12 diciembre 2011

(Cuentacuentos) No sabía que en la guerra hay monstruos más terribles que el hombre

-No sabía que en la guerra hay monstruos más terribles que el hombre-, observó el caballero con voz grave al contemplar aquella carnicería.

El regidor de la ciudad, que había solicitado el auxilio de don Nuño, caballero de la Orden, tras haber llegado a su casa un soldado del castillo de don Martín, el conde, ensangrentado y aterrorizado, no fue capaz de responder. Don Nuño había participado en varias guerras, había visto decenas de castillos y ciudades arrasados por un ejército enemigo. Tras aquellas visiones de muerte y devastación había llegado a la conclusión de que el hombre, cuando se dejaba llevar por el odio, era un ser mil veces peor que un demonio.

Pero lo que estaba contemplando en aquel momento no podía ser obra ni del hombre más desalmado del mundo. Aquel horror excedía con mucho la capacidad humana para ejercer el mal. No le hacía falta usar su habilidad para percibir la maldad, que le advertía constantemente de la presencia de los seres impíos, para saber que aquello era cosa de demonios. Allí no había muertes debidas al combate, ni muertes que obedecieran a las ansias de desquite del vencedor por la tensión y el miedo sufridos durante la pelea. Allí era perceptible la voluntad expresa de matar a todo quien tuviera la mala suerte de estar allí, y de matarlo de la forma más cruel y sangrienta posible.

Por todo el patio de armas de la fortaleza había cadáveres y un puñado de valientes que intentaban retirar los cuerpos para darles sepultura, luchando contra las nauseas y obteniendo alguna que otra derrota. Algunos de los cuerpos estaban despellejados, otros partidos en varios trozos. A su derecha, algo similar a un fuego voraz había descarnado la mitad superior de un combatiente, mientras la inferior aún mantenía la carne carbonizada. El primer horror estaba en cuatro cadáveres abrasados hasta casi los huesos que se apretaban contra una poterna, en un intento desesperado de huir de lo que hubiese aparecido. Pero había cosas peores.

Don Nuño se aproximó hacia la puerta principal de la torre del homenaje, y siguiendo dos rastros de sangre que discurrían uno a cada lado de la puerta, se encontró dos cuerpos clavados a la pared por multitud de púas de acero, a unos buenos treinta pies de altura. El caballero se dirigió a un hombre empeñado en despegar un cuerpo del suelo y le preguntó:

-Deberíais bajar esos dos cuerpos primeros. Se podrían ver desde fuera del castillo.

El aludido, con el rostro de un pálido enfermizo, dijo con agotamiento:

-Sin el menor animo de ofender a vuestra merced, no podemos bajarlos porque aún están vivos. Cuatro soldados han ido a buscar herramientas para intentar sacarlos de ahí enteros.

Aquello sólo podía haber sido a propósito, para dar a aquellos desgraciados una muerte lenta y dolorosa. Dado que no tenía sentido prolongar todo más de lo debido, dio media vuelta y regresó al portón de la fortaleza, esquivando cuando podía las manchas de sangre que llenaban casi todo el suelo del patio de armas. Evitó mirar demasiado las paredes, tintadas con restos de sangre y, de vez en cuando, con trozos de carne. El regidor de la ciudad le seguía respetuosamente. Una vez bajo el rastrillo, dedicó una mirada breve a los dos cuerpos descuartizados que yacían ante el portón, pegó una mano a la pared y se concentró para liberar sus poderes. Como caballero de la Orden, era especialista en todo lo referente al trato con seres diabólicos y era capaz de leer los rastros que dejan los actos maléficos de los demonios. Por eso, acudieron a su mente las imágenes de lo que había sucedido.

Nada parecía tener sentido. Vio a una muchacha acercarse al portón. Los dos guardias de la puerta le dieron el alto y, de alguna forma, ambos acabaron despedazados. La muchacha adquirió la forma de un monstruo de color negro que se entregó a una orgía de sangre y de muerte. La resistencia de la guarnición del castillo fue breve, pero aquel ente no tuvo piedad ni dio cuartel. Seis valientes se atrincheraron frente a la puerta de acceso a la torre del homenaje, y pagaron su osadía siendo abatidos de la manera más cruel. Los dos últimos en caer fueron los que acabaron colgados para que murieran muy despacio. La visión terminó cuando el ser reventó la puerta de la torre del homenaje y entró a toda prisa. Don Nuño sintió mucha pena. Don Martín había sido un buen compañero en la batalla e, incluso, un amigo. Había sido un hombre piadoso, muy entregado a la causa del bien y había luchado con honor contra los aliados del mal. Por ello, se temía lo peor y, posiblemente, fueran esa bondad y ese valor los que hubieran atraído a aquel monstruo contra él.

