Este es mi relato de marzo para el reto de escritura Estrellas de tinta, organizado por Katty Cool. Puedes leer las instrucciones del reto (y solictar apuntarte) en la bitácora de la organizadora:
https://plumakatty.blogspot.com/2020/12/estrellas-de-tinta-reto-de-escritura.html
Voy a poner objetivos y objetos delante, asi como número de palabras.
Objetivo que cumple: 16—Basa tu relato en una tradición familiar.
Objetos:
7- Tormenta
8- Un estornudo
Son 1983 palabras según https://www.contarcaracteres.com/palabras.html (he quitado dos asteriscos de separación de escenas). Me he gastado 5 estrellas para saltarme el límite de 1500 palabras.
Únicamente para Estrellas de Tinta, incluiré TW en los relatos.
Sin TW.
Espero que os guste. Rescato otra idea muy antigua, haciendo una especie de presentación de un personaje: una princesa que, de verdad, actuara como una princesa. Esto es: una mujer autoritaria, implicada en acciones de gobierno, que sabe de diplomacia, política e idiomas. Algunas de estas cosas no se ven aquí por falta de espacio, pero eran parte de ese personaje. Otros aspectos de su personalidad (serían un "destripe") tienen que ver con que, a parte de actuar como una princesa de verdad, era una princesa de cuento de hadas a la que siempre le falla un detalle para ser una de ellas. Físicamente, tiene una particularidad. En cuanto a personalidad, Raúl dice algo así como que "en los cuentos de hadas, las princesas eran más..."
UNA PETICIÓN EXTRAÑA
Raúl siguió la música, como le había indicado el guardia, pero se escondió estupefacto tras un seto del jardín real al ver a la intérprete. Desobedecer las órdenes siendo un prisionero en una ciudad de monstruos era estúpido, pero necesitaba reunir fuerzas.
La princesa era una joven de pelo negro que llevaba un vestido azul largo con un escote más generoso que los del país de Raúl. Sentada en el borde de una fuente, interpretaba una melodía suave con una flauta travesera. Su asombro lo causaba su belleza, algo impensable en un monstruo.
—¡Qué haces ahí! —gritó el guardia—. Te ordené que te presentaras ante ella.
Aquellos monstruos eran más fuertes que un hombre corpulento, así que un delincuente tan escuchimizado como Raúl no pudo sino dejarse arrastrar y acabar derribado delante de la princesa, que había dejado de tocar. Raúl se encogió tembloroso para postrarse frente a ella. Entretanto, el guardia le explicaba a la mujer, en la lengua dura de aquella gente, donde lo había encontrado. La princesa le dijo a su interlocutor que podría marcharse. Algo así sería impensable en Turania, pero aquella no era una princesa humana.
—Levantaos —dijo la princesa en un turanés perfecto, sin apenas acento—. Estáis aquí porque decís ser experto en bailes cortesanos. Algo que me resulta extraño, sin ánimo de ofenderos.
—Es cierto, vuestra alteza —respondió Raúl tras levantarse despacio—. En mi país, me colaba en las fiestas de los nobles para comer de gorra y me habrían descubierto si no supiera bailar.
La princesa ladeó un poco la cabeza y le sonrió mientras lo miraba. Llevaba tiempo sin estar cerca de una mujer tan hermosa, y aquello lo inquietaba más.
—Entonces, solo conoceréis unos pocos bailes turaneses. Eso no me sirve.
—Vu… vuestra alteza, yo… yo… conozco un baile que… que toda princesa o reina debería conocer. Se llama vals.
—No he oído nunca esa palabra.
—Es un baile que los príncipes y emperadores de hace muchos siglos practicaban, vuestra alteza.
—Muy bien —dijo la princesa tras ponerse en pie—. Seguidme.
Atravesó el jardín detrás de ella. Cuando pasó junto a dos guardias con coraza y alabarda, estos adoptaron la posición de firmes. La princesa parecía ajena a todo, como si le resultara impensable que Raúl intentara escapar. Abrió una puerta protegida por otro guardia y Raúl entró tras ella.
—Cerrad la puerta —dijo la princesa sin volverse, antes de dejar la flauta sobre una mesa pegada a la pared.
