#OrigiReto2018 La última travesía
Relato para el Reto de escritura de #OrigiReto2018 - Ejercicio: 12- Usa un personaje conocido y mételo en un lugar, contexto o situación inverosímil.
Bases en:
http://nosoyadictaaloslibros.blogspot.com.es/2017/12/reto-de-escritura-2018-origireto.html
o en
http://plumakatty.blogspot.com.es/2017/12/origireto-creativo-2018-juguemos.html
Son 1043 palabras, descontando diez asteriscos de separación de escenas y empieza justo donde dejé el primer relato de octubre. Espero que os guste. Aquí está la pegatina de octubre:
Y aquí el relato:
La nave que me había dado Calipso era prodigiosa. Navegaba por el aire a tal velocidad que la isla donde vivía mi salvadora desapareció en un breve instante. Podía ver el cielo y el mar a través de la pequeña cúpula transparente que me protegía. A veces, veía masas de tierra a lo lejos, pero no pude identificar ninguna. Empecé a sentir sueño y traté de combatirlo, ansiando seguir disfrutando de aquel viaje maravilloso, pero el sopor terminó por vencerme.
Desperté en la cubierta de un velero. No comprendía cómo habían podido bajarme del ingenio de Calipso y dejarme allí sin que lo advirtiera. El caso es volvía a estar en un barco de madera, de aquellos que solía comandar. Cuando me incorporé, un muchacho se me acercó.
—Tome, señor, beba un poco —me dijo en un griego perfecto con acento de Ítaca y me tendió un cuenco con agua—. Queda muy poco.
Bebí con avidez, me levanté y recorrí el barco. Era un navío mercante itacense y todos los tripulantes eran súbditos míos. Le pregunté al capitán que como había llegado hasta allí.
—El divino Hermes le trajo en los brazos, señor y le dejó dormido sobre la cubierta.
El mismo destino cruel que me había partido el corazón, que me había llevado a un mar lleno de prodigios donde habían intentado retenerme con mentiras, me había devuelto a mi hogar.
Cuando desembarqué en mi amada Ítaca, no me demoré. Caminé lo más rápido que pude a palacio y ni siquiera tuve que entrar. Penélope estaba esperándome delante de la puerta. Nos abrazamos y lloramos de felicidad. Había pasado largos años en la guerra, primero, y perdido en el mar después. Aquella gigante maligna, Calipso, me había asegurado que mi esposa había muerto. Ojalá pudiera ver ahora cuán viva estaba.
¡Qué sorpresa me llevé cuando vi a Telémaco! Era tan alto como yo y todo lo que me contaron de él era bueno: se trataba de un príncipe querido por el pueblo, culto, noble y justo. Fue el remate a toda la felicidad que me invadió.
Fueron dos meses maravillosos. Pasaba los días reordenando la administración de mi reino, que a pesar del buen hacer de Penélope y de Telémaco, necesitaba de mi firmeza y mi astucia. Las noches eran para mi esposa y yo, y las llenábamos de besos y caricias.
Sin embargo, los dioses no soportan ver felices a los seres humanos. Al principio, fueron casos aislados. Llegaban campesinos a mi palacio muy asustados. Entre lágrimas me contaban como un grupo de cinco arpías los atormentaban, les destruían las cosechas o dañaban al ganado. Envié a grupos de arqueros varias veces y solo en la cuarta batida mataron a dos de aquellos monstruos.
Cuando el problema parecía conjurado, doce campesinos, hombres, mujeres y un niño, llegaron a palacio diciendo que un grupo de guerreros de tez muy pálida habían destruido la aldea y matado a la mitad de la población. Me puse al frente de mis guerreros e interceptamos a los invasores cuando marchaban hacia la capital. La batalla fue dura, perdí a muchos de mis hombres, pero aniquilamos a aquellos piratas.
Hubo unas semanas de paz. Llegué a creer que los dioses me dejarían tranquilo al fin, pero no fue así. Cientos de centauros invadieron Ítaca. Era tan absurdo que tales bestias pudieran llegar en tal número a una isla que solo podía tratarse de un castigo divino. Mi pueblo fue valiente. Reuní el mayor ejército que jamás se vio en mi reino y combatimos con fiereza. Pero poco pudimos hacer contra seres tan poderosos. Me hirieron y tuvieron que llevarme a palacio entre varios hombres.
Fortificamos el palacio lo mejor que pudimos, para intentar una última e inútil defensa. Me dolía no poder combatir a causa de mi herida. Telémaco, que iba a dirigir las tropas, se despidió con lágrimas en los ojos. Penélope se tumbó a mi lado a esperar el fin. Nunca supe cómo terminó la lucha. Cerré los ojos.
Cuando los abrí, algo me tapaba la boca. Estaba encerrado en una vasija transparente llena de un líquido de un tono azul muy leve. La vasija era tan estrecha que apenas podía separar los brazos. Me asusté al ver de pie, frente a mí, a un hombre sin rostro. Me recordaba a un muñeco de madera, de aquellos con que los niños itacenses jugaban, solo que parecía hecho de un material muy distinto.
—Quisimos evitar esto, Ulises —dijo el hombre en un griego perfecto—, pero consiguieron acceder a tu mente. Te devolvimos a Ítaca en sueños, pero los androides terrestres destrozaron la ilusión que habíamos creado para ti y te tuvimos que despertar.
Golpeé la vasija. Quise gritar. ¿De qué hablaba aquella cosa? ¿Dónde estaban Penélope y Telémaco?
—Las ilusiones no funcionarán más. No podrás volver a Ítaca en sueños, así que tienes que saber cuál es tu nuevo mundo. Han pasado casi cuarenta y dos siglos desde que acabó la guerra de Troya. Eres el último humano terrestre con vida.
Aquella afirmación me paralizó porque algo en mi interior me hacía creerlo.
—La Humanidad conquistó Marte y luego se empeñó en modificar Venus. Pero hace tres siglos, la Tierra se sumió en una guerra brutal. Se construyeron miles de millones de androides y otras máquinas, y cada bando consiguió que las máquinas del enemigo se rebelaran. Los androides acabaron luchando por su cuenta y los terrestres no pudieron detenerlas. Nosotros, los humanos de Marte, que ya no podemos vivir en la Tierra, conquistamos media Europa con nuestros robots, pero no logramos salvaros.
El hombre calló un instante.
—Gracias a una distorsión del espacio-tiempo, apareciste en medio del mar. Uno de nuestros barcos te rescató, pero los androides terrestres lo hundieron. Fue una suerte que sospecháramos que te retenía Calipso. —Hubo otra pausa—. Solo te diré una cosa más. Estás en una nave espacial, en un navío que puede viajar de un planeta a otro. Te llevamos a Marte, donde el enemigo no podrá acceder a tu mente. Intentaremos resucitar a la humanidad terrestre con tu material genético.
Lloré por Penélope y por Telémaco. El hombre me dijo que no tuviera miedo y supe que cuando me durmiera, ya no volvería a soñar.