20 agosto 2022

[El viaje de Sylwester] Línea principal V

  EL ARTEFACTO V

(Actualidad: año 252 de la Confederación)

 

 

Sylwester hubiera preferido aquella tarde, una vez limpias la coraza y el hacha, tumbarse en la cama hasta la hora de cenar, pero se dejó convencer por su madre para ir a comprar una hogaza de pan. Se consoló pensando en que la tienda del panadero quedaba muy lejos de la casa de Laska.

Empezaba a atardecer y las calles no estaban tan concurridas como en las primeras horas del día. Los jornaleros que vivían en los barrios más humildes ya habrían regresado a sus hogares y solo salían a aquellas horas los niños con más energías, algunas parejas de enamorados y algún despistado que iba a hacer compras de última hora. Recordó que, si las cosas hubieran sido de otra manera, quizá estaría recorriendo aquellas calles con Laska, y aquel pensamiento lo apenaba.

Sylwester entró en una plaza pequeña en la que varios niños jugaban a pelearse con palos de madera. Al mirarlos, recordó que tenía que lograr que lo recibiera algún mago para contarle lo de su sueño. Ambas cosas lo distrajeron lo suficiente como para que no viera que alguien se le había echado encima hasta que chocaron.

Una mujer joven se había sujetado a sus hombros, como si estuviera a punto de caerse. Tuvo que abrazarla para impedir que acabara en el suelo. Su tacto le pareció cálido y agradable, sentimiento del que se avergonzó porque la chica se quejaba de dolor. Notó que perdía pie, pero la abrazó más fuerte.

—No me sueltes, por favor —dijo la chica.

—¿Qué te pasa?

—Me duele mucho. Creo que me he torcido un tobillo. ¡Ay! Ayúdame.

Dejó que la extraña le pasara un brazo por los hombros y la sujetó con firmeza de la cintura. Solo medía unos cinco centímetros menos que él. De esa forma, la joven cojeó hasta un poyo de madera, un tablón enorme que había en una pared. Para Sylwester fue una experiencia extraña. Alguna vez había ayudado de esa forma a un compañero lastimado, pero nunca había sujetado así a una mujer y le resultó diferente. La curva suave de su cintura, más pronunciada que la de un hombre, le pareció atractiva, sin saber el motivo. Y a diferencia de cuando acarreaba a un miliciano, su tacto le parecía cálido y suave.

Había una anciana vestida de gris oscuro y con el cabello cubierto por un pañuelo negro que los miró con desconfianza. La chica no le hizo caso y le dio las gracias a Sylwester para, a continuación, avergonzarlo. Se quitó la sandalia del pie izquierdo, con un gemido ahogado, se levantó la falda hasta la rodilla y se desabrochó la calza de color rojo claro de la parte inferior del muslo. Cuando se la bajó y se la quitó con cuidado, Sylwester sintió que se ruborizaba y la anciana se levantó y se marchó, indignada. La chica la miró un instante.

—Vieja estúpida —dijo en voz baja y lo miró—. Me he lastimado la pierna, no tenía por qué enfadarse.

Sylwester le dio la razón con un gesto de la cabeza y la miró, inquieto, frotarse el tobillo. Solo se trataba de una pantorrilla, pero nunca le había visto las piernas a ninguna chica, ni siquiera a Agnieszka. Le pareció preciosa, para su sorpresa.

—¿Puedes moverlo? —acertó a preguntar Sylwester.

—Sí y apenas me duele. ¿Crees que se me pasará?

—Puede ser, pero si quieres te llevo a ver a un curandero.

—Espera, deja que descanse un poco. Si no puedo andar, me llevas adonde quieras.

La chica le sonrió. Era muy atractiva. Tenía el cabello rubio oscuro y ondulado, y los ojos marrones muy claros, tanto que parecían dorados. Eran muy llamativos.

—Lo siento. Me acerqué para hacerte una pregunta, no para caerme encima de ti, pero pisé mal. ¿Cómo te llamas? Yo me llamo Nadja.

—Sylwester.

—Gracias por sujetarme, Sylwester. Tienes los brazos muy fuertes, ¿eres un guerrero?

—Bueno… sirvo en la milicia.

—¡Eso es maravilloso! —dijo Nadja abriendo mucho los ojos—. Me gustan los milicianos. Son muy valientes.

Sylwester, halagado, le dio las gracias y Nadja le pidió que se sentara a su lado. La joven mantenía la pantorrilla al descubierto y, de vez en cuando, se frotaba el tobillo y movía el pie. Para no seguir con la vista fija en su pierna, la miró a la mejilla.

—¿Vives en Luzjda?

