[El viaje de Sylewester] Línea principal VI
EL ARTEFACTO VI
(Actualidad: año 252 de la Confederación)
El día siguiente, Sylwester acudió temprano al punto de reunión y ver aún allí a sus compañeros de siempre lo alegró. Todavía le faltaban dos buenas noticias más. La primera, que la noche había sido tan tranquila que ya no era necesario reordenar las partidas de batidores, de ahí que volviera a salir bajo las órdenes de Stanislaw. La segunda era que iban a realizar una patrulla rutinaria por los bosques al sur de la ciudad y al día siguiente les darían el día libre para compensarles de las fatigas de las jornadas previas.
Aquella mañana fue, para Sylwester, un simple paseo por el bosque en compañía de sus amigos y una oportunidad para fijarse en los árboles bajo cuyas copas se desplazaban. Cuando se sentaron a almorzar sin haber visto rastro alguno de enemigos, todos se sentían relajados y felices. Agnieszka se sentó junto a él y le preguntó que cómo estaba. Como siempre confiaba en ella para confesarle ese tipo de cosas, le habló sobre Nadja.
—Me alegra que te guste tanto —dijo tras dejarlo hablar un rato—, pero ten cuidado. Pronto volverá a Vojotla.
Sylwester no había pensado en aquello.
—Vojotla no está lejos.
—A tres días de camino. Cuando regrese a la capital apenas os podréis ver. Además, pasa bastante tiempo fuera por lo que me has contado.
—La distancia no es importante si hay amor. Cuando un soldado tiene que servir lejos de casa, su novia o su mujer lo esperan si lo aman.
—Si lo aman mucho. Y, aun así, es una situación muy difícil, que requiere mucha madurez. Vosotros sois demasiado jóvenes.
Las palabras de su amiga le apenaron, pero Sylwester reconoció que estaba en lo cierto. Regresó algo más triste de lo que había partido, pero aquel iba a ser un día afortunado. Cuando entraron por la puerta sur, deseosos de irse a casa, les esperaban la gente acostumbrada: familiares de algunos de los milicianos, el marido de Agnieszka… Y, para sorpresa de Sylwester, cerca del grupo de milicianos que hablaban con sus seres queridos, se encontraba Laska.
A Sylwester le pareció que estaba preciosa con el vestido azul que llevaba. Se le aceleró el pulso y se entretuvo en recorrer la zona con la vista, en busca de Bazyli, a quien no vio. Cuando Laska lo miró un instante y luego caminó despacio, alejándose de la puerta, Sylwester se decidió y se apresuró hasta alcanzarla. La saludó con timidez, a lo que ella respondió en tono lánguido. Le preguntó qué hacía allí y Laska alzó un poco la barbilla, sin mirarlo.
—Habíamos quedado. Dijiste que vendrías a verme para dar un paseo y aún estoy esperando.
—Fui a buscarte —respondió Sylwester mientras sentía un cosquilleo en el pecho—, pero te vi hablando con Bazyli y me… y no os quise molestar.
—Solo estábamos hablando. Podrías haber vuelto más tarde, pero, claro, estás muy ocupado últimamente.
—Han sido días muy complicados. Hemos tenido que hacer batidas agotadoras, ha habido problemas.
—Para otras chicas sí tienes tiempo.
Sylwester se detuvo por la sorpresa y dejó que Laska se alejara unos metros. No se podía creer lo que estaba oyendo. Admiró un instante el cabello dorado de la chica que le gustaba y sintió que estaba a punto de estropearlo todo, aunque no entendía qué estaba pasando. La alcanzó avanzando a grandes trancos y caminaron un trecho en silencio. Entonces, se dio cuenta. Bazyli le había contado a Laska que lo había visto paseando con Nadja y, al parecer, eso le había molestado. ¿Eran celos?
—Yo… es solo una amiga.
—Una amiga muy buena y muy guapa, por lo que me han contado.
Estuvo a punto de decirle que Nadja era solo una amiga que, además, iba a marcharse pronto, que a quien él quería era a Laska, pero se contuvo en el último momento.
—Siento haberme olvidado de visitarte. Me gustaría mucho pasear contigo cuando tú puedas.
—¿Esta tarde?
—Esta tarde no puedo, pero mañana tengo permiso. Solo he de ir un rato a la Casa del Consejo y podré pasarme el resto del día contigo.
—No sé, si estás tan ocupado quizá no sea buena idea.
—Claro que sí. Tengo muchas ganas de estar contigo. Cuando acabe en la Casa del Consejo voy a buscarte.
—De acuerdo. Hasta mañana.
