#OrigiReto2018 El vástago de Juan Carlos Feira y del alcohol de 96 grados
Relato para el Reto de escritura de #OrigiReto2018 - Ejercicio: 15- Escribe una historia con un incendio como protagonista como si fuera un ser vivo.
Bases en:
http://nosoyadictaaloslibros.blogspot.com.es/2017/12/reto-de-escritura-2018-origireto.html
o en
http://plumakatty.blogspot.com.es/2017/12/origireto-creativo-2018-juguemos.html
Aquí está la pegatina de mayo
Son 1039 palabras y este relato tiene un pelín de humor, como el precedente.
EL VÁSTAGO DE JUAN CARLOS FEIRA Y EL ALCOHOL DE 96 GRADOS
Nací en el suelo de un laboratorio en Alemania. A diferencia
de otros incendios, que nacen de manera fortuita, yo tuve un padre humano que
me creó para cumplir una misión. Mi cometido era destruir el laboratorio y,
sobre todo, aniquilar a centenares de ultrapulpos que estaban a punto de echar
abajo, a ritmo de reguetón, el cristal que los encerraba.
Cuando mi padre estuvo a salvo, utilicé el alcohol del suelo
para expandirme con rapidez y fortalecerme gracias al mobiliario. Me esforcé
mucho y logré que, cuando los primeros ultrapulpos habían conseguido abrir
agujeros y se colaban enloquecidos por ellos, fuese lo bastante poderoso como
para que toda la pared del laboratorio que estaba frente al cristal, a tres
metros de distancia, estuviera en llamas.
Busqué más combustible en los armarios y estanterías del
laboratorio y me preparé para la batalla. Cuando el primer ultrapulpo voló
hacia el techo, con los ojos inyectados en sangre y moviendo los tentáculos con
rabia, lancé una llamarada contra él. El animal cayó girando al suelo, se
impregnó de alcohol en llamas y acabó consumido. Me dio pena ser un incendio.
Hubiera sido mejor meter a todos aquellos ultrapulpos en una olla y cocerlos. A
mi padre le gustaba mucho el pulpo a la gallega, ya que le recordaba a su
tierra natal. Se habría dado un gran festín.
Al principio, pensé que todo sería sencillo. Abrasé a cincuenta
y tres ultrapulpos a medida que iban saliendo y trataban de escapar. Cuando
lograron echar abajo casi todo el cristal que
los separaba del laboratorio, unos pocos me atacaron y acabaron
carbonizados, pero la mayoría se mantuvo fuera de mi alcance.
Entonces, empezaron a luchar. Unos me escupían agua, otros
me la lanzaban con los tentáculos. Abrasé a cerca de treinta, pero consiguieron
hacerme daño. Los seres humanos no pueden imaginar lo que siente un fuego
cuando le echan agua. El agua es un líquido horrible y muy frío, que provoca
una sensación de asfixia difícil de soportar. Cada ultrapulpo me echaba poca
agua, pero eran cientos.
Solo había una solución. Dediqué una fracción de mis fuerzas
a seguir atacando a los ultrapulpos y el resto a alcanzar la puerta de salida
del laboratorio y a buscar combustible en otros puntos. Aquello me salvó.
Avancé por un pasillo donde había poco que quemar y crucé una puerta que había
a la derecha. Daba a una sala llena de productos inflamables, que fui
consumiendo despacio, para dosificar bien mis fuerzas.
Los ultrapulpos habían conseguido apagarme casi por completo
en el laboratorio. Por fortuna, había logrado consumir todo el combustible aprovechable
de allí y abrasar a unos cuantos ultrapulpos más a base de acumular fuerzas y
lanzar llamaradas grandes por sorpresa. Me había hecho fuerte en el pasillo y,
sobre todo, en la sala llena de material inflamable.
Advertí que los ultrapulpos se iban acumulando en el
laboratorio y se organizaban para atravesar el pasillo. Y aquello me dio la
idea. Avancé con rapidez hasta el final del pasillo y me expandí por una sala
pequeña, donde me alimenté de los muebles. Me apagué todo lo posible en esa
salita y en el pasillo y esperé.
Los ultrapulpos cayeron en la trampa y, de manera ordenada a
pesar del grado de excitación crónico que el reguetón les había imprimido en
sus cerebros, recorrieron el pasillo. Esperé con paciencia a que el pasillo
estuviera lleno de ultrapulpos y a que los primeros llegaran a la salita. Solo
cuando algunos estuvieron a punto de salir, lancé mi ataque. Gasté casi todo el
combustible, pero, de improviso, la salita y el pasillo se convirtieron en una
antorcha gigantesca. Cientos de ultrapulpos enloquecidos murieron pasto de mis
llamas.
Por desgracia, aún quedaban vivos unos noventa, los más
rezagados. Y aquel esfuerzo me había agotado. Me dediqué a quemar los restos de
los muebles de la salita y a devorar las últimas botellas de material
inflamable, para recobrar las fuerzas necesarias para el combate final con los
ultrapulpos supervivientes.
Y, entonces, los seres humanos lo estropearon todo. Diez de
ellos, armados con extintores, entraron en la salita y apagaron todas mis
llamas en aquella habitación. Luego, avanzaron por el pasillo, apagando las
pocas llamas que aún me quedaban allí. Me debilitaron mucho. Lo más triste es
que no sabían que estaba de su parte, que mi lucha contra los ultrapulpos era
también la suya. Por desgracia, los incendios no sabemos hablar.
Los ultrapulpos eran tan inteligentes como malvados.
Esperaron a que los humanos estuvieran todos dentro del pasillo. Entonces,
atacaron. Con mis últimas fuerzas, abrasé a diez con una llamarada que lancé a
través de los huecos de la puerta de la sala con el combustible, pero fue
inútil. Los humanos pelearon con fiereza, pero eran demasiado pocos. Los
monstruos se enroscaban en los cuellos de los humanos y les tapaban la nariz y
la boca.
Me había debilitado tanto que solo me quedaban llamas dentro
de la habitación donde quedaban un par de botellas de material inflamable.
Devoré una de ellas y lancé una última llamarada, que solo abrasó a un ultrapulpo.
Agotado, consumí despacio la última botella de material inflamable, con la
esperanza de durar unas horas más.
Sin embargo, mis enemigos no iban a dejarlo así. Abrieron la
puerta despacio y no tuve fuerzas para reaccionar cuando vi que varios de ellos
sujetaban un barreño. Me echaron encima una buena cantidad de agua y quedé
reducido a una llamita diminuta que ardía escondida tras la última botella de
material inflamable. Observé impotente como los últimos setenta ultrapulpos
atravesaban volando el pasillo, rumbo a su libertad.
Lo siento tanto, papá. Hice lo que pude, luché con todas mis
fuerzas, pero los ultrapulpos eran muchos y muy inteligentes. Son animales muy
peligrosos y sufro al pensar en los crímenes que van a cometer por todo el
mundo cuando se multipliquen y colonicen todos los mares. Confío en que los
humanos reaccionen a tiempo y aniquilen a estos monstruos. Espero, papá, que
hayas podido escapar y que puedas volver a tu tierra sano y salvo.
Ya no era más que una llamita agonizante. Una gota de agua
se deslizó por la botella de material inflamable, ya vacía, y me apagó.