Con el ánimo sombrío le dijo al regidor:

-Entonces, vuestra señoría, tenga la bondad de confirmármelo. Lo que sea que ha provocado esto me espera en los aposentos de don Martín. Y si no accedo a entrevistarme con él, atacará la ciudad.

El regidor asintió, demasiado conmocionado para hablar. Sin embargo, don Nuño tuvo que obligarle:

-¿Y cómo se llega a los aposentos de don Martín?

Con evidente esfuerzo, el regidor contestó:

-Dijo que siguiera vuestra merced su rastro.

Sin muchas ganas, don Nuño se encaminó hacia la torre del homenaje, y cuando cruzó la puerta, desenvainó su espada de hoja bendita, y buscó en ella las fuerzas para adentrarse en el pasillo que ascendía. El rastro del demonio era muy claro. Tan concentrado estaba en seguirlo que tropezó con un bulto y cayó hacia delante. La armadura le impidió que se hiciera daño, pero no pudo evitarle el horror de ver que había caído encima de los restos de un defensor. Cuando llegó al pasillo que daba a los aposentos del conde y su familia, comprobó que se había librado allí una última batalla. Había cuatro cuerpos despedazados y sangre tiñiendo el suelo y las paredes. El corazón se le embargó de tristeza cuando, frente a la puerta de la alcoba de don Martín yacía el cadaver de una muchacha, la joven esposa del conde.

El corazón le empezó a latir con furia a don Nuño. Se sabía protegido por Dios, pero aquel monstruo parecía tener una fuerza descomunal. No cabía, empero, más solución que encomendarse a la divinidad, hacer acopio de coraje, y afrontar lo que le esperase ahí dentro. En un arranque de valor, se puso en la puerta de la alcoba y la cruzó.

Le sorprendió ver la estancia con los muebles destrozados. Y ver a una joven sentada en la única silla que quedaba intacta. La maldad infinita que reflejaba aquel rostro, que le sonrió en un gesto que la hacía aún más terrorífica, centró toda su atención hasta que un gemido le hizo mirar hacia su izquierda y hacia arriba. Y lo que vio le provocó unas nauseas que apenas pudo reprimir. Don Martín, despellejado, convertido en una masa sanguinolenta, estaba a ocho pies de altura, pegado a la pared. Con voz débil y desesperada, lloró:

-Por favor... mátame ya... por favor.

Con una furia impropia de lo que parecía ser una muchacha, lo que fuera aquello repuso:

-¡Llevas un día entero repitiendo lo mismo! ¡Cállate de una vez! ¡Morirás cuando a mí se me antoje!

Don Nuño no pudo soportarlo más y dijo, muy tenso:

-¡Basta! ¡Por Dios, no le torturéis más! ¡Dejadle!

La muchacha le miró con una sonrisa siniestra, con unos ojos donde bullían el dolor y el odio, que herían el corazón de don Nuño sólo con mirarlos. Y dijo:

-¿Quiere vuestra merced liberarle? ¿Quiere luchar?

Y, de improviso, sintió que una mente impía intentaba entrar en la suya. Haciendo gala de su entrenamiento y sus conocimientos, levantó las defensas mentales más fuertes de que disponía. Y aquel monstruo las abatió con la misma facilidad con que alguien alzaría en brazos a un bebé que no quisiera que le cogiesen. Llegó hasta las zonas más delicadas de su mente y sintió un dolor muy fuerte, pero muy fugaz. Aquella demostración de poder le desarmó; le habría bastado profundizar una pizca más y habría muerto de inmediato. La advertencia había sido muy clara y, por primera vez en muchos años, don Nuño estaba aterrorizado. La muchacha sondeó entre sus conocimientos y salió de su mente, para alivio de don Nuño. Sin dejar pasar más tiempo, el demonio le dijo:

-Perfecto. Tiene vuestra merced las capacidades que necesito-. Y tras una pausa, prosiguió-: escúcheme bien. Voy a permitirle que me lea unos recuerdos, de manera que quedará convencido de que son reales. Preste mucha atención, que para eso le he dicho que venga.

