24 enero 2014

Mundo de Cenizas. Capítulo XXXIV (Segunda parte)

Retomo, después de mucho tiempo, esta pequeña novela. La primera parte del capítulo lo publiqué aquí: Capítulo XXXIV (Primera parte). La historia entera puede seguirse en la etiqueta Mundo de Cenizas.

*  *  *  *  *

Raquel, conmovida por aquella disculpa que provenía de alguien que no era la responsable, respondió:

—No hay nada que perdonar, amiga. De todos modos, serviré un plato para ella también, para que se lo lleve y cene si es su deseo.

La sonrisa y el agradecimiento que le dedicó la mujer le resultaron muy cálidos. Tras ello, estuvieron en silencio un rato mientras Raquel echaba el resto de las alubias y preparaba algo más de carne. Cuando hubo terminado, se sentó y buscó un tema para conversar con la mujer, más por cortesía que por curiosidad. La veía ausente, y parecía muy cansada. Quizá llevase todo el día caminando y, además, aparentaba querer mucho a su amiga, pero tenía algún problema con ella. Hubiera querido preguntarle qué le había sucedido a su acompañante para haberse vuelto tan huraña y por qué habían tenido que emprender solas un viaje aún más peligroso que una travesía en galera. Se preocupó un instante pensando en si serían fugitivas, pero algo le decía que la chica más alta no era malvada. Al final, Raquel optó por lo más socorrido:

—No le hemos dicho nuestros nombres. Yo me llamo Raquel y mis amigos son —dijo señalando a cada uno— Juan y Pablo.

La aludida inclinó ligeramente la cabeza, en señal de saludo, y respondió:

—Yo me llamo Cassandra, y mi amiga se llama Ana.

—Nosotros somos de Gaiphosume, salvo Pablo, que es de Itvicape, y nos dirigimos a Nêmehe; yo voy a ver a un amigo, Juan a averiguar si le aceptarían en el ejército y Pablo a la Universidad. ¿De dónde son vuestras mercedes y adónde se dirigen, si no es indiscreto preguntarlo?

—Somos de Neponwe y… no estoy segura de adónde vamos a ir.

Raquel lo interpretó como una forma de evitar la pregunta y se sintió algo incómoda. Entonces, Pablo intervino y le preguntó:

—Neponwe no está lejos de Itvicape, y la he visitado alguna vez. La gente de esa ciudad tiene un acento muy gracioso. Lo que advierto, sin ánimo de ofenderla, es que no tiene el menor rastro de ese acento.

Raquel no pudo evitar mirar a Pablo con aprensión. Aunque ser tan deslenguado había funcionado bien con el encapuchado que la molestó en Imquaikmu, no sabía cómo iba a reaccionar una mujer armada. Para su alivio, Cassandra repuso, sin alterarse:

—Eso se debe a que mis padres eran extranjeros, concretamente, dowertsch. Si el fuego me ha alumbrado bien, habrá visto que soy rubia y de ojos azules.

Pablo, con menos seguridad, insistió:

—Tampoco habla vuestra merced como una tudesca.

—Es normal, me he criado aquí y nunca he salido de Nêmehe.

Callaron un rato y Pablo volvió a sobresaltar a Raquel al preguntarle.

—Le ruego a vuestra merced que me disculpe, pero soy hombre viajado y desconfío de la gente que no es clara, y no me gusta compartir mesa con cualquiera. Por lo que sé, bien podrían ser vuestras mercedes fugitivas de la justicia.

A pesar de aquella acusación, Cassandra siguió sin alterarse y dijo con serenidad:

—En realidad, tiene vuestra merced parte de razón. Somos fugitivas, pero huimos de un hombre muy poderoso que siempre ha sido enemigo de la familia de Ana, y con el que me he enemistado por defenderla. Consiguió acusarla de algo muy grave y la condenaron a morir en la hoguera; por eso hemos escapado. Y por eso mi amiga no confía ya en nadie.

Aún asombrada por el aplomo de Cassandra, Raquel quiso relajar la conversación y dijo:

—Amiga Cassandra, eso es terrible. Es una brutalidad… hace muchos años que ni a los que colaboran con demonios se les quema. Ni que su amiga fuera una bruja.

