30 mayo 2020

#OrigiReto2020 El caso de Antonio. Drama en siete actos

Este es mi relato de mayo de 2020 para el OrigiReto 2020. Las normas de este reto se pueden consultar en las bitácoras de las organizadoras:

http://plumakatty.blogspot.com/2019/12/origireto-creativo-2020-reto-juego-de.html

o en

https://nosoyadictaaloslibros.blogspot.com/2019/12/reto-de-escritura-2020-origireto.html

Este relato tiene 1967 palabras según https://www.contarpalabras.com

A diferencia de otros de mis relatos, en este hay plasmadas bastantes experiencias personales, algunas vividas directamente y otras que provienen de proyectos sobre seguridad informática en los que participé. Lo único que es inventado, porque es mi objetivo anual del OrigiReto (que un personaje masculino se presente de forma positiva o se preocupe por los demás), es la actitud del mafioso en el acto 5. El resto está basado en hechos reales. Por ejemplo, que la clave de un servidor sea "sésamo" se basa en los resultados de un estudio sobre ciberseguridad acerca de la elección (errónea) de claves. Si hay cosas que os parecen extrañas, podéis preguntar en comentarios. Aunque es cierto que las estafas de esta clase por internet no llegan a los extremos que cuento aquí, son cosas que han pasado alguna vez.



EL CASO DE ANTONIO. DRAMA EN SIETE ACTOS


ACTO 1. LO QUE PASÓ EN REALIDAD

—¿Me queda bien el bikini? No sé si este color me favorece —dijo Ana, acariciándose el cabello en la pantalla de su portátil.

—Estás guapísima —respondió Antonio y suspiró, incapaz de apartar los ojos.

—Gracias, mi amor. ¿Qué te gustaría que hiciera ahora?

—Me gustaría —dijo, bajando la vista con tristeza— que dejáramos de vernos a través de una pantalla. Quiero tenerte a mi lado.

—Mi amor, ya sabes que lo intento, sabes que estoy ahorrando para el pasaje, pero tengo que ayudar a mis padres y gano muy poco.

—Te lo podría pagar.

—¿Harías eso, amor mío?

—Lo he hecho antes —respondió Antonio, cada vez más triste. 

Le había enviado a Ana pequeñas cantidades, pero siempre seguía faltándole lo mismo para reunir el dinero necesario. Sentía que aquella relación no iba a ninguna parte, incluso, llegó a pensar que Ana era una estafadora, aunque lo descartaba rápido. De pronto, la mujer de su vida empezó a llorar.

—No llores, ¿qué te pasa?

—¡Ay, mi amor! —dijo entre sollozos—. Ayer iba al banco a ingresar lo último que ahorré y dos encapuchados me metieron en un portal y me dijeron que me cortarían la cara si no les daba el dinero. Era todo lo que tenía para el pasaje y para ayudar a mi mamá. ¿Qué voy a hacer?

A Antonio se le rompió el corazón. Todos sus sueños se hicieron trizas en un instante. Se sintió estúpido.

—¿Otra vez vas a pedirme dinero para darle de comer a tu mamá? No puedo creerlo.

—¡Ay, no! —dijo Ana, con las mejillas coloradas—. Yo no… Mi amor.

Le había contado la misma historia tres semanas atrás. Debía de estar estafando a tantos pardillos como él que le había contado la misma historia dos veces. Estaba destrozado.

—¿Cómo has podido engañarme así? —dijo Antonio y cortó la videoconferencia.


ACTO 2. EL MAFIOSO.

La historia de Igor era como la del cuento de Alibabá. Pasó años haciendo el trabajo más duro e ingrato de su vida como mafioso: amenazar y golpear a las prostitutas que explotaba el clan de los cuarenta. Un día, dos de sus jefes dejaron abierta la puerta de la sala de servidores e Igor vio la oportunidad de acabar con la red. Probó “sésamo” como contraseña y funcionó. Desarticuló la organización y reclutó a muchas de las prostitutas para crear su negocio de estafadoras por Internet. Todas las chicas agradecieron el cambio.