—No, soy de Vojotla. Mi padre es un oficial del ejército y hemos venido porque dicen que una partida de milicianos muy valientes luchó contra un demonio enorme y sus muertos vivientes y rescató un antiguo artefacto de gran poder.

—No fue exactamente…

Sylwester se arrepintió de sus palabras, pero la expresión maravillada de Nadja lo tranquilizó.

—¿Estuviste allí? —Cuando Sylwester asintió, la chica se rio. Descubrió que le encantaba su risa—. ¡Qué afortunada soy! Tenía muchas ganas de hablar con uno de vosotros. Me encantaría conocer al más valiente de todos, al único que puede tocar el artefacto.

—¿Cómo sabes todo eso?

—Todos los oficiales de Vojotla lo saben. Seguramente habrás oído decir que van a enviar un destacamento a Luzjda para custodiar el artefacto.

—No lo había oído.

—¿No? Bueno, si oyes rumores, me avisas. Otra cosa, ¿podrías presentarme a tu compañero, al que puede tocar el artefacto? Tiene que ser un hombre muy valiente.

Sylwester no podía negarle nada a una muchacha con unos ojos y una sonrisa como las de Nadja, así que bajó la vista con una leve sonrisa.

—No hace falta. Soy yo.

Nadja dio un gritito de alegría y casi consiguió que se ruborizara cuando le dio un abrazo.

—¿Cómo puedo tener tanta suerte? Por favor, cuéntamelo todo. ¿Cómo lo encontrasteis, cómo fue el combate?

Sylwester se lo contó todo con el máximo detalle posible. Nadja se mostraba maravillada, radiante. Tan entusiasmada parecía que dejó de frotarse el tobillo.

—¿Y cómo es ese artefacto? —le preguntó cuando hubo terminado su relato.

—Tiene la longitud de la palma de mi mano y la anchura de mi pulgar. Es negro, duro y muy liso, pero demasiado ligero para ser de metal macizo.

—¿Qué sientes cuando lo tocas?

—Nada.

—¿Y no has notado nada raro desde entonces?

—Eres muy curiosa —dijo Sylwester, con una sonrisa.

—Tengo mucha curiosidad. Por favor, por favor —dijo y lo volvió a encandilar cuando le puso una mano en la mejilla—, dime, ¿qué has notado?

—Tuve un sueño… una pesadilla.

Nadja le rogó que se la contara, pero una vez que se la hubo relatado, se rio e hizo un gesto con la mano.

—No le des importancia. Es una pesadilla tonta. No se la cuentes a nadie, que pensarán que estás asustado y tú eres demasiado valiente como para eso.

Sylwester optó por callar. Quizá la chica tuviera razón, pero no se iba a quedar tranquilo hasta que un mago le dijera que sus sueños no tenían importancia. Como empezaba a oscurecer, Sylwester se puso en pie.

—Me ha gustado hablar contigo, pero he de irme. Tengo que comprar pan.

—¿Puedo ir contigo? Por favor, por favor, ya no me duele el tobillo.

Sylwester no vio motivos para rechazarla, aparte de que tampoco deseaba despedirse de una chica tan atractiva y simpática. Así que esperó a que se pusiera y anudara la calza, se ajustara la sandalia y se pusiera en pie. Abandonaron la plaza con ella pasándole un brazo por los hombros y él sujetándola de la cintura porque ella le pidió que la ayudara a caminar, para no forzar el tobillo lastimado.

La tienda del panadero estaba cerca de allí y, por suerte, Nadja se recuperó con rapidez: cuando se detuvieron en el tenderete, la chica ya no necesitaba apoyarse para caminar. Tolek, el panadero, lo sorprendió mirando con desconfianza a Nadja. Sylwester le pidió una hogaza y cuando iba a entregarle el dinero, cruzó una nueva mirada con la chica, que se limitaba a sonreírle.

—¿Quién es esa?

—Soy Nadja. Encantada de conocerle.

Sylwester se sintió confundido al comprobar que Tolek hizo caso omiso de Nadja y lo miró muy serio. Tanto que se sintió obligado a responder.

—Es una chica de Vojotla. Se lastimó una pierna y la estoy ayudando.

—Pues anda con cuidado —concluyó Tolek, quien dejó de mirarlos.

Cuando se marcharon, Sylwester seguía sin entender la actitud de Tolek, un hombre muy afable de ordinario.

—No te preocupes —dijo Nadja—, a veces me pasa. Incluso en Vojotla hay algunas tabernas donde no puedo entrar sola. Pero en tierras de los austanos… allí es terrible. He ido un par de veces a Gudeña, y para hacer compras tranquila tengo que ir con un guerrero, si no, todo son malas caras o, bien, todo se les ha acabado.

