05 febrero 2011

Mundo de cenizas. Capítulo III.

Sin más novedades, Juan se había tomado su desayuno, se había pasado todo el tiempo mirando con disimulo a Raquel, a la que encontraba especialmente guapa aquella mañana, había salido del comedor al terminar y se había incorporado a su puesto en las murallas, un tanto distraído pensando en ella.

Le había tocado vigilar el lienzo que da al río, junto cerca del puente que une el casco urbano de Gaiphosume con el castillo, que está en la ribera opuesta. El día transcurrió con mucha tranquilidad. Ni una sola alerta, ni un avistamiento. Sólo gente que iba y venía por el puente; algún grupo de soldados y milicianos que partían por el camino del norte a relevar a los soldados de Imduvu, una aldea de apenas 20 vecinos, cercana a la línea de Torres, donde había una mina de hierro, y gente que tomaba la carretera del río, de camino al pueblo más próximo a Gaiphosume, Metmehapet, que estaba también en la ribera opuesta. Dejó de llover a mediodía, pero no salió el sol sino hasta última hora de la tarde. Lo único que le alegró el día fue ver a Raquel de nuevo al almorzar y al ir a por su cena.

Cuando terminó su turno, se tomó unas cervezas con un par de compañeros, y se fue pronto a la cama. No le apetecía mucho, pero menos le agradaba la idea de pasear de noche. Tuvo la suerte de dormir de un tirón. No soñó con nada o, al menos, no recordó nada, lo que significaba que no había tenido ninguno de esos sueños lúcidos, que siempre era capaz de recordar con detalle.

En aquella ocasión, no iba tan contento a desayunar, porque las chicas que servían la comida lo hacían una vez cada tres o cuatro días. Así que no iba a ver a su Raquel. Cuando acudió al punto donde le esperaba su oficial para darle las órdenes, le disgustó un poco que no lo mandara al lienzo de muralla que daba a la playa, como debería haberle tocado. Le habían asignado la tarea de escoltar a una cocinera al que el maestro herbolario le había ordenado recoger una serie de plantas y, de paso, iba a aprovechar para recolectar alguna que otra cosa para la cocina. No fue más explícito, ni Juan pidió más explicaciones. Mientras se encaminaba a la puerta del camino del río, protestaba para sí mismo. Salir al campo era lo peor, lo más peligroso, y aunque la ribera del río y el bosque poco denso que crecía frente a Metmehapet era una zona donde lo máximo que se podía encontrar uno eran ratas, y sólo de vez en cuando, prefería mil veces estar protegido por los muros.

Estuvo esperando unos instantes junto a una casa que compartía pared con la muralla, y todo su malhumor se esfumó de pronto cuando vio que la persona que acababa de llegar portando una cesta grande era Raquel. Ella se alegró mucho al verle, tanto como él, y se dieron dos besos en la mejilla. Mientras bromeaban un poco acerca de la casualidad de que les hubieran elegido a ellos dos el mismo día para salir del pueblo, Juan daba gracias por la buena suerte que había tenido. Iba a pasarse mucho tiempo a solas con ella, y se le ocurrió que podía ser el momento ideal para declararse. En pleno campo, un día soleado… sería perfecto. Por desgracia, la mera idea le empezó a agitar el pulso.

Salieron de Gaiphosume sin perder más tiempo. Juan le propuso a su compañera llevarle la cesta, pero ella se negó riéndose:

—Ahora no hace falta. Cuando esté llena hablamos.

De hecho, Juan la encontraba muy feliz. No paraba de contarle anécdotas de su trabajo y chismes de sus amigas. Y, además, la suerte parecía sonreírle, porque le resultaba muy fácil encontrar las plantas y las raíces que le habían pedido. Él, de vez en cuando, también encontraba algo y, o bien se lo señalaba a su compañera, o bien lo cogía él mismo y lo echaba en la cesta. Al cabo de un rato, Juan ya tenía casi decididas las palabras que iba a utilizar para declararse, pero tan nervioso se sentía, tanto le presionaba el hecho de que aquella era una oportunidad que no podía desaprovechar, que, para ir acumulando fuerzas, le preguntó, simplemente por charlar de algo:

—Te veo muy contenta, ¿te ha pasado algo bueno?

Raquel, que había dejado el arco y las flechas que llevaba a la espalda en el suelo y se afanaba en arrancar una raíz, dijo:

—Sí, pero… Es una tontería. No quiero que te rías de mí.

Esperó unos instantes, a que sacara de una vez la planta de debajo de la tierra y se levantara, para insistir:

—Cuéntamelo. Seguro que no me voy a reír.

