24 marzo 2012

Mundo de cenizas. Capítulo XXXII

Raquel llevaba nerviosa desde antes de haberse acostado. Aunque había preparado todo el equipaje para su viaje a Nêmehe la noche anterior, aquella mañana se despertó muy temprano y volvió a revisar que todo estuviera bien, que no se le olvidara nada. Su madre había terminado por levantarse también más temprano de la cuenta y se dedicó a darle toda clase de consejos acerca de cómo cuidarse de todos los peligros que le acecharían a una chica sola en una gran ciudad. A Raquel le conmovía la preocupación de su madre, e intentaba tranquilizarla diciéndole que haría el viaje acompañada de Juan y de Pablo y que regresaría con el primero. Sin embargo, cuando su madre le confesaba que se sentía intranquila porque era el primer viaje de verdad que hacía sola, tuvo que aceptar que ella también sentía algo de incertidumbre.

El nerviosismo de Raquel, una vez revisado el equipaje varias veces, se volcó en impacientarse por la llegada de Juan y de Pablo. Habían acordado la tarde anterior que sus dos amigos pasarían por su casa para ir los tres juntos a la explanada frente a la Puerta del camino de Nêmehe, donde les esperarían las galeras. Miró varias veces por la ventana de su habitación, y empezó a ponerse nerviosa porque no les veía aparecer. Empezó a quejarse a su madre por su tardanza, a lo que ella respondía que aún era pronto, lo que no la tranquilizaba. Para olvidarse de aquello, optó por llevar su equipaje junto a la puerta principal de la casa, lo que le llevó un rato.

Tuvo tiempo de tomarse un desayuno ligero, ya que no se sentía con ganas de comer mucho por la excitación del viaje, y de echar varios vistazos por la ventana, antes de que, finalmente, les viera aparecer tras cruzar una esquina. Se puso tan contenta que salió de su casa y les saludó desde lejos. Mientras les veía responder al saludo y avanzar hasta llegar adonde estaba ella, no dejó de pensar en que eran una pareja de amigos un tanto extraña. No comprendía muy bien cómo Juan, tan educado, formal y caballeroso podía llevarse bien con Pablo, que era, en esencia, todo lo contrario. La cuestión era que, durante los cuatro días que habían transcurrido desde que regresaron tan quebrantados de la expedición contra los cralates, estuvieron juntos casi todo el tiempo. Los mandos decidieron darles varios días de permiso, para que se recuperaran de lo que habían vivido. Les ordenaron estar preparados para incorporarse de inmediato si la situación lo requería, pero desde entonces, Gaiphosume había vivido una calma completa, de forma que tuvieron ocasión de descansar y, por lo visto, de estrechar lazos. Raquel sabía que entre soldados que habían librado combates juntos nacía una camaradería muy particular, pero no era habitual hacer buenas migas tan rápido con alguien tan diferente a uno, o, al menos, eso pensaba ella.

Llegaron a su altura y dejaron los sacos donde llevaban su equipaje. Los dos iban vestidos casi de la misma forma: capas de viaje, bajo las cuales llevaban el coselete y las armas, y sombreros de ala ancha. El sombrero de Pablo era de mayor calidad que el de Juan, que para ese tipo de cosas, era más sobrio. Raquel les saludó a ambos con un par de besos en la mejilla y sacó sus fardos. Cuando dejó el saco en el que llevaba la ropa apoyado contra el muro de su casa, Pablo, en tono alegre, le dijo:

—Amiga Raquel, ¿se va a llevar todo eso?

Asintió, entró de nuevo en la casa, y sacó el otro fardo, en el que llevaba la olla y la comida, el arco y la aljaba llena de flechas. Y le respondió a Pablo.

—Y además, me llevo todo esto.

El aludido examinó con interés los nuevos bártulos y, sin pedir permiso, cogió el arco, que estaba sin encordar, lo miró con atención, lo dobló ligeramente y acabó por decir:

—Parece un arco de miliciano o de soldado… es más fácil de tensar, pero con la misma potencia. Apostaría un escudo a que está diseñado para ser muy eficiente. Es muy buen arco; no es el arco corto típico con que se les enseña a tirar a las civiles.