—No deberían tratarte así. Eres muy agradable.

—¡Oh, gracias! Son supersticiones tontas, no hagas caso. Pero —y Nadja le detuvo parándose delante de él—, dime, ¿es que soy demasiado guapa? ¿Qué piensas?

Sylwester la miró a los ojos tan bellos e inusuales que tenía. Admiró las líneas de su rostro, la forma de sus labios.

—Eres muy guapa y muy simpática.

—¿Pero tan guapa como para parecer endemoniada? —preguntó, con un gesto de tristeza.

Sylwester se quedó un instante callado, un tiempo que terminó cuando Nadja se rio.

—Gracias, Sylwester. Soy muy mala, pero solo bromeaba. Si me decías que soy demasiado guapa, me estarías llamando demonio, pero si me decías que no lo soy tanto, me estarías llamando fea. Perdona, era una broma.

Lo besó en la mejilla y Sylwester sintió un cosquilleo y muchas ganas de que lo hiciera otra vez. Nadja se pasó hablando todo el tiempo hasta volver a la plaza en la que se habían conocido. Le preguntaba sobre él, su familia, su casa… Poco antes de salir de la plaza, se detuvo.

—Debo irme ya —dijo Nadja.

—¿Te acompaño a tu casa?

—Eres un encanto, pero mejor que no. Si mi padre te ve acompañarme a casa es capaz de enviar a dos soldados a interrogarte. Pero me gustaría verte de nuevo. ¿Podrías mañana, en el mismo sitio donde te atropellé? Te prometo no echarme encima de ti otra vez.

—Claro.

—Pero ¿podría ser más temprano? Quiero que me lleves a conocer Luzjda.

Al final se citaron una hora antes del momento en que se encontraron. Nadja se despidió muy alegre y lo decepcionó un instante cuando se marchó sin besarlo otra vez, pero fue solo un momento. Ya se había alejado unos metros cuando Nadja se volvió con una sonrisa, se besó la palma de la mano y sopló para enviarle un beso. Sylwester la miró alejarse hasta que desapareció tras una esquina y se dio cuenta de algo interesante: mientras había estado con ella, no había pensado en Laska ni un momento.

* * * * *


El recuerdo de Nadja y la ilusión de verla de nuevo al día siguiente se vieron perturbados por una nueva pesadilla. Se vio frente a la Casa del Consejo, que no tenía el aspecto acostumbrado. Estaba destrozada y salían columnas de humo. Lo peor eran los cientos de cadáveres de soldados que yacían en la plaza amplia a la que daba la puerta principal del edificio. El ambiente de soledad y muerte angustiaba a Sylwester. Oyó pasos a su derecha y la misma muchacha de piel tostada de su anterior pesadilla se detuvo junto a él.

—Te dije que avisaras —dijo la joven—, que volverme a encerrar tendría consecuencias desastrosas y no me hiciste caso. Esto es culpa tuya. Disfruta de lo que has conseguido.

Era noche cerrada cuando Sylwester se despertó por culpa de la pesadilla, con el corazón desbocado y sintiendo que le faltaba el aire. Habría ido en aquel momento a aporrear la puerta de la Casa del Consejo si aquello hubiera servido de algo.

Le costó conciliar el sueño y se despertó lo bastante tarde como para tener tiempo solo de asearse y salir a toda prisa a la puerta sur de la ciudad. Se habían producido problemas, de nuevo, debido a la presencia de homúnculos y vampiros de árboles, así que habían reorganizado a los milicianos y a Sylwester le toco un oficial que no lo conocía y que no pareció estimarlo de confianza. Lo pusieron junto a un grupo de cuatro muchachos de apenas dieciséis años. Acompañaban a una compañía de guerreros más curtidos y realizaron una batida por el bosque de alcornoques situado hacia el noroeste de Luzjda. Su misión era seguir en formación a sus compañeros y, a la orden del oficial, disparar con arco para acosar al enemigo mientras los veteranos cargaban contra ellos.

Fue un día agotador y aburrido, ya que cubrieron una distancia considerable y solo pudo disparar dos veces, ambas contra grupos reducidos de vampiros de árboles. Poco antes del almuerzo, habían interceptado a un grupo de vampiros de árboles. Los cinco dispararon y Sylwester fue el que realizó el peor tiro. Uno de sus compañeros mató a un monstruo de un flechazo afortunado en un ojo y otro hirió a un segundo enemigo. A punto de acabar la batida, se volvieron a hallar a otro grupo de vampiros, este de solo tres individuos. El disparo de Sylwester fue aún peor, pero ninguno de sus compañeros acertó. En ningún caso, los enemigos fueron rival para los milicianos más expertos que cargaron contra ellos.

