19 diciembre 2011

(Cuentacuentos) Tenía la sensación de haber escuchado tantas veces esa canción

Dicen que la música tiene el poder de evocar recuerdos. De esto va mi relato de esta semana. Estas notas vienen a cuento porque las canciones que aparecen aquí tienen nombre.

En un momento dado, se dice que suena una polca. Se trata de esta polca. El vestuario de los bailarines se basa en el que yo mismo llevé cuando bailé en público esa misma polca en una exhibición de bailes de salón. La pieza que interpreta uno de los personajes es esta otra.

Espero que os guste.

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TENÍA LA SENSACIÓN DE HABER ESCUCHADO TANTAS VECES ESA CANCIÓN

Tenía la sensación de haber escuchado tantas veces esa canción, que pensaba que iba a ser capaz de adivinar en qué momento exacto iba a empezar el estribillo de nuevo. Y es que era una de tantas cosas que tenía que aguantarle a Pedro, uno de los ancianos a los que cuidaba. Todas las mañanas, cuando iba a adecentarle la habitación de la residencia y a ayudarle a asearse, se terminaba sentando junto a la ventana y no dejaba de poner música de 2020 para abajo en su arcaico reproductor multimedia. Música de la misma época que la que estaba oyendo en aquellos instantes, en el concierto benéfico al que asistían Pedro y ella. O más bien, al que asistía Pedro ayudado por Julia, porque malditas las ganas que tenía ella de oír música tan antigua.

Como buena parte de los jóvenes en la década de los cincuenta, a Julia le caían muy mal los ancianos. Por su culpa, España era un país pobre y sin futuro. Su generación había gastado a espuertas, había endeudado el país de tal forma que ahora no se podían pagar aquellos excesos. Y, para colmo, las pensiones de los viejos se llevaban un dinero que no se tenía. Con su sueldo en el geriátrico, Julia daba de comer a sus padres y hermanos, todos en paro, por supuesto. Y no le bastaba con tener que limpiarles y atenderles, tenía que sacarlos para que se divirtieran.

Julia miró a Pedro y se dio cuenta de que miraba embelesado el escenario. Su felicidad era directamente proporcional al hastío de ella. Ya pensaba que nada podía ser peor que oír esas canciones que se sabía de memoria por oírselas al viejo, cuando el grupo musical anunció que iban a tocar una polca, que iba a bailar un grupo de danza. Y cumplieron la amenaza medio minuto después. Sonó una canción con un ritmo machacón de percusión acompañada por violines y otros instrumentos que no le importaban en absoluto. Cuatro chicos y cuatro chicas, ellos vestidos con camisa blanca remangada y pantalones oscuros, y ellas con falda marrón, camisa clara y pañuelos en la cabeza, ejecutaron un baile desenfrenado, dando saltos continuamente, agarrándose y bailando en círculo, dando vueltas... Julia se dio cuenta de que Pedro, sonriente, batía palmas siguiendo aquel ritmo.

Al cabo de un tiempo, demasiado en opinión de Julia, tras haber tenido los músicos que salir de nuevo para interpretar una última pieza, el concierto terminó. Esperaron los dos un poco, a que el grueso del público se hubiera marchado, y, al fin, se levantaron. Pedro se encaminó hacia el escenario, y Julia le siguió de lejos, pensando que querría ir al servicio. El anciano tenía ya el andar torpe, aunque aún se valía sin bastón. Y para exasperación de Julia, subió con torpeza unos escalones que daban acceso a la tarima y tras felicitar a los músicos, que guardaban sus instrumentos ayudados por algunos operarios, se puso a hablar con la chica que había tocado el violín durante la polca, que le respondía amablemente. Julia llegó a tiempo para oírle decir:

-¿Me dejarías un poco el violín? Hace mucho tiempo que no veo ninguno. Hace años, yo tocaba...

Julia no dejó a la violinista responder. Interrumpió, con tono seco:

-Discúlpele, no es más que un anciano-. Y dirigiéndose a él, añadió-: Vámonos, que se le hace tarde.

La intérprete le lanzó una mirada indignada a Julia y repuso, sonriendo:

-No me molesta-. Y extrayendo el violín de su estuche, se lo tendió a Pedro diciéndole-: siéntese allí si lo desea. Si le apetece tocar algo mientras recogemos, no me importa.

