26 agosto 2019

#OrigiReto2019 La niña

Este es el relato de agosto de 2019 para el OrigiReto 2019. Las normas de este reto se pueden consultar en las bitácoras de las organizadoras:

http://plumakatty.blogspot.com/2018/12/origireto-creativo-edicion-2019.html

o en

http://nosoyadictaaloslibros.blogspot.com/2018/12/reto-de-escritura-2019-origireto.html

Este relato tiene 1991 palabras según https://www.contarpalabrass.com/ (la web da el resultado de 1996, pero cinco son asteriscos para separar escenas). El objetivo es:

7. Escribe un relato que no suceda en la Tierra. Debe especificarse, no es válido si no se concreta dónde está sucediendo.

Los objetos que contiene son:

16. Una persona asexual.
25. Una explosión nuclear.


Espero que os guste.


LA NIÑA

Llevábamos armadura pesada, granadas, rifles de alta potencia y Pablo, un lanzallamas. Éramos los diez mejores combatientes del puesto avanzado Corelius IX. Y atravesábamos aquel bosque muertos de miedo. El único consuelo era que comandaba la expedición Marta, a la que habría confiado mi vida sin dudarlo. Aun así, en pocas ocasiones me había sentido tan nerviosa.

Pytecti era el planeta más peligroso de todos los colonizados por la humanidad. No siempre fue así. Hace siglos era un planeta populoso, rico y avanzado. Como tantos otros a lo largo de la historia, había quedado arrasado tras una guerra. El problema de Pytecti era que lo infestaban miles de razas de monstruos que se habían usado como armas biotecnológicas y estaba siendo muy difícil recuperarlo, ya que había que exterminarlos antes de reconstruir el mundo.

Marta nos ordenó detenernos y ocultarnos por la zona. Los mandos habían descubierto a un grupo de xephures avanzando por un valle en el sector 193 donde sabíamos que había una colonia de malgaracas. Ambas especies eran enemigas mortales y nuestra misión era ocultarnos cerca de la colonia, esperar a que se iniciara el combate y, aprovechando la confusión, infiltrarnos en el núcleo de la colonia para destruir los huevos y las crías. Con suerte, quedarían tan diezmados que los malgaracas abandonarían el sector y podríamos construir, al menos, un puesto avanzado robótico.

Vimos avanzar despacio a la manada de xephures, de unos veinte individuos. Es difícil describirlos; a mí me recuerdan a tigres de color verde, pero con seis patas y más largas. Los malgaracas eran muy diferentes: seres bípedos con piernas parecidas a las de los avestruces, un pelaje rojizo, unos hocicos alargados donde crecían colmillos de quince centímetros y unos brazos acabados en garras.

El combate empezó tan de improviso que me sobresalté. Los malgaracas salieron en tromba de la cueva donde moraban y cargaron contra sus enemigos. Los xephures retrocedieron gracias al impulso de sus enemigos y a las órdenes de Marta de disparar a un par de xephures especialmente vigorosos.

Con el corazón latiendo con furia, seguí a mis compañeros al interior de la cueva. Un malgaraca saltó sobre Eva y aunque nuestros nueve rifles de repetición despedazaron al monstruo en un instante, mi compañera agonizaba con la garganta destrozada. Solo perdimos a Julián y a Débora cuando asaltamos el salón de la cueva donde los malgaracas acumulaban los huevos y las crías, a pesar de que dos de aquellos monstruos vigilaban la zona.

El susto me lo dio Margarita, mi mejor amiga. El nido de malgaracas estaba ardiendo y habíamos acribillado a todas las crías que intentaron huir, pero Margarita no atendía a ninguna de las llamadas de Marta. No la dejamos abandonada porque me empeñé en hacer una batida, aunque fuera breve. Comprendía que si los malgaracas derrotaban a los xephures y regresaban a la caverna, estábamos perdidos, pero si mi amiga seguía con vida, me resistía a dejarla.

Nos sorprendió al salir de una galería llevando un bulto en brazos. Ese bulto era una niña.

—Margarita, suelta eso —dijo Marta.

—Es una niña. Está sola y asustada. Hay que llevarla al campamento —respondió Margarita.

