06 febrero 2012

(Cuentacuentos) El globo rojo trataba de esquivar aquella multitud sobre la acera

Termino al fin la historia que empecé hace dos frases. Las otras dos partes son:

http://sinciforma.blogspot.com/2012/01/cuentacuentos-hay-verguenzas-que-un.html

y

http://sinciforma.blogspot.com/2012/01/cuentacuentos-no-pienses-que-te-voy.html

Dudaba que pudiera usar la frase de esta semana para rematar la historia, pero sí he podido, porque me he informado un poco y he descubierto dos cosas:

1) Los globos son un invento medieval. Algunos juglares inflaban vejigas de animales para distraer a los niños. Pablo lo explica un poco.

2) Las aceras son un invento renacentista. La Villa de Madrid, en 1612, decretó que todas las calles deberían tener aceras. Lo que sucedió es que nadie hizo caso de la ordenanza hasta más de dos siglos después. Sucedía que las autoridades exigían a los propietarios de las casas de Madrid que construyeran, cada uno, su trozo de acera, pagándolos de su bolsillo. Y nadie lo hizo. La España de entonces no era tan distinta a la de hoy en día.

Aquí está la última (y larga) parte del relato:

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EL GLOBO ROJO TRATABA DE ESQUIVAR AQUELLA MULTITUD SOBRE LA ACERA

El globo rojo trataba de esquivar aquella multitud sobre la acera, mientras un grupo de niños lo perseguía. El alboroto que causaban éstos hizo que el señor de Pablo interrumpiera brevemente su relato y dedicara una mirada triste a los chavales. A Pablo le pareció ridículo que aquellos mocosos se empeñaran en perseguir lo que sería, probablemente, la vejiga de algún animal pintada de rojo y llena de aire, creada por algún juglar con ganas de hacerse notar.

Al menos, el globo no abandonó nunca las aceras, que eran una innovación muy curiosa de la ciudad de Burna. Eran una solución a los problemas que causaba que los peatones caminaran por las calles libremente, cruzándose por delante de carros o diligencias. Las aceras estaban reservadas a los que marcharan a pie, mientras que el resto de la calle quedaba para los carros y caballos. A Pablo de parecía un invento poco útil y costoso, propio de una cuidad como Burna, llena de ricachones y siempre empeñada en ostentar.

Con un suspiro, su señor retomó el relato.

*******

Llegamos al mostrador y vi a Clarissa dejar el barril junto a otros mientras continuaba alumbrándola. Terminó rápido se hizo con la lámpara y volvió a lo suyo con un "adiós" muy escueto. Interpreté aquello como un rechazo, sensación que se reforzó cuando la vi afanarse con tazas y cubiertos sin hacerme el menor caso. Se me aceleró el pulso cuando pensé que tenía que decirle algo, demostrarle algo de interés, que no creyera que la rechazaba por no ser lo bastante atractiva. Permanecí un rato allí, buscando una frase, que acabé por encontrar. Pero no tuve oportunidad de decirla a la primera, porque Clarissa me dijo, en un tono seco:

-¿Qué sucede? ¿Por qué no te vas a tu habitación?

Me llevó algo de tiempo comenzar a responderle:

-M... Es que... Yo... Como te alumbré al ir al sótano, me pregunto... si querrías llevarme a mi habitación.

Clarissa me miró mordiéndose ligeramente el labio, con una expresión divertida en los ojos. En tono zalamero añadió:

-¿No sabes ir solo?

Respondí que no y le tendí un brazo, a lo que Clarissa respuso con una risita. Sin embargo, tomó el antebrazo que le ofrecía y subimos la escalera que daba a las habitaciones bien pegados. Me llevé una sorpresa cuando, al llegar al final de un pasillo, tomó la dirección opuesta a la que debía llevarme al cuarto que debía compartir con los otros cinco escuderos. Se lo hice saber con timidez y su respuesta me descolocó mientras subíamos otras escaleras:

-Hoy no vas a dormir ahí. Te llevo a una habitación mucho mejor.

Me puse muy nervioso porque no sabía adonde me llevaba, porque el segundo piso era muy lóbrego y porque quizá empezara a insinuárseme de nuevo. Llegamos a un rincón muy oscuro donde había una puerta. Clarissa se sacó una llave de la faltriquera, abrió la puerta y entramos. Cuando la mujer cerró la puerta detrás de mí, me empezó a latir el corazón con furia. Me quedé inmóvil en medio de la habitación mientras ella encendía velas de varios candelabros, hasta que la habitación quedó bien iluminada. Se trataba de una habitación de mujer.

