Este es el microrrelato de marzo de 2019 para el OrigiReto 2019. Las normas de este reto se pueden consultar en las bitácoras de las organizadoras:
http://plumakatty.blogspot.com/2018/12/origireto-creativo-edicion-2019.html
o en
http://nosoyadictaaloslibros.blogspot.com/2018/12/reto-de-escritura-2019-origireto.html
Este relato tiene 1991 palabras según https://www.contarcaracteres.com/ (dos son astericos para separar escenas). Como el título ya desvela qué objetivo cumple, lo digo aquí: es el 12. Crea tu propia versión de un cuento conocido. Los objetos ocultos que incluye son 10. Un instrumento musical y 19. Una botella de
ron.
Hay vivencias propias reflejadas en dos de los personajes: la princesa y el que da título al relato. Y he disfrutado mucho escribiendo una historia en que hay dos mujeres muy amigas. Me encantan las historias de amistad, aunque los que me conocéis un poco ya lo sabréis.
EL FEO DURMIENTE
Valeria hizo que Luz, su yegua, se detuviese y contempló con
el mismo respeto de otras veces aquel castillo gris herido por gruesos troncos
sin hojas del color de la ceniza. Gladys, cabalgando a mujeriegas a Antorcha,
la ordenó pararse junto a Luz. Como Valeria vestía pantalones, desmontó con
mucha más facilidad que su amiga, que se empeñaba en ir en falda a todas partes
por mucho que Valeria insistía. Llevaron a las yeguas a un punto donde estaba
el hueco de la poterna que solían usar. Gladys lanzó un hechizo para ocultar a
las monturas y el contenido de las alforjas y, después, murmuró frases en una
lengua que solo ella recordaba para abrir un hueco en la red de troncos de
ceniza que atormentaban al castillo. Su amiga jadeaba cuando consiguió vencer a
la maldición de la fortaleza una vez más.
—¿Queréis descansar?
—No os preocupéis, alteza —respondió Gladys con dificultad—.
Id primero y atenta.
Valeria entró con la mano en la empuñadura del sable. Ya se
habían aventurado seis veces en el castillo y solo habían encontrado recuerdos
maravillosos de otras épocas y de una persona en particular. La poterna daba a
un patio maltratado por los años, en cuyo centro había una fuente de agua
ponzoñosa. Cruzaron el patio
desierto y Valeria recordó tantas veces como Gladys le había dicho que la
barrera de troncos la creó un hechizo para proteger al castillo de la maldición
que salió mal y acabó destruyéndolo.
Entraron en un antiguo salón del palacio que protegían las
murallas, lleno de polvo y cascotes, iluminado por el sol que entraba a través
de ventanales privados de cristal. Valeria soñó con que visitaba aquel lugar
cuando su rey legítimo aún lo gobernaba. Imaginó ricos tapices, cuadros,
lámparas y adornos. Vio caballeros y damas. Y se imaginó al noble que había
escrito aquellos poemas y cuentos tendiéndole una mano, muy alto, tan rubio como ella y con sus mismos
ojos azules. Tan guapo que costaba trabajo dejar de mirarlo. Sin saberlo,
Gladys, con su melena negra y su vestido marrón claro, interrumpió sus sueños.
—Supongo, alteza, que querréis subir.
—Quiero hacerlo —dijo con una sonrisa pícara que su amiga
interpretó bien.
—Valeria, vamos…
—¡La última en llegar hará la cena!
Valeria corrió escaleras arriba, mientras oía a su amiga
intentar no rezagarse. No era solo que Gladys no se ejercitara tanto como ella:
los pantalones eran más prácticos para montar o correr. La princesa subió hasta
la tercera planta, la última que les quedaba por explorar, y esperó a Gladys.
Cuando su amiga llegó, jadeando de nuevo, Valeria la esperaba con fingida
impaciencia.
Exploraron todas las habitaciones. La primera era una enorme
biblioteca. Valeria, ilusionada, registró el bello escritorio de madera oscura
y encontró otro tesoro. Se sentó en la única silla, abrió un libro y pasó un
rato leyendo cuentos y poemas manuscritos firmados por G. Hefesto. La
emocionaron tanto que no pudo reprimir el impulso de cerrar el libro y
apretarlo contra el pecho. Estaba enamorada de aquel hombre, cuyos escritos la
conmovían. De hecho, si habían visitado tantas veces aquel castillo encantado
era para saber más de él. Le dolía pensar que G. Hefesto llevaría años muerto.
—Ya veo que habéis encontrado algo, alteza. Yo hallé esto.
¿Queréis un poco? —dijo Gladys, tendiéndole una botella de ron—. ¿No? Pues está
bueno.
