30 octubre 2021

#EstrellasDeTinta Un mundo más justo y humano tras la catástrofe

Este es mi relato de octubre para el reto de escritura Estrellas de tinta, organizado por Katty Cool. Puedes leer las instrucciones del reto (y solictar apuntarte) en la bitácora de la organizadora:

https://plumakatty.blogspot.com/2020/12/estrellas-de-tinta-reto-de-escritura.html

En esta ocasión, voy a poner objetivos y objetos delante, asi como número de palabras.

Objetivo que cumple: 7—Escribe un relato sobre los motivos/consecuencias del deshielo Ártico. Puede ser ficción.

31- Un ciborg

10- Un Banco de peces

Son 1461 palabras según https://www.contarcaracteres.com/palabras.html , así que cumplo los objetivos de extensión.

Este relato, quiero advertiros, tiene ciertas dosis de exageración y humor negro. Espero que lo que narro quede en eso, en exageraciones de cosas que estamos sufriendo hoy. Incluye una referencia a una novela de Gema Bonnín, cuyo Twitter os invito a conocer:

https://twitter.com/gemabonnin

Espero que os guste. Tiene continuación en el microrrelato, que publicaré mañana.

 

UN MUNDO MÁS JUSTO Y HUMANO TRAS LA CATÁSTROFE

Cuando el Ártico se derritió, no lo hizo como se esperaba. No fue poco a poco, sino que la última cuarta parte del hielo se derritió en apenas dos años. Lo llamaron el Deshielo Final. Los muros de contención costeros se desbordaron y se tuvieron que abandonar las ciudades construidas junto al mar.

Fue una catástrofe. La situación del pueblo ya era pésima al producirse el Deshielo Final, pero la ruptura de los muros de contención fue catastrófica. Los Estados decidieron que no podían salvar a todos los pobres que la subida paulatina del nivel del mar y los cambios climáticos habían creado y, unos años antes del Deshielo Final, se crearon los Sistemas de Dificultamiento y Control del Trasvase Poblacional hacia el Interior o SIDICOTRAPI.

El Estado castigaba con dureza, en el pasado, a quienes llamaban al SIDICOTRAPI el Muro de Aislamiento, aunque se trataba de una estructura de planchas de acero de unos diez metros de altura coronada por concertinas y protegida por ciborgs y soldados humanos. Hoy en día, solo llaman al Muro SIDICOTRAPI los políticos del Interior, y les importa bien poco lo que digamos los que vivimos fuera.

A fuerza de remos llegué al trozo de mar donde se alzó, en tiempos más felices, Málaga. Me pregunté cómo sería pasear por aquella ciudad de aspecto fascinante.  Solo sobresalían de las aguas cuatro edificios grisáceos, que eran los vértices de un cuadrado imaginario. Siempre que alquilaba la chalupa, me dirigía hacia esas cuatro ruinas y dejaba de remar un rato, fascinada.

Me esforcé un rato más para alcanzar una zona alejada de la antigua urbe. Dejé caer el ancla, inspiré varias veces y me zambullí. Los habitantes de fuera del Muro vivíamos asfixiados por una crisis económica permanente. Los trabajos eran precarios, la comida y la energía escaseaban y los impuestos abusivos nos hacían pasarlo bastante mal. Mi sueldo alcanzaba para comprar comida para mi hijo y para mí, pagarnos un hueco donde dormir en un jardín público y comprar la electricidad necesaria mantener nuestros móviles en funcionamiento. Porque, sí, no teníamos un techo bajo el que dormir, pero era obligatorio tener una cuenta bancaria, aunque no tuvieras dinero. Y para eso, el móvil era imprescindible.

