Este es mi relato de marzo de 2020 para el OrigiReto 2020. Las normas de este reto se pueden consultar en las bitácoras de las organizadoras:
http://plumakatty.blogspot.com/2019/12/origireto-creativo-2020-reto-juego-de.html
o en
https://nosoyadictaaloslibros.blogspot.com/2019/12/reto-de-escritura-2020-origireto.html
Este relato tiene 1942 palabras según https://www.contarcaracteres.com/palabras.html (he quitado cuatro astericos para separar escenas).
Diré al final qué objetivos cumple. Espero que os guste.
EL BAILE DEL EMPERADOR
Aún faltaban dos meses para la celebración del Baile del
Emperador y Eloísa ya estaba nerviosa a todas horas. Comenzó a aprender vals a
los doce años, pero daba igual: practicaba casi a diario para que todo saliera
perfecto el día del evento. Y no era la única. Eran veinte las parejas que perfeccionaban
su técnica en la sala de fiestas del casino, gracias a las canciones que el
profesor ponía en el gramófono. Para una ciudad como Avilés, de casi quince mil
habitantes y a cierta distancia de Santander, donde iba a celebrarse la gala,
era un buen número.
Eloísa disfrutó cuando sonó “el vals de las flores”. Además,
tuvo la suerte de que su pareja de baile llevaba muy bien el ritmo. Se dejó
llevar, bien sujeta por su compañero, y sintió la felicidad de girar y girar
como si volase. Recordaba cuánto la asustaban las vueltas del vals vienés al
empezar a practicarlas. Le costó dos años entender que su problema era el
miedo. Su profesor le dijo que tenía que estirar el brazo, echarse un poco
hacia atrás y dejarse llevar. Mientras más largo el brazo y más relajados los
hombros, más fácil era girar: mientras menos miedo se sentía, más fáciles eran
las vueltas.
Mientras volvía a casa, Eloísa se planteó que esa lección era
válida para otros muchos aspectos de la vida, aunque no se veía capaz de
aplicarla. El miedo le impedía perseguir sus sueños. Había comprado decenas de libros, había
intentado ponerse a estudiar, pero siempre lo dejaba porque las pruebas de
acceso a la universidad la obligarían a pasar una semana sola en una pensión de
un barrio desconocido de Salamanca. Era absurdo, porque si la admitían tendría
que irse a vivir allí, si bien lo haría a una residencia de estudiantes donde
viviría rodeada de amigas. También a causa del miedo, había dejado ir al amor
de su vida, por temer coquetear con él. Su madre le había dicho que era muy
joven, que ya encontraría a alguien, pero ella no estaba de acuerdo.
Resopló al encontrarse en el buzón una rosa, que vendría
acompañada de un sobre con algún halago cursi dentro. Era muy triste que
Alfredo no quisiera darse cuenta. A Eloísa le molestaba un poco recibir una
rosa roja acompañada de un sobre todos los días, pero como se la enviaba por
correo y jamás se acercaba a su casa, no podía acudir a la policía. Solo se
veían por casualidad, y Alfredo siempre se mostraba tímido. Una vez, estuvo a
punto de pedirle que dejara de enviarle rosas y no se sintió con fuerzas para
partirle el corazón. Si se le declaraba, tendría que hacerlo, pero rechazarlo
de antemano se le hacía difícil, aparte de que era muy probable que él se
defendiera diciendo que había malinterpretado sus intenciones. Sería un
ridículo espantoso.
Como siempre, se resignó a coger la rosa y el sobre. El
sobre lo tiró a la papelera sin abrirlo. La rosa la puso en un jarrón de su
escritorio, junto a las diez de días anteriores que aún no se habían
marchitado. Tuvo que retirar la rosa más antigua, que ya estaba seca. Antes de
sentarse a seguir leyendo una novela, recordó cambiarle el agua al jarrón.
*
A pesar de la lluvia que entristeció Avilés durante una
semana, el cartero siguió trayéndole una rosa cada día y, en esas tardes
oscuras, las rosas de Alfredo eran un consuelo. A veces, deseaba que el pobre
muchacho encontrara a otra mujer que sí adorase aquellos regalos, pero luego
pensaba que, acostumbrada a las flores, un jarrón vacío inspiraría tristeza.
Aquella tarde, un rayo de luz la hizo levantar la vista de
sus libros. Salió a la terraza y se encontró un espectáculo maravilloso. Apenas
llovía y, entre unas nubes blancas preciosas, se vislumbraban trozos de cielo
azul. Embellecía la escena un arcoíris que Eloísa contempló embelesada todo el
tiempo, hasta que perdió casi todo su brillo.