Valeria se levantó, con el libro en la mano, y sonrió al ver
a Gladys darle un sorbo largo a la botella y oírle un jadeo de satisfacción. Siguieron
explorando y la princesa se encontró un nuevo tesoro. Había una caja con una
inscripción, un regalo para G. Hefesto. Contenía una flauta travesera preciosa.
Pensar en los dedos de aquel hombre acariciar la flauta e imaginarse la música
que sería capaz de interpretar, la hicieron desear aún más poder conocerle.
Cuando entraron en la última habitación, Valeria abrió mucho los ojos. Había
una especie de sarcófago cubierto por una tela. Iba a avanzar, pero Gladys la
sujetó de un brazo.
—Esperad, alteza. Hay un poder maligno muy fuerte concentrado
aquí.
Su amiga avanzó unos pasos y examinó el aposento sin mover
más que la cabeza.
—Qué pena tener que desperdiciar un ron así —dijo Gladys e
indicó a Valeria que se colocara frente a ella, a un par de metros.
Cuando lo hizo, usó el ron para describir un círculo a su
alrededor, dejó la botella fuera e hizo que brotara una chispa de entre los
dedos, con la que incendió el círculo de ron. Valeria conocía el ritual, pero
no dejó de inquietarle la forma en que Gladys adoptó la personalidad de quien
había lanzado el hechizo maligno, después de haber recitado el suyo.
—Nadie invitó a este bautizo a la bruja más poderosa del
reino —dijo con una voz ronca y una expresión maligna impropias de Gladys—. Y
por eso maldigo a tu primogénito. Cuando cumpla veinte años, caerá en un sueño
infinito del que solo podrá sacarlo un beso de amor verdadero.
Valeria no entendió la risa enloquecida de Gladys. Luego, su
amiga cerró los ojos y pareció meditar un rato. Y se alegró de ver que salía
del círculo, casi apagado, y volvía a ser la de siempre.
—No hay peligro, pero esto no os va a gustar, alteza. G.
Hefesto está ahí dentro, esperando un beso de amor.
—Pero eso es maravilloso.
Gladys negó en silencio y Valeria, entusiasmada porque ella
podía liberarlo, no le prestó atención y quitó la tela. Y comprendió al
instante la actitud de su amiga. La decepción fue tan intensa que le dolió.
Aquel hombre era joven, y rubio, pero estaba muy gordo y, sobre todo, era
horripilante. No se podía creer que la persona que la emocionaba con cada uno
de sus versos tuviera aquel aspecto. Era tan guapo en sus sueños…
—La bruja que lo hechizó, alteza, se reía diciendo que nadie
podría amar a un hombre tan feo.
—Pero yo…
—Entonces, besadlo y salid de dudas.
Con cuidado, retiraron la cubierta de cristal del sarcófago
y, con cierto esfuerzo, Valeria aproximó los labios a los del hombre y lo besó.
Separó la cabeza medio metro y, cuando ya creía que no iba a pasar nada, el
hombre abrió los ojos, parpadeó y la miró estupefacto.
—¿Quién sois? —le dijo.
Valeria le consentía el vos a Gladys porque era su mejor
amiga, pero de un desconocido era una falta de respeto grave.
—Soy Valeria, y soy una princesa.
—¿En qué año estamos? —respondió el hombre.
—En 1623, señor —intervino Gladys.
—Entonces mis padres han muerto —dijo tras un suspiro—. Eso
me convertiría en rey de Cheru, pero no celebramos mi entronización, así que
supongo que sigo siendo príncipe. Por tanto, tengo derecho a tratar a vuestra
alteza de vos.
El hombre la miraba con intensidad, de una forma a la que
Valeria, a quien consideraban una de las mujeres más bellas de su reino, estaba
demasiado acostumbrada. No podía creérselo, pero la magia nunca se equivocaba:
Gladys se lo había repetido cientos de veces. El único problema habría sido que
él no hubiera pertenecido a la realeza. Aquel hombre tan feo era el amor de su
vida.
—Os ruego que os levantéis —dijo Valeria—. Os llevaremos a
mi reino y os alojaréis en mi palacio mientras preparamos los detalles de
nuestra boda.
*
Valeria esperaba a Ginés, su horrendo prometido, en un banco
de los jardines de palacio, cerca de una hermosa fuente adornada con estatuas
de dragones. Llevaba uno de sus vestidos más corrientes porque no deseaba que
su prometido se ilusionara. Se sentía muy desgraciada. Seguía disfrutando de la
sensibilidad de la pluma de Ginés, y oírle tocar la flauta que habían rescatado
de su antiguo castillo la hacía emocionarse. Pero la idea de pasar el resto de
su vida con un hombre así la aterraba. La magia decía que tenía que ser feliz,
pero no lo era. Ginés llegó y se sentó junto a ella. Hablaron un rato de
banalidades y Valeria luchó por mostrarse alegre, sin demasiado éxito.
