#EstrellasDeTinta Amistad difícil
Este es mi relato de febrero para el reto de escritura Estrellas de tinta, organizado por Katty Cool. Puedes leer las instrucciones del reto (y solictar apuntarte) en la bitácora de la organizadora:
https://plumakatty.blogspot.com/2020/12/estrellas-de-tinta-reto-de-escritura.html
Voy a poner objetivos y objetos delante, asi como número de palabras.
Objetivo que cumple: 4—Escribe sobre el amor de la amistad (amor no romántico sin lazos familiares).
29- Un molino
30- Un punto cardinal (N, S, NE, SO...)
Son 1389 palabras según www.contarpalabras.com (he quitado dos asteriscos de separación de escenas), así que cumplo los objetivos de extensión.
Mi relato recomendado de este mes es el de Isefran: Relato de Isefran. Me gusta en particular de este relato la manera en que se cuenta una tradición para librarse de "seres molestos" al revés y por el esfuerzo de ir enlazando relatos y microrrelatos en una historia mayor.
La pegatina de febrero está aquí:
Únicamente para Estrellas de Tinta, incluiré TW en los relatos. La lista la pongo al final porque destripan bastante la historia.
AMISTAD DIFÍCIL
Ser el único amigo de Ayo era duro. No tenía un carácter difícil, ni manías insoportables de anciano: Ayo era muy cortés, sonreía a menudo y resultaba sencillo provocarle carcajadas. El problema era aguantar el desprecio de mis vecinos por juntarme con “un negro”.
Los regidores de Ullebat habían tenido piedad y hacía diez años que habían acogido a un refugiado del sur, de sesenta y pocos años. Se le dio cobijo y alimento y se le permitió ganarse la vida como jardinero. Se le perdonaban excentricidades como haber rodeado la Piedra del Invierno de unos arbustos que ni daban flor, ni fruto, ni eran agradables a la vista y que alcanzaban el metro y medio. Pero tener piedad era una cosa, y hacerse amigo de un negro algo muy diferente.
Saludé a Ayo, que regaba con parsimonia aquellos arbustos. Los cuidaba con esmero porque eran los únicos de su lejana tierra capaces de medrar tan al norte. Lo acompañé mientras remojaba la tierra y retiraba con cariño las escasas hojas muertas que se encontraba. Me había explicado hacía varios años que esas plantas se llamaban qashetti y que solo los jardineros más expertos de su país podían cultivarlas.
—Entonces, eres un jardinero de los buenos —le dije, lo que le causó un ataque de risa que dio inicio a nuestra amistad.
Cuando terminó con su tarea, me llevó al pequeño terreno, protegido por una valla, donde crecían cuatro ejemplares de qashetti. Ayo me repetía que no le quedaban muchos años y deseaba que aprendiera a cultivar aquellas plantas, para que quedara un recuerdo cuando él ya no estuviera. Además, decía, aquellas plantas eran mágicas y traían la felicidad, lo que era divertido: Ayo significaba felicidad en su idioma.
Regresamos a la puerta de las murallas de Ullebat. Decían que antes de las guerras contra los siervos del infierno, solo las grandes ciudades necesitaban murallas. Me apenaban aquellas moles de piedra tan feas que oscurecían las calles.
El guardia aprovechó un instante de descuido por mi parte. Ayo tropezó y acabó tirado en el suelo. No podía levantarse por los aperos de labranza que llevaba a la espalda y por lo anciano que era. Miré al guardia como si quisiera matarlo, pero era consciente de que no podía hacer nada.
—Los negros son muy torpes —afirmó el guardia—. ¿Por qué me miras así?
—No pasa nada, Jaume —me dijo Ayo—. He tropezado solo. Ayúdame, por favor.
Me irritaba la resignación con que Ayo soportaba el maltrato. Más de uno de los soldados aprovechaba para poner por descuido la lanza delante de los pies de mi amigo y hacerlo caer. Hubiera sido un suicidio atacar a un guardia con casco y coraza de metal, y Ayo lo sabía.
Lo levanté y lo acompañé a su casa. Por suerte, tan solo cojeaba un poco. Los soldados eran quienes mostraban mayor desprecio hacia los pueblos originarios de la parte de África que estaba al otro lado del Sáhara. Se reían de su derrota ante los demonios, de haberse enfrentado a ellos con armas de madera. Una vez, mientras esperaba con él cerca del molino mi turno para comprar algo de harina, un grupo de muchachos empezó a reírse de él, de lo inútiles que eran las lanzas de madera en comparación con las espadas de acero cristiano. Ayo rompió su costumbre de aguantar las burlas en silencio.
—A veces, hay buenas razones para hacer las cosas —dijo mi amigo.
Por lo que yo sabía, los pueblos de aquella parte del mundo tenían muchos problemas para extraer metales y lucharon con lo que tenían. Combatieron hasta el exterminio en vez de someterse, algo que los europeos no queríamos recordar.
*
Un mes después, cuando acudí a la Piedra del Invierno, me encontré a Ayo en el suelo, con la regadera tirada a su derecha, cerca de las frondosas matas de qashetti. Corrí hacia él y me arrodillé a su lado. Tenía la vista perdida y se le había torcido la mitad de la boca. No podía hablar, ni apenas se movía. Tampoco reaccionaba. Era muy pesado para mí, así que corrí de vuelta al pueblo. Le pedí auxilio a Miquel, el único médico de Ullebat que no despreciaba a Ayo. El médico solo necesitó verlo un instante.