—Lo siento tanto, señor —dijo Tanya, o Ana para diez solterones gordos y feos repartidos por medio mundo—. Habría podido sacarle 400 euros más a Antonio, pero me descubrió.

—A veces pasa —respondió Igor—. Grabarías la conversación, supongo.

—Claro, señor.

—Pásamela. Vamos a hacer un montaje, se lo enviarás y dile que si no te ingresa 1000 euros, lo difundirás entre sus amistades.


ACTO 3. EL VÍDEO QUE SE DIFUNDIÓ

Anita era una niña de trece años. Muy rubia, con dos coletas. Adorable para ciertos hombres mayores, gordos y feos. Anita lloraba, por las insinuaciones de Antonio.

—Estás guapísima —dijo el hombre.

—Me siento muy mal. Esto no está bien. ¿Qué le gustaría que hiciera ahora?

—Me gustaría —dijo, bajando la vista con tristeza— que dejáramos de vernos a través de una pantalla. Quiero tenerte a mi lado.

—No puedo. Soy muy pequeña para salir con un hombre tan mayor. Por favor —suplicó entre sollozos.

—Te lo podría pagar.

—Por favor, no me diga esas cosas: solo soy una niña. Yo creí que quería comprar el dibujo de la ballena que tanto le gustó, no pagar para verme.

—Lo he hecho antes. 

Ana lloraba amargamente.

—No llores, ¿qué te pasa? —preguntó el hombre.

—Puedo venderte uno de mis dibujos firmados, pero nada más. Por favor, mi mamá no tiene qué comer.

—¿Otra vez vas a pedirme dinero para darle de comer a tu mamá? No puedo creerlo.

—Te lo dije desde el principio. Soy muy pequeña para salir con hombres. 

—¿Cómo has podido engañarme así? —dijo Antonio y cortó la videoconferencia.


ACTO 4. LA ABOGADA DEFENSORA

Marta había aceptado aquella defensa porque necesitaba algo de dinero. Odió a Antonio, el pederasta, hasta que lo trató por primera vez, en la cárcel. Aquellos pervertidos reaccionaban de diferentes maneras: pedían perdón, mostraban ira, acusaban a las niñas de haberlos provocado… Aquel hombre se veía derrotado. Aunque tenía sus declaraciones por escrito, le pidió que le contara lo sucedido. Las palabras eran las típicas: él hablaba con una mujer mayor de edad, y nunca había visto a Ana. No era típico su tono resignado. Marta intentó provocarlo para comprobar su sinceridad.

—Es ridículo. ¿Cómo pueden ser tan ilusos los hombres? Si una mujer espectacular se interesara por usted en una discoteca, ¿no sospecharía? Entonces, ¿cómo se creyó las mentiras de una mujer que solo conocía por Internet?

Marta no pudo evitar una risita, de la que se arrepintió, pero Antonio no se enfadó. Solo alzó la vista.

—Usted no puede entenderlo. Está acostumbrada a ir a una discoteca, recibir miradas de interés y que se la quieran ligar. —Bajó la vista de nuevo—. Cuando me bajo del escenario, soy un tipo gordo y bajito, de esos que dan risa e inspiran asco cuando se acercan a una mujer. De pronto, aparece una mujer preciosa, que asegura que te ama. Claro que sospechas, pero es un sueño tan bonito que ansías creer que, por una vez en la vida, le interesas a alguien. Normal que se ría: no puede entenderlo.

—No quería ofenderle.

—No lo ha hecho.

Lo más inesperado fue que tras media hora de hablar sobre su caso, pasaron a una charla banal y descubrió que Antonio tenía una cultura y un sentido del humor difíciles de encontrar. Fue el inicio de una amistad muy profunda. Salió de aquella entrevista sin un ápice de la seguridad de estar defendiendo a un culpable con la que había entrado. El grupo de manifestantes que protestaban contra Antonio seguía a las puertas de la penitenciaría. La insultaron de nuevo. 