Cuando su interlocutora se calló y le miró con expresión serena, don Nuño, bastante asustado, se concentró y entró en la mente de aquel monstruo. No encontró resistencia. Y, entonces, todo cambió:




* * * * * *

Había una sartén grande y muy bruñida en la pared. Se reflejaban en ella una niña de unos ocho años y la misma muchacha que le había permitido entrar en su mente. La joven la peinaba con delicadeza, y, cuando acabó le preguntó que si le gustaba el peinado. Aquella niña respondía alegremente que sí. Entonces, la chica le decía:

-Tengo que lavar unas cosas en el río. Vendrás conmigo para que no te quedes sola.

La muchacha avanzaba por las calles de una aldea, desde donde se podía ver el castillo de don Martín, dominando el valle. Llevaba a aquella niña de la mano. Llegaron al río, donde había varias mujeres más y unos cuantos niños. Los recuerdos del monstruo no eran otra cosa que los de ella misma lavando la ropa en el río, echando vistazos de vez en cuando para vigilar a la niña, y comentando cosas intrascendentes con las otras mujeres.

Al cabo de un rato volvía con la niña que, al parecer, cuidaba, y veía a otra niña sentada, muy sola y muy triste, y quiso confortarla. Entonces, observaba extrañada que a aquella chiquilla se quejaba de dolores y picores en la entrepierna. Con mucha delicadeza, se la llevaba tras unos matorrales. Al levantarle la falda, la niña se resistía, le golpeaba los antebrazos. Conseguía examinarla y descubría estupefacta los rastros de una enfermedad venérea. Con rapidez, sujetaba la cabeza de la niña...

Y todo cambió. La niña estaba en una habitación iluminada por un par de antorchas, sentada en una cama. Don Martín estaba desnudo delante de ella. La chiquilla lloraba asustada, y don Martín le decía que no se preocupara, que lo iban a pasar muy bien...




* * * * * *

Y entonces, don Nuño revivió los recuerdos de la niña. Vio y sintió como don Martín la violaba. Fue la visión más espantosa que había presenciado nunca, porque las muertes causadas por la guerra, en su mayoría, tenían algún sentido para él. Pero destrozar de por vida a una niña de ocho años por unos instantes de un placer perverso, depravado... Era peor que matarla. Don Nuño no lo aguantó; quiso salir de la mente del ser que le obligaba a revivirlo, pero éste no le dejó. Impotente, empezó a suplicar que parara, que no podía soportarlo más. Y arrancó a llorar, como si fuera un niño.

Fue en ese momento cuando la muchacha que tenía delante le expulsó de su mente. Y con una cólera infinita, gritó:

-Puedo comprender cualquier forma de mal. Sé lo grande que se siente una cuando le quita la vida a alguien, cuando le tortura, cuando destruye... ¡Pero a los niños no! ¡Nadie tiene derecho a hacer sufrir a los niños!

Apretó un puño con una expresión salvaje en la mirada y don Martín ensordeció al caballero con sus gritos. Aullaba y se retorcía presa, al parecer, de dolores terribles. Hasta que se calló y la muchacha abrió la mano. Y los restos ensangrentados de don Martín cayeron pesadamente. Mientras don Nuño se secaba las lágrimas, el monstruo que tenía en frente le sorprendió con una frase:

-Es afortunado por saber llorar.

Don Nuño se atrevió a mirar a la muchacha a los ojos y descubrió que su cólera había disminuido. La maldad de su mirada dejaba paso a la tristeza. Para acabar con el silencio que había invadido la sala, don Nuño preguntó:

-Entonces... ¿Esa ha sido la causa de todo esto?

-Sí.

-Pero... si le queríais a él, ¿por qué matastéis a sus hombres? Ellos no tenían la culpa.

-Tuvieron la mala fortuna de interponerse en mi camino. Cuando me enfado de verdad mato a todo lo que me encuentro. No crea vuestra merced que me siento orgullosa de ello.

Don Nuño no tuvo arrestos para preguntar de nuevo, pero no le hicieron falta. La muchacha dejó escapar una risa maléfica y dijo:

-Se lo explicaré. Cuando tuve a eso que llamaban conde a mi merced, después de torturarle, me di cuenta de que le había castigado, pero, a la vez, le había convertido en una víctima. Es lo malo de dejarse llevar por el odio, no reparas en los detalles. Me repugnaba la idea de que cuando llegaran vuestras mercedes, le enterraran con todos los honores, y que se extendiera la tristeza por la muerte horrible de tan noble y piadoso caballero. Sólo yo conocía la razón por la que merecía morir. Necesitaba poder contárselo a alguien, y que esa persona me creyera. Eso sólo podía conseguirlo por medio de un caballero de la Orden, de uno de los que aprende a convertir su mente en un foco de poder. Uno capaz de leer recuerdos y distinguir los reales de los falsos... Alguien como vuestra merced.