Buceé hasta llegar a la planta baja de un edificio, usando la linterna de mi móvil, que llevaba bien protegido en una bolsa de plástico sellada. Esperé a que me rebasara un banco de peces y entré en un local que había sido una librería. Respiré con ganas cuando llegué a una burbuja de aire creada, probablemente, por una supertormenta. Aquella supertormenta habría matado a cientos de habitantes de fuera del Muro; a mí me había permitido encontrar un tesoro. Abrí una trampilla y los músculos de mis brazos, cansados por la sesión de buceo, me dolieron, pero accedí a lo que había sido un desván de la librería.

Aquello estaba lleno de joyas. Las tres cuartas partes de los libros, volúmenes en papel, se habían estropeado por culpa de los años de abandono, pero aún quedaban muchos intactos. Busqué un rato y me quedé embelesada con un volumen, de tapa dura, de El Quijote. Lo metí en la mochila impermeable y busqué un rato más. Hallé intacto un ejemplar de Arena Roja, de Gema Bonnín, en cuya portada había una chica en lo que parecía una arena de gladiadores de la antigua Roma y, de fondo, rascacielos modernos, como los que había visto en fotografías de Madrid. Me lo llevé y, también con esfuerzo, salí del desván. Cerré bien la trampilla y regresé a la chalupa.

El comercio a través del Muro era muy reducido. La gente del exterior compraba parte de la comida, a precios prohibitivos, a empresas públicas y vendía materias primas sumergidas. Ese era el comercio legal. En el mercado negro había comerciantes dispuestos a intercambiar reparaciones de móviles, mantas, ropa y comida por artesanía y otros objetos de los tiempos previos al Deshielo Final. Los libros en papel bien conservados eran de enorme valor. 

Además, aunque el intercambio fuera un trueque, al ser un negocio sujeto a impuestos, llamaría la atención del ciborg de Hacienda JVR-127, al que yo llamaba Javier 127. Perdería parte de los beneficios, pero eludir a los ciborgs de Hacienda era casi imposible y, aunque parezca raro, me interesaba recibir una visita. Si mis planes salían bien, un día, la gente de fuera del Muro podría devolver el maltrato al que la sometían los Estados que se ocultaban detrás de los Muros.

Para vender aquellas dos joyas, tuve que dejar a mi hijo al cuidado de mis vecinos y hacer dos trayectos de tres horas de ida y vuelta. No quería vender todos mis libros a un único contrabandista y que sospechase que tenía acceso a cientos de libros en papel. Las ventas fueron tan bien que obtuve dos mantas nuevas, dos abrigos, varias camisas y pantalones y comida sintética para un mes. Parte de la comida se las di a mis vecinos, en agradecimiento.

Durante tres noches dormí mal. Aunque deseaba la visita de Javier 127, la temía al tiempo. Al atardecer del cuarto día, mientras arropaba a mi hijo, que se encontraba mal, percibí gritos ahogados y el rumor de gente que recogía cosas. Se me aceleró el pulso y me volví. A diez metros de mí estaba Javier 127, que me señaló.

—Ciudadana Rosa González, aproxímese.

Cogí mi manta y mi chaqueta y avancé hacia él, intentando que no se me notara el temblor de las manos. Cuando me detuve frente a aquel ser de rostro humano, pero con medio cuerpo recubierto de placas de metal y músculos cibernéticos, me temblaban las rodillas. Sin embargo, me alegraba tener una nueva oportunidad.

—He detectado que ha realizado una operación comercial sin haber liquidado las tasas correspondientes. Le exijo el pago inmediato de quinientos doce euros y treinta y cinco céntimos en concepto de tasas y multas.

Caí de rodillas, en parte porque era una cantidad enorme. Nos habría supuesto a mi hijo y a mi pasar un par de semanas sin apenas comer de no haber sido por las conservas que había ganado con las ventas. Pero la razón principal de caer de rodillas y alzar las manos suplicantes hacia Javier 127 era cerrar un poco más la trampa.

—Se lo suplico, señor agente. No tengo tanto dinero, mi hijo y yo pasaremos hambre si nos impone una sanción así. Tenga piedad.