A pesar del cansancio, se sintió animado por su cita con Nadja. No se lo ocultó a sus padres ni a sus hermanos. Estos últimos se burlaron de él y le preguntaron que si ya se había olvidado de Laska. Mientras recorría las calles hacia la plaza donde se había citado con ella, reconoció que aún seguía sintiendo algo por Laska, pero Nadja parecía haberla desplazado en su corazón.

Cuando se detuvo cerca de la fuente y Nadja se levantó para aproximarse, se quedó deslumbrado. Llevaba una falda roja oscura y un corpiño negro, con adornos grises en los bordes. El corpiño iba abierto por delante, unido por cordones y dejaba al descubierto una camisa blanca de mangas largas con escote. Llevaba una corona de margaritas en el cabello y estaba preciosa. Nadja lo besó en la mejilla y le sonrió.

—Las margaritas las he recogido esta mañana. ¿Estoy guapa?

—Mucho.

Nadja le enlazó el brazo izquierdo con el suyo y le sonrió. A Sylwester se le fue la mirada a los ojos y a los labios de la muchacha.

—Cuando alguien me cae muy bien, me gusta ir cogida de su brazo. ¿No te importa?

Sylwester respondió que no y caminaron un trecho corto.

—Me gustaría conocer la parte alta de la ciudad, la que está rodeada por la muralla de piedra. Llévame a la Casa del Consejo, ¿te gustaría?

—De acuerdo, pero ¿no la has visto ya? Tu padre es del ejército.

—Sí, pero a mí no me lleva. Son cosas de hombres, dice el muy tonto. Y no quiero ir sola por si los guardias sospechan de mí por ser guapa. Si voy contigo, no me dirán nada. Por favor.

Sylwester asintió y recorrieron una de las calles principales, que describía una cuesta suave, hasta llegar al arco, aún sin puerta, que se abría en la muralla de piedra en construcción.

Aquella parte de la ciudad era la más rica, y había unos pocos edificios de piedra, principalmente, torres. Las casas de madera eran grandes y estaban bien adornadas. Nadja no paraba de charlar, y su voz y su presencia le hacían olvidarse de Laska y de sus otros problemas, hasta que tuvieron la mala fortuna de cruzarse con Bazyli, que debía de venir de la Casa del Consejo.

—¿Quién es esa belleza? —le preguntó Bazyli a modo de saludo.

—Me llamo Nadja, encantada. ¿Eres compañero de Sylwester?

—No, yo soy un soldado de verdad y él un simple miliciano. Me llamo Bazyli. Nunca te había visto por aquí.

—Porque soy de Vojotla. Y no digas eso de Sylwester, que es muy valiente.

—No lo discuto. A ver si nos encontramos de nuevo, Nadja. Pasadlo bien.

Sylwester se había molestado, pero logró ocultarlo con su silencio. Agradeció que Nadja hubiera hablado por él. Se sintió celoso, pero esta vez por la idea de que Nadja se olvidara de él para dejarse engatusar por Bazyli. ¿Por qué aquel individuo se empeñaba en quitarle todas las chicas a las que conocía?

—Qué imbécil ese Bazyli. Espero no volver a verlo.

Aquella frase de Nadja le alegró tanto que fue, para él, lo mejor que le había pasado en varios días. No tardaron en llegar a la zona abierta a la que daba la fachada de la Casa del Consejo. Nadja miró el edificio, arrobada.

—Es maravilloso, Sylwester. Qué grande es, qué bonitos los colores, la decoración, los símbolos…

Solo pudo compartir la alegría de la muchacha un instante. Recordó la pesadilla y vio aquella zona llena de cadáveres y el edificio pasto de las llamas. Su abatimiento fue lo bastante grave como para que Nadja le preguntara qué le sucedía. Le contó la pesadilla, pero ella le quitó importancia, en tono jocoso.

—Esa pesadilla tuya sería un sueño maravilloso para un demonio. Imagínate: si destruyeran la Casa del Consejo significaría que toda Luzjda habría caído. No te habrán endemoniado, ¿no?

—¡Claro que no! ¿Cómo puedes…? —gritó Sylwester, pero se calló al comprobar que Nadja se reía.

—Lo que he dicho es estúpido, ¿verdad? Pues más estúpido es que te preocupes por unas pesadillas idiotas. Anda, acerquémonos.