—Gracias. Pero es lógico siendo la mía una familia de militares. Fue mi padre quien me lo dio y el resto de mi familia quien me enseño a usarlo.

Pablo soltó el arco y mirando el saco donde llevaba los víveres, añadió, bromeando:

—Y viendo la olla tan grande que lleva ahí, debe creerse que este viaje es una expedición militar y que vuestra merced es la encargada de cocinar para su camarada.

Raquel le miró seria un momento, y Pablo continuó, haciendo unos gestos con las manos que parecían indicar una disculpa:

—Le agradezco el detalle, amiga Raquel, pero tampoco eran necesarias tantas molestias. Siempre que he viajado de Itvicape a Nêmehe, o al contrario, y le aseguro que ya han sido muchas veces, sólo he llevado conmigo pan, queso, nueces y almendras, y a veces, aceitunas o un poco de carne en salazón. Pero nunca me he llevado nada para cocinar, porque luego hay que cargar con más peso.

Raquel se aproximó a Juan, se le agarró a un brazo y dijo sonriente:

—Sea así. Cómase vuestra merced su queso y su pan, que Juan y yo nos comeremos una buena olla podrida. Porque me ayudarás a prepararla, ¿verdad?

Antes de que Juan pudiera decir nada, Pablo repuso:

—Amigo Juan, no la escuchéis. Dejadla que cocine para media caravana, que nosotros compartiremos vino y nueces—. Y tras reírse, concluyó—: de acuerdo, amiga Raquel, la ayudaremos con el fuego, el agua y cosas así, pero no nos haga cocinar, que somos milicianos, no soldados. Aunque no sé si le dará tiempo a hacer el cocido durante la parada a medio día.

Raquel, soltó a Juan y le dijo a Pablo, bromeando:

—No pensaba dejar que me estropearan el cocido, en especial vuestra merced. Y tenía pensado cocinar la olla podrida de noche, para dar tiempo a las alubias a ablandarse.

Pablo hizo un gesto de conformidad muy gracioso y a Raquel la volvieron a invadir las prisas. Se echó al hombro el saco con la ropa, se colgó el arco a la espalda y cuando intentaba alzar el tercer saco, el de los víveres, Juan y Pablo, sobre todo el primero, se empeñaron en llevarlo ellos. Al final, fue Juan quien se encargó de transportarlo.

Y tras darle un abrazo muy fuerte a su madre, que había asistido divertida a la conversación entre los tres amigos, partieron hacia la Puerta del Camino de Nêmehe.

Tardaron poco en llegar a la Puerta del Camino de Nêmehe, y se encontraron que aún faltaban bastantes pasajeros, porque la explanada estaba casi vacía. Sólo entonces, Raquel se tranquilizó completamente, ya que era imposible que las galeras se fueran sin ellos. Aquella caravana era la primera que partía de Gaiphosume desde el ataque en el que se perdió aquella en la que viajaba Pablo. La mayoría de los viajeros de esa caravana que tan mal final tuvo habían seguido su viaje a bordo un galeón de la ruta circular, dos días atrás, según le estaba contando el propio Pablo. El viaje corría por cuenta de la municipalidad, como compensación hacia el horror padecido, pero él había preferido esperar a la caravana para acompañarles. De pronto, su tono se volvió más melancólico y añadió:

—Lo vi partir desde el lienzo sur de la muralla. El viento le era favorable y salió escoltado por una galeota. Seguro que llegaron a Nêmehe sin problemas.

Raquel se dio cuenta de que no se había subido a la muralla sólo para ver zarpar el barco. Pensó que alguien, lo bastante querido para él, se alejaba en aquel navío; quizá se tratara de una mujer, pero no quiso preguntarle. Ella había hecho lo mismo la última vez que Marcos regresó a Nêmehe en otro galeón. Le vio partir desde el lienzo sur de la muralla porque si le despedía en el muelle, temía que todo el mundo se diera cuenta de lo que sentía por él.

