#EstrellasDeTinta Qué solo estas
Este es mi relato de agosto para el reto de escritura Estrellas de tinta, organizado por Katty Cool. Puedes leer las instrucciones del reto (y solictar apuntarte) en la bitácora de la organizadora:
https://plumakatty.blogspot.com/2020/12/estrellas-de-tinta-reto-de-escritura.html
En esta ocasión, voy a poner objetivos y objetos delante, asi como número de palabras.
Objetivo que cumple:
24R—Haz el Objetivo de otra participante. --> Básate en una canción que no hable de amor romántico. (Erica)
Objetos:
21- Un escaparate
22- Un cambio meteorológico
Me he basado en el objetivo de Erica (https://ericafortuny.com/) y he elegido una canción de una banda fantástica: Los Secretos. El título de la canción es Qué solo estás, y es esta de aquí:
Este relato es una adaptación muy libre de la letra de la canción. Se me ocurrió una historia de soledad y olvido en la que un espejo cumple un papel importante. Las frases de la letra están marcadas en negrita en el relato.
Son 1305 palabras según https://www.contarcaracteres.com/palabras.html (he quitado cuatro asteriscos de separación de escenas), así que cumplo los objetivos de extensión.
Sin TW.
QUE SOLO ESTÁS
Si pudiera recordar qué estoy buscando, pararía a descansar. Pero mi memoria, que nunca fue buena, ahora parece ausente. A veces, cuando intenta resucitar, tengo algo parecido a un chispazo, o un fogonazo. Miré un escaparate cuyo cristal protegía cientos de juguetes: cochecitos, trenes y peluches, una multitud de peluches de todas formas y colores, y percibí un susurro que no provenía de ninguna de las personas que se cruzaban conmigo sin mirarme la espalda. Ese susurro nacía en el interior de mis recuerdos.
Una voz me decía que, una vez, tuve familia. Tenía una mujer y una hija muy guapas que siempre sonreían. Mis pensamientos se mezclaron con recuerdos extraños y mi mente se convirtió en un torrente confuso de imágenes y sentimientos. Se me cortó la respiración: buscar pistas de aquello que no paraba de buscar hizo que me olvidara de inspirar aire. Si supiera en realidad que estoy pensando, ya podría respirar, pero no lo sé. ¿Cómo voy a saberlo? Me desmayé.
Recuperé el conocimiento en plena calle. Un grupo de curiosos nos rodeaban, a mí y a dos sanitarios que me atendían. Me incorporé y se ofrecieron a llevarme a Urgencias a hacerme unas pruebas. No tuve fuerzas para negarme.
*
Una vez en casa, me miré al espejo del cuarto de baño. Tenía buen aspecto, y las pruebas que me hicieron en el hospital no reflejaron nada más aparte de la tensión algo baja. Si mirará más hacia el espejo, y menos a la ciudad, quizá encontrara qué es lo que estoy buscando, que está escondido dentro de mi cabeza. No lo voy a encontrar en los parques, las jugueterías o esas cafeterías que visito una y otra vez esperando oír las voces de las dos mujeres de mi vida en mis recuerdos. He de saber qué les pasó, por qué, hace diez años, dejé de tener recuerdos de ellas, como si se hubieran desvanecido.
Después de una cena muy ligera, me acosté y empecé a darle vueltas en la cama a mi problema. A veces, pensaba que la solución sería olvidarme de mi mujer y mi hija, en vez de alejarme cada día más de mi casa buscando recuerdos. Si alguien me llevara aún más lejos, a otra ciudad, a otro país, quizás pudiera olvidar que una vez fui feliz, que una vez amé y fui amado. Me dormí repitiéndome la frase que me destrozaba el alma: qué solo estás.
*
Si escuchara atentamente tus consejos, cuando intentas explicar por qué empeñarme en seguirte a ti y a nuestra hija solo logra hacerme daño, quizá sería más feliz. Pero los recuerdos de tus palabras, las que me dedicabas antes de que desaparecieras, esposa mía cuyo nombre he olvidado, solo consiguen alejarme de tu recuerdo. Empiezas a contarme que me equivoco, que si sigo empeñado en no cambiar, solo conseguiré perderte, a ti y a nuestra hija. Entones es cuando ya estoy tan lejos de ti que solo escucho soledad. La mente se me nubla y los recuerdos de menos de diez años de antigüedad se me escapan.
Aquel jueves, tan triste y gris como cualquier otro, paseé largo tiempo por un barrio del extrarradio. Me bajé del autobús delante de un colegio. Cuando paso cerca de un colegio y me pongo a recordar, veo a mi hija a caminar a mi lado, con su cabello largo y rizado por la espalda, tocando la mochila roja que siempre llevaba a clase. Tenía nueve años el día que desapareció, así que ahora tendría diecinueve, si es que continúa existiendo, si es que ha existido alguna vez. Porque, llegados a este punto, ignoro si es un sueño. Además, cuando veo a los padres saliendo del colegio con sus niños de la mano, siento que hoy estoy mucho más viejo, y mi mente empieza a hablar.