Sylwester se sentía molesto porque Nadja no hiciera caso de unas pesadillas que lo tenían tan preocupado, pero no quiso decir nada. La muchacha tiró de él para hacerlo recorrer el contorno del edificio, que era bastante grande.

—Qué sitio tan impresionante —dijo Nadja cuando regresaron a la plaza, tras haber recorrido todo el perímetro—. Así que ahí tienen guardado el artefacto. A saber en qué habitación estará.

—No está aquí —dijo Sylwester.

Nadja se soltó y se encaró con él.

—¿Cómo que no? ¿Y dónde está?

—Lo llevé a casa de Justyna.

—¿Y está muy lejos? ¿Podrías llevarme? —le preguntó con una sonrisa preciosa y un brillo de súplica en la mirada imposible de resistir.

Volvió a cogerlo del brazo y recorrieron el mismo camino que anduvo Sylwester unos días antes, con el artefacto en la mano. Una vez en casa de Justyna, repitieron el paseo por todo su contorno. Una vez que habían regresado a la fachada principal, notó que Nadja inspiraba hondo y se llevó un instante una mano a la frente.

—No me extraña que hayan escondido el artefacto aquí. Es un sitio horrible.

—No te entiendo.

—Deben de ser los hechizos que la protegen o… —Nadja lo miró, con lo ojos muy abiertos—. O puede que haya demonios maldiciendo este sitio. Siempre he sido muy sensible a esas cosas. Vámonos, por favor.

Las palabras de la muchacha convencieron a Sylwester de que tenía que contarle a alguien experto sus pesadillas. Cogido del brazo de Nadja, se apresuró todo lo que pudo sin obligarla a forzar el paso. No obstante, la chica le pidió, extrañada, que no corriera tanto y lo miró.

—¿Adónde me llevas?

—A la Casa del Consejo. Voy a pedir audiencia para contarle a alguien mis pesadillas. Lo que me has dicho antes me ha preocupado mucho. Soy el único que puede tocar el artefacto, quizá un demonio esté intentando controlarme mientras duermo.

—¡No seas tonto! —gritó Nadja mientras se soltaba de un tirón—.  ¡Si un demonio quisiera controlarte haría cosas mucho peores que provocarte pesadillas estúpidas!

Sylwester la miró tan atónito como dos chicas que venían detrás de ellos y se apresuraron para rebasarlos. Por fortuna, aquella parte de la ciudad no solía estar concurrida a aquellas horas.

—No quiero pasarme horas dentro de ese edificio horrible por culpa de una tontería. Quiero que me enseñes la ciudad, por favor.

—No estaremos allí mucho tiempo. Pediré una audiencia para mañana y luego te llevo adonde quieras.

—¡Eres un idiota! Ve a donde quieras, pero irás solo.

Nadja cruzó los brazos bajo el pecho, lo que resaltó la figura tan atractiva que tenía, y volvió el rostro hacia su derecha. Sylwester suspiró y tras responder un escueto “de acuerdo”, se encaminó hacia la Casa del Consejo. Solo había recorrido unos diez metros cuando sintió que le tocaban el hombro.

—Perdóname, Sylwester. Me he portado como una niña caprichosa, pero es que lo estaba pasando tan bien… quería estar contigo toda la tarde y me pone triste que tengamos que despedirnos tan pronto. Si es tan importante para ti, pide esa audiencia y nos vemos otro día.

—Acompáñame. Será solo un rato y pasearemos juntos hasta que anochezca.

—No voy a desperdiciar una tarde como esta en un sitio tan horrible. Seguro que te tienen ahí un buen rato. Pasearé sola y te echaré de menos hasta mañana. ¿Nos vemos en el mismo sitio y a la misma hora?

—Claro que sí.

Sylwester se sentía tan feliz de que Nadja fuera lo bastante comprensiva como para hacer aquel pequeño sacrificio que hizo el ademán de abrazarla. La muchacha le sonrió.

—Puedes abrazarme, tonto.

Se abrazaron y Sylwester disfrutó otra vez de la calidez de su tacto. Cuando se separaron, Nadja volvió a producirle un cosquilleo al besarlo en la mejilla y se despidió mientras se marchaba, agitando una mano en un gesto discreto.

Sylwester se encaminó a la Casa del Consejo, muy alegre. Sin embargo, Nadja tenía razón. El funcionario que lo atendió fue bastante seco y le pidió que esperara en una sala. Lo hicieron estar allí más de una hora, solo para darle un documento que debería presentar a su oficial. En él, se lo convocaba a media mañana en la Casa del Consejo dentro de dos días. Cuando salió, oscurecía y se lamentó de haber desperdiciado una tarde que podría haber pasado con Nadja.

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