—Tengo que haceros una pregunta, mi amada princesa. —Valeria
lo miró y él se perdió un instante en sus ojos—. ¿De verdad queréis casaros
conmigo?
—Mi amor por vos rompió una maldición poderosa.
—No os he preguntado eso. ¿Queréis casaros conmigo?
Valeria, confusa, solo pudo quedarse callada.
—Lo sospechaba. Y lo entiendo. —Ginés suspiró—. Sé poco
sobre el amor, pero mucho sobre el desamor. Rompisteis la maldición porque
amabais la imagen que habíais creado de mí gracias a mis poemas y mis cuentos.
Cuando me visteis en persona, esa imagen se desmoronó. El amor no muere de
golpe, por eso, el día en que me liberasteis aún me amabais. Ahora queda muy poco
de ese afecto.
—Pero… yo… no es justo. Di mi palabra.
—Si nos casamos porque os sentís obligada, nos condenaremos
a vivir en una prisión. Ya veis como soy. Gladys me ha contado vuestras
aventuras. El día que os conocí ibais con pantalones porque os gusta correr y
galopar. En cambio, si doy un paseo de media hora, acabo agotado. Nunca podré
seguiros. Por supuesto, no tendría que acompañaros siempre, pero si no lo
hiciera nunca, acabaríais sintiéndoos culpable, viajaríais cada vez menos por
no dejarme solo. Os haría muy desgraciada. Somos demasiado diferentes, vuestra
alteza.
Valeria se quedó callada. Quería decirle que estaba en lo
cierto, pero se sentía incapaz de partirle el corazón.
—Iremos a ver a vuestros padres —dijo Ginés—. Les
comunicaréis que habéis decidido cancelar el compromiso y yo lo aceptaré. Prefiero
que sea así: si dijéramos la verdad, os humillaría y todo el mundo pensaría que
soy el hombre más estúpido del mundo. Aunque eso quizá sea verdad.
—No lo es, alteza.
—Gracias. —Ginés suspiró—. Veréis qué contentos se pondrán
vuestros padres.
Su prometido se puso en pie y le ofreció un brazo.
—Un último favor, vuestra alteza. Demos un último paseo.
*
Valeria miraba a través del ventanal de su alcoba. Contemplaba
las mejores vistas de todo el castillo. La decepción por el amor que había
sentido por G. Hefesto, o Ginés, se le iba borrando cada vez más rápido.
Habían pasado dos semanas desde que Ginés se fue. Resultó
tener razón en todo. Cuando anunció delante de sus padres que Valeria lo había
rechazado, toda la experiencia en protocolo de los reyes fue capaz de impedir
que se notara el alivio que sentían. Al menos, a cambio de cederles el gobierno
de Cheru, obtuvo una renta vitalicia. Era muy injusto que todo el mundo lo
rechazara por ser tan feo, pero no podía casarse con él solo por compasión. El
mismo Ginés se lo había dicho. Y también era cierto que no quería un esposo que
la siguiera a todos lados, pero sí uno que pudiera acompañarla a ella y a
Gladys alguna vez.
Su amiga llamó a la puerta y entró tras recibir permiso. Se
apoyó a su lado, en el ventanal, y disfrutó del paisaje. Como casi siempre
desde la marcha de Ginés le preguntó que cómo se sentía e intercambiaron
banalidades.
—He estado hablando con la condesa de Honboseri —dijo
Gladys.
—¡Ah! ¿Sí? —respondió Valeria, con voz afectada y alzando la
barbilla, lo que hizo reír a Gladys.
—Me ha dicho que en la capital de la provincia hay una
taberna donde sirven un vino especiado único en el reino.
—Y habéis pensado en…
—Son cinco días a caballo, alteza, pero si atravesamos el
bosque de Ynnse y cruzamos el puerto de montaña del Sante, serían solo tres.
Dicen que en el bosque de Ynnse viven nyxes y que hay muchos diablillos, pero
tengo amuletos de protección para eso, y no tenemos por qué acercarnos al río.
—¿Queréis cruzar un bosque encantado y atravesar un
desfiladero traicionero solo para tomar una copa de vino?
—Yo había pensado en tres o cuatro jarras, alteza. Son tres
días de viaje.
Valeria sonrió.
—¿Podríamos salir mañana? —preguntó la princesa.