suplicaba ayuda para encerrar a sus ovejas. La gente acudía en su auxilio y al llegar junto al rebaño, no había lobo. Hasta que un día lo atacó una manada entera y se quedó sin rebaño.

Isabel regresó a casa pensando en su abuelo. Para una mujer sola era una carga difícil: únicamente podía trabajar de jornalera la mitad del tiempo y, con eso, no les llegaba. Un par de vecinas la seguían ayudando, pero cada vez menos porque a medida que escaseaban los víveres, la idea de que Fernando era un egoísta cobraba fuerza.

La sonrisa inocente de su abuelo al verla llegar fue el regalo que, como de costumbre, disipó sus dudas acerca de seguir cuidándolo.

—¿Has traído fresas? —le preguntó con su voz cascada por los años.

Isabel asintió. Dejó el cesto en el suelo y bebió agua del botijo, hasta recuperar lo que había perdido en su ataque de llanto. Fue a la cocina, se hizo con un cuenco y le dio las fresas a su abuelo, quien las devoró y le agradeció que se las hubiera comprado.

Aquello la hizo feliz el resto del día.

*


Isabel se había tragado las lágrimas para no desmoralizar a su abuelo, pero Fernando conservaba la lucidez y supo que estaba sucediendo algo. Le dijo que se quedara en casa, a donde los demonios solo llegarían si aniquilaban a los defensores, que ella debía ayudar.

—No deberías ir a luchar —le dijo su abuelo sin levantarse del sillón donde pasaba los días.

Las campanas de la iglesia tañían sin pausa. Los milicianos habían ido puerta por puerta convocando a toda persona capaz de combatir. Un batallón de demonios se acercaba al pueblo  e Isabel sabía tirar con arco. Solo le quedaban diez flechas en la aljaba, pero estaba dispuesta a combatir mientras tuviera fuerzas. Dejó el arco apoyado en la pared y se volvió para ver, quizá por última vez, a su abuelo. Fernando se había puesto en pie y se mantenía erguido sujeto a su cayado.

—Siéntate, por favor.

—No tienes experiencia militar —respondió Fernando—, pero yo sí. Si tú peleas, yo también.

—Por favor, abuelito. Quédate aquí, no hagas que sufra pensando en ti.

Fernando suspiró y volvió a sentarse. Isabel no pudo contenerse: abrazó a su abuelo, lo besó varias veces y, antes de salir, suspiró, se despidió de él y abandonó su hogar.

*


Los demonios eran monstruos un poco más altos y de mayor corpulencia que los guerreros humanos. Iban a la batalla con armaduras negras, escudos de ese color decorados con símbolos rojos y armas también negras. Los ojos de aquellos monstruos fulguraban en el mismo tono que la sangre. Eran adversarios temibles y, además, traían consigo a un hechicero que había causado muchas bajas.

Los defensores habían levantado barricadas en muchas de las calles, pero solo lograron contenerlos poco tiempo en cada una. Isabel conservaba dos flechas: las otras ocho se habían clavado inútilmente en los escudos enemigos o habían fallado. En aquel instante, los últimos defensores habían rechazado al enemigo, que formaba al otro extremo de la plaza de la iglesia, creando un muro con los escudos. En el sótano del templo se escondían los fugitivos que no podían pelear. Ya no era posible seguir retrocediendo.

Isabel intentaba contener la hemorragia del brazo de Julio. El muchacho, de pronto, dejó de gritar y, un par de minutos después, de respirar. Isabel agachó la cabeza, se pasó una mano por la frente y sintió que se le llenaba de sangre del joven muerto.

Oyó pronunciar el nombre de su abuelo y lo vio bajando por la calle hacia la barricada ayudándose del báculo, con mucha dificultad. Isabel se desesperó.

—¡Vuelve a casa! ¡Te dije que no salieras!

—Prefiero que no me atrapen dentro —respondió.

Isabel no pudo regañarle más. Le apoyó la frente en el hombro y se abrazó a él. Ahogó en el jubón de Fernando los suspiros que iban a hacerla llorar.

—No resistiréis otro ataque —le dijo su abuelo al único soldado profesional de la barricada, el que los comandaba—. La iglesia es, ahora mismo, una trampa.

—¿Y qué otra cosa podía hacer? —respondió con amargura el soldado.

—Si hubierais sido el doble y todos fuerais soldados regulares, podríais haber resistido. Demasiado habéis aguantado.

El soldado se volvió murmurando algo. Isabel se separó para pedirle que no siguiera hablando y se llevó la sorpresa de que los ojos de su abuelo estaban llenos de lágrimas.

—Mi nietecita… ¿Sabes cuántas veces te tuve en brazos cuando eras un bebé? Recuerdo que, cuando me descuidaba, intentabas morderme la cara. Aunque yo me dejaba, lo reconozco.