Pasó un rato largo ensimismada, acordándose de Marcos, fantaseando con el momento de reencontrarse con él. Acabó por volver a la realidad y reparó en que ya había amanecido del todo y seguía habiendo muy poca gente allí. Tuvo más de una hora para impacientarse y para quejarse del retraso con que acabó saliendo la caravana. Cuando, al fin, subieron los tres a una de las galeras, que iba bastante llena, Raquel ya estaba arrepentida de haber madrugado tanto en vano. Había espacio suficiente para los tres y Juan y Pablo, tras haberla ayudado nuevamente con parte de su equipaje y colocar el propio, la hicieron sentarse en medio de los dos. Le hizo gracia el afán que tenían de protegerla. Al sentarse, estuvo un buen rato arreglándose la falda para procurar que el hombre maduro que tenía en frente, que le lanzaba miradas con disimulo, no pudiera verle las piernas. De cualquier forma, no se sentía especialmente preocupada, puesto que se había puesto calzones de hombre que impedirían que si se le levantaba la falda le pudieran ver nada. De lo que sí se sorprendió fue de lo incómodo que resultaba tener una prenda pegada a sus partes íntimas y se preguntó cómo hacían los hombres para soportar el ir siempre con calzones.

Después de otra media hora, que a Raquel le pareció interminable, la galera emprendió lentamente la marcha. Les esperaba un viaje de dos días en los que iban a visitar un montón de ciudades y aldeas de la ladera de las montañas, junto a la línea de Torres, y de la costa. Durante toda la mañana, el entusiasmo de Raquel por ver mundo había mantenido una pugna contra el cansancio por haber dormido muy poco. El retraso desesperante y el hecho de que la galera iba cubierta y seguida a poca distancia por otra, le dieron la victoria al sueño. Cabeceó varias veces, pero los baches del camino la despertaban, y llegó a temer darse un golpe en la cabeza con el carruaje. Adormilada, se acurrucó contra Juan, le apoyó la cabeza en el hombro, y le susurró:

—¿No te molesta? Me muero de sueño.

Su amigo se apresuró a responder que no, y Raquel cerró los ojos. Oyó decir a Pablo:

—Amigo Juan, por favor, pasadle un brazo por encima y sujetadla, que no se le vaya a caer la moza en el próximo bache.

Raquel notó que Juan, muy despacio, le fue pasando un brazo por la espalda y terminó sujetándola por la cintura. Pensó en lo buen amigo que era, en lo segura que se sentía cuando estaba a su lado, y en que le alegraba mucho que le acompañase en aquel viaje. En unos instantes, se quedó dormida.

Y tras lo que a ella le pareció un instante, un golpe fuerte, como de madera que se rompe, y una serie de gritos lejanos la hicieron abrir los ojos.

6 comentarios:

Juan dijo...

La tranquilidad de los días posteriores a la expedición al bosque a la que se refiere Raquel es, nuevamente, cosa de los dados.

Acerca de los viajes durante el Renacimiento y el Siglo de Oro, hay que tener en cuenta algo que, en nuestros días, es muy diferente. Y es que era mucho más difícil realizar viajes de lo que es en la actualidad. Eso tiene muchas consecuencias y es muy sencillo olvidarlo. Para la gran mayoría de nosotros es algo cotidiano viajar de una ciudad a otra. Es muy frecuente que llegue un domingo y decidamos irnos a otra localidad a visitarla y a comer en ella. Viajar es algo seguro, cómodo y frecuente.