Comprendí adónde me había llevado, y me costó mucho esfuerzo reprimir mis nervios. Fui capaz de volverme hacia ella, y me encontré con que me miraba con intensidad, sonriendo ligeramente. De lo que no era capaz era de portarme como, se suponía, tendría que portarse un hombre en aquella situación. No me veía capaz de tomar la iniciativa. Pero no hizo falta. Mientras parecía desatarse la ropa por la espalda, me dijo, coqueta:

-¿Te gusta mi habitación?

Respondí que sí, que era muy bonita, con una voz que casi no me salía de la garganta, ya que mientras contestaba, vi como el vestido que llevaba Clarissa, que era de una pieza, caía al suelo y se quedaba delante de mí en camisa y calzas. Continué inmóvil mientras se quitaba con sensualidad las calzas y dejaba a la vista unas piernas impresionantes. Cuando se quitó la camisa de la misma forma y pude verla desnuda pensé que era la mujer más hermosa del mundo, y mi cuerpo empezó a reaccionar por sí mismo.

Clarissa se me acercó, mirándome a los ojos, me puso las manos en los hombros, acercó su boca a la mía hasta casi tocarla y, al fin, fui capaz de hacer algo; la abracé y la besé. Ella se liberó dulcemente, y en el mismo tono me dijo:

-Tú no has yacido con muchas mujeres, ¿verdad? Yo diría que con ninguna, ¿me equivoco?

La mirada de Clarissa, la calidez que parecía desprender su cuerpo, el lugar donde estaba; todo aquello me impulsó a ser sincero, a mi pesar:

-No te equivocas.

Y, para mi sorpresa, se rió y me dijo:

-¡Cómo me gustan los chicos guapos e inexpertos! ¡Me encanta enseñarles! Déjalo en mis manos.

Y, con una sonrisa preciosa, me quitó el jubón, y después la camisa. Lo hizo de una forma que me puso, de placer, los vellos de punta. Y fue aún mejor cuando empezó a besarme el pecho y a ir bajando hasta llegar a los pantalones, que me empezó a quitar.

Nunca olvidaré la noche que pasé con Clarissa. Aparte de preciosa era muy ardiente y me trató con una paciencia extraordinaria, sin que le importase que no tuviera ni la menor idea de lo que hacer en esas situaciones. Aprendí donde besar, cómo tocar y cómo satisfacer a una mujer. Nos amamos largo rato hasta que terminamos acostados frente a frente. Le así una mano y Clarissa respondió al gesto con una sonrisa, antes de quedarse dormida. Yo estuve contemplando su rostro un rato, hasta caer dormido también.

* * * * * *

Me despertaron unos alaridos horrendos, y un rumor de lucha que parecía venir del piso de abajo. Clarissa y yo nos despertamos a la par. Me dio tiempo sólo a incoporarme, porque mi compañera me hizo volver a tumbarme con delicadeza y me dijo con tristeza:

-No te levantes, cielo. Quédate conmigo.

Le retiré la mano con la misma delicadeza, me volví a incorporar y respondí, mientras entre los alaridos se colaban súplicas desesperadas:

-Tengo que irme, he de proteger a mi señor, a mis compañeros, tengo que luchar... Tú quédate aquí, cierra bien la puerta y escóndete.

Comprendí que algo marchaba muy mal cuando la reacción de Clarissa fue montar en cólera. Me agarró de la garganta con mucha fuerza, clavándome los dedos y me obligó a tumbarme nuevamente. Y me quedé inmóvil por el terror cuando me gritó:

-¡Te he dicho que te estés quieto!

Aparte del tono furioso, lo que me aterrorizó fue que la dentadura blanca y perfecta de Clarissa se había convertido en dos hileras de colmillos. Fui consciente de que estaba perdido, que habíamos dado realmente con la Posada Maldita del Lanyur. No osé moverme; sólo cuando empezó a faltarme el aire, di muestras de estar ahogándome. Y, entonces, el monstruo que había confundido con una mujer preciosa, aflojó su presa y me dijo con dulzura:

-No, no, cariño, no tengas miedo. Lo que pasa es que os habéis alojado en la Posada Maldita del Lanyur. Tus señores y los escuderos ya están perdidos. Si bajas para luchar sólo conseguirás que te maten-. Empezó a acariciarme una mejilla con ternura mientras proseguía-. Eres tan guapo y tan amable que me daría mucha pena comer tu carne, o tomarme una sopa hecha con tus huesos. Quédate conmigo, ya que ninguno de los míos entrará aquí sin mi permiso. Cuando sea seguro, te sacaré de la posada.