Raquel, sonriendo, echó al cesto su último descubrimiento, se hizo de rogar unos instantes, y finalmente, repuso:

—Antes de ayer recibí una carta preciosa de Marcos. Dice… —y suspiró de felicidad antes de seguir— dice que se acuerda mucho de mí y que cuando tenga un permiso lo bastante largo, vendrá a verme y me traerá un recuerdo de Nêmehe. Y escribe unas cosas tan bonitas…

Radiante de felicidad, se alejó de Juan, dio una vuelta con mucho garbo, para encararse de nuevo con él, y continuó, en un tono un tanto ausente, como si se hablara a sí misma:

—Baila tan bien, y es tan guapo… ¿Qué chica no se sentiría feliz si un chico así le escribiera esas cosas?

A Juan, aquello le sentó peor que si cuatro matones le hubiesen molido a palos. Sospechaba aquello desde hacía tiempo, pero consideraba que no debía rendirse, porque Marcos estaba en Nêmehe, mientras que él estaba junto a Raquel y, si seguía siendo su mejor amigo, y la apoyaba en los malos momentos, algún día se daría cuenta de que le convenía más un hombre dispuesto a darlo todo por ella que una persona a la que se le habría subido el éxito a la cabeza y que, probablemente, ya estaba amancebado con alguna chica de la capital. La voz de Raquel le sacó de sus pensamientos:

—Voy a enjuagarme las manos en el río. Vuelvo en seguida.

La vio alejarse y se sintió muy triste. Llevaba dos años amándola en silencio, y se temió que iba a seguir siendo así una temporada, porque si en aquel momento se declaraba, le iba a decir que no, ilusionada con Marcos. Tocaría esperar un momento mejor. Por primera vez en su vida lamentó no haber aprendido a leer ni a escribir.

Cuando Raquel regresó, sacudiéndose las manos junto a él y mojándole entre risas, tuvo que fingir y reírse también. Le gustaba estar con ella y que bromease, pero se sentía tan abatido y tan celoso, que hubiera preferido estar ya de vuelta en Gaiphosume. Pronto, se volvieron a concentrar en su tarea, aunque no les sirvió de mucho. Raquel no encontraba nada, y las pocas cosas que llenaron un poco más la cesta las recogió Juan.

A pesar de sus reticencias iniciales, Juan acabó relajándose, ya que todo estaba muy tranquilo; de modo que se ensimismaba a ratos. Lo único que le sacó de sus ensoñaciones fue que, en un momento determinado, a lo lejos, quedó a la vista una Torre. Se trataba de una estructura esbelta y de altura respetable, de unos 50 metros según le habían dicho, un tanto ajada por el tiempo y grisácea. Observó que Raquel se quedó mirándola unos instantes, con atención y sonriendo. Ante un gesto de apremio por parte de Juan, ella dijo:

—Perdona, es que me gusta mucho mirar las Torres. Son muy bonitas cuando brillan.

—¿Cuándo brillan?

Raquel se quedó un momento callada, y repuso con una sonrisa que Juan adoraba:

—Sí… bueno… claro… si les da el sol, a veces brillan.

Juan nunca las había visto brillar, pero tampoco les prestaba mucho interés, así que si Raquel lo decía, sería verdad. Finalmente, se cansaron de buscar sin encontrar apenas nada, y decidieron almorzar rodeados por los primeros árboles del bosque poco denso que se iniciaba a la altura de Metmehapet, pueblo que se veía a lo lejos. Era una población pequeña, rodeada por una muralla construida hacía poco, y el puente que cruzaba el río era pequeño aunque muy bonito. Con tristeza, pensó que era un sitio al que iban los enamorados para ver fluir el río Gaiphosume.

Comieron rápido y estuvieron descansando un rato, charlando animadamente. Juan ya estaba olvidándose del mal rato que había pasado antes con lo de la carta de Raquel, y se divertía. Y, en esto, su amiga se quedó inmóvil unos instantes. Muy seria, y algo asustada, susurró:

—He oído algo.

Apenas tuvo tiempo Raquel de ponerse de rodillas, y Juan de asir la ropera que, por fortuna, tenía al alcance de la mano, cuando fue audible a su espalda que algo se movía. Lo que terminó de preocuparle fue ver que su compañera miraba aterrorizada lo que fuera que tenía delante.

