08 febrero 2011

Mundo de cenizas. Capítulo IV

Mientras las ratas le amenazaban y se acercaban muy despacio, tentando el terreno, acechando, Juan, sin volverse, sin alzar mucho la voz, dijo:

—Huye dejándome a mí entre las ratas y tú. ¡Ya!

La oyó pisar la hierba, pero, en vez de hacerle caso, se le pegó a la espalda y repuso:

—Me quedaré indefensa unos instantes. Protégeme y no te muevas, déjalas venir… No te asustes de nada que veas… Confía en mí.

Se apoyaba en él como si fuera un parapeto. Aquellas frases le habían dejado atónito e iba a pedirle explicaciones cuando, con el rabillo del ojo, captó un resplandor verde sobre su hombro izquierdo. Giró momentáneamente la cabeza y comprobó que el resplandor venía de los ojos de Raquel quien, muy concentrada, susurraba frases ininteligibles. Juan, confuso, estuvo a punto de creer que aquello era un sueño. Pero no lo era.

Como era inevitable, la rata más grande cargó contra ellos y la otra la siguió. El haber aguantado de pie, desafiándolas, las había hecho dudar, pero esos seres repugnantes odian a los hombres con toda su alma, así que el ataque era inevitable. Juan se concentró en el combate inminente. Su única opción era atacar con todas sus fuerzas a la rata más grande, y usar la daga de vela y el movimiento de retorno de la ropera para detener el mordisco de la pequeña. Si malhería a la rata grande y conseguía evitar que la pequeña le mordiese, tendría una mínima oportunidad. Juan preparó el golpe cuando sus enemigas estaban, casi, a su altura, con el corazón latiéndole con furia.

Lanzó una estocada a la rata grande demasiado desviada, tanto que ni le pasó de cerca. Pudo esquivar el mordisco que ésta le lanzó a la pierna, pero la otra rata, dio un salto y aunque Juan la repelió con el brazo, recibió un buen arañazo. De pronto, vio a Raquel intentar darle una patada a la rata pequeña, lo que sirvió para distraerla. Sabiendo que debía herir o matar a una de ellas o estarían perdidos, decidió emplearse a fondo con la rata más grande. Y cuando su enemiga se disponía a saltar sobre él, le lanzó una estocada al pecho, con la fortuna de que consiguió ensartarla y lanzarla a un par de metros, muy malherida.

Pero se le puso el corazón en un puño cuando vio que Raquel no pudo esquivar a la rata pequeña. La derribó y lucharon en el suelo unos instantes, en los que su amiga se llevó la peor parte, hasta que terminó desmayándose, llena de arañazos. Juan pudo evitar que le hiciera más daño, a costa de que se revolviera, enfurecida por la lucha que acababa de ganar, y le mordiera con fuerza en un muslo.

Juan retrocedió. La mordedura en el muslo había sido muy profunda y le faltaban fuerzas para seguir combatiendo. En un último esfuerzo por salvar a Raquel, se alejó andando de espaldas, mientras la rata le amenazaba y amagaba ataques, que él rechazaba con ambas armas, usando las fuerzas que le quedaban sólo en esquivar, defenderse, y contraatacar muy débilmente.

Y la suerte le sonrió. La rata le atacó al tiempo que él lanzaba una estocada para ahuyentarla. El resultado fue que le atravesó una pata y le hundió el acero en los pulmones. La bestia dio un chillido muy fuerte y se alejó cojeando. Juan la quiso perseguir, pero cuando vio que, de pronto, se caía de lado y se quedaba quieta, la rabia que sentía se rebajó lo suficiente como para acordarse de que Raquel yacía a unos metros de él.

Corrió hacia ella, y la preocupación por el estado de su amiga le hizo olvidar, por unos instantes, que había vencido a aquellas bestias, que estaban salvados. La examinó angustiado, pero Raquel respiraba. Tenía arañazos y marcas de colmillos en los brazos, y la ropa agujerada y con cortes ensangrentados, sin embargo, todas las heridas parecían meros rasguños. Sólo en ese momento comprendió que lo habían conseguido. Y que si ella no hubiera tenido el valor suficiente para distraer a una de las ratas, ahora estarían sirviendo de almuerzo a dos de aquellas bestias.