Sentí que aquel monstruo me estaba mintiendo, pero allí, desnudo, desarmado y solo, no tenía más remedio que, por el momento, mostrarme dócil. De pronto, pensé que aquello bien podía ser una pesadilla, pero parecía demasiado real para serlo. Y con ciertas esperanzas, recordé lo que había dicho nuestro clérigo y aventuré a decir, para fingir algo de rebeldía:

-No puede ser, esto no puede ser la posada maldita.

Clarisa, que había vuelto a acostarse, pero asía férreamente uno de mis brazos y no me quitaba ojo de encima, sonrió y dijo:

-Claro que sí puede ser. El clérigo que venía con vosotros lo ha explicado. Dijo, exactamente: "Ningún edificio que hunda sus cimientos en la tierra puede ocultar la maldad del hechizo que he empleado". Y tiene razón. Toda la razón.

Hizo una pausa teatral que mató todas mis esperanzas. Clarissa prosiguió y me hundió en la desesperación:

-Lo que sucede es que la Posada Maldita del Lanyur no tiene cimientos. Cambia su situación cada semana y se limita a posarse en la tierra, no a hundir sus pilares en ella para absorber la maldad, como hacen otros lugares encantados. Por eso, a pesar de vuestros esfuerzos, nunca podéis encontrarla. Y nunca lo conseguiréis. Porque la maldad que convierte este edificio en maldito está concentrada en un sitio que ni te imaginas.

Pareció disfrutar cuando fui incapaz de ocultar mi abatimiento, pero, durante la hora interminable que pasamos despiertos en su cama, no me hizo el menor daño. De pronto, sin que yo hubiese advertido el menor cambio que lo justificara, Clarissa se levantó, luciendo lo que seguía siendo un cuerpo de mujer de belleza extraordinaria, y me ordenó en tono seco:

-Levántate y vístete.

Lo hice tiritando, no tanto de frío sino de miedo, por lo que cuando terminé, ella ya estaba vestida y me miraba con impaciencia. Me tomó del antebrazo derecho, abrió la puerta y me dijo en un susurro:

-Procura no hacer ningún ruído. Toda mi gente ya estará dormida, pero si nos cruzamos con alguien, no tendré más remedio que entregarte para que te descuarticen y te salen para tu carne aguante más. ¿Entendido?

Asentí aterrorizado y, con mucha cautela, deshicimos el camino que habíamos recorrido unas horas antes. Por fortuna, nadie nos salió al encuentro, y, tras haber cruzado el salón en aquella cena que tan feliz había creído, Clarissa abrió la puerta de la posada y la volvió a cerrar cuando estuvimos fuera. Noté que ya había cierta claridad. En vez de dejarme libre, me empezó a conducir hacia un lugar indeterminado entre los árboles. Fue entonces cuando me planté y dije que me soltase ya, que ya estábamos fuera de la posada, que adonde me llevaba. Con cara de pocos amigos, me repuso:

-La posada esta rodeada por una barrera que la incomunica del resto del mundo. ¿Cómo si no conseguimos pasar desapercibidos? Cuando se nos acaba la carne, la abrimos y cuando capturamos a unos cuantos idiotas, la volvemos a cerrar. Pero hay un punto donde se puede abrir una puerta para escapar en casos de emergencia. Ahí te llevo, pedazo de estúpido.

Y con una fuerza que era incapaz de resistir, tiró de mí hasta que terminé accediendo a acompañarla. La zona que rodaba la posada era muy siniestra, con un bosque de aspecto lóbrego y casi enfermizo. No me fiaba de Clarissa, pero como no tenía mucho que hacer contra ella, decidí fingir docilidad a la espera de un momento en que defenderme.