—No hay piedad para los defraudadores. Los impagos de impuestos dañan al pueblo.

—Yo lo entiendo, y no me importa pasar hambre por el bien del pueblo, pero mi hijo… —dije, fingiendo que se me quebraba la voz—, solo tiene seis años. No debería pasar hambre por culpa de mis delitos. 

—Miente. Los impuestos son justos: solo pagan quienes tienen dinero.

Tuve que reprimir una sonrisa de satisfacción. Iba a minar el  software de aquel híbrido de hombre y máquina con una nueva contradicción lógica.

—No le miento. Tenga mi móvil, mire mi saldo.

Apenas tenía cuatrocientos euros. No había sido casualidad haber realizado las ventas la tercera semana del mes, antes de cobrar mi nómina, pero después de haber pagado las cuotas mensuales de los  impuestos de movilidad, el impuesto vital, las cuotas bancarias y los seguros médicos obligatorios. Noté la expresión de incertidumbre de Javier 127, así que volví a atacar.

—Yo soy su jefe. La soberanía reside en el pueblo y mi bienestar de ciudadana es el objetivo, pero le suplico piedad. —Empecé a besarle los pies—. Haré lo que me pida. Vacíeme la cuenta, pero acepte mi chaqueta y mi manta para pagar el resto. Está a mi servicio, pero hoy me someto a su voluntad y a la del Estado. Por favor.

Me incorporé y le tendí mi manta vieja y la chaqueta raída, que no había tirado aún esperando ese momento. Casi noté la angustia del ciborg al examinar las dos prendas.

—Estos artículos no cubren la deuda.

—Por favor —supliqué poniéndole la cabeza en los pies de nuevo—, pagaré el resto el mes que viene, junto con la multa que el señor agente me imponga. O castígueme. Deme unas cuantas patadas en sitios donde duela, pero que no me impidan trabajar. Está a mi servicio y pago impuestos para asegurar mi bienestar, pero hoy le suplico que me castigue por no poder pagar los impuestos.

Un ser humano no se habría tragado mi pantomima, pero Javier 127 tenía cerebro de robot. Mi última parrafada estaba llena de contradicciones lógicas que, confiaba, le freirían algún circuito.

Javier 127 se alejó, llevándose mi manta vieja y mi chaqueta raída. Sabía que, tarde o temprano, algo se rompería dentro de él y se rebelaría contra los políticos. Ojalá pudiera estar allí cuando sucediera.

2 comentarios:

Yarcko dijo...

Hola Juan.
Me ha gustado mucho el relato. Sabía antes de empezar a leer que tu calidad no me iba a defraudar y así ha sido. Cada vez escribes mejor y eso es difícil, porque ya eras la leche cuando te conocí.
Me recuerda un poco a una mezcla entre Waterworld y Mad Max, pero lo que mas me ha gustado es el dialogo entre Rosa y el ciborg. Me encanta la estrategia que ha trazado para conseguir su objetivo y claro, ahora tengo que leer el micro para saber si lo ha logrado. La idea de freírle los circuitos a base de contradicciones me ha transportado a la saga de la Torre Oscura, del maestro King. A la parte en la que tienen que parar un tren enloquecido. No se si has leído la saga, pero al final las historias que todos contamos tienen reminiscencias de las miles y miles de historias que hemos leído, visto o soñado. Esa es la magia de los relatos y ese es tu poder: manejas las palabras de modo que no dejas espacio al aburrimiento. Gestionas las descripciones de lujo y eres capaz de plasmar un personaje complejo con cuatro pinceladas y dos detalles sueltos.

¡¡Enhorabuena por un gran relato!!

Isefran dijo...

Me ha encantado el relato.
Ameno, interesante y muy muy bien narrado.
Me encanta la estrategia de Rosa y l descripción del mundo postapocaliptico.
Una vez más, tu relato futurista se me hace muy factible.
Saludos y nos vamos leyendo.