#OrigiReto2018 El final del viaje
Relato para el Reto de escritura de #OrigiReto2018 - Ejercicio: 6- Inventa un relato descriptivo que haga que los personajes o la escena en sí, sean algo completamente diferente a lo que parece.
Bases en:
http://nosoyadictaaloslibros.blogspot.com.es/2017/12/reto-de-escritura-2018-origireto.html
o en
http://plumakatty.blogspot.com.es/2017/12/origireto-creativo-2018-juguemos.html
Con 1034 palabras, publico el último relato del OrigiReto2018. Es continuación directa del primer relato de diciembre. Me he divertido mucho con este reto y me da pena que acabe, aunque me alegre haber conseguido terminarlo, aunque sea a un día del final del plazo.
Aquí está la pegatina de diciembre
A continuación, la pegatina con los puntos extra.
Y aquí la plantilla en la que he anotado los géneros de los relatos.
Por último, aquí tenéis el último relato de mi participación en el OrigiReto 2018:
Tenía el privilegio de recorrer el Sistema Solar a bordo de la nave más avanzada jamás concebida. Y esa nave, La Nubera, no solo era la más veloz de todas, además, era encantadora y muy sabia. La primera etapa del viaje, la Luna, duró cinco días, uno de viaje y cuatro de sobrevuelo. La Nubera me enseñó los lugares más señalados: los cráteres más espectaculares, algunas montañas y los restos que había dejado la humanidad: el punto del primer alunizaje y las ruinas de la primera base lunar, abandonada en 2055, hacía ya 52 años.
Luego, me llevó a Marte en el tiempo, asombrosamente corto, de cuatro meses. De allí, La Nubera me enseñó los restos de los distintos rovers que habían explorado el planeta hasta el fin de las misiones espaciales científicas, hacia 2050. Me impresionó el Olimpus Mons, la gigantesca montaña de más de 20 kilómetros de altura y también observé embelesado las gargantas rocosas de aquel mundo.
La Nubera me explicó que había usado Marte para llegar a Júpiter muy rápido. Si no se hubiera tratado de ella, no la habría creído cuando me dijo que en un año estaríamos allí. Con la amabilidad que la caracterizaba, me explicó cómo lo había logrado a base de cambiar de órbita en torno a Marte. Tenía muy oxidadas las ecuaciones sobre órbitas de naves espaciales, pero La Nubera tuvo la cortesía de explicarme sus cálculos. Me impresionó la complejidad de sus métodos y me apenó ser consciente de que todas aquellas capacidades se perderían. Mi viaje era uno sin retorno. De todos modos, ninguna operadora terrestre tenía el menor interés en construir nuevas naves. Si habían construido La Nubera fue porque yo la pagué y yo me empeñé. La tecnología espacial humana seguía por debajo de las capacidades de finales del siglo XX.
—No te desanimes —me dijo La Nubera cuando le expresé aquellas ideas—. Mis planos se han quedado en la Tierra. Si otro soñador como tú quiere realizar el mismo viaje, tendrá parte del camino hecho.
—El problema es que la gente se ha olvidado de soñar con la ciencia y con el espacio.
—Son los ciclos de la historia. Tarde o temprano, volverán a surgir soñadores.
Pasamos un par de años magníficos explorando Júpiter y Saturno. Ansiaba llegar a Urano y a Neptuno, pero mi salud empezó a deteriorarse. Cuando La Nubera salió disparada hacia Urano, sentí que estaba en las últimas, supe que no iba a llegar con vida al tercer planeta gaseoso. La Nubera trataba de consolarme, pero la notaba muy triste.
Y dos meses después de haber abandonado Saturno, La Nubera hizo sonar la alarma.
—Algo muy grande se acerca, Julián.
—¿Un asteroide?
—No. Sigue una órbita optimizada. Además, capto transmisiones. Es una nave espacial, mucho más avanzada que yo.
—Eso es imposible —dije.
La Nubera tenía razón. Una nave espacial enorme viajaba hacia nosotros. La inteligencia artificial hizo cientos de cálculos, pero ninguno de ellos nos daba oportunidades de escapar de aquel ingenio que solo podía ser extraterrestre.
La nave alienígena necesitó solo una semana para alcanzarnos. Fue un espectáculo tan aterrador como emocionante ver aquella nave descoumunal abría un agujero en el casco y nos engullía. La Nubera y yo lo habíamos debatido mucho. Concluimos que la nave no tenía intenciones hostiles, puesto que le habría sido muy fácil lanzarnos algún tipo de proyectil que nos habría despedazado. Nos querían vivos y, quizá, se iba a cumplir un anhelo en el que no había pensado por lo improbable que era: contactar con una civilización alienígena.
Cuando el agujero se cerró, La Nubera quedó envuelta en una oscuridad absoluta. Y me invadió el pánico: mi nave se quedó muerta, sin electricidad, sin responder a los controles y, lo peor, sin que la inteligencia artificial pronunciara una sola palabra. Lo pasé muy mal durante largos minutos, hasta que algo abrió la cápsula, una cosa que se suponía imposible sin romper la nave, y me sacaron.
Me vi frente a dos alienígenas, aunque estos estuvieran escondidos tras un par de máquinas que iluminaban el área con una luz amarillenta tenue. Se trataba de dos cilindros metálicos de los que brotaban tentáculos de una superficie lisa. Varios tentáculos me sujetaron y los que eran innecesarios se encogieron hasta desaparecer. Sabía que eran máquinas tripuladas porque la superficie tenía una única abertura transparente por la que se asomaba un ojo de color amarillo.
Trabajaron un rato y me rodearon con una especie de carcasa. Luego, me hicieron atravesar una membrana que separaba el aire de un líquido. Y descubrí, maravillado, que podía caminar y que había allí tres alienígenas. Tenían la piel amarilla, medían el doble que yo, tenían cuerpos cilíndricos y flexibles y poseían doce tentáculos cada uno. Los cuatro superiores terminaban en ojos amarillos.
A base de toques suaves, me condujeron por varios pasillos llenos de un fluido que les permitía a los extraterrestres bucear además de caminar. Me maravillaron las pinceladas de su arquitectura y tecnología y deseé poder comunicarme con ellos.
Me hicieron entrar en un recinto. Me quedé atónito al ver que en la estancia había una mujer de unos cuarenta años, que me sonreía.
—Julián, soy yo, soy La Nubera. Mi parte física se ha roto y estos alienígenas me han sacado del ordenador y me han hecho humana. ¿Te gusta mi aspecto?
—Eres muy guapa —respondí, algo sorprendido porque La Nubera no solía hablarme de esa forma.
—Ven, voy a presentarte al capitán. Seré tu intérprete. Estoy cumpliendo tu último sueño, Julián. Los Xhwfenne tienen una civilización fascinante.
La conversación con el capitán fue maravillosa, pero algo no terminaba de funcionar bien. Una lágrima corrió por la mejilla de La Nubera y lo supe.
—Este es el final del viaje —dije.
Y me vi de nuevo en mi nave. La unidad médica luchaba desesperada por hacer que mi corazón volviera a latir. Pero sería inútil: mi viejo cuerpo ya no aguantaba más. La Nubera también lo sabía y quiso darme un último regalo. Ya no podía hablar, pero la inteligencia artificial lo leyó gracias a la interfaz sináptica.
—Explora los planetas que restan, aunque yo ya no pueda verlo. Sé muy feliz.