Julia replicó:

-Pero a mí sí. Tengo que llevarle de vuelta a su cuarto ya... ¿No ha tenido bastante música por hoy, Pedro?

Ni la violinista ni Pedro le hicieron caso, y el anciano acabó sentado. Con timidez, le dijo a la dueña del instrumento:

-Hace tanto que no toco... ¿De verdad que no te importa? Es que... al oírte tocar me han venido muchos recuerdos. ¿No te importa que toque? No creo que lo haga bien... no sé si me acuerdo.

La aludida le tranquilizaba con mucha amabilidad, le decía que adelante, que si hacía falta ella le recordaba lo básico. Pedro terminó por animarse, y se colocó el violín sujeto entre la mano y el hombro. Tomó el arco con la mano derecha y se preparó para tocar. La violinista, que le había mirado con interés, le dijo:

-Muy bien. Lo sujeta perfectamente.

Emitió unas primeras notas entrecortadas, muy torpes. Entonces, sonrió con una expresión soñadora y empezó a tocar.

Y las dos mujeres se quedaron muy quietas, sin atreverse ni a respirar para no interferir lo más mínimo con lo que estaban oyendo. Pedro tocaba de una forma maravillosa, y Julia no podía creerse que de unos trozos de madera y unas cuerdas pudiera extraerse una melodía de aquella clase. Observó que varios de los presentes se habían acercado a oírle, y que otros seguían con sus tareas pero atendiendo, a la vez, a la pieza que interpretaba el anciano.

Cuando Pedro dejó de tocar, la violinista se frotó el párpado inferior con un dedo, para secárselo, y con la voz quebrada, en un susurro, dijo:

- Ha sido maravilloso...

Pedro suspiró con tristeza y repuso:

- Cuando Marta me acompañaba con el piano... entonces sí era maravilloso. Sin ella no suena tan bien-. Volvió la expresión soñadora a sus ojos y añadió-: aún la sé tocar... la practicamos tanto. Con esta pieza quedamos finalistas en el concurso europeo de música clásica, en Viena... ¡qué ciudad tan bonita!

Pedro le dio las gracias, con una expresión que dejaba claro que, en aquel momento, volvía a recordar los paseos con Marta por las calles de Viena, y le tendió el violín. Su dueña, al recogerlo le preguntó:

-¿Quién era Marta? ¿Era su esposa?

-Sí. Se la llevó el Alzheimer. Eramos ya muy mayores cuando enfermó. Se le fue olvidando todo... y un día los servicios sociales se la llevaron, porque yo no podía cuidar de ella; ni siquiera podía cuidar de mí mismo-. Suspiró y prosiguió-. No sé qué fue de ella. ¿Para qué iban a decírmelo? Total, si no soy más que un viejo.

Mientras la violinista le expresaba su indigación por ese trato, Julia se dio cuenta de que, en el año que llevaba atendiendo a Pedro, nunca se había preocupado de averiguar nada de él. Le resultaba difícil creer que, años atrás, hubiera sido uno de los mejores violinistas de Europa; para ella, era otro anciano más de aquellos que arruinaban al país cobrando la pensión. Nunca le había preguntado y, si alguna vez él le había contado algo de su vida antes de que le internaran, ella no le había prestado la menor atención. Y se lo imaginó con muchos años menos, vestido de gala, tocando el violín con una mujer muy bella que le acompañaba sentada a un piano. Se imaginó el amor que se habían profesado tras toda una vida juntos, compartiendo la pasión por la música. Le vio alimentando y vistiendo a esa misma mujer, ausente ya por su enfermedad, fiel a la vida que habían recorrido sin separarse el uno del otro. Julia había tenido varios novios, y no valían para mucho más que para irse de copas. Ninguno de ellos habría compartido con ella nada, no le habrían durado más que unos años. Por supuesto, cuando ella fuera una anciana, ninguno habría tenido el menor interés de cuidar de ella cuando no pudiera valerse.

Pedro se despidió de la violinista y se alejó sin siquiera mirarla. Por primera vez, le miró con otros ojos, y se dio cuenta de que era consciente de que a ella no le caía bien. Julia siempre había pensado que, como todos los viejos, ya no reparaba en nada. Y no era cierto.

Cuando le vio pararse frente a la escalera, y bajar torpemente un escalón, de repente, le dio miedo que se cayera. Antes le habría dado lo mismo, pero supo que Pedro, para ella, no sería nunca más otro de tantos vejestorios. De modo que fue con rapidez hacia él, le asió de un brazo y le dijo:

-Tenga cuidado con estos escalones, Pedro.

