Este es mi relato de junio para el reto de escritura Estrellas de tinta, organizado por Katty Cool. Puedes leer las instrucciones del reto (y solictar apuntarte) en la bitácora de la organizadora:
https://plumakatty.blogspot.com/2020/12/estrellas-de-tinta-reto-de-escritura.html
En esta ocasión, voy a poner objetivos y objetos delante, asi como número de palabras.
Objetivo que cumple: 1—Escribe un relato sobre un alpinista en una helada o sobre un rescate en el hielo.
Objetos
2- Unos Alicates
4- Un Chupito
Son 1449 palabras según https://www.contarcaracteres.com/palabras.html (he quitado cuatro asteriscos de separación de escenas), así que cumplo los objetivos de extensión.
Sin TW.
¿QUÉ ERES?
Arne había nacido tan al norte que para él era normal que el sol no se pusiera durante el verano. Sin embargo, el frío de aquel atardecer le parecía insoportable. Fustigó al caballo, pero su montura, agotada, ya no podía imprimirle más velocidad al trineo. Insistió un par de veces, no por crueldad: si caía la noche, montura y tripulante amanecerían convertidos en témpanos de hielo.
Unas huellas en la nieve lo obligaron a detener el trineo, atónito. Las siguió, con una soga enrollada a la espalda, un pico en una mano y la otra preparada para desenvainar la daga, hasta el borde de un río congelado. Cerca la mitad del cauce, había un bulto. Aunque el hielo parecía firme, Arne no se arriesgó. Ató la soga a un tronco, luego se la anudó a la cintura y se arrastró sobre el hielo hasta el bulto.
No se lo podía creer: era un niño, muy bien abrigado pero cubierto de cristales de hielo. No fue capaz de dejarlo allí. Con cuidado, se las arregló para subírselo a la espada y retrocedió arrastrándose hasta que volvió a pisar la nieve. Regresó al trineo con el niño, que tendría unos diez años. Si estaba vivo, intentaría curarle de la congelación que, seguramente, sufría. Si estaba muerto, le daría un entierro digno.
El trayecto fue largo y complicado. Empezó a nevar y llegó a creer que no iba a regresar a tiempo. Había caído la noche cuando las luces de Svalla le dieron esperanzas. Muerto de frío, dejó el trineo junto a su casa, introdujo al niño en el salón y encerró al caballo en el establo lo más rápido que pudo.
*
El niño estaba vivo, lo que era un milagro. El hecho de que siguiera inconsciente, no obstante, le hizo pensar que no sobreviviría más de aquella noche. Encendió la chimenea, pero dejó al niño lo más lejos que pudo: no era bueno calentarlo demasiado deprisa. Se enfrentó al temporal de nieve para llenar una tina con varios cubos de agua sacados del pozo de Svalla, tan profundo que nunca se congelaba.
Tras tomarse un chupito de licor para espantar el frío, calentó al fuego parte del agua para crear un baño tibio. Desnudó al niño inconsciente y lo sumergió con cuidado. Cuando el infeliz despertó, hubiera sido mejor que siguiera dormido. Se pasó gritando de dolor largas horas, hasta que la congelación de sus miembros se amortiguó. Arne apenas pudo descansar: solo cuando los primeros rayos del sol disiparon la negrura se quedó dormido.
*
Arne se despertó y lo primero que hizo fue a ver al niño. La temperatura era agradable y el sol lucía de tal forma que intuyó que, en el exterior, la mañana sería soportable. Lo destapó y no entendió lo que estaba viendo. Un niño tan pequeño, que debería llevar perdido horas en el hielo, debería tener la piel abrasada por la congelación. La piel pálida del muchacho estaba limpia.
Lo cubrió de nuevo y mientras Arne desayunaba, el niño despertó. Tenía el cabello rubio típico de los habitantes del reino de Kmaal, pero los ojos del niño parecían dos trozos de carbón. Arne le trajo la ropa y le pidió que se vistiera. El muchacho obedeció en silencio.
—¿Te encuentras bien, muchacho? ¿Cómo te llamas? —preguntó Arne.
El niño lo miró sonriendo. Descartó que fuera mudo, porque lo había oído gritar, así que no debía de hablar su lengua. Quizá se tratara de un esclavo recién comprado en el sur que decidió, en el peor momento, escapar de sus amos. Con gestos, lo invitó a desayunar con él. Le alegró, a la vez que lo sorprendió, que tuviera buen apetito. Lo había rescatado del hielo y actuaba como si nunca hubiera estado a la intemperie en medio de un río helado.
*
El niño resultó ser un huésped agradable. No molestaba, no se metía en problemas y ayudaba en las labores del hogar en cuanto le era posible. Una vez, encontró unos alicates que Arne llevaba meses buscando. A Folke, el Borgermester de Svalla, le cayó muy bien, tanto que le dio permiso a Arne para ser su tutor mientras averiguaban de dónde provenía.
