26 octubre 2022

[El viaje de Sylwester] Mähra III

  MÄRHA III

(Actualidad: año 252 de la Confederación)
 
 
 
 
 
El problema de los planes demasiado audaces era que tendían a fallar. Una vez dentro de la empalizada de Luzjda, Mähra miró hacia atrás y, tras haberse asegurado de que Sylwester no podría verla, echó a correr, buscando un callejón solitario. Entró en uno que estaba vacío y se escondió tras una columna. Dejó la cesta, se transformó en un cuervo y se alejó volando lo más rápido que pudo.

Mientras ascendía notaba que el odio le inflamaba el corazón. Haberse visto obligada a besar a un engendro como Sylwester había sido lo más humillante que había tenido que padecer en mucho tiempo y pensaba hacerle pagar cada beso con una marca grabada en su piel con un hierro al rojo vivo. Los humanos carecían de inteligencia, pero Sylwester era el más imbécil de todos. No obstante, era tan difícil mantener el disfraz de Nadja que cometía errores y, a pesar de su estupidez, el miliciano tenía la capacidad de atar cabos. Solo probar sus labios infectos había logrado convencerlo de aplazar el encuentro con el padre de Nadja, un humano que, como era obvio, no existía.

Cuando estuvo lo bastante alto, recuperó su forma de demonio, lo que le permitió volar mucho más rápido. Su plan para robar el artefacto había sido demasiado audaz y un imprevisto lo había frustrado y había empeorado la situación. Cuando le pidió a Gröndha un batallón de hostigadores y observadores con la excusa de acelerar la búsqueda del artefacto, logró ocultarle que el objetivo era distraer a los defensores de Luzjda mientras se colaba en la casa de Justyna para robarlo.

Tenía que haber funcionado, pero el destino, al parecer, castiga el valor. Entró en la casa convertida en una ladrona. Con un sigilo que el alboroto del ataque hacía innecesario, registró la casa hasta hallar un cofre. No fue capaz de alzar el cofre de la mesa. Parecía clavado a la misma y comprendió que algún hechizo impedía que nadie pudiera llevarse aquello. Reflexionó un instante y forzó la cerradura. Los hechizos que la protegían eran más débiles y logró forzarla. Dentro halló el artefacto, que era tal y como se lo había transmitido Skanblös. Cerró el cofre, se alejó todo lo que pudo y se transformó en Sylwester. Detestaba convertirse en animales o humanos machos, pero era la única forma de llevarse el artefacto.

Abrió el cofre de nuevo, exultante, y agarró el artefacto. O, al menos, lo intentó. Cuando lo rodeó con los dedos, sintió un dolor tan intenso que dio un grito. Quiso cogerlo de nuevo, desesperada, y tuvo que soltarlo porque la mano se le había quedado insensible. Se transformó en ladrona de nuevo, pero cuando intentaba escapar, irrumpió en la habitación una mujer de mediana edad, que no podía ser otra que Justyna.

No se podía imaginar que aquella humana fuera una hechicera tan formidable que superaba los poderes de Mähra con mucho. A su inferioridad frente a la hechicera se sumó que tenía activo el hechizo de transformación, lo que siempre era un estorbo en un combate con magia. Para escapar de Justyna tuvo que provocar un incendio y delatar que su casa era el objetivo de algo peor que una ratera. Había puesto sobre aviso a los humanos y estos cambiarían el artefacto de sitio. Podrían esconderlo en algún otro lugar de Luzjda o hacer algo mucho peor: trasladarlo a Vojotla, donde moraban hechiceros aún más poderosos, capaces de comunicarse con los dioses austanos. Si sucedía esto último, sin embargo, tendría una oportunidad excelente para robarlo, aunque debería buscar la manera de interceptar, en solitario, a los humanos que lo trasladaran. Sería la única manera de poder secuestrar a Sylwester y llevárselo con el artefacto a tierras de los demonios, pero fuera del reino de Vörla Skrohr y del alcance de Gröndha.

Llegó al Camino en el Cielo y poco tiempo después había abandonado los cielos de la Confederación. Era imprescindible que convenciera a Gröndha de que su fracaso no era tal, sino parte de un plan astuto para hacerse con el artefacto. Aunque tenía varias ideas, porque había reflexionado antes de iniciar aquel plan fracasado, aún debía pulir algunos detalles. Tendría tiempo durante el camino hacia el palacio del conde.

