Pues esta entrada es una sorpresa. Creía que el cuentacuentos había desaparecido definitivamente. Pero el martes pasado, volvió a la vida con esta frase: "Deseaba que fueras tú. Lo deseaba con toda mi alma". Pensé que nunca volvería a escribir un cuento con una frase inicial decidida por otros, pero aquí está el mío. Espero que os guste.
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DESEABA QUE FUERAS TÚ. LO DESEABA CON TODA MI ALMA.
-Deseaba que fueras tú. Lo deseaba con toda mi alma.
La aludida sonrió con maldad tras haber pronunciado Jorge la frase. Volver a verla le provocó al hombre una leve opresión en el pecho. Seguía pareciéndole tan atractiva como cuando le traicionó, y comprendió que, muy en el fondo de su corazón, continuaba queriéndola. Por su respuesta, fue consciente, también, de que ella sentía lo mismo que siempre había sentido por él: nada. Clara, o como quiera que se llamase, repuso:
-Pues yo no podía imaginar que fueras tú hasta que vi tu nombre en la misiva que nos enviaste. Creí que habrías sido de los primeros en caer, siendo tan débil y estúpido como eres. Tu pueblo es sorprendente.
Jorge no respondió a aquella puya, sino que siguió callado unos momentos. Clara, sin dejar de mirarle, relajó el brazo que sostenía la espada y se mantuvo en silencio hasta que, finalmente, comentó:
-¿Fue sincera tu carta? ¿Tu propuesta de rendición es firme?
Reprimiendo un suspiro, el aludido repuso:
-Me quitaré la armadura robótica y te haré alcanzar una gran gloria. Pero... antes tendrás que acompañarme.
Clara le miró recelosa y dijo:
-¿Qué pretendes?
-Si quisiera matarte lo habría hecho hace tiempo. Sólo quiero que veas lo que habéis hecho con mi ciudad, y que comprendas por qué haré lo que os dije en mi carta.
Como su interlocutora seguía sin confiar, Jorge suspiró y añadió:
-Creo que te puedes permitir concederme un último deseo. Será cosa de una hora. Es muy poco tiempo en comparación con la victoria que te ofrezco.
Clara accedió finalmente, de manera que Jorge la guió a través de la ciudad en ruinas. Al cabo de los años, había aprendido a controlar sus remordimientos y, también, había conseguido reprimir la tristeza que le invadía al recordar lo que, una vez, fue aquella planicie enorme en la que sólo había edificios medio derruidos y cascotes por todos sitios. Jorge había conocido Nueva Esquerán como una de las ciudades más populosas del planeta. Ahora estaba muerta, y él tenía buena parte de la culpa.
Ya no había transporte público, así que les llevó un buen rato llegar al primero de los sitios que Jorge quería visitar. Apenas le inspiraba ningún sentimiento cuando pasaba por allí en solitario, pero cuando fue consciente de tener a Clara junto a él, los recuerdos le cerraron la garganta en un nudo. En la esquina de un edificio del que sólo quedaban en pie dos plantas de las veinticinco que tuvo, se veían los restos de la decoración y algunas letras sueltas, de bella factura, en la fachada. Vio de nuevo aquella cafetería tal y como había sido cinco años atrás. Un local decorado a la antigua, al estilo de finales del siglo XXI de la Tierra. Intentando ocultar su nostalgia, dijo:
-¿Recuerdas este sitio? Es la cafetería donde nos conocimos-. Suspiró y prosiguió-. Aquella tarde estaba sentado donde siempre, ahí, detrás de esa columna. Estaba solo, como de costumbre. Y entonces viniste tú, tan guapa, con aquel vestido azul que tanto me gustaba. Me dijiste que te sorprendía verme a diario tan solo y que querías hacerme compañía... Al principio, desconfiaba de ti, pero eras tan dulce, tan simpática...
Jorge no quiso seguir recordando la alegría y la ilusión que sintió, desde aquel instante, cada vez que iba a aquella cafetería con la esperanza de volver a verla. Una esperanza que casi siempre se convertía en una tarde junto a Clara. Tenía que haberse dado cuenta; era todo tan fácil, tan perfecto... Abandonó su ensoñación cuando recordó el momento en que la invitó a verse fuera de allí, y cuando su acompañante le dijo:
-¡Vaya! ¿Desconfiaste de mí? Eso no me lo habías contado. No eras tan estúpido después de todo-. Su tono se llenó de desprecio cuando añadió-: mírate. No soy especialmente alta y, aún así, eres un palmo más bajo que yo. Cuando te conocí estabas el doble de gordo que hoy. Y, encima, tímido y sin personalidad. ¿Creías de verdad que podías gustarle a una mujer tan atractiva como yo? Hay que ser muy iluso.