Se hallaban en un salón amplio, iluminado por un ventanal y sin más mobiliario que la mesa, un par de sillas, un armario y un armero cerrado. Debía de tratarse de una sala de esgrima. Raúl se preocupó. ¿Querría encargarle algún asesinato? Cuando volvió a fijarse en ella, lo miraba desde unos siete pies.
—Dentro de tres meses —dijo la princesa en turanés—, seremos anfitriones de la asamblea anual de las Quince Ciudades. Es tradición de mi familia abrir el acto con un baile en honor de las otras catorce casas reales y que los reyes y la heredera actúen por separado. Este año quisiera honrarles con un espectáculo que no hayan visto nunca. Enseñadme como es ese… vals.
—S… Vuestra alteza, no sé por dónde empezar.
—Si el baile me gusta y me lo enseñáis bien, os perdonaré y os enviaré de vuelta a Turania, así que averiguad por donde empezar.
—Es un baile en pareja, vuestra alteza.
—¿Me tomáis por idiota? —respondió la princesa, que cruzó los brazos bajo el pecho—. Todos los bailes que conozco son en pareja. ¿Podréis hacer los pasos vos solo, o tendré que buscarme a otro?
Raúl respiró hondo un par de veces: quizá fuese mejor para él volver a la cárcel y cumplir sus dos años de condena por estafa. Adelantó la pierna derecha, luego la izquierda, se alzó de puntillas sobre la izquierda y posó el pie derecho en el suelo. Luego atrasó la izquierda, hizo lo propio con la otra, se alzó sobre la punta derecha y reposó los pies juntos. Lo repitió varias veces mientras contaba “un, dos, tres”, pronunciando más alto el “un”.
—El compás de la música será de tres por cuatro. ¿O es de seis por ocho?
—No lo sé, vuestra alteza.
—¡¿Lo sabéis bailar y no me podéis decir el compás?!
—Sé que la música tiene tres golpes todo el tiempo —dijo Raúl mientras retrocedía porque había cometido el error de mirarle la boca—, pero no sé qué significan esos números que vuestra alteza ha dicho. Habla mejor mi lengua que yo.
—No importa. Y no debería extrañaros: la he estudiado desde niña y soy quien recibe a los extranjeros que desean tratar con la casa real. No, no hace falta que me digáis qué raro os parece y que en vuestro país las nobles no tienen nada en la cabeza.
Raúl había abierto la boca para decirle justo eso. Pensó que, en los cuentos de hadas, las princesas eran más simpáticas, pero que valdría la pena aguantar los gritos si se ganaba la libertad. Era bueno que la princesa supiera de música: captaría los golpes en seguida, pero el vals tenía un problema serio que no había entendido.
—Este baile consiste en girar y girar—dijo Raúl.
Dando un giro cada dos compases, dio una vuelta completa a la habitación que terminó delante de ella. Jadeó por el esfuerzo y le tendió la mano izquierda.
—Dije que es un baile de pareja, vuestra alteza, porque estos giros tenemos que hacerlos juntos.
La princesa le tomó la mano con la diestra y lo miró atónita cuando Raúl le tomó la otra para colocársela sobre el brazo, cerca del hombro. Luego, le posó a su alumna la mano derecha en el omóplato. Temió una reacción airada, pero la princesa se ruborizó y se rio. Reía como cualquier muchacha de Turania, pero el gesto dejó a la vista los cuatro colmillos, tan grandes como los de un lobo.
—Esto es escandaloso —dijo la princesa, sonriendo.
—Es la única forma en que podremos girar juntos, vuestra alteza.
—De acuerdo. Me enseñaréis los pasos y buscaré una canción para crear una coreografía. Pero cuidado con tocarme donde no debáis. No os daré un guantazo como las chicas de vuestro país.
Le enseñó los colmillos sin abrir mucho la boca, con una mirada que le provocó un escalofrío. Aterrorizar a los humanos era una facultad de aquella gente.
Aquel día practicaron una hora entera los pasos básicos. Cuando terminaron, la princesa le ordenó al guardia de la puerta que se le trajeran a Raúl algo de vino. Fue un detalle que le gustó mucho, la primera vez que comprobó lo que había en realidad bajo su mal carácter.
*
Practicaron una hora diaria durante los tres meses que duraron las clases. Raúl se temió que el mal genio de la princesa lo convirtiera en una pesadilla, pero, tras la primera semana, lo disfrutó. Si no se cometían errores graves, era posible soportar su carácter difícil: solía bastar con una disculpa escueta para calmarla. Además, era una alumna disciplinada a quien no le importaba que la corrigiera.