*

Los guardias del conde se resistieron a dejarla pasar sin tener cita, sorprendidos por verla allí tan pronto. Consultaron al conde y este aceptó reunirse con ella, pero cuando estuvo frente a él, tras haberle saludado, algo en su expresión la hizo temer que todo estaba perdido. Gröndha no era un humano estúpido: su astucia la había sorprendido más de una vez en el pasado.

—¿Qué se supone que ha pasado, Mähra?

—Las cosas han sucedido como había planeado, señor.

—¡Ah! ¿Sí? Una misión discreta para recabar información termina con la ciudad arrancada de su sueño y la casa donde se oculta el artefacto asaltada en ese mismo instante, ¿y eso es un éxito? A estas alturas, los humanos ya sabrán que buscamos el artefacto, que hay un demonio infiltrado en Luzjda y que el único a quien el espía ha podido sonsacar la ubicación del artefacto habrá sido Sylwester. Lo aislarán y habrás perdido a tu fuente de información por culpa de tu torpeza.

—Después del ataque vigilé a Sylwester. Sigue en libertad. Me cité con él y le hice beber una poción que me permitirá localizarlo durante cinco o seis días si no se aleja demasiado de Luzjda.

—¿Para localizarlo en la celda donde lo van a encerrar? Me bastaría con enviar a un par de cornejas para averiguar eso.

Mähra inspiró hondo. Iba a intentar convencer a Gröndha de que su desobediencia, una cuyo objetivo era traicionarlo, era parte un plan que pretendía ofrecerle unos resultados mejores de los que se imaginaba el conde. Si no conseguía engañarlo, sufriría su cólera. Buscó infundirse valor mirándolo a los ojos, como si no tuviera nada que ocultar.

—En realidad, señor, no esperaba tener la suerte de robar el artefacto. Lo intenté para averiguar más sobre nuestros enemigos y para obligarlos a trasladarlo. Mientras no lo saquen de Luzjda, nos será muy difícil hacernos con él.

—Lo lógico es que se limiten a esconderlo en otra casa de Luzjda y pidan auxilio a la capital.

—Puede ser, señor, y en tal caso sabríamos donde lo han escondido. Pero también podrían decidir llevárselo a Vojotla, mejor defendida, para alejar el peligro de sí mismos. Que demostremos tanto interés les hará comprender la importancia que tiene y procurarán llevar el artefacto a los más poderosos de la tribu.

Gröndha entrecerró los ojos. Mähra temía que no iba a tragarse aquello, pero no tenía más opción que intentarlo.

—Sí —dijo al final el conde—. No es seguro, pero existe esa posibilidad. Aun así, lo trasladarían muy bien custodiado y atacar a la escolta de ese Sylwester sería una violación de los tratados.

—No haría falta atacar a la escolta. Si pudiéramos forzarlos a violar los tratados, podríamos hacerlos prisioneros y los traería ante usted para que los juzgara. Sería muy sencillo hacernos con el artefacto si tenemos a Sylwester encarcelado en Vörla Skrohr.

Gröndha inclinó la cabeza ligeramente y la miró en silencio. A Mähra, que lo había interpretado como una invitación a explicarse, se le aceleró el corazón.

—Tendríamos, primero, que hostigar a diario la ciudad. No pido que les hagamos daño, señor, solo que no les dejemos dormir. Eso los podría presionar para sacar el artefacto con una escolta mínima. Los humanos confían en los tratados y saben que no podemos atacarlos directamente, así que no verán peligrosa una escolta de dos o tres guerreros, ya que necesitarán gente para ahuyentar a nuestros hostigadores.

—Tu plan parece condenado al fracaso —dijo Gröndha—, pero si los humanos entierran el artefacto debajo de la Casa del Consejo de Luzjda, lo habremos perdido de todas formas. Quizá sea eso lo que hagan, pero quizá piensen como tú y decidan sacarlo de la ciudad, confiados en los tratados y en pasar desapercibidos. Pensándolo con frialdad, solo hay dos alternativas: o los humanos esconden el artefacto, o lo sacan de Luzjda. Que los hostiguemos todas las noches no creo que cambie su decisión, así que adelante con tu plan. ¿Qué necesitas?

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