-No puedes entenderlo. Nunca encontré pareja, ninguna chica se fijaba en mí, y me rechazaron tantas veces que acabé perdiendo la cuenta. Y, entonces, apareciste tú. Me halagabas, me decías que te gustaba tal y como era, alababas cosas de mí que no me gustaban, y no pude resistirme a eso. Pero, esa era tu intención. Sabías que diciendole aquello a alguien como yo le tendrías en tus manos, ¿verdad?
Clara sonrió y repuso:
-Hoy no dejas de sorprenderme. Nunca imaginé que acabaras dándote cuenta que tanto halago no podía ser sincero-. Alzó su espada y dijo, con impaciencia-. ¿Esto es lo que querías enseñarme? ¿Puedo matarte ya?
En tono sombrío, Jorge repuso:
-Todavía no. Quiero enseñarte más. Acompáñame.
Y de esta forma, emprendieron otro recorrido, algo más breve que el anterior, hasta que llegaron a una zona amplia que había a las orillas del río, llena de una vegetación que crecía salvaje. Jorge buscó un sitio despejado e hizo que se sentaran para mirar el discurrir del río y la otra orilla. Aquello había sido un parque fluvial precioso, que se llenaba de gente que paseaba y de niños que jugaban. Desde aquel sitio se veía el barrio empresarial de Nueva Esquerán, lleno de torres de oficinas de gran altura. Ahora, apenas dos de ellas destacaban de entre el resto de las ruinas.
Jorge se pasó un rato perdido entre recuerdos y nostalgia y, al fin, dijo:
-¿Recuerdas este sitio?
Con un tono despectivo, Clara repuso:
-¿Sinceramente? No.
-Aquí fue donde nos besamos por primera vez, donde me enamoré de ti.
-¡Ah! Es cierto... Querría saber una cosa, ¿esta estupidez va a durar mucho? Tengo cosas mejores que hacer.
El hombre no dijo nada durante un buen rato, y Clara no insistió. Finalmente, Jorge ordenó:
-Levántate.
Y caminaron otro trecho hasta llegar a un edificio del que quedaba en pie, apenas, una parte de la fachada y algunos pilares. Clara miró a su alrededor y dijo:
-De esto sí me acuerdo. Este edificio de delante era donde vivías. Me vine a vivir contigo el tiempo que estuvimos juntos-. Se adelantó hacia otro edificio que se mantenía en mejor estado-. En este otro edificio me conectaba en secreto a la red de comunicaciones de Nueva Esquerán e informaba a mi gente de cómo transcurría mi misión-. Se rió y añadió-: ¡y tú pensando que iba a la peluquería que había aquí!
Por primera vez, Jorge no pudo ocultar su amargura al responder:
-Sí, recuerdas bien. Compartí contigo todo lo que tenía, y nada de eso significó algo para ti.
-No te pedí nada. Y no te creas que para mí fue sencillo. Convivir con un ser humano es una experiencia repulsiva.
Y, sin embargo, para Jorge, aquellos meses habían sido los mejores de su vida. Había vivido un sueño, cuyo despertar había sido el más amargo posible. Esta vez no quiso esperar, y dijo:
-Vámonos. Ya sólo nos queda una visita más.
Estuvieron casi media hora caminando entre aquellas ruinas que un día bulleron de vida, hasta que aquella especie alienígena atacó el planeta, logró conquistar la mitad, y libraba una guerra interminable con la Humanidad por el control de ese mundo. Jorge no tenía la culpa de la invasión, pero sí se sentía culpable por la pérdida de Nueva Esquerán.
La mole impresionante del Centro de Inteligencia Militar y Comunicaciones de Nueva Esquerán aún seguía en pie, y era una isla de solidez perdida en un mar de ruinas. Salvo por las muestras evidentes de estar sin limpiar, se mostraba intacto. Subieron las grandes escaleras que daban paso a una explanada, adornada con estatuas en estados de conservación muy dispares y una fuente seca hacía años.