Llegados a un punto nos detuvimos y supe que habíamos llegado adonde mi acompañante quisiera llevarme. De pronto, Clarissa se puso tensa y yo también percibí un rumor de pasos. Una voz burlona de mujer me sorprendió al sonar a mi espalda:

-Clarissa, querida, ¿me puedes decir qué estás haciendo?

La ferocidad con que le respondió, me hizo pensar que no se llevaban demasiado bien:

-¡No es asunto tuyo! Quiero liberar a este muchacho. Con los otros que hemos capturado hoy tenemos carne para dos semanas, así que no necesitamos a este.

-¡Oh! ¿Te has enamorado? ¿Fornicas una sola vez y ya pierdes la cabeza? Tienes que quitarte esa manía.

Clarissa pareció calmarse, y pasó a responder con sarcasmo:

-Cassandra, cielo, ¿lo tuyo es glotonería o es que los demonios no te han querido ni tirar los despojos?

-No, querida, es que es injusto que quieras disfrutar tú sola de un muchacho tan guapo. Con lo joven que es y la buena forma que tiene, debe tener una carne tierna y jugosa. Y es tan apuesto que a lo mejor yazgo con él unas cuantas veces antes de comérmelo... Pero déjalo ya, Clarissa, entrégame al muchacho y vete.

-¡Jamás! ¡Ven aquí a quitármelo!

Cassandra parecía una mujer de la talla de Clarissa, pero de piel muy blanca y fina y con una melena rubia. Era tan atractiva como el monstruo con el que había compartido lecho hacía unas horas, o quizá aún más. Pero aquella conversación que mantenían había conseguido aterrorizarme hasta el punto de que las piernas me temblaban. Y que fueran a pelearse me inquietaba mucho más. De pronto, Clarissa me miró haciendo unos gestos raros con las manos, y mis piernas se quedaron paralizadas. La bruja se limitó a decirme lo siguiente:

-Es por tu seguridad. Si pierdo estás muerto, corras lo que corras. Si gano y has salido huyendo, no estoy segura de poder localizarte a tiempo. Quédate ahí y disfruta.

Clarissa se refería, consideré, a que disfrutara de la pelea, cosa que veía muy complicada. Las dos brujas se acercaron, giraron lentamente la una alrededor de la otra, como si se tratara de fieras, y se amenazaron varias veces con las bocas llenas de colmillos. Una vez, de adolescente, había visto pelearse a dos mozas y a mí resultó una visión bastante desagradable, a pesar de que, para la ferocidad con que se golpearon, las consecuencias no fueron más que algún moretón, el pelo revuelto y la ropa desordenada. Cuando Cassandra se echó sobre Clarissa aquello fue igual que ver a dos perros rabiosos pelearse. Forcejearon, se pegaron y se mordieron varias veces, tan enzarzadas que costaba trabajo seguir la pelea. Se paró momentáneamente el forcejeo cuando Clarissa mordió el antebrazo de su rival y la hizo aullar de dolor. Mantuvo la presa hasta
que Cassandra la obligó a soltarse a base de puñetazos. Cuando Clarissa retrocedió mareada y con una ceja rota, su oponente la mordió cerca del cuello, y no la soltó hasta que Clarissa la obligó a base de golpes.

Cassandra parecía ser más fuerte, o más feroz, que su rival, y aunque tenía la mitad del rostro surcado por unos arañazos terribles, que la obligaban a cerrar un ojo por la hemorragia, Clarissa había recibido un mordisco en la mejilla y varios en brazos y antebrazos, y gritaba más que su oponente. Me encontré deseando que de aquel combate de monstruos fuera Clarissa la que saliese victoriosa, pero mis esperanzas se esfumaron casi del todo cuando Cassandra logró derribar a Clarissa y caer sobre ella. Tras un forcejeo breve, mi supuesta salvadora estaba boca abajo, y su rival encima. Clarissa pataleó e intentó volverse, y cuando estaba tumbada de costado, Cassandra le mordió el brazo y comenzó a agitar la cabeza, igual que hacen los perros feroces. Se me revolvió el estómago y llegué a taparme los oídos para no oír más los alaridos de Clarissa, que no
podía liberarse.