Arne se esforzaba en comunicarse con él. Le hablaba, le hacía preguntas y le recitaba antiguos poemas antes de dormir. Intentó enseñarle smaalés y, aunque el muchacho nunca pronunció palabra, tuvo la impresión que entendía algunas de las frases. Por ello, perseveró durante las tres semanas que convivieron en paz.
*
Los designios de los dioses son incomprensibles, tanto que parecen burlas crueles. Un día, sonaron los cuernos para convocar a los guerreros de Svalla. Arne, con la ayuda del niño, vistió la coraza, se colocó el casco, se ciñó el cinturón del que pendía la espada de su familia y embrazó el escudo redondo. Le pidió al niño que se escondiera en el sótano y que no saliese hasta que él u otro habitante de la aldea viniera a buscarlo.
Atacó Svalla un batallón de svartalfar. Se cantaban historias acerca de ataques de aquel pueblo de herreros ancestrales, de piel manchada permanentemente de hollín. El metal se les agotaba y asaltaban los pueblos humanos para robar armas, aperos de labranza y todo lo que les sirviera de alimento a sus fraguas.
Los svartalfar son guerreros temibles. Además, un ser de pesadilla, un monstruo oscuro recién llegado que volaba tan alto como un águila, parecía darles brío. La línea de defensa de los habitantes de Svalla se rompió tras cinco minutos de combate. Arne huyó, junto a los restos del ejército humano, de vuelta a la ciudad, con la esperanza de atrincherarse en la fortaleza. Aquellas esperanzas se disiparon cuando el monstruo negro, que tenía el aspecto de un dragón, aterrizó en los muros de la fortaleza.
Arne regresó a su casa. Solo le quedaba ir a por el niño e intentar huir. Mató a un svartalfar que lo atacó, pero otros tres lo persiguieron. Intentó despistarles para que no lo vieran entrar en su casa, y lo habría conseguido de no ser porque se topó con el dragón, que lo inmovilizó con una simple mirada. El monstruo tenía unos ojos rojos aterradores. Sin embargo, en vez de la muerte, lo que experimentó fue una voz que sonaba en su interior.
—Arne, no temas. Soy yo.
El monstruo se difuminó para cambiar de forma y volvió a ser el niño al que había salvado, que le pidió que se acercara. Arne estaba demasiado confundido como para moverse: se limitó a caer de rodillas. El ser al que había salvado, miró con rabia a su derecha.
—Espera —dijo el ente.
Se difuminó para convertirse en una mujer muy alta, con dos trenzas rubias, vestida con una piel de oso y que blandía un hacha a dos manos. Cuando los tres svartalfar aparecieron, cargó contra ellos profiriendo aullidos terribles. Destrozó de un hachazo el escudo de metal de un enemigo y quebró la espada de un segundo. Aterrorizados tras tal exhibición de fuerza, los tres huyeron.
Arne temblaba, de miedo y de frío. La mujer se le acercó. Habría pasado por smaalense si no fuera tan alta y no tuviera los ojos negros. El ser le tendió una mano, sonriendo.
—Cuidaste de mí cuando lo necesité —dijo la mujer—, aunque ahora te arrepientas de haberme salvado, y voy a devolverte el favor. No temas.
—¿Qué eres? ¿Un dragón, una guerrera, un niño?
—No tengo forma. Adquiero aquella que más me conviene. Soy dragón cuando quiero que me sigan los svartalfar. Soy niño cuando me siento vulnerable y necesito que me cuiden. Soy una guerrera hermosa cuando quiero salvar y agradar al hombre que me protegió.
Arne dejó que la guerrera lo ayudara a ponerse en pie.
—Nací de la sangre negra de diez héroes que malgastaron su vida intentando robar el tesoro de un dragón. No soy ni hombre, ni mujer, ni bestia. Soy un espíritu que necesita la guerra y la muerte para sobrevivir. La paz me estaba consumiendo, pero tú me salvaste y me trajiste a un pueblo que se alzaba junto a una ciudad subterránea de los svartalfar.
—Tú los trajiste —dijo Arne con lágrimas en los ojos—. Te salvé a ti y maté a mi gente al hacerlo.
—Si los dioses siguieran la justicia humana, tu bondad no debería haber provocado esto, pero los dioses tienen sus propias razones. Piensa que si no mato, muero, y eso tampoco es justo.
La guerrera tomó la mano derecha de Arne, que hacía tiempo que no blandía la espada.
—Ven. Te dejaré a salvo en Novorna y te prometo que jamás atacaré esa ciudad mientras vivas en ella.
Arne soltó el escudo y se dejó llevar.