La amargura de Jorge se hizo tan intensa como lo fue durante aquel día terrible en el que Nueva Esquerán cayó. Llevaba seis meses viviendo con Clara y, un buen día, le dijo que, desde hacía semanas, fantaseaba con la idea de acostarse con Jorge en el despacho donde trabajaba. Jorge había sido ingeniero de telecomunicaciones en el Centro de Inteligencia Militar y Comunicaciones, y aunque las normas prohibían cosas así, amaba tanto a Clara que no podía negarle aquello.
Hicieron el amor encima de su mesa de trabajo. Todo fue magnífico hasta que, de pronto, sin el menor motivo, Clara pareció volverse loca. Le golpeó, le insultó, le dijo que le odiaba, que ya no podía soportar que le tocase ni vivir con él. Jorge no entendía nada, y se quedó paralizado, con el corazón hecho trizas, mientras Clara le tiró de la mesa, salió del despacho y atrancó la puerta. Comprendió lo que estaba pasando cuando tras un cuarto de hora, saltaron todas las alarmas del edificio. Jorge quiso, desesperadamente, echar la puerta abajo, pero estaba atrapado. Quiso llamar a sus superiores, al ejército... Pero las comunicaciones se habían venido abajo. Y era demasiado tarde. Diez minutos después se oyeron detonaciones sordas. Las murallas de Nueva Esquerán, un sistema defensivo automatizado que había aguantado varios asaltos, quedó desorganizado. Los técnicos se movilizaron con rapidez y resolvieron el problema, pero dado que era de noche, que muchos estaban durmiendo y fuera del edificio, tardaron casi tres horas, lo suficiente para que el enemigo abriera brecha.
Clara, la mujer a la que había amado, era uno de ellos. Saboteó parte de la infraestructura del Centro de Inteligencia Militar y Comunicaciones y conectó a la red interna un dispositivo que dio acceso al enemigo a la mayoría de los sistemas informáticos del centro. Y todo había sido por su culpa, él la había dejado entrar.
La agonía de Nueva Esquerán había sido larga. Rota la muralla defensiva, el ejército no tenía capacidad para defender una urbe tan gigantesca, pero el enemigo tampoco tuvo fácil controlarla. Los primeros días murieron millones de personas, pero hubo núcleos que resistieron largos meses, hasta dos años enteros. En aquel momento, sólo Jorge seguía resistiendo. Había reparado y adaptado material que había encontrado en el Centro de Inteligencia Militar y Comunicaciones y en varios cuarteles del ejército, y hostigó durante años al enemigo.
Él sólo no podía parar el avance enemigo, ni liberar Nueva Esquerán, pero tampoco habían podido acabar con él, por mucho que lo habían intentado. Hacía ataques repentinos aquí y allí, y no es que consiguiera demasiado, pero hería el orgullo de aquellos alienígenas, y era un símbolo para los guerrilleros de otros territorios ocupados.
Jorge lloraba en silencio, con la vista clavada en el edificio donde había trabajado tantos años, en una época de felicidad olvidada hacía un tiempo que a él le parecía una eternidad. Clara, que no podía estarse callada, le espetó:
-¡Qué seres tan débiles y penosos! ¿Cómo es posible que seais capaces de resistir ante nosotros?
El hombre desoyó del todo su pregunta y, al cabo de un rato, preguntó:
-¿Por qué no me mataste entonces?
-Porque tenía muy poco tiempo, y te consideraba tan insignificante que me daba igual. Cuando te hice salir porque iba a ponerme algo "sexy", además, estropee todos los aparatos de tu despacho, así que dejándote encerrado no causarías problemas. Además-, y esbozó una sonrisa maligna-, quería que sufrieras al saber que todo esto había sido culpa tuya.
Jorge se secó las lágrimas y se recompuso en mucho menos tiempo del que él mismo había creído. Pasaron por su mente multitud de recuerdos del tiempo que había pasado con Clara, y, al fin, aceptó que tenía que dejarlo atrás, que aquello sólo había sido real para él. Aunque ya poco importaba todo. En tono grave, le dijo:
-Ya ha llegado el momento.
Y activó los mandos que abrieron su armadura robótica. Y quedó indefenso frente a la que, una vez, fue la mujer de su vida. Pero aquello había sido mucho tiempo atrás; el ser que le miraba conteniendo a duras penas la felicidad por dar muerte al guerrillero que tantos quebraderos de cabeza les había dado ni siquiera era una
mujer. Dio dos pasos hacia él, alzando la espada, pero Jorge la detuvo:
-Espera un momento. Quiero decirte algo y pedirte otra cosa. No te robaré más tiempo.