Y no era para menos. A unos quince metros de distancia, había dos ratas del tamaño de un perro que les amenazaban enseñándoles los colmillos. Juan se levantó despacio, desenvainó la daga de vela, y dirigió sus armas hacia las fieras. Con un nudo en la garganta, asumió que estaban muertos los dos. Quizá, con la ayuda de Raquel, habría podido con una rata solitaria, pero con dos… Y no podían huir; a esa distancia precipitarían el ataque, y las ratas corren más rápido que los seres humanos.

Le conmovía que Raquel siguiera detrás de él, inmóvil. Si ella salía huyendo, les atacarían; ambos eran conscientes. Pero Juan no veía otra solución, así que le iba a pedir que corriera en dirección opuesta a la de las ratas. Aquellos seres repulsivos cargarían contra ellos, pero estando él en medio, le sería fácil atraerlas y entretenerlas el máximo tiempo posible, y darle una oportunidad a ella. Siguió clavado, con sus armas listas, y recordó amargamente lo que le habían dicho en aquel sueño: “Eres un ser mediocre. Un miliciano sin más aspiraciones que defender Gaiphosume, el pueblecito donde ha nacido, hasta que lo mate una rata o un zorro”.


Al menos, lucharía hasta el fin para salvar a la mujer a la que amaba.

6 comentarios:

Juan dijo...

Saludos

Esta vez, tendré que partir las notas en dos comentarios, porque este fragmento ha supuesto bastante más esfuerzo "técnico".

Exacto. El pobre Juan es un pagafantas que está enamorado de Raquel. Ya os lo advertí. Tenía ganas de inventarme un personaje que sufriera esta epidemia de nuestros tiempos. Por eso, su forma de ser, sus reflexiones y sus justificaciones son lo más realista de toda esta historia. Y, sí, Raquel es muy "tontita". Cuando dije que ella "dio una vuelta con mucho garbo", la imagen que me vino a la mente fue de una "princesa" de las películas de Disney haciendo lo propio. Lo que sucede es que Raquel tiene algún conocimiento de baile, y casi se le escapa una vueltecita, distraída al recordar a su amor.

Al fin, la primera tirada de dados. Como hacía en las partidas que dirigía, me gusta dar paso al azar de vez en cuando. Para ver si Juan pasaba o no un día tranquilo, hice una tirada de 1 a 100, y me salió 83. La idea es que mientras más alto sea el valor, más se aburrirán los personajes, así que el día transcurrió sin mayores molestias. Es lo que describo en el segundo párrafo.

Las murallas de Gaiphosume tienen cuatro puertas: la puerta del puente, la de la carretera hacia Nêmehe, la puerta del camino del río y la puerta del norte.

En este fragmento, aparentemente con tan poca acción (y desde el punto de vista narrativo es así; no avanza la trama, y sólo sirve para caracterizar un poco más a los dos personajes), desde la perspectiva del juego de rol y de las tiradas sí ha supuesto algo más de tarea.

Para saber cómo les iba la recogida de raíces, hierbas diversas y hojas, utilizo la habilidad secundaria "forrajeo", que se aplica a buscar cosas de comer en el campo. Juan tenía lo que se puede interpretar como un 11% de posibilidades de éxito, y Raquel sólo un 5%. La forma de tratar este tipo de acciones en el sistema de juego (y no lo explicaré más, así que atentos) es definir una dificultad para la maniobra y luego, considerar si se puede dar un éxito parcial o no. Consideré que la maniobra es fácil, lo que supone sumar un 10% al porcentaje de éxito de cada uno. Admití el éxito parcial, ya que el total indicaría haber encontrado todo lo que pidió el maestro herbolario. Hallar el resto de cosas para la cocina es muy sencillo, ya que no hace falta nadie con preparación (si no se trata de setas, podría hacerlo hasta yo), por lo que con una puntuación final de 50 habrían llevado lo mínimo para no avergonzarse. Hice que cada uno tirase dos veces para sacar con los dados un número de 1 a 100 al que se le sumarán todos los porcentajes adicionales de éxito, o sea +15 para Raquel y +21 para Juan. El éxito completo supone sacar 101 o más puntos. Tras las tiradas, Raquel obtuvo 98 y 36, y Juan 86 y 85. Así que lo interpreto como que Raquel casi puede tachar todo lo que le pedían en la lista de la "compra", pero le quedan un par de cosillas, y que Juan consigue aportar un poco de lo más sencillo de encontrar. Haciendo una media, consiguen llenar tres cuartas partes de una cesta que deberían haber llevado entera. No está mal.

Sigo abajo.

Juan.

Juan dijo...

