06 marzo 2012

(Cuentacuentos) Era el arcoíris más bonito que había visto nunca

Esta semana en el cuentacuentos, la frase de comienzo de los relatos es mía. Esto es lo que se me ha ocurrido a partir de ella.

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ERA EL ARCOIRIS MÁS BONITO QUE HABÍA VISTO NUNCA.

Era el arcoíris más bonito que había visto nunca. Worch pensó que era una pena estar muriéndose bajo un cielo adornado de tal manera. Y, para colmo, sucumbir cuando tan cerca estaba de resolver el mal que aquejaba a su pueblo. La muchacha que había rescatado de manos de los macuques, era la que traía el fin de las lluvias, como demostraba aquel arcoiris maravilloso, que aparecía cuando la joven estaba ya cerca del poblado de Worch, a poco más de dos días de camino. Sin su guía, la muchacha se perdería en el bosque, moriría presa de cualquier alimaña. Su influencia benéfica desaparecería, volverían las lluvias y el pueblo de Worch perecercía.

Había tenido muy mala suerte. Había entrado en el poblado macuque como invitado, haciéndose pasar por ciudadano imperial, por un antropólogo que venía a estudiar sus costumbres. Con ello, explicaba su extraño acento que recordaba ligeramente al de los mewiersch, su propio pueblo: había aprendido las lenguas de las tribus de la Cordillera Anthrul entre los mewiersch. Le acogieron bien y, para no levantar sospechas, la mayoría de las preguntas se referían a costumbres, leyendas y otras cosas sin importancia. Le costó algo de esfuerzo entender lo que le decían, ya que los macuques hablaban su lengua con un acento muy fuerte, pero aunque no entiendiera la mitad de lo que le contaban, le daba igual. A Worch le extrañó lo poco que los macuques salían de su poblado; nunca vio entrar ni salir a nadie el día que pasó con ellos.

Le fue sencillo recorrer la aldea y llegar, de forma casual, a una zona del centro del poblado donde se alzaba una jaula en cuyo interior tenían prisionera a una muchacha menuda, de piel muy blanca, pelo rubio y ojos azules. Sospechó que era a quien debía rescatar desde el principio, lo que confirmó cuando la miró a los ojos y sintió la magia que había en ella. Pasó el resto del tiempo, entre conversaciones insulsas, ideando un plan para liberarla. Y el plan fue, necesariamente, sencillo pero peligroso. Esperó a que fuera de madrugada, cuando los macuques durmieran salvo los que quedaran de guardia, corrió a escondidas hacia la jaula, liberó a la joven cortando con su puñal las sogas que daban solidez a los barrotes, y salieron corriendo de la aldea. El plan funcionó porque, a pesar de que un guardia le avistó y dio la voz de alarma, no le persiguieron. Desgraciadamente, sí que tuvieron tiempo de lanzarles una andanada de flechas. Por proteger a la joven, Worch no pudo evitar que uno de los proyectiles se le clavara en el costado izquierdo.

Desde ese momento, supo que estaba condenado. Cuando pudieron parar, cortó el mástil, pero no pudo sacar la punta. Habría necesitado que le ayudaran personas con herramientas adecuadas. Y, aún así, le sería muy complicado sobrevivir. Decidió no rendirse, e intentar llevar a la chica a su aldea. Con suerte, aguantaría las cinco jornadas que les separaban de su hogar, pero la buena fortuna no quiso acudir, y en la mañana del cuarto día, Worch ya no podía continuar. La herida se le había infectado, y apestaba.

La joven, que hablaba la lengua de los macuques con un acento aún más marcado que el de los aldeanos, le dijo varias frases cuando vio que no continuaban. Sólo entendió palabras sueltas: "bien", "caminar", "comer"... La muchacha era muy dulce e inocente, y le demostraba gratitud y amistad. Mientras estuvieron caminando, le sonreía a menudo, deseaba hacerle pequeños favores, como acercarle la comida, recoger leña o agua, y cosas de ese estilo. Probablemente, no comprendería lo que estaba pasando, pero tenía que seguir intentando salvar a su pueblo.

Respiró con dificultad y le dijo a la muchacha, que le miraba con sus ojos azules e inocentes:

-¿Has visto el arcoiris?

Señaló distraído con la mano izquierda, lo que hizo que la joven viera el arcoiris y lo admirara, pero se le escapó un grito de dolor y se llevó las manos a la herida. Se repuso y le dijo:

-Si caminas hacia allí durante dos días, llegarás a mi aldea. Diles que te envía Worch.