Lo bueno de aquello fue que dejó de llover y que Eloísa pudo
citarse con sus amigas en una cafetería de la ciudad que había abierto el mes
pasado. Charlaron de muchas cosas: de sus familias, de sus sueños y, como
sucedía siempre, de sus amores. Eloísa calló cuando tocaron aquel tema, hasta
que Paula se rio.
—¿Y cómo llevas lo de Alfredo? —le preguntó Paula—. ¿Tienes
sitio en casa para tanta rosa?
—Las rosas las voy tirando cuando se marchitan —respondió—,
pero los sobres, esos los tiro sin abrir. Si las guardara, ya no me cabrían. —Y
se rio.
—¡Pobrecito! —dijo Paula mientras todas se reían—. Me lo
imagino todas las noches perdiendo horas de sueño para escribirte poemas
cursis. ¿Tú le has dado ilusiones, Eloísa?
—Ninguna.
—¡Es que los hombres no se enteran! —concluyó Paula y se
rieron todas.
Sin embargo, a pesar de que se reía, Eloísa sintió lástima
por Alfredo. Era un buen chico y no se merecía tanto desprecio, aunque se lo
hubiera ganado por su actitud tan poco despierta.
*
Cuatro días después, una tarde, Eloísa volvió de sus clases
de baile y se llevó la sorpresa de que no había ninguna rosa en su buzón. Pensó
que se la habrían quitado, pero tampoco estaba el sobre, que siempre le dejaban
dentro. Le dio igual, de todos modos.
Sin embargo, fueron pasando los días y no llegó ninguna otra
flor. Por curiosidad, le preguntó al cartero y este le dijo que no habían
vuelto a llegar rosas ni sobres a su nombre a la oficina. Habló con sus amigas
y conocidas, pero todas le aseguraron que Alfredo estaba bien y que no lo habían
visto con ninguna chica.
Cuando Eloísa vio el jarrón vacío después de haber retirado
la última rosa, sintió una extraña tristeza. Estaba tan acostumbrada a recibir
una flor a diario que no había advertido cuanto le gustaba recibirlas hasta que
Alfredo dejó de mandárselas. Lo que más le intrigaba era por qué se había
cansado de hacerlo. Tantas vueltas le dio que, aquella noche, tuvo un sueño. Leía
un libro de historia en su escritorio cuando oyó algo golpear dulcemente el
cristal. Comprobó atónita que era un hada con unas alas negras y amarillas
preciosas, que llevaba en las manos una rosa el doble de grande que ella.
Eloísa abrió la ventana y el hada voló hasta el jarrón y dejó caer la rosa
dentro. Luego la miró mientras se mantenía suspendida batiendo las alas.
—¿Te la ha dado Alfredo para mí? —le preguntó Eloísa. El
hada negó en silencio—. Entonces, ¿quién me la ha regalado?
—Te la regalo yo —respondió el hada con una voz cantarina—.
¿Creías que fue Alfredo?
—Sí. Todos los días me enviaba una, pero, de repente, dejó
de hacerlo. Y no sé por qué.
—Pregúntaselo —propuso el hada.
Eloísa se despertó en aquel instante y decidió seguir el
consejo del hada de sus sueños. Se fue a la cafetería donde solían desayunar
los empleados de la oficina de don Vicente, el notario. Tuvo suerte: Alfredo
entró y se sentó en una mesa al otro lado del local. Pagó el café y se le
acercó. La miró sorprendido.
—Hola —dijo Eloísa.
—Hola, ¿cómo estás?
—Bien.
Se lo quedó mirando un rato, esperando algún reproche,
alguna explicación acerca del motivo de haberle dejado de enviar rosas, pero
Alfredo, que se mostraba algo incómodo, se limitó a intentar mantener una
conversación banal. Al final, Eloísa se despidió y se resignó a no saber qué
había sucedido.
*
Llegó la víspera del Baile del Emperador. No volvió a
recibir rosa alguna, pero la emoción del viaje le evitó entristecerse. Eloísa
viajaría a Santander junto con Paula y María José, así que esperaba un viaje
muy divertido. Y lo fue. Viajaron en diligencia hasta Oviedo, donde tomaron el
tren que, pasando por Noreña y Llanes, les llevaría hasta Santander. A partir
de Llanes, el tren circulaba muy cerca de la costa. El paisaje era precioso,
aunque las risas y las bromas de sus amigas no le dejaron apreciarlo lo
suficiente.