Mi mente me repite siempre lo mismo, siempre algo que me atormenta: qué solo estás, Julián, qué solo estas, contigo no cuenta nadie ya. Y es verdad. Nadie cuenta conmigo, nadie me necesita. Mis padres murieron, no tengo hermanos y mi mujer y mi hija se esfumaron. Nadie necesita que le explique como es el mundo. Nadie necesita algo de apoyo cuando llega a casa después de trabajar.
Lo que era un medio día con nubes y claros se convirtió en un chaparrón. Busqué refugio ante tan inesperado cambio meteorológico bajo un árbol enorme que había en el parque que había al lado del colegio.
Cuando la lluvia cesó, las nubes se fueron espaciando, dejando entre ellas trozos de cielo azul. Volví a casa y no salí el resto del día.
*
Si mirará más hacia el espejo, y menos a la ciudad, encontraría qué es lo que estoy buscando. Siempre lo supe, lo que ignoraba era que no miraba el espejo correcto. Cuando aquellas palabras me venían a la mente, me iba al cuarto de baño y me quedaba un buen rato mirando el reflejo de mi rostro. Me empeñaba en dejar la mente libre y que mis recuerdos fluyeran, pero no lo hacían.
Aquel día fui afortunado. Iba a salir a mirar de nuevo a la ciudad, a perderme una vez más en calles que solo evocaban recuerdos inútiles, cuando se me olvidó si me había peinado o no. Así que me miré en el enorme espejo que tenía en el recibidor. Y ese espejo me trajo a la memoria algo terrible. En realidad, aquello que me empeñaba en buscar era algo que ya sabía, algo que había preferido olvidar.
Bajo el espejo había un mueble de madera oscura, con un gran cajón en la parte de arriba. La vista se me fue a una carpeta azul. La abrí con el corazón en un puño y leí el documento que había dentro. Era una sentencia de divorcio. Mi exmujer, que se llamaba Paula, se quedaba con la casa y la custodia de María, mi preciosa hija. Aquellos folios me hicieron recordar los últimos meses de matrimonio, las peleas constantes porque ella ya no me quería, porque llegaba tarde a casa y bebido. Recordé el día que tuve que irme a una pensión mientras encontraba un nuevo hogar. Me rompió el corazón rememorar la última llamada de Paula, en la que me informaba de que se iba a vivir a Noruega con mi hija porque ya había logrado vender la casa que había sido nuestra.
No me dejó ver a María. Mi niña dejó España sin que pudiera despedirme. Fue tanto el dolor por haber perdido a mi familia y todas mis posesiones materiales, que me olvidé del divorcio. Convertí su marcha en una desaparición misteriosa que no recordaba. No podía sobreponerme al dolor, a la pérdida. Nunca lo logré. Ni creo que pueda sobreponerme jamás.
Derrotado, hundido, pero con la memoria restablecida, me senté en el sofá del salón. Miré una vez a la ciudad, a través de la puerta de cristal de la terraza, y se me escaparon unas lágrimas.
Y me dormí.
*
Desperté en el sofá de mi casa. Si alguien me llevara aún más lejos, quizás pudiera olvidar, pero no hay nadie que quiera llevarme a ningún sitio. No olvido que, una vez, tuve una familia. Una mujer y una hija muy guapas que siempre sonreían. Un día, desparecieron, y mi vida se ha convertido en una búsqueda permanente. Quiero saber qué pasó con ellas, por qué hace diez años que no tengo recuerdos de ellas.
Recuerdo que, un día, acompañaba a mi hija al colegio y que, de pronto, ya no podía llevarla a clase porque no sabía dónde estaba. A veces, recuerdo que mi memoria reside en un espejo. Me levanté y me miré en el espejo del cuarto de baño, pero mi memoria siguió muerta.
Mi mente me atormentó con esas frases que me destrozaban: qué solo estás, qué solo estás. Contigo no cuenta nadie ya.
3 comentarios:
Ostras juan, que poético es lo que suele pasar con las historias basadas en canciones, suele salir prosa poética. Muy drama y triste, en tu línea 🤣 pero me ha gustado, me ha dado pena pero tiene un buen ritmo de lectura y a pesar del gris del relato, se lee con buen ritmo y no se hace pesado. Me habria gustado más verle rehacer su vida que llorar por la pérdida, pero bueno eso es personal. Bien hecho Juan y buen punto remarcar las frases de la canción por el objetivo.
.KATTY.
Buenas, Juan.
He estado cantando la canción todo el relato. Ahora la escuchare desde otra perspectiva. Como bien sabes, también soy fan de los secretos y esta canción me parece maravillosa.
El relato me ha encantado. Muy triste y con un final sorprendente. Es un relato que llena de congoja. Me he metido perfectamente en la mente del protagonista y me he embebido de sus sentimientos.
Buen trabajo.
Saludos y nos vamos leyendo.
Hola Juan. Otro gran fan de Los Secretos por aquí. Al igual que Isabel, he ido cantando las frases a la par que las leía. El texto conserva la esencia melancólica de la canción y ese tono autodestructivo tan característico. Un gran trabajo que no podía terminar de otra manera. Un placer leerte, como siempre.
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