Al principio, Clara se detuvo, pero, con cuidado, pegó la punta de su espada a la mejilla de Jorge y le hizo un corte muy leve que, sin embargo, llenó de sangre el rostro del hombre. Y con una suficiencia infinita repuso:
-Habla. Tengo curiosidad.
Sin hacer el menor intento de limpiarse la sangre, dijo:
-Sé que todo lo que me dijiste, el amor que me demostraste, todas tus muestras de cariño... sé que todo fue mentira, que me elegiste porque trabajaba en el edificio que queríais sabotear. Tengo que confesarte que para mí todo fue de verdad, y que no te guardo rencor, porque durante los meses que pasé contigo me hiciste muy feliz. Y eso es algo que no he sido capaz de olvidar nunca.
Clara le miró desconcertada, pero Jorge no le dio tiempo a responder, ya que expresó su petición. Le enseñó la mano izquierda y dijo:
-Todas las noches, antes de que te durmieras, cuando estabas a mi lado en la cama, te acariciaba con esta mano la mejilla, y jugaba con tu pelo. Me gustaba cómo se te ondulaba el cabello, y lo cálido que era tu rostro-. Dio un paso al frente y extendió el brazo con la palma de la mano mirando al cielo-. Quiero que me hagas un corte en la palma de esta mano. Cuando lo hagas, podrás matarme.
La mujer, o lo que fuera de verdad sonrió y bajó la hoja de su arma. Jorge la adelantó hasta casi tocar la empuñadura. Y actuó con la rapidez que le habían dado años de lucha. Agarró la hoja de la espada con la mano desnuda, sin hacer caso del dolor y de la sangre. Clara no pudo reaccionar a tiempo; Jorge le clavó una jeringuilla, que escondía en un bolsillo, en el cuello y la derribó. Recibió un tirón de pelo, pero la mujer perdió las fuerzas casi de inmediato. Soltó la espada y quedó inmóvil. Sólo podía mover los ojos, que le miraban con auténtico terror, y la boca, que intentaba pronunciar unas palabras sin éxito.
Jorge se puso en pie. La mano le dolía mucho. Vio el cuerpo tumbado de la que había sido la mujer de su vida. Y no sintió ni un ápice de compasión por aquellos ojos que le suplicaban clemencia. En tono neutro le dijo:
-Tardastéis demasiado en contestar. Supongo que os llevó tiempo prepararlo todo para que pudieras escapar en caso de que te estuviera tendiendo una trampa. Cuando os escribí, acababa de morir la última niña a la que protegía, y sentí que todo había terminado. Pero, tuve la suerte de encontrar algo.
Había dejado la jaula muy cerca. Extrajo del bolsillo un mando a distancia, y corrió hacia él un perro, apenas un cachorro. Jorge se agachó y jugó con él un rato, hasta que le cogió en brazos y mientras el cachorro le lamía la mejilla, le dijo a Clara, en cuyos ojos se mezclaban la sorpresa y el miedo:
-No dejaré que atrapéis a este pobre animal; cuidaré de él mientras me queden fuerzas. Pero mi propuesta de rendición ya estaba enviada, así que seguí el plan establecido, para poder acabar con uno más de vosotros. Deseaba con toda mi alma que fueras tú quien viniera. Aún así, cuando te tuve delante, recordé cuanto te había amado. Te hice recorrer todos los lugares que fueron importantes para mí para ver si te conmovía o, al menos, para pasar página. Pero no pude conmoverte.
El corazón le dolía levemente, pero continuó:
-Si hubieras mostrado piedad, te habría inyectado sólo el paralizante. Habrías vuelto con los tuyos convertida en la única que pudiera presumir de haber herido a La Bestia. Ahora obtendrás la misma gloria, pero póstuma.
Y tras suspirar, concluyó:
-Ya no te amo. Adiós.
Jorge esperó los dos minutos que el veneno tardó en acabar con Clara. Al perecer, los aparatos que le daban apariencia humana dejaron de funcionar, y un ente horripilante, un haz de tencáculos unidos a un tronco de serpiente, la sustituyó. Y, así, una vieja herida quedó cerrada definitivamente.
Y La Bestia acarició a su cachorro y emprendió el camino de vuelta a su escondite.