La miró para ver si había comprendido. No tenía esperanzas de que fuera así. Ni tampoco que, en el caso de que le entendiera y obedeciese, fuera capaz de llegar. Mientras corrían huyendo del poblado macuque, la muchacha se cayó sobre un matorral, y se le clavó en la mano una espina de buen tamaño. Tanto le dolía que no paraba de llorar. Cuando fue seguro, Worch, con la mayor delicadeza posible, se la quitó y le vendó la mano con un trozo de tela que, en aquel instante, aún llevaba. Si no había sido capaz de arrancarse una espina, aunque grande y difícil de sacar, mucho menos llegaría viva a su aldea. Si es que no se perdía.

De todos modos, la muchacha no parecía comprender. Le dijo algunas frases en lengua macuque y acabó fijando su atención en la herida de Worch. Con suavidad, le retiró la mano con que se la tapaba e hizo lo propio con su jubón, que llevaba abierto a causa del dolor. Quiso impedírselo, pero ella insistió y dejó al aire la herida, que tenía un aspecto horripilante. Y, entonces, la muchacha pronunció una frase en tono solemne, una frase que decía algo de tratar, o de cuidar a alguien de alguna manera. Y Worch sintió que le ponía las dos manos sobre la herida y que algo parecido a dedos se introducían en el corte. Notó la magia y, muy confundido, vio que la joven sostenía en la mano la punta de la flecha, teñida de sangre. La tiró como si fuese algo repugnante y se limitó a soplar sobre la herida, que sangraba y liberaba pus. Worch se mareó y perdió el conocimiento.



* * * * *

Cuando Worch se despertó, atardecía. Nada más espabilarse recordó la herida. Y cuando fue a tocarse la tenía cerrada. En su lugar, había una cicatriz enorme. Buscó con la vista a la muchacha y se la encontró dormida, envuelta en las mantas que él le había prestado. No quiso despertarla, y permaneció despierto toda la noche, haciendo guardia. Pensó, muy feliz, en que no se había equivocado; aquella joven era un ser mágico que, con su influencia benigna, disiparía las tormentas que habían llevado a su pueblo al borde de la inanición. Tras semanas de aguaceros, desde que estaba con ella, no había caído ni una sola gota.

El resto del camino fue mucho más fácil y llegaron a la aldea sin novedad. Les aclamaron a ambos como a héroes, y les colmaron de atenciones. A la joven la llamaron Crhalle y le habilitaron una cabaña preciosa, y dos mujeres la atendían y le llevaban de comer. Worch se convirtió en miembro de la guardia del jefe de la aldea, un gran honor. Dos días después de su llegada, celebraron una gran fiesta bajo otro arcoiris aún más bonito que el que Worch le señaló a Crhalle cuando creía morir.

Cuatro días después, volvieron los aguaceros. Llovió un día, luego otro, después otro más... La paciencia de la gente se acabó. Y aprovechando una mañana en que el agua les concedió una tregua, sacaron a Crhalle de su cabaña por la fuerza. La maltrataron y le exigieron que parara las lluvias. Worch, al llegar, quiso interceder por aquella joven que le había salvado la vida, pero fue inútil. Le golpearon y entre seis guerreros, le inmovilizaron. Algo sorprendente de Crhalle era la velocidad a la que aprendía el idioma de los mewiersch. La oyó decir, con un acento muy fuerte e imposible de identificar:

-¡No tengo poder con la lluvia! ¡Yo no tengo la culpa!

Pero la turba enfurecida no atendió a razones. Mucho menos cuando el propio jefe de la aldea arengó y apoyó a la gente que apiló leña seca en medio del poblado, ató a la pobre Crhalle a un poste, y a Worch a otro, alejado de la pira, desde donde le iban a obligar a mirar en qué quedaban sus fracasos. Por más que se debatió, no pudo soltarse, y se resignó a ver, impotente, como quemaban a la pobre muchacha.

No hubo ceremonias. Aplicaron las antorchas y toda la aldea pudo ver cómo se alzaban llamas impresionantes en torno a Crhalle. Se oyeron vítores.

Y, de pronto, todo cambió. Crhalle, de alguna forma, salió de entre las llamas, y la turba no tuvo tiempo de reaccionar. La muchacha empezó a vomitar fuego, a lanzar llamaradas por las manos. Abrasó a la mitad de la aldea en unos instantes, pero no le pareció suficiente, y persiguió al resto, envolviéndoles en llamas mientras trataban de huir. Lo único que podía oír Worch eran los alaridos de sus vecinos mientras se retorcían devorados por el suelo. Luego, sobrevino el silencio, lo que a Worch le pareció aún peor.

