11 septiembre 2006

(Cuentacuentos) Siempre soñé con convertirme en...

Siempre soñé con convertirme en... en un animal del que no recuerdo el nombre. Lo que recuerdo es que se trata de un ave, un ave rápida y fuerte... y libre. La verdad es que después de tanto tiempo como llevo aquí encerrado, lo extraño es que no me haya vuelto loco.

Mi caso es un tanto peor que el de la mayoría de mis compañeros de la celda comunal que ocupamos. Ellos apenas han conocido la libertad, porque llevan aquí desde que tenían cinco o seis años. Yo, en cambio, antes de que me capturasen, pasaba los días sin más techo que el cielo, ni más paredes que los bosques y las montañas de la aldea donde nací. Sólo llevo aquí cuatro años, desde los once, que es demasiado poco como para haber olvidado la libertad.

Otra cosa que me diferencia de la mayoría es que no deseo estar aquí. A casi todos les han acabado convenciendo de que servir a Shtaan, el demonio que alimenta los volcanes, es un honor y un privilegio. A mí no me gustan los demonios, como tampoco a mis padres. Durante el poco tiempo en que pudieron ocuparse de mí, me enseñaron a amar a Jutar, el Dios que nos ha abandonado. Si bien a todos los que estamos aquí nos trajeron de la misma forma, arrancándonos de la casa de nuestros padres, los demás casi no se acuerdan y no lo sienten. Yo sí.

A pesar de todo, durante las dos horas diarias que nos permiten salir al patio para adecentar un poco nuestra celda, noto que somos un grupo de chicos triste. Muy pocos corren o juegan, aunque sean más jóvenes que yo, y entre los que tenemos quince años y, por tanto, vamos a salir muy pronto, esa esperanza de libertad tampoco nos anima. A mí, desde luego, convertirme en un sacerdote de Shtaan o en un caballero infernal tampoco me seduce. Por eso, esta mañana me pasé todo el tiempo mirando al cielo, soñando en convertirme en esa ave de presa, de cuyo nombre no me acuerdo, a la que veía volar libre desde mi casa.

Pero, cuando la puerta de la celda se cierra, y la luz nos abandona, se me quitan las ganas de soñar. Si fuera ya somos tristes, dentro parece que estemos asistiendo a un entierro. Voces ahogadas por todos sitios, niños tumbados durante horas sin otra cosa mejor que hacer... Los únicos que parecen mantener un poco de actividad son un chico que aparece y desaparece de cuando en cuando, y Bernard, que es un joven con aspecto de extranjero y un carácter bastante extraño. Durante un tiempo, me interesé en averiguar qué hacía este muchacho, y en qué sitios se metía, pero Bernard empezó a mostrarse antipático y preferí quedarme todo el tiempo en mi rincón, intentando soñar con el viento y con cómo sería mirar el mundo desde las
alturas.

* * * * *


Un buen día, vinieron a nuestra celda decenas de guardias infernales, justo a la hora a la que nos hacían salir al patio. Nos hicieron formar una fila e hicieron salir a casi todos, salvo a los que teníamos quince años. Pensé que había llegado el momento, el final de mi cautiverio en aquel recinto y el comienzo de otra condena. No eché de menos a nadie, salvo a Bernard. Me sorprendió un poco, porque creía que era de mi misma edad, pero también podía estar equivocado.

Nos hicieron formar otra fila y salimos, escoltados por los guardias, después de varias vueltas a través de pasillos que nunca habíamos visto, a una enorme sala de baños, donde nos hicieron desnudarnos, asearnos y vestirnos con ropas de buena calidad. Luego, siempre en fila india, anduvimos por un pasillo abierto al aire libre, que nos dejaba ontemplar unas vistas preciosas del templo, el cielo y la ladera del volcán. El viaje se me hizo muy corto, ya que estuve todo el rato fantaseando con surcar el cielo convertido en ave de presa. Casi al final, algo aún más sorprendente, me sacó de mis pensamientos. Había chicas, que avanzaban en fila recta al igual que nosotros, pero por otro pasillo que reposaba en la otra parte de una grieta humeante. Se hizo el silencio; incluso, la fila se detuvo unos instantes, mientras mirabamos a las muchachas atónitos. Entre ellas, pareció cundir el mismo desconcierto; era la primera vez, para casi todos, que veíamos a chicas de nuestra edad. En medio del estupor general, observé que el chico que desaparecía de vez en cuando, dos puestos delante de mí, buscaba con la mirada algo en la fila de las muchachas.

