Este es mi relato de abril para el reto de escritura Estrellas de tinta, organizado por Katty Cool. Puedes leer las instrucciones del reto (y solictar apuntarte) en la bitácora de la organizadora:
https://plumakatty.blogspot.com/2020/12/estrellas-de-tinta-reto-de-escritura.html
En esta ocasión, voy a poner objetivos y objetos detrás, pero el número de palabras delante.
Lo que sí digo aquí es que tiene protagonista femenina única y está narrada en presente y en primera persona.
Son 1454 palabras según https://www.contarcaracteres.com/palabras.html (he quitado tres asteriscos de separación de escenas), así que cumplo los objetivos de extensión.
Sin TW
Espero que os guste.
EL SANTUARIO
Dicen que estoy loca, pero los que están locos son los demás. Preservar la naturaleza jamás será una locura. Lo que acepto es que piensen que no estoy en mis cabales porque para conservar la naturaleza vaya a construir una piscina, pero es que si digo para qué quiero hacerla, seguro que me encierran.
Me ha costado seis meses encontrar un terreno rústico con el tamaño suficiente y al precio que me puedo permitir. He tenido que refinanciar mi hipoteca, que tengo pagada a la mitad, y ahora debo de nuevo lo mismo que hace quince años, pero el terreno, los impuestos y la obra van a ser demasiado para mi sueldo de vendedora de seguros con mala suerte.
*
Mi proyecto va muy lento, pero es que para cualquier cosa que intentes hacer no encuentras más que problemas y papeleo. Los mismos que no hacen nada por cuidar de la naturaleza, salvo convocar reuniones internacionales llenas de compromisos que no se cumplen y cobrar impuestos “ecológicos”, son los que impiden proyectos como el mío. Y el motivo principal, aparte de la incompetencia, es porque quieren cobrar más tasas e impuestos.
Me da igual. No me importan los impedimentos que me pongan: haré la piscina y la cabaña donde guardaré los útiles para mantener la piscina limpia todo el año. Además, me compraré un fogón, una nevera y un sofá para descansar.
Una vez derrotada la burocracia, llega el momento de enfrentarme al arquitecto y a los albañiles. El primero se empeña en que la piscina sea rectangular, aunque le repito una y otra vez que la necesito ovalada.
—Las piscinas ovaladas —repite el buen hombre— son más difíciles de hacer y desaprovechan el terreno. Es mejor una piscina rectangular con refuerzos de hormigón en las cuatro esquinas.
—Una piscina rectangular no me sirve. Además, voy a pagarla yo, no me importa el sobrecoste. ¿Quiere diseñar de una vez una piscina ovalada con una escalera grande en uno de los extremos estrechos, por favor?
Los albañiles se ríen de mi piscina ovalada. Los dos varones son más respetuosos y, después de los primeros días, solo se burlan cuando creen que no me doy cuenta. La mujer no para de meterse conmigo.
—Señora —me dice por las mañanas—, ¿está bien así de ovalada o la ahuevo más para que no se le rompan las uñas?
—Señora —me dice por las tardes—, ¿lo de hacer una piscina con forma de huevo es porque echa de menos a su novio?
A mí me dan ganas de coger una pala y darle en la cabeza, pero bastantes problemas tengo ya como para incrementarlos con un homicidio por hartazgo.
Aún queda algo importante. Siguiendo las instrucciones, la piscina está diseñada para tener el suelo a dos profundidades. Las partes más profundas están llenas de una mezcla de arena y tierra apropiada para cultivar algas de varias especies.
—Una piscina en forma de huevo con medio fondo lleno de arena —comenta la “albañila” guasona, ansiosa de burlarse de mí de formas novedosas—. Señora, que la arena para tomar el sol se pone fuera, no dentro.
—Si se me acaba la paciencia —respondo sin poder contenerme—, puede que use la arena para enterrar cierto cadáver.
—¡Joder con la pelirroja! —responde mi torturadora—. ¿Va a darle matarile a su novio?
Por suerte, aquello sucede casi al final de la obra, así que logro mantener a raya mis instintos asesinos el tiempo suficiente y la historia acaba bien.
*
Cuando veo la piscina terminada, mientras la lleno de agua, me siento tan feliz que se me olvidan todos los malos ratos, los retrasos y la ruina económica que me ha supuesto. Pero estoy convencida de que merecerá la pena.
El penúltimo paso de mi plan es ir a buscar las algas. Las necesito de cinco especies concretas, que encuentro sin problemas salvo la última. No me rindo: recorro quinientos kilómetros de costa buscando un vivero marino que la tenga. La encuentro finalmente y regreso a mi piscina. Me veo obligada a alquilar una bombona de oxígeno y me lleva una semana plantar todas las algas. La impaciencia me consume durante el mes que tardan en crecer hasta el tamaño que preciso.