Laska apretó el paso y Sylwester la miró un buen rato. Su última frase había sonado lánguida, sin entusiasmo. Quizá pensase que no estaba dispuesto a acudir, pero aunque Nadja era un poco más hermosa que ella, por Laska sentía algo especial. O, al menos, sentía algo más profundo que los sentimientos que le inspiraba Nadja.
*
El paseo con Nadja de aquella tarde fue tan agradable como sus encuentros anteriores. La chica le confesó que, cuando lo atropelló, quería preguntarle por el Templo de Laszlota. Aquel edificio era uno de los mayores y más bonitos de Luzjda y era el lugar donde se rezaba y se dejaban ofrendas a los espíritus mayores de los bosques. Sylwester se ofreció a enseñárselo y Nadja, sonriente, se cogió de su brazo y se encaminaron hacia allí. A medio camino, Nadja le pidió que le contara la historia del Templo y a qué espíritus estaba dedicado.
—Será muy parecida a la del Templo de Vojotla y se adorará a los mismos espíritus.
—Tú cuéntamela y ya te diré si se parece o no. Quiero oírla de tus labios.
—El templo se construyó hace trescientos quince años. Luzjda no era más que un campamento fortificado donde se refugiaban los cazadores y campesinos cuando los demonios atacaban. El espíritu más venerado, el primero al que se le creó una capilla, fue Kwrolas. Cien años después, se creó una capilla para Kwrolwrjzeka, para agradecerle que Luzjda se salvara de unas inundaciones. Hace cuarenta y cinco años, se improvisó una capilla para Duswzybior, pero costó tres años que las cosechas volvieran a ser buenas.
—No conozco a ninguno de esos espíritus. Solo le rezo a Bógwojna , como mi padre.
—¿Bógwojna? ¿El dios de la guerra?
—Ese mismo.
Sylwester la miró extrañado. No conocía a todas las tribus cawkeníes que moraban fuera de la Confederación, pero dudaba que alguna de ellas tuviera dioses.
—Es muy raro. Los nombres de los espíritus siempre empiezan por Kwro, Duj o Dusz. ¿No será Kwrowojna?
—Tienes que viajar más, tesoro —dijo Nadja, nerviosa, y se rio a carcajadas—. ¿Qué hacen esos espíritus? ¿Se os aparecen?
Sylwester se detuvo y miró a Nadja, que se rio de nuevo con nerviosismo.
—Yo… no soy muy religiosa, Sylwester. Lo siento si te he ofendido.
—No me ofendes —respondió Sylwester, quien tiró suavemente de ella para que volvieran a caminar.
—Solo quería saber si los espíritus de Luzjda son como los dioses austanos. Perdóname.
—No me he enfadado. Los espíritus nos ayudan desde su propio mundo, oyen nuestras plegarias y agradecen nuestras ofrendas, pero ni ellos ni los seres que los sirven se muestran nunca. Supongo que igual que los dioses austanos.
—Para nada. Los dioses austanos están muy presentes. —Nadja suspiró y bajó la vista—. Yo he visto ángeles varias veces. Son monstruos recubiertos de metal, de tres metros de altura, que blanden espadas enormes, pueden invocar al fuego y hacer cosas mucho peores. Si ves uno, huye lo más rápido que puedas.
—¿Te ríes de mí?
Pero la seriedad y la tristeza que inundaron la mirada de Nadja lo hicieron arrepentirse de su pregunta. La chica le dedicó una sonrisa apenada y le suplicó que cambiaran de tema. Sylwester se pasó el camino hasta el Templo de Laszlota preguntándose qué escondía Nadja. No era común entre las familias de los militares acompañarlos en sus viajes. Quizá los comerciantes y los diplomáticos se hicieran acompañar de sus familias, pero no los militares. Nadja ignoraba cosas tan elementales que parecía extranjera, pero su acento era cawkení puro. Le extrañaba aún más la visión que tenía de los ángeles, que él consideraba seres poderosos, pero benéficos. Casi llegados a su destino, pensó que esos misterios hacían más interesante a su nueva amiga.
Los escasos recelos que le habían causado aquella conversación se esfumaron cuando comprobó el arrobamiento con que Nadja contempló el Templo. Le rogó que se lo enseñara todo y entraron.
El edificio era un recinto enorme de madera, con la parte inferior de las paredes exteriores de piedra. La planta era rectangular y el techo a dos aguas, desde dentro, consistía en una sucesión de vigas de madera inclinadas que se unían en sus lados superiores, que estaban redondeadas en la parte inferior para formar arcos. Colgadas del techo por la zona central, alejadas de la madera, había seis lámparas de aceite enormes que iluminaban de manera perpetua el recinto porque su superficie superior reflejaba la luz. Nadja se maravilló cuando Sylwester le explicó que las lámparas podían descender hasta quedar a cinco metros del suelo, gracias a unas cadenas ocultas en algunas de las vigas, y que se rellenaban con unos recipientes sujetos por dos pértigas que los monjes que cuidaban del recinto sabían manejar a la perfección.