Tres de nosotros nos acercamos apuntando a la niña con los rifles. Cuando la chiquilla nos miró, nos invadió la piedad, por sus mejillas llenas de lágrimas y la tristeza de sus ojos.

—Podría ser de una especie de alto grado de humanidad —le comuniqué a Marta—. Opino que deberíamos llevárnosla y estudiarla mejor.

Así lo hicimos y no me despegué de Margarita. La niña me miró con una sonrisa preciosa y, entonces, advertí que mi amiga sangraba por el hombro.

—Estás herida.

—No es nada.

Por la forma en que se movía mientras salimos de la cueva y regresábamos lo más rápido posible a la nave, comprobé que su herida era superficial. Le tenía mucho afecto a Margarita: disfrutaba hablando con ella y me había explicado muchas cosas acerca de la asexualidad, que conocía muy bien porque pertenecía a ese colectivo. Me habría partido el corazón que hubiera muerto en aquella caverna.

*


Encerramos a la niña en una celda y, durante tres días, le estuvieron haciendo pruebas para averiguar a qué especie pertenecía. Descartamos bastantes de las razas de grado de humanidad A y, al final, se enviaron varias muestras al laboratorio internacional en órbita, para discernir si era una ambalusa, una reclasta o una xantafarausa. Quedó descartado que fuera peligrosa.

Una tarde fui a buscar a Margarita, que como en bastantes ocasiones estaba sentada ante el cristal blindado de la celda de media seguridad donde estaba la niña. La prisionera, de pie delante de mi amiga, ponía una mano en el cristal, justo donde lo tenía Margarita. Me sonrió con ternura cuando me detuve junto a mi compañera.

—Es adorable —me dijo—. Me gustaría sacarla de ahí y cuidar de ella hasta que se hiciera adulta. ¿Me ayudarías?

—Estás de broma, ¿no? —respondí y me horroricé cuando advertí que su semblante indicó que no bromeaba.

—Claro, no digo sacarla ilegalmente. Hablo de que la adoptemos las dos. Eres mi mejor amiga.

—Cuando terminen las pruebas, hablaremos.

Me marché muy preocupada, incluso puse en conocimiento de los mandos que Margarita podría necesitar ayuda psicológica, pero no me hicieron caso.

*


Cinco días después, me fui a la cama un tanto inquieta. Muchos de mis compañeros llevaban un par de días actuando de manera extraña. Margarita se pasaba cada vez más tiempo con la niña. Los mandos no parecían estar preocupados, excepto Natalia. Sin embargo, un accidente en el hangar 2 obligó a internarla en el hospital y provocarle un coma hasta que llegara un transporte médico para llevársela al puesto Regulus IV. La habían trasladado aquella mañana.

Alguien llamó desesperado a mi puerta mientras daba vueltas en la cama. Era Margarita, quien sollozaba.

—¿Qué ha pasado? —pregunté.

—Estoy desesperada. Tenemos que sacarla de la celda y hacernos cargo de ella. Está sufriendo.

Se me aceleró el pulso. Era obvio que Margarita estaba en pleno brote psicótico. Intenté llevármela al hospital y respondió con un guantazo, que me dejó paralizada y con la mano en la mejilla golpeada.

—Perdóname —dijo Margarita—, es que está sufriendo mucho. Te quiero, Laura. Adoptémosla y la criaremos juntas. Formaremos una familia preciosa.

Lo entendí demasiado tarde. Sonaron disparos lejanos mientras Margarita me agarraba la cabeza y me besaba en los labios. La niña tenía poderes mentales y estaba tomando el control del puesto. Aparté a mi amiga de un empujón.

—¿Me rechazas, zorra? —gritó. Desenvainó un cuchillo y me atacó.

Fue un combate amargo. Me hirió en el antebrazo antes de que lograra desarmarla y me atacó a base de patadas. Caí al suelo y logré evitar que me destrozara a taconazos, enloquecida, a duras penas. Logré darle una patada en el estómago que la hizo caer en el pasillo. Esquivé un par de puñetazos, le agarré la cabeza y le di un rodillazo brutal en el rostro. Lloré al ver a mi amiga encogida en el suelo, sangrando por la boca y con un par de dientes menos.