—A muchos ancianos les pasa —afirmó Miquel—. Le ha fallado algo en la cabeza y ya no puede reaccionar. Lo siento mucho, no hay nada que hacer.
*
Ayo solo aguantó dos días. El único que asistió a su entierro por amistad y cariño fui yo. Los regidores se personaron por política y los cincuenta ciudadanos restantes por hipocresía.
Lamenté que su sabiduría se hubiera perdido para siempre antes de que pudiera enseñarme sus conocimientos. Me empeñé en cuidar de las matas de qashetti, por mantener viva su memoria, y por otro motivo. Varias veces, le había preguntado a Ayo por qué se esforzaba tanto en enseñarme. Un día, después de repetirme que adoraba esas plantas, se me acercó, serio.
—Hay otro motivo, pero no puedo contártelo aún.
Regué a diario las matas de qashetti. Eran plantas muy difíciles de cultivar: un retraso de horas en el riego, o regarlas de más un par de días, y se ponían mustias. Las que Ayo me había plantado para que aprendieran solo duraron tres semanas. La última de las que habían rodeado la Piedra del Invierno, se marchitó tras dos meses de esfuerzos inútiles por mi parte.
Durante unos días, visité la Piedra con la esperanza de alguna mata de qashetti retoñara. Aquella mañana me encontré a un diablillo tirando de uno de los tallos. Los demonios estaban detrás de todos los males del mundo. Habían seducido a reinos enteros y habían devastado países como el de Ayo.
Era la primera vez que veía uno. Sería tan alto como uno de mis pies, tenía alas negras, cuernos y la piel roja. Los musulmanes del sur de la península los contenían a duras penas y se suponía que los condados catalanes estaban libres de ellos. No entendía que hacía uno allí.
Intenté atraparlo, pero el monstruo arrancó una rama seca y desapareció por un hueco que el terreno dejaba bajo la Piedra del Invierno. Supe, en aquel momento, que la piedra tenía que cubrir una especie de túnel y me temí lo peor. Corrí de vuelta a Ullebat, alerté a los guardias y tras hacerme con una azada, los llevé al punto donde había visto al diablillo.
El espectáculo que vimos al llegar a la Piedra del Invierno fue aterrador. La inmensa roca estaba rota en tres pedazos y un demonio enorme había sacado el brazo y la cabeza. Mientras los soldados formaban una línea y los tres ballesteros tensaban las armas, el monstruo terminó de salir. Se parecía al diablillo que había visto, solo que carecía de alas y nos doblaba en tamaño.
Los ballesteros dispararon y todos hicieron blanco, pero en el antebrazo conque el enemigo se había cubierto el rostro. Los soldados, todos con armadura de metal completa y espadones, anunciaron su carga con gritos marciales.
No pudieron moverse del sitio. El demonio estiró un brazo y le brotaron rayos de una magia aterradora que hizo gritar y temblar a todos los soldados unos instantes espantosos. Cuando los rayos cesaron, ningún guerrero seguía en pie. Olía a carne quemada y ascendía un humo negro de las junturas de las corazas de acero.
Los ballesteros salieron corriendo. El terror me petrificó un instante que pudo ser fatal. El demonio me atacó con su magia maligna y, por instinto, interpuse la azada. Y lo entendí todo.
Los rayos del monstruo morían en la hoja metálica de mi apero, pero no me hicieron daño. Se debía a que el mango era de madera, y aquella magia era inútil contra ese material. Ayo no era un simple refugiado. Intuyó que la Piedra del Invierno conectaba con la dimensión de los demonios, y aquellas matas de qashetti, como siempre me dijo mi amigo, traían la felicidad: impedían que los demonios rompieran la Piedra. Aquel hombre de piel negra del que tanto se habían reído llevaba años protegiendo a Ullebat. Y al haber muerto sin poderme enseñar sus conocimientos, mi pueblo estaba perdido.
Mientras otro gigante trepaba, reaccioné y huí. Había que avisar a todos los condados y a los reinos vecinos: nos invadían.
* * * * *
TW: Muerte, crueldad, demonios, racismo, ictus, burlas, magia negra.
2 comentarios:
Ufff ¡menudo relato! Te deja con ganas de más.
¡Que difíciles de cuidar son las plantas! Yo las habría matado en día días seguro.
Me gusta mucho el personaje de Ayo. El de Jaume también, pero me falta saber un poco más de el. ¿Va a haber continuación?
Saludos y nos vamos leyendo.
Hola Juan.
¡Es una historia genial! Me encanta ver como sigues creando mundos diferentes, con sus luces y sus sombras. Con un universo propio del que puedes tirar para crear una novela si tu quieres (espero que quieras). Me gusta mucho este relato porque pone de manifiesto lo atrevida que es la ignorancia y a la vez lo humilde que puede llegar a ser el héroe. Me parece que es una historia de amistad y lealtad brillante y además de una enseñanza "moral", de una moraleja, también me impresiona como eres capaz de plasmar la maldad del sentimiento de poder y supremacía de unas razas sobre otras, y como ese poder se convierte a su vez en su más grave debilidad y lo que les hace más vulnerables al mal contra el que les toca luchar.
Espero haber sido capaz de decir lo que quería sin haber destripado nada.
Solo he visto un fallito, y es que cuando describes la caída de Ayo pones que tropezó, pero hasta unas líneas más adelante no explicas que el soldado le ha puesto una zancadilla. Me desconcertó un pelín cuando lo leí.
Por lo demás nada que decir, tu prosa me sigue llamando como la miel a las moscas. Me encanta tu estilo y como eres capaz de meter al lector en tu mundo.
Sigue adelante.
Un abrazo.
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