Y al fin, cuando ya está acabando agosto, está todo listo. Salvo lo más importante.
*
Aparco la camioneta lo más cerca posible de la playa. Bajo los cinco escalones de madera que comunican la acera solitaria con la arena y nado bajo la luz de las farolas y de las luces lejanas de la ciudad hacia la cueva que tan bien conozco. Dentro necesito la linterna.
Es un alivio y, a la vez, me llena de tristeza, encontrarme allí a Astrid, encogida sobre una roca de superficie lisa. Si fuera la de antes, estaría nadando bajo la luz de las estrellas. Tiene la cola roja muy cerca del cuerpo, con las aletas cubriéndole el rostro. La luz de la linterna la despierta y me sonríe con tristeza tras bajar la cola para descubrirse el rostro.
—Lidia —dice en tono débil, propio de quien ya no tiene fuerzas—, ¡cuánto tiempo! Me alegro de verte.
Me apena verla. Ha cambiado mucho en los últimos cinco años. Antes, tenía la cara redonda, las mejillas sonrosadas y el color de sus cabellos y su cola eran intensos. El torso de las sirenas es atlético, pero se les marcan muy poco los músculos porque necesitan algo de grasa que las aisle del frío del mar. Ahora, Astrid está escuálida, tanto que se le pueden contar las costillas y le han adelgazado tanto los brazos que no sé si seguirá pudiendo usarlos para nadar. Tiene las mejillas hundidas y los ojos sin brillo.
El mar se muere porque lo estamos matando. Astrid necesita vivir en costas limpias, pero aquella está cada día más contaminada. Las algas que come están tan sucias que, no solo se ha ido envenenando lentamente, sino que le ha tomado asco a la comida y se está consumiendo. Me siento a su lado y le retiro el cabello del rostro. Se esfuerza por incorporarse, pero tengo que ayudarla, pedirle que me pase el brazo por el hombro y sujetarla de la cintura. Está tan delgada que casi le rodeo la mitad con la mano.
—Tengo una sorpresa para ti —le digo—. Tírate al agua.
—Ayúdame, por favor.
Entro en el agua y le sirvo de apoyo. Nadamos hacia la costa y no le suelto la mano ni un momento. Cerca de la orilla le pido que se me agarre al cuello y salimos del agua. Está tan delgada y enfermiza que no me cuesta trabajo sostenerla. Es una sombra de la sirena fuerte y llena de energía que me acompañaba en mis vacaciones de verano cuando era una niña. No puedo soportarlo y se me escapan las lágrimas. Me pide que deje de llorar y me seca las mejillas con suavidad.
Me resulta fácil abrir la puerta de la furgoneta y ayudar a Astrid a entrar en una piscina hinchable para niños llena de agua hasta la mitad. La sirena me mira sonriente.
—¿Esta es la sorpresa? —me dice con una sonrisa—. Es un agua muy limpia.
Niego y cierro la puerta. Conduzco despacio hasta la piscina, casi tres cuartos de hora por un camino entre los árboles, oscuro y desierto. Detengo la camioneta y lo primero que hago es encender las luces que rodean a la piscina. Luego saco a Astrid del vehículo y, mientras la acerco a la piscina, la veo abrir mucho los ojos y mirarla embelesada. No me importa mojarme los pantalones para poder dejarla con suavidad en el agua. Se sumerge y saca la cabeza, maravillada.
—¡Huele igual que el mar cuando era niña! —me dice, arrobada.
—Me esforzado mucho en disolver las sales precisas.
Se zambulle y la veo arrancar un trozo de alga y comérselo. Luego otro, y otro más. Cuando vuelve a sacar la cabeza del agua, aún mastica.
—Las algas están riquísimas. No saben ni a gasolina ni a suciedad.
—Claro. No pretendo que pases aquí el resto de tu vida. Este será tu santuario. Aquí podrás recuperarte del daño que te hace la contaminación. Volverás a ser la misma que cuando jugábamos en el mar de niñas.
—Tú eras una niña. Yo ya tenía veinte años.
Mientras se vuelve a sumergir, pienso en que Astrid ya tendrá cincuenta años largos, pero aparenta la mitad, porque las sirenas suelen vivir el doble que los humanos.
Cuando saca la cabeza de nuevo, come con ganas otro trozo de alga. Me mira y, no sé si es la luz artificial, pero los ojos de Astrid tienen un brillo precioso, lleno de vida. Y comprendo que todos mis sacrificios han merecido la pena.
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Objetivo que cumple:
9—Busca un motivo original por el que construir una piscina y haz un relato sobre ello.
Objetos incluidos.
6- Una Sirena
28- Un sofá