En la época histórica de referencia, los viajes eran mucho más peligrosos e infrecuentes. La vida de cualquiera se desarrollaba en su propio municipio o aldea. De vez en cuando, se podía salir de la aldea para visitar la ciudad más próxima, por comprar o vender en algún mercado que se celebrara en la misma. Eran menos extraños los viajes de larga distancia y, habitualmente, quienes hacían tales trayectos eran comerciantes, peregrinos, estudiantes, diplomáticos, emisarios, correos y similares. Por ello, cualquier viaje largo tenía connotaciones de aventura. Había gente, por ejemplo, que estrenaba ropa para un viaje. Normalmente, para los hombres jóvenes de la época, viajar era la oportunidad de correr aventuras o aprender mucho. Muchos sentían deseos de abandonar sus aldeas e iniciar viajes sin un rumbo determinado, para lograr gloria y realizar hazañas. Resulta curioso que, entre las mujeres, la motivación de estos viajes era diferente, y los hacían para cosas relativas a la restitución de la honra: exculpar a familiares caídos en desgracia, poner en evidencia a un sinvergüenza que las hubiera injuriado o engañado, etc.

En Mundo de cenizas, los caminos son más peligrosos que en el Siglo de Oro, de manera que cambian algunas cosas. Son más frecuentes servicios regulares de transporte, protegidos por el ejército. También hay que destacar que las distancias son muy cortas, porque los reinos son bastante pequeños, lo que facilita crear caravanas regulares.

Cuando Pablo habla del arco de Raquel utilizo términos modernos de tiro al arco, para dar un poco de verosimilitud a la escena, aunque en la época el vocabulario sería diferente. Lo que quiero transmitir en este pasaje es que Pablo entiende mucho de arcos, y emplea, por ello, la “jerga” de los que saben utilizarlos, “jerga” que Raquel también conoce. Una precisión curiosa es que la potencia de un arco se mide en libras o en kilogramos. Si usamos con propiedad la física, la “potencia” de un arco debería ser la fuerza que hay que hacer para tensarlo (y medirse en la unidad de fuerza en física, el Newton). Un arco de 5 kilogramos de potencia significaría que haría falta hacer la fuerza equivalente a levantar 5 kilogramos para tensarlo. No obstante, si se considera potencia como sinónimo de “poder” o “fuerza”, el término es adecuado, y supongo que por este símil se mantiene.

Juan dijo...

Y sí, en este inicio de capítulo, cada línea merece un comentario. Pablo habla de “su camarada”. Es una palabra que, en el diccionario de la RAE, aún mantiene la acepción en que la uso aquí. En la actualidad, camarada es vocablo que denota a un compañero de fatigas, o bien, para saludarse entre personas que profesen determinada ideología política común. En el Siglo de Oro, “la camarada” era, también, el conjunto de tus camaradas. Y se trataba de un término puramente militar. Por lo que sé, la menor unidad definida de manera más o menos oficial en los tercios eran los soldados que estaban bajo las órdenes de un cabo, unos 25. La institución de la camaradería no era oficial, pero sí se fomentaba y se deseaba por parte de los mandos. En diversos libros sobre cuestiones militares de la época, se recomendaba fomentar la camaradería, dado que entre varios camaradas era más fácil acceder a la comida y llevar una vida más cómoda, ya que la camarada podía repartirse los trabajos. Las camaradas, según se recomendaba, debían ser de entre cinco y ocho soldados. Pablo bromea sobre esto.
La olla podrida es un cocido, que se come hoy en día, y que era muy popular en el Siglo de Oro. Lo primero será bien conocido, pero que era un plato tan antiguo lo desconocía.

Toca hablar de navíos.

El galeón es el barco típico del siglo de Oro. Fue un invento, en principio, español, del mismo modo que las carabelas se consideran una invención portuguesa. Luego, el diseño fue adoptado por otros países. Un galeón pretende aunar en un solo barco la maniobrabilidad y velocidad de la carabela con la capacidad de carga de las naos. Los galeones (junto a las urcas, otro tipo de navío) acabaron por sustituir a naos y carracas que, a su vez, habían sustituido las cocas medievales. Aunque acabaron siendo enormes, los primeros galeones eran relativamente pequeños, y las carracas solían ser mayores y estaban especializadas en el transporte de mercancías a largas distancias. Como detalle, las naos fueron muy utilizadas en el Reino de Castilla, hasta que los galeones las dejaron desfasadas.