Lo siguiente fue culpa mía: me empeñé en buscar mi pistola y el cargador, creyendo que mi amiga no se levantaría en un rato. Advertí a tiempo que Margarita volvió a atacarme con el cuchillo. Tan fuera de sí estaba, tan fuerte era el control que el monstruo ejercía sobre ella, que entendí que solo sobreviviría una de las dos. Forcejeamos largo rato hasta que pude clavarle el puñal en el estómago y agrandé la herida hasta el esternón. Me tuve que secar las lágrimas cuando el cadáver de Margarita se desplomó.

Salí al pasillo y solo pude llegar a la siguiente esquina. Un ser de pesadilla, que solo tenía de humano la cara de la niña, me cerró el paso. El rostro infantil estaba empotrado en un cuerpo de serpiente muy fino de unos dos metros, con varios tentáculos y diez patas de insecto.

—La has matado —dijo con una voz ronca acorde a su aspecto monstruoso—. Ibais a ser mis lugartenientes. Ahora, todo el trabajo te tocará a ti.

Alcé la pistola, pero me la arrebató con un tentáculo. Me clavó otro en el cuello y mi voluntad se fue difuminando.

—Lo que no entiendo —me dijo—, fue por qué rechazaste a Margarita. Os queríais mucho, no tenías por qué sospechar. Habríais hecho el amor y ella habría aprovechado para drogarte. Habríais sido muy felices bajo mi mando.

—No entiendes el corazón ni la sexualidad de los seres humanos —dije con mis últimos restos de voluntad—. Quería a Margarita, pero no de esa manera. Además, mi amiga era asexual. Por eso comprendí que la estabas controlando.

Un momento después, caí de rodillas y le juré obedecerla hasta la muerte.

*


El transporte humano voló por los aires. Ordené a mis soldados replegarse: el trabajo estaba hecho. El batallón humano que transportaba no podría replegarse y moriría intentando regresar a Regulus II sin el armamento ni los pertrechos adecuados.

—La operación ha sido un éxito, mi señora —transmití a la niña.

Mi señora me felicitó y me dijo que la visitara al volver al puesto. Estuvo hablándome un buen rato de lo debilitados que estaban los puestos avanzados vecinos y de que pronto iniciaríamos su conquista.

—Voy a destruir a todos los humanos de Pytecti —dijo—. Tomaremos el ascensor espacial y volaremos la estación orbital. Pytecti será mío.

Tras una reverencia, me marché a descansar. Intenté no dormirme, pero tuve la mala suerte de hacerlo. Desde hacía dos semanas, un hombre de aspecto siniestro, vestido de negro y con una careta del mismo color, me visitaba en sueños. Se acercó a mi cama. Intenté debatirme, pero estaba paralizada de cuello para abajo, como siempre.

—¿Obedecerás mis órdenes?

—¡Jamás!

—Estás dominada por un monstruo. Has hecho cosas terribles por su culpa.

Había resistido aquellos asaltos, pero aquel día cometí un error. A causa de la frase de mi torturador, pensé en Margarita, y el monstruo vestido de negro, que intentaba atacar mi mente, lo captó. De pronto, Margarita, con el rostro destrozado y una herida en el estómago, entró por la puerta y se arrodilló a mi lado. Me tocó con dulzura la frente.

—Véngame, te lo suplico —dijo y algo se rompió dentro de mí.

*

El plan fue muy sencillo: tenía plena confianza y permiso para todo. Bajé al sótano, trasteé varios controles y el microrreactor nuclear que alimentaba el puesto quedó desestabilizado. Solo tenía que pulsar un botón para destruirlo completamente, pero aún quedaba algo por hacer.

—Mi señora, venga al reactor lo antes posible, hay un problema.

La niña tardó un par de minutos en bajar. Era tan inteligente que se dio cuenta de inmediato.

—Me hiciste matar a Margarita, que era como mi hermana. Esta es mi venganza.

Pulsé el botón y todo estalló.

*


Carlos se unió a los vítores que inundaron el búnker del Estado Mayor del ejército de Pytecti. La imagen de los drones que vigilaban el sector fue clara: el puesto avanzado Corelius IX ya no existía. En su lugar se alzaba el hongo de una explosión nuclear. La niña había sido la mayor amenaza a la recuperación del planeta de los últimos veinte años. La amenaza de ruptura de la primera línea de defensa y de perder el territorio conquistado tras diez años de lucha había sido muy real.