Y cuando Cassandra la miró de una forma muy rara, Raquel tuvo la sensación de haber acertado sin querer. El carácter huraño de Ana, aquella sentencia… Pero era imposible. Las quemas de brujas eran cosa del pasado, nadie moría en la hoguera. La brujería había desaparecido, y la colaboración con demonios tenía otras formas y se castigaba de otra manera. Sin embargo, pensó, también se creía que la hechicería había desaparecido y ella misma era hechicera. Resolvió intentar sonsacárselo a Cassandra, como suponía que estaba haciendo Pablo, que prosiguió diciendo:

—Estoy de acuerdo, amiga Cassandra, es una barbaridad, pero tranquilícese, que Neponwe ya está lejos. El único sitio donde se emiten sentencias tan bárbaras es Imessuzu, cuando quien comanda la milicia de la ciudad no puede pararle los pies a su alcalde. No sé qué sería de la ciudad si ese hombre desapareciera.

La reacción de Cassandra fue bajar la cabeza, y Raquel creyó ver regocijo en la expresión de Pablo. Juan se limitaba a mirar con indiferencia. Entonces, Pablo concluyó:

—Realmente, debe querer mucho a Ana para haber perdido tanto por ella. Y tiene que ser vuestra merced muy valerosa.

Cassandra agradeció el detalle de Pablo y volvieron a callar. Durante un tiempo, el sonido más fuerte fue el de las hogueras. Finalmente, a Raquel se le ocurrió cómo iba a sacarle la información a la extraña. Con toda naturalidad, dijo:

—Amigo Pablo, ya que es vuestra merced universitario, le quiero hacer una pregunta. ¿Ha estudiado leyes o historia?

—Algo me han enseñado, amiga Raquel, pero no demasiado. Ya sabe que mis estudios se orientan hacia las matemáticas y la física.

—¿Conoce buenos libros acerca de cómo eran las cosas cuando la Iglesia de Jutar gobernaba la mayoría de los reinos?

—La verdad es que no.

Raquel temió que el giro que iba a darle a la conversación fuera demasiado forzado, pero si callaba entonces, no podría volver a sacar el tema. Así que añadió:

—Pues le recomiendo que busque alguno. Yo he leído unos cuantos en bibliotecas privadas de Gaiphosume. Es una época histórica apasionante.

Se dio cuenta de que Juan, por primera vez, la miraba con atención. Sin hacerle caso, prosiguió:

—¿Sabía vuestra merced que, al principio, la Iglesia era muy tolerante con respecto a los tratos con los demonios? Consideraba que todos los que colaboraban con los demonios eran víctimas de su maldad. Lo más sorprendente era que, al principio, los cazadores de brujas tenían el propósito de localizarlas para que los clérigos pudieran ayudarlas a comprender y controlar sus poderes, y no hicieran daño a la gente sin quererlo. Sólo cuando aparecieron las Plagas, y la Iglesia se volvió fanática, empezaron las torturas y las quemas.

Pablo repuso:

—Amiga Raquel, todo eso son supersticiones que, por suerte, están muy superadas.

—No sé qué decirle. Hay tantos casos de brujería descritos en libros antiguos, que parece muy difícil creer que todo fueron invenciones. Se sabía mucho de las brujas en los tiempos en que se erigieron las Torres, pero ese conocimiento se ha olvidado. Sólo nos ha quedado el odio de los últimos días de los reinos teocráticos.

Hizo una pausa y miró tanto a sus amigos como a Cassandra. Al parecer, había captado la atención de esta última, aunque no sabía decir si era simple cortesía o que a la extraña le interesaba el tema. Como parte de una disertación, continuó:

—El caso es que ese odio hacia las brujas es injusto. Las brujas pueden tener buen corazón o ser malvadas, pero no son malas por haber nacido brujas. Son, simplemente, mujeres que tienen una sensibilidad muy aguda para todo lo referente a la magia diabólica y que pueden utilizarla, pero sin poderla controlar en la mayor parte de los casos. Es más, a menudo una bruja no sabe que está usando la magia para hacer daño a los demás. Sólo cuando las manifestaciones son muy evidentes, algunas se dan cuenta de que son ellas quienes provocan dolores o desgracias.

Cuando se interrumpió temió por un momento que la conversación acabara ahí, ya que sus oyentes no dijeron nada más. Raquel deseaba seguir hablando de aquel tema, para comprobar si había acertado, pero no sabía cómo seguir haciéndolo sin parecer que estaba impartiendo una lección. Miró a Pablo y a Juan, ansiando que alguno se animara a conversar. Ya había perdido las esperanzas cuando Juan dijo:

—¿Sólo hay mujeres brujas? ¿No existen los brujos?

Aliviada, Raquel repuso:

—Leí que, a veces, se encontraba algún hombre que manifestara brujería, pero eran casos muy excepcionales. Normalmente, son las mujeres quienes la manifiestan. No se sabe muy bien el motivo; hay algunas teorías sobre ello, pero ninguna es del todo acertada.

De pronto, en tono burlón, Pablo intervino.