Le invadió el pánico cuando se le acercó Crhalle, sorteando restos carbonizados que aún ardían, con una expresión en el rostro en la que no quedaba nada de inocencia. Fue hacia él directamente. Desesperado, angustiado, roto, acertó a preguntarle:

-¿Por qué, Crhalle?

Empezaron a caer gotas, pero la muchacha no se inmutó. Cuando habló, Worch sintió que le decía lo mismo que le había querido contar en lengua macuque y que él no había comprendido en su momento:

-De la misma forma en que me tratéis, yo os trataré a vosotros.

Tenía que haberse dado cuenta. Nadie era capaz de salir de la aldea macuque porque la tenían enjaulada. Como él le había arrancado aquella espina y le había curado la mano, ella le extrajo la punta de flecha y cerró su herida. Como su aldea había intentado quemarla, ella había quemado a todo el mundo. Worch se preguntó que clase de ente tenía delante. ¿Un genio? ¿un demonio? ¿un espíritu de la naturaleza? Quizá si hubiera tenido la oportunidad de consultar en alguna biblioteca del Imperio...

Llovía con fuerza. Crhalle le miraba curiosa. A Worch le importaba bien poco lo que le pasara, y no esperaba ninguna misericordia. Pero el destino le reservaba, al parecer, otras cosas. La muchacha, le dijo:

-Tú me liberaste.

Chasqueó los dedos y el poste al que Worch estaba atado se quebró. Incapaz de mover los brazos, el guerrero cayó al suelo. Y Chralle concluyó:

-Merecerías que te desatara, pero no quiero que me sigas. Levántate, apoya el poste contra una pared y empuja hasta que caiga. Ya sabrás cómo desatarte las manos. Adiós.

Llovía tan fuerte que no era posible ver nada a pocos pasos de uno. Chralle se marchó con rapidez, y sólo le llevó un instante perderse en la lluvia.

Con gran esfuerzo, Worch consiguió ponerse en pie.

4 comentarios:

Luisa dijo...

Hola, Juan.

Bueno, pues me ha gustado la historia. Tienes una gran facilidad para crear mundos y dotarlos de personalidad propia. También los personajes están bien perfilados. Me ha dado la sensación de estar en unas recónditas islas de climas tropicales y extremos donde la propia naturaleza es el peor enemigo de sus pobladores. Las supersticiones rigen, de alguna manera, sus vidas. Chralle es un codiciado tótem, lo sea o no. Ellos creen que es una protectora, y no hay nada peor que una masa de creyentes enfervorecidos. Nuestra Historia, por desgracia, está plagada de ellos.

Este relato tiene, por tanto, un sabor agridulce. ¿Qué no seríamos capaces de hacer para salvarnos? Y aquello de que el karma devuelve lo que has sembrado. Si es bien, recibes bien; si es mal, mal tendrás (ojalá sea cierto… más de uno estará dentro de poco calvo, jajaja).

Un saludo.

Anónimo dijo...

Que interesante relato. Da las vueltas al personaje de la chica varias veces y plasma muy bien la naturaleza humana, como la reacción del pueblo agradecido volviendose en contra de quien días antes era una deidad.

Muy interesante.

Un abrazo


@utopiadesuenyos
http://www.utopiadesueños.com.es

Juan dijo...

Hola Luisa

Gracias :). Al medioambiente que describo le pega un clima tropical, tribus que viven entre los bosques, una naturaleza salvaje... Un sitio ideal para que haya supersticiones.

Chralle, en cierto modo, representa esa naturaleza salvaje, que te devuelve lo que le das. Es un ser, o ente, o lo que sea, que todas las tribus desean controlar. Todo el mundo cree que la tribu que posea a Chralle dejará de tener problemas. Cuando esas espectativas fracasan, pasa lo que pasa.

Y, en el fondo, el problema es que a Chralle sólo la quieren para utilizarla. Es lógico que ella tampoco les tenga mucho aprecio a los seres humanos.

Un saludo y gracias por pasarte.

Juan.

Juan dijo...

Hola utopiadesueños

Gracias a ti también :). Chralle es, esencialmente, la protagonista de este relato. Es una fuerza elemental, algo desconocido y salvaje, casi imposible de controlar. Otro tema de este relato es lo que pasa cuando intentas someter un poder enorme sin saber cuál es su naturaleza.

Y, por supuesto, criticar la naturaleza humana, representada por la tribu que ensalza a Chralle por puro interés, y se vuelve contra ella cuando no hace lo que ellos querían.

Un saludo.

Juan.