Pronto comprendió que tenían que irse de allí cuanto antes. Recogió los arcos y las aljabas de los dos, que podía llevar a la espalda, cogió en brazos a Raquel, y se alejó de allí. Le daba pena dejar la cesta, pero no podía cargar con ella y con una mujer a la vez.

Sólo podrían sentirse a salvo de vuelta en Gaiphosume, pero Juan, al cabo de unos minutos de un recorrido penoso, cojeando levemente, comprendió que no iba a ser capaz. Estaba molido tras el combate, que le había dejado en las últimas. De hecho, sabía que no habría soportado un tercer mordisco de aquella rata. Así que decidió buscar un sitio para esconderse, recuperar fuerzas e intentar el regreso en mejores condiciones. Encontró un hueco entre una roca y unos matorrales frondosos. Dejó a Raquel en la zona más resguardada y él, con la ropera y la daga en las manos, se recostó sin dejar de vigilar la zona.

De vez en cuando la miraba, y no dejaba de preguntarse qué había intentado hacer cuando pareció estar recitando un hechizo. No se podía imaginar que su Raquel, a la que tan bien creía conocer, fuese una bruja.
Que las heridas de Raquel no eran graves le quedó claro cuando su amiga, al cabo de una hora, se despertó, quejándose. Miró a su alrededor y a Juan, confusa, y masculló un par de frases. Reaccionó al fin, se arrodilló delante de él y le puso las manos en los hombros, mientras decía:

—Nos has salvado. ¿Estás herido?— Y sin darle tiempo a responder, le examinó y dijo preocupada—: ¡ay! Sí, te han mordido la pierna, ¿te duele? ¿Puedes andar?

Juan frenó la retahíla de preguntas esforzándose en sonreír y respondiendo:

—Sí puedo andar. No es nada. ¿Cómo estás tú?

Con cansancio, repuso.

—A mí me duele todo… —Suspiró y dijo, mirando al suelo—: lo último que recuerdo es que tenía a aquella rata encima, que me mordía y me arañaba y que no podía sacármela de encima — Y en un susurro, concluyó—: pensé que íbamos a morir…

Y, sin más, se echó a llorar, y se acurrucó contra Juan, que respondió al gesto abrazándola. Pensó que tenía razón, que habían estado muy cerca de perder la vida. Recordó la angustia de los últimos momentos del combate, de verse casi sin fuerzas peleando sin esperanza contra una rata que no tenía ni un rasguño, y por poco se echa a llorar él también. Pero se tragó sus lágrimas por Raquel, porque no quería que le viese así, ni deseaba preocuparla más.

Dejó que su amiga se desahogara, y de paso, se dedicó a recuperar la compostura, y, finalmente, le dijo:

—Tenemos que irnos. No podía llevarte en brazos hasta Gaiphosume y por eso te escondí. Pero tenemos que volver, las ratas no suelen ir de dos en dos por ahí.

Raquel asintió, con el corazón demasiado encogido como para hablar, y con rapidez, se limpió el rostro con un pañuelo que llevaba, y se echó a la espalda el arco y la aljaba. Él hizo lo propio y se encaminaron hacia su pueblo. Se sentían muy cansados y doloridos, y aunque se desplazaban a paso normal, habrían querido correr más; pero no podían. Al menos, el mordisco del muslo era más aparatoso que grave, y Juan apenas cojeaba.

Iban muy callados, lo que a él le resultaba triste al recordar lo animados que caminaban antes de encontrarse con aquellas bestias. Entonces, Juan pensó que necesitaba saber lo que había sucedido antes del ataque, qué era lo que había intentado hacer Raquel y cómo era posible que sus ojos hubieran brillado de aquella forma sobrenatural. Así que, después de haber hecho acopio de valor, le preguntó:

—Tienes que explicarme qué pasó antes de que nos atacaran. ¿Qué hiciste para que te brillaran los ojos de esa manera?

Raquel le miró extrañada, y se detuvo para contestar:

—¿Que me brillaron los ojos? ¿Cuándo?