Todos los barcos que he mencionado en el párrafo anterior se desplazan usando las velas, pero el siglo XVI fue el último en el que se usaron, de forma generalizada, embarcaciones a remo. La más famosa era la galera, actualización de los diseños romanos. Eran barcos casi exclusivamente militares, ya que toda la cubierta estaba ocupada por gran número de remeros. Tenían dotaciones numerosas y, por ello, poco espacio para la carga. Solían ser muy maniobrables. Una galeota es un barco que, básicamente, es igual que una galera, sólo que más pequeña. Al igual que su hermana mayor, es un barco que se mueve, principalmente, a fuerza de remo. Una galeota sólo tiene entre 16 y 20 remeros por banda, mientras que una galera solía tener 60 por banda. Ambos tipos de barcos empezaron a caer en desuso hacia la segunda mitad del siglo XVI, aunque en la batalla de Lepanto fueran los barcos de guerra usados. Son típicamente mediterráneos. Además, España mantuvo unidades de galeras hasta el siglo XVIII.

Juan dijo...

En Mundo de cenizas, por razones ya descritas, la navegación es de cabotaje, y las distancias que recorren los navíos suelen ser escasas. Asimismo, hay pocos barcos grandes. Voy a dar unos cuantos detalles sobre el reino donde viven los personajes. Nêmehe tiene una costa de unos 250 Km de longitud. Como alternativa al transporte por tierra, como sucedía realmente, está el transporte por mar, pero adaptado a un país tan pequeño. Nêmehe posee siete galeones pequeños que cubren lo que se llama la ruta circular. De estos siete, cinco están siempre en trayecto, y los otros dos se van intercambiando para poder ir reparando los demás, o realizan trayectos puntuales. Esta flota está creada y mantenida por el Rey. La Armada Real está compuesta por el Galeón Real, dos galeones de guerra algo más pequeños, tres galeras y quince galeotas. Hay, más o menos una galeota por cada uno de los puertos del país (en total, son trece puertos), salvo en Nescimme y en Nêmehe, que hay dos. Hay una galera en Vussihäfousu y otra en Mesêcove, ambas localidades fronterizas, y una tercera en Nêmehe. Para un país tan pequeño es una flota respetable, pero Nêmehe es un reino poderoso que vive en un ambiente militarizado.

Luego, hay multitud de barcos pequeños pertenecientes a particulares, casi todos pesqueros, ya que la gran mayoría del comercio marítimo corre a cargo de los galeones de la ruta circular.

La ruta circular está pensada de forma que, a diario, un galeón para a ciertas horas en cada puerto. Los navíos atracan, de noche, en uno de los siguientes puertos: Vussihäfousu, Nescimme, Nêmehe, Piske y en el puerto de Nuvsom (Nuvsom es una ciudad grande que está a un par de kilómetros de la costa, pero que tiene un puerto). De esa forma, siempre hay un galeón que pasa por cada puerto a diario. En Gaiphosume, el galeón atraca sobre las once de la mañana y zarpa nuevamente sobre la una.
Obviamente, Pablo se muestra melancólico y se subió a las murallas para ver zarpar el galeón porque Mercedes iba en él. Y, por supuesto, Raquel, tan empática como de costumbre, se ha dado cuenta de que algo pasa.

Bien, aquí hay otra nota importante sobre el vestuario, y, para mí, muy impactante. Y es que, en el Siglo de Oro y, por lo menos, hasta inicios del siglo XX… ¡las mujeres nunca llevaban bragas! Así que si se les levantaba la falda, cómo sólo llevaban una camisa larga hasta las piernas, pues se les veía todo. El motivo era higiénico; dado que lavar la ropa no era tan fácil como ahora, llevar una prenda en esa zona era un foco de infecciones, así que las mujeres preferían no llevar nada en contacto esa zona de su anatomía. Como Raquel es extremadamente pudorosa, y sabe que va a pasarse horas sentada en el suelo de una galera, delante de cualquiera, teme que se le pueda ver algo, de ahí que se haya llevado una buena cantidad de calzones, que son prendas de hombre. Históricamente, el uso de calzones por parte de mujeres, para tareas como montar a caballo, fue algo que quiso imponer –y que probablemente usó- Catalina de Médici, que nació en 1519 y murió en 1589. En este dato me baso para hacer que Raquel, tan modosita, se los ponga. Que le resulten incómodos de llevar es por no estar acostumbrada.