Carlos tenía buena parte del mérito. Gracias a su dominio del casco mental, había logrado contactar con la mente de Laura, la lugarteniente de la niña y, tras mucho esfuerzo para superar la férrea resistencia de su objetivo, había hallado su punto débil: la culpabilidad que sentía por haber matado a su mejor amiga. Fue fácil convertir la culpa en rabia hacia la niña e implantarle el plan de destruir el reactor nuclear del puesto avanzado, el único que podía funcionar en aquellas circunstancias.

Miró embelesado el hongo. Pytecti estaba a salvo por el momento.

5 comentarios:

Vicente #LVM dijo...

Buena reflexión sobre los sentimientos y cómo tienen poder sobre la razón, o la falta de la misma.

En el relato se muestran en dos ocasiones muy marcadas. Margarita comete el error de dejarse llevar por los sentimientos a la hora de realizar una misión de batalla desencarnada. No tenía sentido que esa niña estuviera allí, y sin embargo, finalmente convence al resto de llevársela para estudio. Por otro lado, Laura se redime gracias a la actuación de Carlos y el manejo de sus sentimientos hacia Margarita.

Un doble juego que permite salir bien parados a todos, excepto a las que tienen más corazón en tiempos difíciles.

Buen relato, Juan.
Un saludo.

Kalen dijo...

Creo que es el microrrelato más largo que he leído en mi vida 😜. Aparte de esa micro erratilla sin importancia fruto del copy paste, me ha parecido un relato muy interesante, trepidante y con varias
sorpresas. En el estilo me parece apreciar ligeras diferencias con relatos previos tuyos, no sé si será cosa mía o porque es un relato que empezaste hace tiempo. En cualquier caso, felicidades, buen relato.

Juan dijo...

Buenas noches

Vicente, gracias por leer y comentar. Es cierto que este relato juega mucho con los sentimientos. La niña era un monstruo cuyo poder mental era manipularlos. Se aprovecha de la bondad de Margarita para lograr que se la lleven al puesto avanzado, a pesar de que están en un mundo lleno de monstruos. Luego, la niña intenta crear una pareja de lugartenientes intentando que se enamoren, pero ahí comete el primer fallo, ya que puede manipular los sentimientos, pero no entiende la complejidad de los sentimientos humanos.

Carlos representa la idea de que para combatir a un monstruo que manipula los sentimientos, hay que atacarlo en su propio terreno. Al final, lo logra.

Kalen, gracias a ti también. Ya he corregido la errata, aunque lo que pasa es que cuando yo hago una cosa, la hago bien: relatos de 100.000 palabras, microrrelatos de 2000 palabras... :D. Sobre las diferencias de estilo, pienso que se debe a la temática. Mis otros relatos de este año han sido bastante más dulces, como dice Katty, con menos acción. Este es ciencia-ficción bélica, con su ración de artes marciales usadas en un entorno no deportivo. Quería un ritmo más rápido y un ambiente más oscuro, con pinceladas de terror. Tenía que meter a un buen villano, y la niña es una villana de las malas.

Gracias y saludos.

Juan.

Perlas Narrativas dijo...

Quien iba a pensar que una dulce niña iba a ser un monstruo,(un factor sorpresa) muy interesante el relato, en especial el manejo de vocabulario de guerra e invasiones extraterrestres un relato tipo ciencia ficción. Muy bueno, me gustó mucho. El manejo de las emociones es una guerra constante.

Juan dijo...

Hola, Perlas Narrativas

Muchas gracias por haber leído y comentado este relato. En el mundo del relato, Pytecti, no te puedes fiar de nada. Está lleno de monstruos y de humanos modificados genéticamente. Los monstruos son todos hostiles, los humanos modificados genéticamente van desde algunos tan humanos que lucharían por la humanidad si les dejaran hasta otros que son enemigos mortales de la raza humana. La niña era de estos últimos y sabía como jugar con los sentimientos de las personas porque sus antepasados fueron humanos.

Gracias de nuevo y un saludo.

Juan.