Juan se quedó un momento confundido. ¿Estaría intentando engañarle, negar lo que le había pasado? Quizá estaba haciendo mal y haría mejor en callarse y no preguntar, pero si Raquel era una bruja, quería saberlo:

—Cuando te pusiste detrás de mí y susurraste algo que no entendí.

—¿Qué viste? Cuéntamelo.

—Pues… Tenías los ojos completamente verdes, incluso el blanco, y muy brillantes.

Se quedó pensativa brevemente, e iluminó el paraje con una sonrisa antes de responder.

—¡Qué interesante! ¿En serio? Mi libro dice que el verde es uno de los cuatro colores de la magia, pero no sabía que se manifestara de esa manera. ¡Menos mal que nunca intenté usar la magia en público! Me habrían pillado.

Como la miraba sin comprender, Raquel tuvo la necesidad de aclararse.

—Verás… No quiero que nadie lo sepa, para que no me den de lado, dirían que soy una bruja, pero… — Se le acercó y le miró fijamente—. Por favor, no le cuentes a nadie lo que has visto. No se lo he dicho a nadie, y si he usado la magia delante de ti fue porque era la única forma que tenía para que nos salváramos los dos. ¿Me guardarás el secreto? ¿Me lo prometes?

—Sí. Lo prometo.

Ahora, además de sonreír, le besó la mejilla, y siguió caminando. Mientras andaban, empezó a hablarle:

—Desde niña noté que sentía cosas que mis amigas no percibían. Una vez, cuando tenía nueve años, fui con mis padres a visitar a mis primos en Mutquedut y mientras estuvimos en el patio no dejé de llorar. Ahora sé que se debió a que el árbol que crecía en el centro se estaba muriendo, y yo notaba su tristeza. A veces, sentía cosquilleos en los dedos, o en los pies, sobre todo cuando estaba cerca de ciertos sitios, o bien cuando caían rayos y truenos. Y, sobre todo… cuando miras una Torre o un Faro, ¿qué ves?

—Edificios altos, grises y muy estropeados.

Raquel sonrió, un gesto que Juan adoraba, y dijo:

—Yo las veo brillar con una luz muy blanca, como si estuvieran construidas con diamantes. Me cuesta trabajo creer que para ti, y para todo el mundo, sean grises.

Callaron unos instantes, hasta que Raquel continuó:

—Me sentía un bicho raro, pero no se lo quería contar a nadie. Hasta que un día… ¿te he contado que mi padre tiene una biblioteca?

—Sí.

—Un día, abrí un libro muy antiguo, uno que tenía una caligrafía complicada. Empecé a leer una página cualquiera, y trataba temas muy raros. Estuve mirando varias ilustraciones y leyendo párrafos sueltos. Hasta que leí uno en que se hablaba de lo que me pasaba a mí. En ese libro descubrí lo que soy. Percibo cosas que los demás no veis porque estoy muy conectada a la naturaleza y al poder que hay en todas las cosas. Hay más personas como yo, pero muchas de ellas lo ignoran. Y esa sensibilidad a lo espiritual es lo que permite usar hechizos. Según lo que dice mi libro, soy una maga, y lo que mejor se me da es manipular los elementos: el agua, el fuego, el viento… Pero la forma de hacerlo hay que aprenderla. Dice mi libro que, en realidad, la voluntad bastaría para lanzar hechizos, pero hace falta mucha disciplina para conseguirlo, o ser un demonio. Hay varias maneras de conseguir que tu alma llegue al estado en que puede manejar la naturaleza de determinada manera. La que yo he aprendido se basa en recitar poemas en una lengua muy antigua. Eso es lo que estaba susurrando.

Si no hubiera visto el fulgor sobrenatural de sus ojos, habría pensado que Raquel estaba loca. Sin saber qué más decirle, Juan preguntó:

—¿Qué le hiciste a las ratas?

Raquel suspiró con tristeza:

—Intenté dormirlas, pero se resistieron y no lo conseguí —. Y tras una pausa, concluyó amargamente—. Casi nos matan por mi culpa. No me lo perdonaré nunca.

A Juan le partía el corazón oírla hablar así. Y aún más cuando no era cierto, así que dijo, convencido del todo:

—No es verdad. Si no hubieras intervenido, no habría podido con las dos. Nos salvaste la vida y fuiste muy valiente.