Los golpes de los guardias nos hicieron reanudar la marcha. Finalmente, llegamos a un ensanchamiento de los pasillos que parecían los pilares de un puente que se hubiera derrumbado sobre la grieta, que despedía humo enrarecido y calor. Las chicas estaban lo más cerca de nosotros que habían estado nunca, aunque ninguno de los dos grupos había recibido permiso para romper filas. Sin querer, me fijé en que, dentro de dos capillas con techos triangulares, y abiertas por todos sitios, había un sacerdote y unos cuantos hombres más en cada lado de la grieta y algo empezó a parecerme raro. Cuando aquellos sacerdotes empezaron a pronunciar cánticos y, luego, a anunciar que veinticinco chicos y veinticinco chicas, todos vírgenes, serían sacrificados a Shtaan, mi corazón ya llevaba rato latiendo con furia. El terror nos invadió a todos, y la mayoría nos pusimos a llorar, pero era inútil resistirse.

El volcán rugió y la tierra tembló. Sin más preámbulos, los guardias nos hicieron avanzar a empujones. Empezaron tirando a un chico. Luego, una chica; después, otro chico. Las rodillas me temblaban, mientras veía caer a chicos y chicas, alternativamente, a la grieta. Ante la preocupación creciente de los sacerdotes, el volcán rugió como si estuviera furioso. Y, de pronto, el chico que estaba dos puestos por delante, rompió la fila, y mientras los guardias lo retenían, le gritó a la chica que estaba en el borde del precipicio y le miraba con intensidad:

- ¡Gloria! Te quiero... te quiero.

El sacerdote del otro lado empujó a Gloria, y la cara de terror del religioso de nuestro lado hizo que se esfumara, por unos intantes, mi miedo y lo sustituyese por el asombro. Lo que vino después fue terrible, pero rápido. Algo en la grieta estalló, y, envuelto en niebla y fuego, se vislumbró la silueta del mismísimo Shtaan, que parecía estar fuera de sí. Los guardias arrancaron a correr y los religiosos se postraron, pero era inútil. En la mente de todos resonaba la protesta de Shtaan: "¡Esta chica no es virgen! ¡Me habéis engañado!". Justo cuando intentaba huir, todo se vino abajo. Me llovieron cascotes, y una columna me aplastó las piernas. Casi no podía respirar.

Entre el revuelo tuve una visión extraña. Bernard venía corriendo, al parecer, sin miedo al derrumbe. Agarró del brazo al muchacho que había gritado a Gloria, y se lo llevó de allí. Antes de desaparecer, se me acercó y me miró con pena. Empezaron a deslizarse imágenes en mi mente. Un ser divino, sirviente de Jutar, que venía a nuestro mundo para combatir a Shtaan... Bernard. Un sirviente de nuestro Dios demasiado débil como para derrotar al demonio, y que hacía lo que podía. Lo vi infiltrarse en la prisión, abrir un agujero entre nuestra celda y la de las chicas y arreglárselas para que dos de ellos se enamorasen y se amaran, a sabiendas de que Shtaan, torpe y caprichoso, no lo perdonaría y le asestaría un gran golpe a sus adoradores. Jutar está tan ocupado venciendo a demonios más peligrosos, que no puede ayudarnos directamente...

Oí su voz por última vez:

- El ave en que quieres convertirte se llama halcón.

Y en un recinto que se desmoronaba, Bernard me cerró los ojos...

Y convertido en un halcón, alcé el vuelo.


Juan Cuquejo Mira.


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5 comentarios:

Anónimo dijo...

Mmmm... pues podría convertirse el sueño en realidad... me ha dado 1 pena...

Anónimo dijo...

Muy bonita historia, la verdad que si. Me ha dado un poquito de pena, pero que sigo pensando que escribes muy bien. ¡Tengo tanto que aprender aún...!

Estoy muy nerviosa. Mañana empiezo las prácticas y estoy bastante nerviosa. Supongo que mañana estaré mucho más tranquila en cuanto llegue allí, pero el momento de la espera es angustioso, demasiado.

Te iré contando a lo largo de estos próximos tres meses. Seguiré visitándote cada semana para leer tus cuentacuentos, que son fabulosos.

Muchos besos desde Asturias.

Anónimo dijo...

La semana pasada leí ty historia pero no me dejó dejarte ningún comentario... no sé por qué... o quizá no lo recuerde!!
Me ha gustado mucho tu historia, muy original donde las haya...
un beso de piña!

Anónimo dijo...

que bonito!!!! me encanta!! me ha echo soñar, me ha parecido estar alli, en el mismo instante en el que ese chico gritaba mi nombre (pero yo no era, te lo prometo ajaj) en fin, que me ha gustado mucho de verdad, muchos bessos

Carla dijo...

Poco ha faltado para que me echase a llorar! Me ha gustado mucho tu historia. ¡El argumento es tremendo! Y el ambiente... casi he podido sentir el calor al borde del precipicio...! Un abrazo!