Para saber quién de los dos descubría antes lo que se les viene encima, en los últimos párrafos, tiré usando la habilidad principal percepción, en la que ambos tienen un 5%. Consideré que era fácil ver algo, ya que están más o menos pendientes y lo que les acechaba era grande. Desgraciadamente, sus puntuaciones finales fueron 56 para Juan y 86 para Raquel (un poco desastroso), con lo que ella consigue descubrir a lo que sea que les ha encontrado cuando ya les han localizado y sin apenas tiempo para otra cosa que ponerse en pie y desenvainar (al menos Juan, que va armado). Si las puntuaciones hubieran sido más bajas, me temo que les habrían atacado por sorpresa. Acepté el éxito parcial porque, en el fondo, lo que les acecha no siente necesidad de esconderse.

Para acabar, es comprensible que estén muy asustados, porque se trata de dos enemigos temibles para un miliciano inexperto y una cocinera, aunque no impresionen demasiado a primera vista. Según las fichas y los números, Juan, armado con ropera y daga de vela es aproximadamente igual de fuerte que una rata, pero aguanta la mitad de daño que ellas. Sus únicas ventajas son que lleva armadura y que como la hoja de las espadas roperas solían medir entre 75cm y un metro, atacará primero. Raquel no tiene nada que hacer contra una sola rata. Que Juan considere que están muertos es una conclusión lógica.

Como nota histórica, la daga de vela era una daga de mano izquierda española, que se usaba en esgrima en combinación con la ropera, para detener golpes del rival y, con suerte, trabar o incluso romper la hoja. En el contexto de las milicias de Mundo de cenizas, sirve para mantener a raya a seres que muerdan que, con suerte, acabarían ensartados en las hojas o en los gavilanes, o bien morderían el acero de la placa que protege la mano. Para ver imágenes, podéis mirar aquí Ejemplo de daga de vela (¿qué haría yo sin la Asociación Española de Esgrima Antigua?) o aquí Daga de vela y contexto (con un trasfondo histórico interesante). Una daga de vela es equivalente a la "main gauche" francesa, que entre jugadores de rol es más famosa que su versión española.

Juan y Raquel han pecado de imprudencia ya que si no se hubieran sentado a almorzar y bromear, las habrían visto venir desde muy lejos (tienen mejor vista que las ratas). Por cierto, este encuentro no es aleatorio; estaba preparado y es parte de la trama. Lo que ya no sé es cuál será el resultado... Corto aquí por motivos técnicos. Tengo que llevar a cabo el combate siguiendo las reglas y describir lo que sea que pase.

Les deseo suerte a mis "niños".

Un saludo.

Juan

Enrique González Añor dijo...

Yo también les deseo suerte. Sería un poco frustrante que no salieran a bien del primer entuerto. ¿Que te parece si dibujas mapas que complementen la historia?, bien documentada, por cierto.

Saludos.

Juan dijo...

Hola Enrique

Lo de los mapas va a convertirse en una necesidad en algún momento, porque tendré que calcular distancias entre poblaciones, tiempos de viaje, etc... Lo malo es que dibujo muy mal.

Me temo que me tendré que limitar a hacer algo a mano alzada que no quede demasiado mal :-).

Con respecto a la documentación, estoy encontrando que es muy divertido, y se aprende mucho. En el capítulo V, como ya verás, la cosa ha sido terrible. He tenido que documentarme para un montón de cosas.

Un saludo y gracias por leerme.

Juan.

Luisa dijo...

Hola, Juan.
Aquí se palpa ya lo que hay tras las murallas y el peligro que puede implicar ir más allá de ellas y no vamos a tardar en saberlo.
Los triángulos amorosos siempre son un contrapunto interesante, difícil lo va a tener Juan para quitarle de la cabeza a Raquel al apuesto Marcos. Suena al típico buenorro.

Seguiré leyendo.

Un saludo.

Juan dijo...

Hola Luisa

Pues sí. Aciertas con Marcos. En una sociedad militarizada por necesidad, la gente más admirada y valorada son los grandes guerreros. Marcos está tan capacitado para el combate que se lo han llevado a instruirle a la capital del país, para pertenecer al ejército real, donde sirven los mejores soldados. La mitad de las chicas Gaiphosume, probablemente, suspirarán por él.

Juan no lo tiene difícil. Lo tiene imposible. Mucho tiene que cambiar y espabilar para que Raquel lo pueda mirar de otra manera.

Casi, casi mete la pata. Casi se declara...

Pues cuando leas el capítulo IV, verás lo que pasa...

Un saludo y gracias por leerme.

Juan.