Sonrió, con mucha tristeza, y repuso:

—Eres un encanto, Juan.

Y ya, apenas volvieron a hablar hasta que llegaron a la puerta del norte de Gaiphosume.

6 comentarios:

Juan dijo...

Pues sí que me escribo. Otra vez a partir los comentarios en dos.

La verdad es que este pasaje ha sido completamente distinto a como yo me lo había imaginado. En mi imaginación, el hechizo funcionaba, las ratas caían desplomadas y las eliminaban sin despeinarse. Pero a Raquel no se le ocurre otra cosa que sacar un 09 en la tirada, con lo que el hechizo tuvo éxito, pero fue tan débil que las ratas ni se enteraron. Por eso, en el combate, no se hace ninguna referencia al hechizo, y Raquel, en un impulso, comete la locura de enfrentarse a una de las ratas.

Juan tiene toda la razón cuando asegura varias veces que la intervención de Raquel les salva a los dos. Por un lado, le permitió concentrarse en dar un golpe letal a la rata más grande, con una tirada relativamente mediocre (82). En este sistema de juego, los combatientes tienen ataque y defensa. La gracia es que un personaje puede, en cada asalto de combate, decidir si lucha con todo su ataque o si pasa parte a la defensa. De no haber sido por Raquel, Juan habría tenido que desviar parte de su ataque para contrarrestar a la rata más pequeña y dar un golpe que no incapacitara a su rival, o bien, arriesgarse a no hacerlo, lo que le habría supuesto recibir él el golpe que derribó a su amiga, con lo que no habría podido resistir el mordisco en el muslo.

Para que os hagáis una idea, el ataque y la defensa de las ratas era 40 y 20, Juan tiene 38 y 25, y Raquel, unos míseros 20 y 5 en un arte marcial que a una rata apenas le podría haber hecho daño, pero que sí le podía servir para moverse con rapidez y esquivar los ataques cosa que, como habréis podido comprobar, no consiguió. A pesar de eso, os aseguro que no veía a Raquel, conociéndola como conoce un autor a uno de sus personajes, huyendo dando grititos y dejando a Juan a merced de sus enemigos, por eso la hice reaccionar como describo. Y fue, realmente, decisivo. Por cierto, ambas ratas mueren. Y dejo para el siguiente capítulo qué heridas han sufrido Juan y Raquel y cuánto van a tardar en recuperarse.

Tenía mis dudas acerca de si sería capaz de narrar bien un combate, cosa que tiendo a eludir porque me resulta muy difícil. Pero este no me ha costado demasiado trabajo. Lo que sí me ha gustado es que ha sido muy breve. Dura cuatro asaltos, en términos del sistema de juego, lo que supone 40 segundos. Eso, en aquellos tiempos, solía ser así. Los combates interminables de las películas no son realistas, y, habitualmente, un duelo no solía durar más de un minuto, salvo que los contendientes se pasaran mucho tiempo tentándose, sin atacarse en serio. Pero cuando la pelea se libraba a muerte, solía quedar resuelta en uno o dos minutos.

Han tenido muchísima suerte; están vivos de milagro. Sin embargo, este desarrollo de los hechos justifica mucho mejor cosas que van a pasar después, con lo que, aunque parezca mentira, el introducir el azar en este pasaje ha mejorado la historia, en mi opinión.

Juan dijo...

El hecho de que Raquel, cuando se despierta, se pasa un buen rato llorando es una constante en varias cosas que he escrito. Y es porque está basado en hechos reales, no en algo que haya sufrido yo, pero sí en algo que he visto. Concretamente, un accidente de tráfico bastante feo. Cuando pasó aquello, y los ocupantes del coche se encontraron, reaccionaron de la misma forma en que lo han hecho Raquel y Juan.

Ya iré explicando cómo va lo de la magia en esta historia. En el sistema de juego, hay tres fuentes de poder para la magia: ese poder espiritual que emana de todas las cosas, como nos cuenta Raquel, el poder que proviene de dioses o de demonios, y el poder que genera la mente humana. A cada uno le he asignado un color, salvo el poder que proviene de seres sobrenaturales, que tiene dos, de modo que son cuatro. El hecho de que a un hechicero le brillen los ojos de esa forma se basa en una historia, a la que tengo mucho cariño, en la que una “bruja” manifestaba sus poderes de esa misma manera. El color de la fuente de poder que usa Raquel es el verde, como es obvio.

