Relato para el Reto de escritura de #OrigiReto2018 - Ejercicio: 08- Escribe una historia en la que el protagonista esté obsesionado con algo relacionado con su altura.
Bases en:
http://nosoyadictaaloslibros.blogspot.com.es/2017/12/reto-de-escritura-2018-origireto.html
o en
http://plumakatty.blogspot.com.es/2017/12/origireto-creativo-2018-juguemos.html
Son 1039 palabras, tras quitar quince asteriscos de separación de escenas. Este relato no se entiende del todo si no se lee antes el primero del mes de agosto, ya que es una continuación, si bien transcurre mucho tiempo entre ambos. Aquí está la pegatina de agosto:
Y aquí, el relato.
AÚN ME NECESITA
Pasar dieciséis años viviendo entre humanos es un suplicio
que no le recomendaría a nadie. Me había convertido en un gerdel amargado que
se odiaba a sí mismo. Lo único bueno que había en mi vida, que daba sentido a
mi sacrificio, era Alianora.
Mientras desayunaba, la vi sentarse frente al fuego. Todo
había dejado de importarme, pero a Alianora seguía queriéndola igual. Hubo un
tiempo en que dependía de mí. Ahora, era al revés: mi amargura me había
derrotado. Mantener una casa de tamaño humano era un esfuerzo titánico para mí,
pero nunca me quejé mientras mi hija no podía hacerlo. En aquellos momentos, no
hacía otra cosa que comer, beber, dormir y añorar mi arboleda. Ni siquiera
salía de casa.
Lo único que me apenaba era que cada día me costaba más no
desahogar mi amargura con ella. Alianora se sentó a la mesa sin apenas mirarme.
La noche anterior la había regañado con una dureza absurda comparada con el
pequeño despiste que me había enojado. Mi hija no era el problema: era tan
buena que no parecía humana. El problema eran los otros, que se reían de mí por
mi altura. Hubo un tiempo en que me enorgullecía de medir medio metro; ahora
sabía que era un enano repulsivo.
Lo peor era que Alianora no se daba cuenta. La última vez
que salí, había quedado con ella en una plaza. Cuando llegué, charlaba con unas
chicas que empezaron a reírse de mi corta estatura. Alianora pasó semanas
intentando convencerme de que no se reían de mí. Ella no puede creer que me
desprecien: es demasiado buena. Estiré el brazo, pero no pude alcanzar la jarra
de tamaño gerdel porque a mi hija se le había vuelto a olvidar dejarla cerca.
—¡Maldición, Alianora! ¡Te lo he dicho cientos de veces: si
pones la jarra tan lejos, no llego!
Me la acercó y agachó la vista. Soltó la cuchara, se levantó
y la oí subir las escaleras. ¿Cómo podía ser tan estúpido? Bajé con torpeza de
la silla y subí las escaleras con dificultades. Alianora estaba sentada en su
cama, llorando. Supe que llevaba mucho tiempo descargando mi frustración en
ella, que no lloraba por mi última frase, sino por todas las anteriores. La
quería tanto que habría dado mi vida por salvar la suya, pero lo único que
sabía era hacerla llorar. No era más que un enano asqueroso: no podía ofrecerle
un hombro. Solo pude rodearle la pantorrilla y pedirle perdón.
—Tú no tienes la culpa, papá —me dijo.
Mientras se secaba las lágrimas con un pañuelo, pensé en que
Alianora no se merecía soportar a alguien como yo.
* * * * *
Llevaba casi tres semanas sin ver a Alianora. No quería
comer, no podía dormir. Estaba seguro de que no la vería nunca más. Me dijo que
quería visitar la casa de sus padres naturales en Vianni y conocer a sus
amigos, que iría con dos comerciantes del pueblo. Con lo mal que la trataba sin
quererlo, no se lo podía negar. Y sería más feliz alejada de un enano
despreciable.
Cuando Alianora regresó, no me alegré: dos soldados la
trajeron inconsciente. Ardía de fiebre y tenía un brazo muy inflamado. Reconocí
la picadura de un wttwo, un insecto repugnante, tan grande como mi antebrazo.
Maté a muchos wttwos de joven. Salí de casa por primera vez en varios meses y
le compré al herbolario algunas de las hierbas que usábamos los gerdel. Hice un
emplasto, se lo puse en el brazo a Alianora y lo sujeté con una venda. Me
angustió que no despertara. Llevaba dos horas a su lado cuando alguien llamó a
la puerta y tuvo la paciencia de esperar a que bajara los escalones.
—Usted debe de ser el héroe gerdel —dijo un tipo moreno y
con bigote.
—Mi hija está muy enferma. No estoy para burlas —respondí,
conteniéndome con esfuerzo, mientras cerraba la puerta. El tipo la inmovilizó
con el pie.
—Soy médico. ¿Puedo pasar o dejamos que su hija se muera?
No entendí qué hacía allí ese hombre, pero le dejé entrar.
Atendió muy bien a mi hija, me dejó hierbas y medicinas, me dio instrucciones
detalladas… y cuando fui a pagarle, me dijo que medio Chavvi había contribuido
con alguna moneda para costear sus honorarios.
* * * * *
Alianora luchó durante cuatro días. La quinta mañana, abrió
los ojos, se incorporó para sentarse y me sonrió. Le abracé una pantorrilla,
pero ella me levantó y le abracé el cuello. Estuvimos así un rato, hasta que me
sentó junto a ella.
—Perdóname por haberte mentido —afirmó mientras se sacaba
algo del escote.
Envuelto en una tela había un documento gerdel. Mi jefe de
arboleda me había indultado. No me podía creer que mi niña hubiera sido capaz
de realizar un viaje tan peligroso para un ser humano.
—No quiero que te vayas, papá, pero aquí no eres feliz. Convencí
a tu jefe de arboleda de que puedo valerme por mí misma, así que ya no corréis
peligro si regresas. —Alianora me sonrió—. Sé muy feliz.
* * * * *
El día que me fui, comprendí lo absurdo de mi obsesión con
mi estatura. Decenas de vecinos de Chavvi vinieron a despedirme: nunca me
habían despreciado.
Pasé un mes inolvidable en mi arboleda. Rejuvenecí diez
años, pero eché de menos a Alianora desde el primer día. Y cada vez me sentía
más triste. Mi jefe de arboleda ya era un anciano de casi cuarenta años. Yo,
con cinco menos, era otro.
—Voy a volver a Chavvi, señor —le dije con esfuerzo—. Vendré
cuando pueda, pero… Alianora aún me necesita. Los humanos viven tanto que con
veinte años aún son muy inocentes, y mi hija tiene solo diecisiete. Si no
vuelvo, ¿quién le dará consejos, quién le dirá si el vestido le queda bien y la
regañará porque lleva demasiado escote? No tenemos espejos en casa. Siento
marcharme, pero aún me necesita.
Alianora se casaría dentro de dos o tres años y se iría de
casa, pero ¿por qué no pasar ese tiempo con ella?
—Siempre he sabido que te irías de nuevo, Mylles. Te indulté
para que pudieras volver a la arboleda, no para que te quedaras. —Me dio un
abrazo—. Vuelve con Alianora: aún la necesitas.