De alguna forma, Clarissa pudo alzarse un poco, y con rapidez se volvió y echó el cuerpo encima de la cabeza de su enemiga, que ni aún así había abierto las mandíbulas y seguía golpeándola donde podía. Eso lo logró como las demás veces, sólo que en esta ocasión, no entendí cómo no le había abierto la cabeza a Cassandra. Una vez libre, Clarissa quiso seguir con los golpes, pero Cassandra tiró de ella hacia delante, se revolvió y la mordió en el muslo, con la misma ferocidad de antes. Y, a punto de vomitar, tuve que taparme los oídos de nuevo. Y fui consciente de que iba a morir. Clarissa se liberó de nuevo, pero esta vez ayudada por una piedra que Cassandra le arrancó de las manos antes de separarse, con el cabello rubio teñido de sangre.

Las dos luchadoras se levantaron jadeando, llenas de heridas y de sangre. Pero Clarissa se mostraba más quebrantada; cojeaba y no podía mover uno de los brazos. Cassandra la atacó, la derribó sin problemas y lucharon desesperadamente en el suelo. Y sucedió lo impensable. Clarissa, tras haber rodado ambas por el suelo consiguió inmovilizarla boca abajo un breve instante, el suficiente para morderle el cuello y agitar con ferocidad la cabeza. Oí un crujido espeluznante, que me hizo doblarme sobre mis piernas paralizadas y vomitar. Cuando pude alzar la vista, Clarissa sacudía el cuerpo inmóvil de Cassandra, con incredulidad. Al fin, se levantó exultante y me dijo entre jadeos:

-La he vencido... Es la primera vez... que lo consigo.

Tras un gesto suyo, mis piernas recuperaron la vida, lo que me facilitó acabar de vomitar. Clarissa se me acercó cojeando y con cierta debilidad, me ayudó a incorporarme mientras me decía:

-Vamos, cielo, que ya no queda casi nada-. Y añadió muy alegre-. He podido con ella... por fin.

Acerté a decir, con mis nervios a punto de explotar:

-¿Pero a qué precio lo has hecho? Estás destrozada... desfigurada.

Clarissa se limitó a sonreír y a decirme:

-Otras veces he acabado peor. Yo ya estoy muerta, por eso mi cuerpo es muy distinto al tuyo. Dentro de cinco o seis días estaré repuesta y no me quedarán ni cicatrices. A Cassandra le va a llevar más tiempo porque, cuando te libere, voy a seguir pegándole hasta que me harte. Pero no creo que tarde más de dos semanas en volver a darme la lata.

Tras una pausa, añadió:

-Llévame del brazo; casi no puedo andar.

A pesar de considerarla como un ser diabólico, que gravemente herida, sólo pensaba en ensañarse con su enemiga vencida, no me sentí capaz de negarme. Recorrimos un trecho pequeño con mucha lentitud, ya que Clarissa, en verdad, apenas podía tenerse en pie. En un momento determinado, hizo una serie de gestos con las manos y, al terminar, anunció:

- Ya está. Pasa entre esos dos troncos y serás libre.

Di varios pasos rápidos hacia allí, pero pensé que debería, por lo menos, despedirme de Clarissa, y darle las gracias. Así lo hice, y su respuesta fue reírse y decir:

-¡Qué encanto! Anda, ven y dame un beso, aquí, en la mejilla.

Le hice caso y, en respuesta, suspiró y añadió:

-Qué pena que no esté en condiciones de hacerlo contigo una última vez... Te aconsejo que no se te ocurra alojarte en ninguna posada de la región entre Mencea y Yarte, porque si te alojas de nuevo en la Posada Maldita, no tendrás tanta suerte como hoy. Y ahora vete. Y cuídate.

Y sin más, crucé entre los troncos y me vi en la carretera hacia Mencea, en lo que era una mañana clara y algo fría. Avancé con precaución, a escondidas, hasta una posición en la que divisar la posada. Pero la zona estaba vacía, completamente. Así que estuve caminando casi todo el día hasta que un labriego compasivo me llevó en su carro y me ofreció alojamiento en su granja.

Y esto era lo que quería contarte, Pablo.

* * * * * *

Pablo se quedó pensativo un rato. Su señor tenía la vista perdida en el fondo de su jarra de cerveza, ya prácticamente vacía. Ató cabos y le preguntó:

-Entonces, si a vuestra merced no le importa contestar, ¿Clarissa era una de las tres brujas que han muerto hace un rato?

Con un suspiro, repuso:

-Sí. Era la del cabello negro. Estaba igual que como la recordaba.