Como detalle lingüístico, en español no usamos demasiado bien las palabras relacionadas con la magia. En un principio, todo usuario de poderes espirituales sería un mago, pero en los juegos de rol, un mago suele ser lo que Raquel: un individuo que usa bolas de fuego y esas cosas. Mago sería el término más genérico, que podría aplicarse a hechiceros, brujos, chamanes, “medicine-men”, druidas, etc… Puede valer, pero no usarse como sinónimo indiscriminadamente. Por ejemplo, en realidad, Raquel es una hechicera, porque como nos cuenta ella misma, necesita aprender hechizos. O sea, que usa técnicas sobrenaturales que manipulan, deliberadamente, la naturaleza. Hechicero no es sinónimo de brujo, ni bruja el femenino de mago, como he visto en las traducciones de Harry Potter (y ya que estamos, Harry Potter y sus amigos, en castellano, serían todos hechiceros). También, la palabra hechizo es genérica, aunque en muchas ocasiones se usa como sinónimo el término sortilegio, que es una cosa distinta (un sortilegio es una adivinación hecha con magia, si somos estrictos).

Por cierto. Raquel oculta su naturaleza por los motivos que ella misma ha explicado. No es ilegal usar la magia, sólo que nadie, o casi nadie, lo hace y la existencia de hechiceros en Nêmehe es algo que causa estupor a la gente corriente. Y casi nadie quiere complicarse la vida de esa forma, de ahí que lo lleven con discreción.

Un saludo

Juan.

Enrique González Añor dijo...

Bien, han salido del entuerto,jejeje.

Saludos.

Juan dijo...

Hola Enrique

Sí, han salido, pero muy por los pelos. Están un poco verdes todavía y confío en que irán mejorando a medida que avance la historia.

Un saludo y gracias por leerme.

Juan

Luisa dijo...

Hola, Juan.
Ya estoy de nuevo aquí para seguir leyendo tu historia.
Este capítulo ha estado muy interesante. Por una parte conocemos a las ratas gigantes, unos malos bichos de cuidado (a mí me dan una grima…). La lucha está bien desarrollada, vemos la pelea y las heridas de Raquel. Y por el otro, el poder que ocultaba la chica. Bueno, un poder que tiene que ser desarrollado todavía y que ella no controla. Simplemente lo descubrió y no sabe cómo usarlo, también tiene mucho que ver con ello el que las brujas son perseguidas en la sociedad en la que viven. Esto puede dar mucho juego (tal como he visto ya en capítulos posteriores). Me gusta el camino que está cogiendo tu historia, Juan.

Volveré en cuanto tenga un poco de tiempo.

Un saludo.

Juan dijo...

Hola Luisa

Gracias por leerme :)

Los combates son una de las cosas que más miedo me da describir. Temo hacerlos demasiado aburridos o ser demasiado detallista... Me alegro de que este no haya salido mal.

Las ratas gigantes son un enemigo bastante repugnante, cierto. Y además, peligrosas. Pues si te digo que las hay más grandes... hay otra subespecie de mayor tamaño.

Los poderes que tiene Raquel corresponden a una magia muy pura y muy vistosa. Ella misma cuenta que su especialidad es la manipulación de los elementos: aire, fuego, agua, luz... Es muy poderosa, sólo que es aún muy inexperta. Si continúa aprendiendo hará maravillas. Es un tipo de magia muy acorde al carácter de Raquel, que es una chica muy sensible, muy dada a admirar la belleza, fácil de ilusionar...

En esta historia busco una visión de la magia menos frecuente de lo habitual (todo está inventado, claro). Aquí la magia es algo inusual, incluso, algo muy mal considerado, como has leído en capítulos posteriores, si bien hay matices. Además, hay algo que no suelo ver en muchos libros y es que la magia debería dar más miedo a los que no la practican. Aquí no se ve tan claro, porque la magia de Raquel no es especialmente terrorífica por el momento, pero ya irás viendo.

Un saludo.

Juan.