Luisa dijo...

Hola, Juan.
Paso a saludarte y, ya que estaba, he leído este capítulo.

¡Qué curioso lo de los calzones! Si es que donde no había costumbre de bañarse, ya se sabe…

Muy interesante los datos que aportas sobre el siglo de oro. Una documentación excelente.

En cuanto al capítulo, me han gustado todos los preparativos para el viaje. Es verdad que no se da cuenta uno del tiempo que se llevaba el hacerlos y la peligrosidad que implicaban. No es de extrañar que viajaran lo imprescindible. Salía una de un pueblo con un crío en mantillas y cuando llegaba a destino ya había hecho la mili, jajajaja. Más todavía si había que coger un barco.

También me ha gustado la ternura de Juan al pasarle el brazo a Raquel mientras dormía (aunque haya tenido que alentarlo Pablo). Qué pena que ella esté enamorada de otro… En fin, que nos has dejado con la intriga de qué pasará con esos gritos que se han escuchado. Ya veremos...

Un saludo.

Juan dijo...

Hola Luisa

Me alegro de verte de nuevo por aquí :-). Como ya te conté en tu blog, tengo escrito mucho más pero, aparte del problema técnico que tuve, me pasa que los nuevos capítulos son larguísimos, y me parece que voy a tener que ponerlos por partes. Por la base de documentación y de rol que tiene la historia, me costaría trabajo crear capítulos dividiendo éstos, así que iré publicándolos "a cachos".

Nuevamente, me alegro de que te gusten los detalles de ambientación. Me ha servido para aprender mucho de la época, y para llevarme sorpresas como esa de la ropa interior femenina.

Al hablar de los preparativos del viaje, desde el punto de vista de Raquel, pretendo reflejar esa diferencia tan enorme que había entre viajar entonces y hacerlo hoy. Era el mejor punto de vista, porque Juan es un poco más apagado que ella y Pablo ha viajado tanto, como estudiante que es, que para él su visión es, casi, moderna. De todos modos, el punto de vista de Raquel es el más interesante en todo lo que va a venir después, aparte de que tenía muchas ganas de darle algo más de importancia.

La facilidad para viajar de hoy en día es cosa del último siglo. El tren Fuengirola-Málaga, que tarda 40 minutos por viaje, hacia 1920 hacía el trayecto en tanto tiempo, que sólo había un tren de ida y otro de vuelta. Y son 30 kilómetros. A Marbella había que ir en diligencia (aunque las galeras, más primitivas, se seguían usando, como mínimo hasta mitad del siglo XIX). En coche puedes hacer el trayecto en 20-25minutos...

Con respecto a la ternura de Juan... Me llama la atención que te hayas fijado en ese detalle. Juan es muy tímido con las mujeres, como corresponde al concepto de "pagafantas", por eso, aunque de él hubiera salido el sujetarla para que duerma sin sobresaltos, la verdad es que no se atrevía para no ofenderla. De ahí que Pablo le aliente. Yo también estoy empezando a pensar que Juan y Raquel no harían mala pareja, pero, efectivamente, Raquel está loquita por otro...

Espero publicar más partes pronto.

Un saludo y gracias por pasarte.

Juan.

Helen dijo...

Juan mi nombre es Helen y me gustaria tener contacto urgente contigo mi correo es nena_d_arbelaez@hotmail.com la verdad llevo dos dias sin parar leyendo las cosas tan vacanas que escribes aqui y necesito ayuda con suma urgencia te agradeceria una respuesta rapida