9 comentarios:

Sara dijo...

Qué mal elegida la profesión por parte de Julia. Creo que es un buen relato para mostrar una realidad: muchas veces juzgamos a los demás antes de llegar tan siquiera a conocerlos. Y hacemos mal.
Un bonito cuento de navidad ;)

Jan Lorenzo dijo...

Que pena que no se preocupase más por conocerle, quizá hubiera aprendido mucho de él y ahora que lo hace, puede que no le quede mucho tiempo...

Besines de todos los sabores y abrazos de todos los colores.

Hell dijo...

Es una historia muy triste. No hace falta irse tan adelante en los años. Ahora mismo, en estos tiempos, donde nadie conoce a nadie, podría ocurrir algún caso parecido.
Me sabe muy mal que las personas se hayan (nos hayamos) vuelto tan herméticas con las personas que no conocemos demasiado.
En fin...
Son cosas que han ocurrido poco a poco y que costaría mucho poder remediar.
En todo caso, me ha gustado mucho el tema que has tocado, así como la manera de escribirlo.
Un saludo.

Hell.

atenea dijo...

Y que esto no sea tan ficticio como nos gustaría... Como bien te comentan los demás, hoy en día encontramos estas historias en multitud de contextos, la gente ya no se molesta en conocer a nadie ni en prestar atención a nada ni a nadie. Qué triste, la verdad. Por lo menos relatos como el tuyo nos hacen reflexionar. Me ha gustado mucho! :)

Besos!!

El mundo de Yas (Andrés) dijo...

A mi siempre desde muy pequeño me enseñaron dos cosas, que no se le puede negar el oído a un anciano y a un vagabundo. La verdad es que me has hecho recordar la de historias que me contaba mi abuela de sus años mozos y no tan mozos, guerras, pobreza, etc.
Felicidades, me has hecho viajar en el tiempo.

Mundoyás.

Malena dijo...

Jo, qué bonito. Sin ánimo de extenderme mucho tengo que comentar un par de cosillas o reviento:
-No todo el mundo vale para hacer un trabajo de servicio social. No es lo mismo trabajar en una cadena de montaje con objetos, que trabajar con personas. Si muchos entendieran esto, cuánto cambiarían las cosas...
-Es deleznable la forma en que algunas ¿"personas"? tratan a los ancianos. Es una cosa con lo que no puedo...
-Ha habido dos momentos en los que has conseguido emocionarme hasta la lagrimilla. Uno ha sido el momento en que Pedro recuerda los momentos con su mujer, y el otro cuando vuelve a tocar el violín después de mucho tiempo. Me ha llegado especialmente esto último porque conozco lo que se siente. Ojalá yo pudiera volver a tocarlo de nuevo.

Me ha gustado mucho tu historia esta semana. Mucho.

Siento el tochazo, discúlpame.

Emma Grandes dijo...

Esta historia no es triste solo por su contenido, también por lo real que puede llegar a ser. No hay nada como una sonrisa a tiempo, vocación, comprensión y ver la vida de forma más optimista, como para poder hacer un 'poquito' más felices a personas que, como Pedro, se conforman con volver a tocar el violín.
Yo siempre he sido muy justiciera y detesto a las personas que tratan mal a ancianos y niños. Son pura inocencia y ternura. Bondad plena. Ya podíamos aprender más de ellos.
Un HURRA por tu relato. Porque es una buena lección, propicia en las fechas en las que estamos!
Besitos desde mi mirilla :)

Rebeca Gonzalo dijo...

Me han pasado muchas cosas por la cabeza con tu relato. Primero cuando has mencionado lo de la amenaza y la polca me ha venido a la cabeza Steve Urkel (no he podido evitar reírme), luego la historia ha empezado a engancharme y al final me he emocionado. Una preciosa historia la de Pedro y su querida Marta.

Me ha encantado.

Besotes.

P.D.: te debo un comentario en el relato anterior del CC y por cierto, ya tengo tu maravillosa antología. ¡Qué pasada de relatos y de ilustraciones!

wannea dijo...

T.T se me encoje el corazón después de leerte, en serio, hay gente para todo... me voy sorviéndome los mocos, que lo sepas, me ha encantado

bessos