—¿Es que no piensas en sus víctimas, puta? —le soltó un individuo que sostenía una pancarta donde exigía que Antonio no volviera a trabajar en el cine y en la que había una foto del actor atravesada por un clavo.

Marta se limitó a alejarse muy rápido.


ACTO 5. LA CONFESIÓN

El nuevo vídeo se había hecho famoso, pero no tanto como el que condenó a Antonio a veinte años de cárcel. La defensa de Antonio casi la arruinó, pero jamás pensó en dejar tirado a su mejor amigo. Ni siquiera tras la condena se había rendido, aunque no logró nada. Hasta entonces.

El juez, el fiscal, una intérprete de ruso y Marta veían el vídeo gracias a un proyector. El primero en hablar era un enmascarado. La intérprete traducía y todo concordaba con los subtítulos en inglés del vídeo.

—No negaré que dirijo una red de estafadores que le saca dinero a tipos solitarios, pero tengo mis principios. Nadie de mi organización difundió el vídeo que incriminó a Antonio: fue un “hacker”. Nunca quise que se difundiera, pero lo que no entiendo es que las autoridades españolas hicieran caso de un montaje tan burdo. Permítanme mostrarles el “making of” del vídeo.

Apareció Anita. Muy rubia, con dos coletas. Vestía una camiseta negra que tenía dibujada la cabeza de un monstruo, de rostro cadavérico y enormes cuernos de alce. En alfabeto latino, encima de la ilustración, se leía la palabra “Wendigo”. Lloraba por unas insinuaciones de Antonio. Después, sonreía, se secaba las lágrimas y una mujer le daba un helado que Anita se comió entre risas. Luego, más lágrimas y más frases angustiadas. Entre cada una, risas y bromas. Finalmente, salió Anita. Dos años mayor, igual de rubia, con dos coletas, pero con el rostro vencido y sin un wendigo en la camiseta.

—Lo siento mucho —decía Anita en ruso, entre sollozos auténticos—. Me dijeron que grabara un vídeo para sacarle dinero a un señor de España, que solo lo vería él y que no pasaría nada. No sabía ni como se llamaba ese señor. Me invitaron a helados y me regalaron videojuegos. No quería hacerle daño a nadie.

Anita se deshizo en lágrimas y el video terminó. Cuando la intérprete calló, todos guardaron silencio.

—Era tan convincente —dijo el juez—. Ojalá hubiera recibido este informe antes.

Cuando el vídeo que exculpaba a Antonio acabó en Youtube, la empresa encargada de verificar si era un montaje, tardó tres días escasos en enviar al juzgado el informe en que calificaban el vídeo incriminatorio como “un montaje hecho por un incompetente”. Mientras duró el juicio, siempre decían tener mucho trabajo y como, de todas formas, Antonio tenía que ser culpable, no se consideró relevante comprobar la veracidad del vídeo.

Marta salió de la sala exultante, ansiosa por decirse a su amigo que lo habían logrado, que sería libre. Probablemente pasaría un año más en la cárcel, por la saturación de la justicia, pero por fin podrían disfrutar de su amistad sin barrotes de por medio.

Al salir del juzgado se topó con cuatro personas. Uno era el tipo que la insultó dos años atrás. Ahora llevaba otra pancarta que decía: “#AntonioVuelveAlCine. Antonio, te queremos”. Marta tragó saliva cuando el tipo se le acercó.

—Ojalá hubiera más abogadas como usted —dijo el hombre—. Gracias por haber creído siempre en Antonio.

—Pero ¿yo no era una puta por defenderlo?

—Eso era antes. Creíamos que era culpable, pero ahora se ha demostrado su inocencia y que usted es maravillosa.