-¿Y qué queréis que haga?

-Querría que contara por todo el reino las aficiones de su amado conde, pero sería inútil. ¿Quién iba a creerle? Ojalá la justicia humana obrara mejor. Si hubiera creído que los jueces humanos fueran capaces de juzgar y condenar estos crímenes, después de torturarle, le habría puesto en sus manos, pero, ¿con qué pruebas? ¿Con la única palabra de un demonio que, además, sería la única acusación? En vez de escucharme, todo el mundo intentaría matarme-. La muchacha suspiró-. Tan malo era dejarle vivir, para que siguiera haciendo lo mismo, como matarle para convertirlo en un mártir de la lucha contra el mal. ¿Qué habría hecho vuestra merced en mi lugar?

Don Nuño no tuvo coraje para contestar. Él habría llevado al violador ante la justicia. Pero tenía que estar de acuerdo en que era un caso que no se sostendría sólo con la declaración de don Nuño, y tratándose de procesar a un conde de reputación excelente, sería un caso perdido. Y siempre habría podido don Martín recurrir al dinero para lograr una sentencia exculpatoria. El caballero fue consciente de que, en esas circunstancias, se habría visto tentado a tomarse la justicia por su mano, algo del todo en contra de su entrenamiento e ideales. La joven no esperó una respuesta, y añadió:

-Simplemente, quería compartir con alguien lo que había pasado, la razón de todo esto.

Hubo unos momentos de silencio que a don Nuño le pusieron muy nervioso. No tenía ganas de pronunciar tales frases, pero era un paladín del bien, así que se puso en guardia y dijo:

-Sabréis bien que mi obligación es luchar contra vos. Rendíos o preparaos para combatir.

La risa de la muchacha le dio escalofríos.

-He matado a gente por mucho menos. Le salvará que le vi llorar al contemplar cómo violaban a una niña. Ya conoce la verdad; haga con ella lo que le plazca.

Y sin más despedida, apareció alrededor de la muchacha demoníaca un halo de oscuridad. Y, tras un instante, don Nuño se quedó solo en la estancia. Intentó asimilar lo que había presenciado; un demonio que ajusticiaba a un hombre respetable porque sus crímenes eran demasiado incluso para un monstruo. Parecía una locura.

Y un pensamiento inundó su mente: "Ahora sé que, en la guerra o en la paz, no hay monstruos más terribles que el hombre".

10 comentarios:

Jan Lorenzo dijo...

Que relato más duro y escalofriante. Aunque al menos entiendo la motivación que tenía esa muchacha para hacer lo que hizo...

Besines de todos los sabores y abrazos de todos los colores.

Malena dijo...

Me ha encantado. Desde la primera línea hasta a la última.
Buenísima historia, te aplaudo.

Emma Grandes dijo...

De principio a fin: tremendamente bueno!
Saluditos desde mi mirilla! :D

Sara dijo...

Lo que más me ha gustado es como has adaptado el lenguaje a la época que inspira el relato, es perfecto!

El mundo de Yas (Andrés) dijo...

Me ha gustado mucho, esta semana relatos muy largos, no estoy acostumbrado a tanta letra...jejeje.
Felicidades.

Mundoyás

Hell dijo...

Expléndida. No tengo nada más que decir.
Muy bien desarrollada y escrita. Y engancha hasta el final, que es muy importante.

Felicidades!

Hell.

atenea dijo...

Genial :)

Engancha desde el principio y la historia está muy bien ambientada y desarrollada. Me ha gustado mucho.

Besos!!

Eme. dijo...

Gracias por dejarte caer por mi blog ;)
Me encantaría colaborar en lo que me proponías... soy toda oídos!
Un saludo :)
pd. Me encantó La Soledad de los números primos!

Hada de las frases dijo...

Se me ha erizado toda la piel según ibas relatando todo lo que podía ver Don Nuño, pero has conseguido que se me helase la sangre cuando nos muestras el motivo de tanto mal…

Te dejo besos y polvo de Hada.

El Pistolero dijo...

Wow, fantástico relato. De verdad, me ha encantado. Bien escrito, genial el vocabulario, e interesante la historia. Sólo voy a poner un pero: Un tema demasiado "actual" para un relato histórico, al menos a mí me lo ha parecido. Es decir, que me explico fatal...que no estoy acostumbrado a leer este tipo de valores y/o mensajes en relatos de espada y brujería. Lo que no le quita mérito, eh?

Genial, de verdad.

Un saludo!
Aarón