Pablo seguía pensando, planteándose muchas cosas, asimilando la historia que le había narrado su señor. Entrecerrando los ojos, con una sonrisa leve, le preguntó:

-Sin intención de ser indiscreto, ¿su tristeza proviene de que sentía amor, o al menos, simpatía por Clarissa?

Aquella pregunta le hizo reaccionar y respondió airado:

-¡No! ¡Nunca! No puedo amar a un monstruo así, pero...-y bajó la vista de nuevo, volviendo a un tono mucho más calmado-, el caso es que le debo la vida. Pero no es eso lo que me atormenta. Ya que me he sincerado ante ti, amigo Pablo, seguiré haciéndolo. Me atormenta la idea de que ella me salvó, luchó por mi vida, y cuando fue ella la que estuvo en problemas... no hice nada.

Pablo miró con nuevos ojos a su señor. Dudaba mucho que estuviera hablando de sacar la espada en plena ejecución, atacar a los verdugos y llevarse a Clarissa a caballo. Con suspicacia, le dijo:

-Pudo vuestra merced interceder por ella. A fin de cuentas, por muy bruja que fuera, siempre será un atenuante haber salvado una vida, y posiblemente, más. Pero si hubiera, mi señor, hablado en su favor, tendría que haber reconocido ante el tribunal que fornicó con una criatura diabólica, y eso hubiera sido fatal para su carrera. Habría llegado a perder su condición de caballero.

Creyó Pablo que estaba terminando de atar todos los cabos, y que comprendía que para un hombre de tan grandes ideales como su señor, haberse visto obligado a elegir entre su propia carrera, labrada durante más de veinte años de servicio, y sus ideales caballerescos de devolver las gracias concedidas le habría supuesto un sufrimiento intolerable. Era una idea interesante.

Sonrió sin darse cuenta y, al alzar la vista, reparó en su que señor le miraba con una mezcla de irritación y suspicacia. La situación le pareció graciosa, y empezó a reírse a carcajadas, ante el asombro de su señor. Ya no tenía sentido seguir fingiendo. Con cierto descaro, Pablo dijo:

-Le tengo por alguien astuto, así que dejaré que lo deduzca. A ver, ¿cuánto hace que fue destruida la Posada Maldita del Lanyur?

Su señor repuso con recelo:

-Un año y cinco meses.

-¿Y cuánto tiempo llevo yo a su servicio?

Su señor abrió mucho los ojos, de pura estupefacción, e hizo ademán de levantarse. Pero Pablo le apretó con fuerza una muñeca y le dijo:

-Si yo fuera vuestra merced, me quedaría quieto.

Y dejó a la vista, en una sonrisa espantosa, dos hileras de colmillos que recorrió con la lengua antes de volver a cerrar la boca. La cara de terror del que se había creído todo este tiempo su señor casi le hace volver a reír. En vez de eso, en el tono en que un padre le explicaría un concepto complejo a un hijo inexperto, Pablo empezó a decir:

-Ay, mi señor. ¿De verdad está tan apenado por culpa de Clarissa? No hace falta ser muy listo para darse cuenta de que vuestra merced no fue el único. De hecho, era raro que no se encaprichara del muchacho más joven y dulce de cada grupo que atrapábamos. A lo mejor se piensa que esa buena obra la hizo sólo para vuestra merced, o que fue el único con el que Clarissa compartió lecho. Lamento decirle que si le perdonábamos aquellas excentricidades era porque andábamos sobrados de carne y porque bastaba protestarle un poco para que se metiera en tu lecho a cambio de que no la castigaran. Y, por cierto, ella y
Cassandra estaban siempre peleándose a la menor oportunidad. No luchó por salvarle, sino por el odio que le tenía a la rubita-. Pablo suspiró burlón, y añadió-. Ah, Clarissa, era una bruja malísima, pero debe saber que todos los malvados hemos sido niños alguna vez. Clarissa acabó en la Posada porque la quemaron injustamente por bruja, lo que convierte en brujos a los inocentes. Una vez, hace muchos años, fue una muchacha dulce y enamoradiza, que estaba loca por un joven de su pueblo. Lo normal es que cuando a tu novia la acusan de bruja le des de lado. Pero aquel chaval era bastante estúpido, o era lo bastante bondadoso pensará vuestra merced, tanto que, espada en mano, quiso librarla de la hoguera. Los soldados le descuartizaron, claro, pero creo que aquel recuerdo le daba su absurda compasión.