Isabel se rio, aunque se le llenaron los ojos de lágrimas. Su abuelo avanzó dos pasos y se sacó un colgante de debajo del jubón, uno que siempre llevaba consigo y tenía engarzada una joya transparente como el vidrio.

—Mi memoria ya no es lo que fue, amigos —dijo Fernando—, pero la vejez solo borra los recuerdos nuevos. Los viejos y todo lo que fui y aprendí sigue en mi interior. Os he mentido a todos, incluso a ti, Isabel, pero era necesario para protegeros. No serví en la infantería; fui un hécoba. Sigo siéndolo.
Isabel abrió mucho los ojos. ¿Su abuelito fue un mago de batalla en su juventud? Fernando la miró con una sonrisa triste.

—Ya no importa que lo sepáis: todo está perdido.

Su abuelo apretó el colgante y una luz blanca se escurrió entre los dedos cerrados. Y, de pronto, se alzó en el aire y rebasó la barricada volando.

—¡Eh, vosotros! —gritó Fernando a los demonios—. ¿Os lo estáis pasando bien?

El jefe de los demonios, que tenía dos cuernos enormes en el casco, gruñó una orden y sus ballesteros atacaron a Fernando. Todas las saetas fallaron. Mientras el enemigo recargaba, Isabel tomó el arco y se subió a la barricada. Varios de sus vecinos siguieron su ejemplo y lograron evitar una segunda andanada de saetas. El hechicero de los demonios alzó los brazos y Fernando se vio envuelto en llamas. Isabel gritó y se encogió hasta que oyó que alguien aplaudía. Era su abuelo.

—¡Muy bien! —dijo su abuelo mientras las llamas se disipaban—. Tu técnica es muy buena, pero se podría hacer mejor.

Isabel nunca había visto a su abuelo demostrar tanto sarcasmo y arrogancia. Lo vio alzar una mano y el hechicero de los demonios levitó, quedó envuelto en llamas y estalló convertido en brasas humeantes que llovieron sobre los demás demonios.

De pronto, Fernando desapareció y volvió a aparecer detrás del jefe enemigo. La cabeza del monstruo salió despedida y rebotó varias veces ante las miradas aterradas de los demonios. Su abuelo se había vuelto a desvanecer y se materializó sobre un techo, sentado.

—¡Vaya! Parece que vuestro jefe ha perdido la cabeza.

Isabel contempló, admirada, cómo la tropa de demonios salió huyendo, y no era para menos. Los hécobas eran los hechiceros de batalla más poderosos del reino; por desgracia, una vez derrotados los demonios, quedaron olvidados. Fernando apareció junto a ella y le sonrió.

—Echaba de menos la magia —dijo, y se desplomó.

Isabel se arrodilló a su lado. No necesitó preguntarle qué le sucedía: leyó la muerte en su mirada. Su abuelo le acarició la mejilla con debilidad.

—Recordadlo —le dijo Fernando con esfuerzo—. Los demonios son buenos soldados, pero las unidades pequeñas se desbandan si pierden a su jefe. —Sostuvo la mirada de Isabel—. La magia te consume y el cuerpo solo lo aguanta si eres joven, por eso no invoqué mis poderes hasta que todo estuvo perdido. En fin, ya he hecho caso a tantos como querían que me dejara morir para no seguir alimentando a un viejo inútil. Solo he tardado unos meses más.

—Si hubieras hecho caso a esos imbéciles —respondió Isabel—, ahora estaríamos muertos.

Fernando suspiró.

—Quítame el colgante y póntelo.

Isabel así lo hizo y, cuando cerró la cadena de la joya, la piedra refulgió.

—Ya te ha aceptado —dijo Fernando en un susurro—. Desde hoy eres una hécoba, pero tienes que formarte. Ve a casa y coge el libro negro: ahí aprenderás lo básico. Llévate a todos de aquí: los demonios volverán. Y cuando los hayas dejado en un lugar seguro, viaja hasta Canteila: allí te entrenarán. Cuídate mucho.

Fernando murió con un último suspiro. Isabel le cerró los ojos al último familiar que había tenido. Se encogió y se secó las lágrimas, pero se levantó apenas un minuto después. Tenía mucho trabajo que hacer.

*  *  *  *  *


Son 1949 palabras según www.contarpalabras.com (he quitado 2 asteriscos de separación de escenas).

Objetivo principal:  9. Cuenta un relato en el que la magia tenga un papel importante.

Cuentos y leyendas. Objetivo secundario 1: C   Pedro y el lobo.

Criaturas del camino. Objetivo secundario 2: VI   Ángeles/demonios.

Objeto oculto 1: 20   Un botijo.

Objeto oculto 2: 24   Un arco.

Cumple con mi objetivo personal: Fernando da la vida para salvar a su nieta y al resto de sus vecinos.
Además, cumple con: Giratiempo (publiqué el día 3 de abril. Inconcebible). Rosa Insolente (Isabel es la protagonista y quien hereda la magia: es su relato de presentación) y Doble dragón (este es el relato de fantasía del doble dragón).