—Esto no debería funcionar así —respondió Marta, mirándolo con rabia—. Nos ha costado siglos crear un sistema judicial donde exista la presunción de inocencia. Nadie tiene que demostrar que es inocente, es el sistema quien tiene que demostrar la culpa.

—¡Bah! Es lo mismo.

—No es ni parecido —concluyó Marta—. Las redes sociales hundieron la carrera de Antonio. ¿Crees que la recuperará gracias a un “hashtag” de Twitter?


ACTO 6. AMISTAD INFINITA

Marta compartía muchas cosas con Antonio, como que ambos adoraban el whisky escocés. Por eso había insistido durante semanas para llevarle al Scottish Sky, donde solo servían el mejor. Disfrutaron de una cena agradable y lo único que la empañó fue la tristeza que Antonio intentaba esconder.

—Nunca podré pagarte todo lo que has hecho por mí —dijo Antonio tras terminarse el último whisky.

—Es vocación. Desde niña quise luchar contra la injusticia.

—Aguantaste insultos, perdiste clientes, te amenazaron de muerte… Casi te arruinas. Y yo no he podido pagarte ni la décima parte de lo que mereces.

—Cuando cobres la indemnización que te voy a conseguir, hablaremos —respondió Marta, sonriente—. Mientras tanto, invito yo.


ACTO 7. BAJAR EL TELÓN

Antonio había recibido esa mañana la indemnización por el error judicial, y por la tarde dispuso el papeleo para que Marta la recibiera íntegramente. En algunos momentos, había pensado en disfrutar parte del dinero en un viaje, pero ya había perdido la ilusión por todo. Solo tenía ganas de hacer una cosa.

Entró en el cuchitril que era su nuevo hogar. Recordó que, cuando llegó a Madrid hacía veinte años, vivió en sitios parecidos mientras luchaba por labrarse una carrera. Ahora estaba en el punto de partida, con la diferencia de carecer de ilusión. Solo recibía rechazos: nadie contrataba a un actor que se vio envuelto en un juicio tan turbio. Muchos afirmaban que el video exculpatorio era falso, que estaba en la calle no porque fuera inocente, sino porque no se había podido demostrar su culpabilidad.

Se tomó media botella de whisky, tan rápido que sentía la garganta arderle, y sacó el frasco de pastillas. Se las tragó todas y se tumbó en la cama, a esperar a la oscuridad eterna.

La interpretación había sido su vida; solo tenía ganas de hacer una cosa: bajar el telón.


* * * * *

Objetivo principal:  4  Cuenta una historia de amistad infinita.

Cuentos y leyendas. Objetivo secundario 1: G    Alibabá y los 40 ladrones.

Criaturas del camino. Objetivo secundario 2:  III  Wendigos.

Objeto oculto 1: 4   Una ballena

Objeto oculto 2: 11   Un clavo.

Cumple con mi objetivo personal: El mafioso, en el fondo, tiene principios y se arriesga a ser descubierto contactando con las autoridades españolas para exculpar a Antonio. También se arriesgó a que el clan de los cuarenta lo liquidara por haber destruido su red de prostitución. Desgraciadamente, este personaje es el menos realista del relato.

Tambien cumple con el objetivo anual Inconformista. Las estafas amorosas por internet son una de las formas de ciberdelincuencia por "ingeniería social" más frecuentes, pero es un problema que los medios de comunicación ocultan. De vez en cuando salta alguna noticia, pero solo cuando el caso ha terminado en pérdidas millonarias y solo cuando las víctimas son mujeres. La realidad es que el 90% de los casos los padecen hombres y que, habitualmente, las cantidades estafadas son pequeñas porque el estafador (a veces son hombres) comete algún error o desaparece cuando ha estafado cierta cantidad, entre otras cosas porque si la cantidad estafada no es muy grande, es mucho menos probable que la víctima los persiga en otro país.