Su antiguo señor le miraba fijamente, inmóvil por el dolor de su muñeca. Pablo no se resistió a hurgar un poco más en su herida:

-Tengo que confesarle que sus remordimientos están justificados. Independientemente de los motivos, Clarissa le salvó la vida y, en pago, se ha limitado a verla arder sin mover un dedo. Bonita forma de defender la Justicia.

Pablo disfrutó al ver la expresión dolida de su antiguo señor. Y concluyó:

-¿Sabe una cosa? Mis nuevos amos me ordenaron matar a su antiguo escudero y sustituirle, para infiltrarme en el ejército real y vengar la pérdida de la posada matándole cuando hubiera recabado la información suficiente. Pero... no pienso hacerlo. Le dejaré vivir con sus remordimientos, con la certeza de que una bruja malvada supo ser más compasiva que vuestra merced, que le falló a alguien a quien debía su vida. Mis amos verán que es peor castigo dejarle vivir.

Al fin, Pablo, que había devuelto a sus dientes su aspecto humano, se despidió de su antiguo señor con una reverencia burlona y le dejó frente a su jarra de cerveza, sumido en la más oscura de las prisiones.

7 comentarios:

Paula dijo...

madre mía qué imaginación!! me ha gustado mucho porque es distinta a todas las demás. muy original.
y con un toque de historia al principio.
:)

Sara dijo...

Bueno, bueno, un aplauso muy merecido.
Lo primero, por haberte documentado y conseguir encajar, así, la frase de esta semana en el relato. Eso ya es de nota.
Y, lo segundo, es que me atrevo a decir que este desenlace es el broche de oro para tu magnífica historia.
¡Enhorabuena!

Luisa dijo...

Hola, Juan.

En primer lugar darte mi enhorabuena por el doctorado. ¡¡Felicidades!! Ya eres todo un señor doctor. Me alegro un montón.

Y en segundo lugar, gracias por haberte hecho con las Crónicas. Espero que disfrutes de cada una de las historias, pero sobre todo de la mía ;) jajajaja. Yo me lo pasé pipa escribiéndola. Y bueno, ya ando tejiendo la continuación.

Todavía estoy con la segunda corrección de mi novela. Creo que después de trabajar en ella todo el fin de semana, podré darla por terminada. Lo celebraré por todo lo alto en mi blog. Y bueno, tengo varios proyectos para ya. O sea, que seguiré pelín atareada, pero ya con la liberación de haber terminado mi novela.

Un saludo, amigo.

Malena dijo...

¡¡Joder, buenísimo!! me declaro fan suprema de esta trilogía de relatos desde este preciso momento. He dicho.

Anónimo dijo...

Buen final para esta extensa historia.

Un abrazo

www.utopiadesueños.com.es

Jan Lorenzo dijo...

Un final tremendo y genial para esta historia! No podía ser mejor.

Besines de todos los sabores y abrazos de todos los colores.

Juan dijo...

Hola

En primer lugar, disculparme por tardar tantísimo tiempo en responder. Como os imaginaréis, he estado ocupado con una serie de cosas y se me ha ido pasando.

Paula: Muchas gracias. Lo de documentarme acerca de la historia es algo que, cada día, hago más, porque se aprende muchísimo. Y cuando encarta, lo comparto. Un saludo.

Sara: Muchas gracias a ti también. Al principio pensé que no iba a poder encajar la frase en una historia ambientada en una época renacentista tardía, pero me puse a buscar con google y encontré esas notas que compartí. Un saludo.

Luisa: Gracias por las felicitaciones. Eso de ser doctor era una aspiración que, por suerte, conseguí realizar. Por eso, la investidura no me la podía perder.

Me alegro de saber que ya tienes tu novela prácticamente lista. Me encantará volver a leerte en tu bitácora. Un saludo a ti también.

Malena: Muchísimas gracias. Me encanta tener una fan suprema para esta trilogía de relatos. Otro saludo.

Anómino: Muchas gracias. Me alegro de que esta larguísima historia (la más larga que he escrito nunca para el cuentacuento si reunimos las tres partes) te haya gustado. Un saludo.

Jan: Muchas gracias. Temía que después de tanto escribir, me fallara el final. Me alegro de que te guste precisamente el final :). Un saludo.

Nos leemos.

Juan.