Aprendió que parte del problema era lo fácil que resultaba herirla o causarle desconfianza. Si había discutido con su padre o había soportado una negociación difícil, una mirada que no le gustara o tardar más de la cuenta en responder la hacía saltar. Solo en una ocasión se marchó enfurecida a mitad de la clase.
En la cárcel se rumoreaba que la hermana pequeña de la princesa era un ser diabólico. Aquel día, protestó por un desplante en público de su hermana y Raúl cometió el error de decirle que no se lo tomara mal, que se trataría de envidia y maldad. Las frases que la princesa le gritó antes de irse le dejaron claro que, para su desgracia, quería con todo el corazón a una hermana que la odiaba. Esa noche, en la celda, se lamentó de que una frase equivocada hubiera terminado con las clases de baile. Sin embargo, al día siguiente, volvieron a buscarlo y la princesa actuó como si no hubieran discutido.
Le inquietaba lo imprevisible del genio de su alumna. Cuando le explicó que debía ladear la cabeza, como si bailara entregada a él, cerró los ojos y fingió languidez con tanta gracia que Raúl se rio. Cortó rápido la risa, temiendo que se enfadara, pero no lo hizo. Tampoco sucedió nada una vez que estornudó pegado a ella.
—¿Estornudar es parte de la coreografía? —preguntó muy seria.
—No. Perdóneme vuestra alteza.
—Perdonado.
En realidad, como terminó por aprender, su alumna solo bromeaba.
*
El día del baile fue triste para Raúl. No solo por la tormenta que bombardeaba los cristales e iluminaba fugazmente la negrura: se había encariñado de la princesa e iba a echar de menos enseñarle vals.
Lo vistieron de negro, con las ropas más elegantes que había visto en muchos años, y lo llevaron junto a la princesa. Tragó saliva cuando la vio. Llevaba un vestido blanco precioso y el cabello recogido en un tocado que presidía una diadema de plata con brillantes. Era tan hermosa como las princesas de los cuentos de hadas.
Raúl le ofreció el brazo izquierdo, la princesa le tomó la mano con el derecho y se dirigieron a la sala del baile con los antebrazos pegados. Siguiendo la tradición, antes de que la princesa y Raúl se detuvieran en la parte de la sala más alejada del público, se había explicado que el vals requería que los bailarines fueran uno. Aun así, cuando Raúl hizo que la princesa se volviera para que quedasen enfrentados, se oyeron varios murmullos de asombro.
Los ojos de la princesa eran muy expresivos y solían delatarla. Su pareja de baile parecía tranquila, pero su miraba le demostró que estaba muy nerviosa.
—No se preocupe vuestra alteza —le susurró—. En el baile, la culpa de los errores es siempre del hombre.
—¿Solo en el baile?
La música empezó y comenzaron a bailar. La ejecución fue perfecta. Raúl sintió que volaba junto a la princesa más bella que conocería nunca, al ritmo de una melodía maravillosa. Cuando acabaron, la sala en pleno aplaudió largo rato, mientras los dos jadeaban con el mayor disimulo que podían, sin perder la postura de mantener los antebrazos pegados.
La princesa le presentó a sus padres y se delató de nuevo con una mirada fugaz de tristeza. Raúl sabía que, acabado el baile, el protocolo impediría que un plebeyo turanés y una princesa de las Quince ciudades se dirigieran la palabra el resto de la noche. Lo que ignoraba es que la princesa hubiera deseado que no fuera así.
No estuvo solo poco tiempo. Una mujer igual de atractiva que la princesa, de cabello rubio, ojos azules y vestido muy elegante, le dio una de las dos copas que llevaba. Le dijo que era la mejor amiga de la princesa, la hija de unos duques de otra ciudad, y que esta le había pedido que le hiciera compañía. Resultaba difícil creer que dos mujeres tan diferentes pudieran ser amigas: aquella joven no tenía otro tema de conversación que los vestidos de las asistentes, lo guapos que eran algunos de los presentes y las últimas tendencias en anillos y joyas.
Aunque solo pudo ver un par de veces a la princesa de lejos, su amiga le hizo disfrutar de aquella fiesta.