Las capillas de cada uno de tres espíritus principales se hallaban alineadas, separadas unas de otras, en la línea central del edificio. Su amiga, entusiasmada, le preguntaba por los significados de los símbolos de cada capilla, qué representaban las estatuas, por qué había velas rojas en la capilla de Duswzybior, blancas en la de Kwrolwrjzeka y ninguna en la de Kwrolas. Le explicó que Kwrolas era el espíritu que gobernaba los bosques y que no soportaba el fuego, ni siquiera el inofensivo de las velas. Sylwester sacó unas monedas.
—Reza conmigo y haré una ofrenda en nombre de los dos. Kwrolas es el espíritu al que más conectado me siento.
—Ni siquiera había oído hablar de él. Mejor te espero fuera. No tardes.
Sylwester la vio alejarse con cierta tristeza, depositó las monedas en la vasija enorme decorada con imágenes de encinas, robles y hayas usada para tal fin y se arrodilló para pronunciar un par de oraciones. Cuando salió Nadja lo recibió con una sonrisa radiante. Regresaron a la plaza donde siempre se veían y se despidieron hasta la tarde siguiente.
*
Sylwester se despertó al despuntar el alba, como tenía por costumbre. Pudo comer algo antes de irse, ya que tenía tiempo de sobra para acudir a la Casa del Consejo. Salió de casa desarmado y contento de no tener que cargar con la coraza.
Lo hicieron esperar media hora en la misma sala donde aguardó dos días antes. Al fin, un hechicero lo hizo pasar a otra estancia con una mesa, dos taburetes y una estantería llena de libros. Sylwester le contó las dos pesadillas que había tenido, todo lo acontecido durante la batida en que hallaron el artefacto y lo que habló con Justyna. El hombre lo escuchó en silencio y, cuando hubo terminado, lo miró unos instantes.
—Son simples pesadillas producidas por la tensión de aquel encuentro.
—Discúlpeme, pero eran muy reales. Nunca he tenido pesadillas semejantes.
—Nunca te habías encontrado con un gran demonio.
Sylwester calló un instante. Inspiró hondo, buscando una réplica adecuada, sin lograrlo.
—Le pido un favor. ¿Podría contarle a Justyna los sueños que he tenido? A lo mejor, ella, en su sabiduría…
—Se lo contaré muchacho. Descansa y todo mejorará.
El hechicero había sido amable, pero Sylwester sintió que no había hecho ningún caso de lo que le había dicho. Decidió seguir su consejo: en todo caso, no tenía más alternativas. No le iban a conceder a un simple miliciano una audiencia con Justyna para que le contara unas pesadillas. Algo más animado, se encaminó a casa de Laska. Al no verla en la calle, llamó a la puerta y le abrió su madre. Hubo de esperar un rato, ya que su amada estaba terminando de ordenar la despensa y tuvo que arreglarse después, pero pudieron dar un paseo agradable bordeando el exterior de la empalizada de la ciudad. Le llamó la atención el interés de Laska por saber más de Nadja. Pareció alegrarse cuando supo que la chica no vivía en Luzjda. Cuando se despidieron, Laska le dijo que fuera a buscarla dentro de tres o cuatro días y que, si tenía tiempo libre, se verían.
La cita con Nadja fue tan agradable como todas las demás. Terminaron en una taberna, bebiendo cerveza y riendo mucho. Sylwester se acostó aquella noche feliz por dos motivos: había estado, por primera vez, con dos chicas en un mismo día, y la actitud de Laska le había hecho ilusionarse con que a ella le importaba. Sabía lo que le diría Agnieszka: que Laska actuaba así por orgullo, que le molestaba que Sylwester le estuviera haciendo más caso a otra chica y quería asegurarse de que él seguía interesado. Estaba convencido de que no era así, de que, poco a poco, iba conquistando a Laska.
En realidad, pensó que le gustaría ser novio de las dos, aunque eso fuera impensable. Laska tenía un carácter más dulce y una actitud más convencional que Nadja, pero esta era un poco más guapa y más divertida.
*
Los siguientes tres días fueron rutinarios. La paz había vuelto a Luzjda y sus tres jornadas como miliciano consistieron en rodear la ciudad visitando granjas. Lo más peligroso que hicieron fue levantar unos troncos que una vaca revoltosa había tirado. Todas las tardes se paseaba por la ciudad con Nadja, satisfaciendo la curiosidad de su amiga, a la que cada vez veía más guapa.
Por eso, cuando, en mitad de la noche, los cuernos de alarma lo arrancaron del sueño, el corazón se le desbocó por la sorpresa.
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