Le habían dicho que, para quien amase el vals, el Baile del
Emperador era una experiencia única. Para Eloísa fue algo inolvidable. Las
mujeres entraron por la parte derecha del salón, formando una fila perfecta.
Iban todas vestidas de blanco. Los hombres, luciendo trajes negros, las
esperaban formando en varias filas, como también se dispusieron las mujeres, en
frente de ellos.
Entre el hueco que dejaron ambas formaciones, entraron los
emperadores rodeados por la guardia imperial. La orquesta tocó el primer vals y
sus majestades bailaron. Y, al fin, declararon abierta la velada. Eloísa se
mezcló rápido con la gente y bailó cuatro canciones seguidas, con un hombre
diferente cada vez. Y habría bailado más, pero se sentía agotada, así que se
encaminó hacia donde estaban sus amigas. En aquella parte del salón, se habían
reunido muchos asistentes de Avilés. Se quedó estupefacta al ver a Alfredo.
—¿Sabes bailar vals? —le preguntó, atónita.
Como respuesta, Alfredo la invitó a bailar y así lo hicieron.
Bailaba muy bien, sin perder el ritmo ni un segundo. Nunca se había imaginado
que pudiera compartir algo así con él, pero reconoció que jamás se interesó en
conocerlo mejor. Tras el baile se sentaron juntos y hablaron un buen rato. Para
sorpresa de Eloísa, era encantador. Cuando tuvo una oportunidad, siguió el
consejo del hada de sus sueños.
—¿Por qué dejaste de enviarme rosas? Me gustaban mucho.
—No me hacía bien —respondió, apenado de pronto.
—No te entiendo.
—Te lo expliqué en una de las notas. Las tiraste todas,
¿verdad?
Eloísa enrojeció, pero Alfredo le quitó importancia.
Siguieron hablando y le partió el corazón. Al día siguiente, embarcaba en un
navío que lo llevaría a Puerto Rico. Iba a pasarse dos años ayudando a los más
pobres, en una misión, y aquella generosidad y aquel valor la hicieron
apreciarlo bastante. Eloísa descubrió que iba a echarlo mucho de menos y estuvo
a punto de pedirle que se quedara en Avilés, que podrían empezar a salir
juntos, pero no se atrevió.
*
El primer mes sin Alfredo fue terrible. Lo echaba de menos
todos los días y tuvo que esconder el jarrón vacío. Un día, su madre le preparó
un té y unas pastas y le preguntó a qué se debía su tristeza.
—Echo de menos a Alfredo. No sé cómo ha pasado, pero creo
que me he enamorado de él.
—Él siempre te quiso y jamás le hiciste caso —respondió su
madre con una sonrisa.
—Porque fui muy tonta. Ha sido como en el cuento de la
cigarra y la hormiga. Él me quería, y trabajó durante meses para llamar mi
atención, al igual que la hormiga durante el verano. Como no me faltaban las flores,
desprecié su esfuerzo, me reí de él. Solo cuando llegó el invierno y dejó de
haber rosas, intenté llamarle la atención, pero Alfredo ya estaba cansado de
insistir y no quiso darme más afecto. Y es ahora cuando más lo necesito.
Su madre se levantó y le pidió ir a su habitación. Abrió el
armario donde Eloísa guardaba sus vestidos y apartó los dos más viejos.
—¿Te parece si llevamos estos dos vestidos a las monjas?
Nunca te los pones.
—Bueno… la verdad es que el azul, como está viejo, lo podría
usar para…
—Eso es lo que te pasa con Alfredo. Mientras te quiso, no le
prestaste atención, pero era “tu Alfredo”. Cuando te has visto sin él, has
reaccionado como con el vestido. No te preocupes: no amas a ese hombre y no
tienes motivos para estar triste. —Su madre cerró el armario—. Volvamos abajo,
que se enfría el té.
* * * * *
Cumple con:
Objetivo principal: 8.
Escribe un relato sobre un baile.
Cuentos y leyendas. Objetivo secundario 1: K La cigarra y la hormiga.
Criaturas del camino. Objetivo secundario 2: V Hadas
Objeto oculto 1: 19. Una canción
Objeto oculto 2: 3. Un arcoiris
Cumple con mi objetivo personal: Sí. Alfredo deja un trabajo
en una notaría para irse dos años a cuidar de gente pobre en una misión.
Además, cumple con: Rosa Insolente (Eloísa es la única protagonista).
Haré una confesión: el ejemplo que le pone la madre de Eloísa con el vestido para decirle lo que realmente le sucedía con Alfredo no me lo inventé yo. Lo leí por ahí, hace mucho tiempo.