—Yo creo que el motivo, amiga Raquel, es el que comentó un profesor de la Universidad. Decía que las mujeres suelen ser más débiles y menos espabiladas que los hombres, y que, por ello, se dejaban seducir y tentar más por los demonios.

Raquel se molestó por el comentario, y olvidándose de que intentaba averiguar si Ana había manifestado signos de brujería, repuso airada:

—Pues ese profesor de vuestra merced no sabe lo que dice. Hubo brujas muy valientes que dedicaron su vida a combatir el mal. Y… y yo nunca pactaría con un demonio.

Pablo se rió un poco y repuso:

—Es que vuestra merced es de las inteligentes.

Cassandra seguía pensativa cuando Raquel la miró para ver si la broma de mal gusto de Pablo la había ofendido. El enfado le duró poco, y ya estaba buscando cómo seguir hablando de brujería cuando la extraña le dijo, con la gran cortesía que se le antojaba natural en ella:

—¿Podría hacerle una pregunta, amiga Raquel? — Y cuando Raquel respondió afirmativamente, prosiguió—: mi madre me contó muchas historias sobre magia y brujería. Según las tradiciones dowertsch, los brujos necesitaban años de aprendizaje para dominar la magia, y a la hora de hechizar a los demás, tenían que estar concentrados y esforzarse mucho. En la tierra de mis antepasados también hay demonios, y no hay leyendas acerca de brujas que usan la magia sin darse cuenta. No parece lógico que un arte tan complicado pueda usarse con tanta facilidad.

Raquel se alegró de oír esa pregunta. Durante los juicios por brujería de la época oscura de la Iglesia de Jutar, muchas brujas alegaban que no sabían cómo habían hecho aquello de lo que se las acusaba, y la respuesta de los inquisidores era que resultaba imposible utilizar la magia para dañar a la gente sin que un demonio se la hubiera enseñado y, mucho menos, sin ser consciente de ello. Se preguntó si Cassandra habría visto algún síntoma de brujería en su amiga Ana y al pedirle explicaciones, ésta se hubiera defendido diciendo que no sabía cómo lo había hecho. De todos modos, conocía la respuesta a la pregunta, y dijo:

—Dejaron escrito los sabios que el alma humana tiene dos partes. Una de ellas, es la que nos hace hablar, pensar, reír, sentir, movernos… Es la parte del alma que toma las decisiones, la parte superior. La otra parte es la encargada de mover nuestro corazón, de cuidar de nuestro cuerpo y de hacer todo aquello que nos permite vivir pero que, si intentáramos hacer, no podríamos, porque nadie puede controlar su corazón, por poner un ejemplo. Pues bien… confunde vuestra merced algunas cosas. Una cosa es una hechicera y otra una bruja. Una hechicera aprende a usar la magia, y sólo tras mucho estudio, y empleando mucha concentración y esfuerzo, es capaz de manipular la naturaleza por medio de la magia. Las hechiceras usan la parte superior de su alma para lanzar sus hechizos. Las brujas utilizan la parte inferior, la parte que ningún ser humano puede controlar porque tiene sus propias razones. La parte inferior del alma de una bruja es la que puede sentir y utilizar la magia diabólica y por eso, muchas de ellas ni saben que son brujas.

Se interrumpió unos instantes y miró a los ojos a Cassandra. Comprobó que la escuchaba con mucho interés, lo que aumentó las sospechas de Raquel. Decidió continuar diciendo:

—Como la parte inferior del alma es la responsable de las pasiones, del miedo, del amor, del odio o los celos, la mayoría de las manifestaciones de brujería se producen cuando la bruja se deja llevar por la rabia, o está aterrorizada, o la domina la envidia. La mitad inferior del alma de una bruja, siguiendo sus emociones, emplea algo que para ella es natural: la magia demoníaca. Y dependiendo de la personalidad de la bruja, las manifestaciones varían. Las brujas que tienen mal genio o un temperamento fuerte son las más fáciles de reconocer, porque cuando liberan sus poderes lo hacen en el momento en que alguien las enfurece o asusta mucho. Los utilizan para defenderse o expresar su odio. Las brujas más racionales suelen ser más sutiles, ya que sujetan más sus sentimientos, pero es su alma inferior la que se contagia de esos sentimientos y la que actúa después de haberse dado la situación de peligro.

Y, tras acabar, recordó algo muy curioso que había leído y no se resistió a añadir, pasados unos instantes:

—Hay algo muy interesante. Las brujas suelen ser rechazadas por sus vecinos desde su niñez, aparentemente sin motivo. Es porque las almas inferiores de las personas que no manifiestan brujería son capaces de sentir y temer la magia maligna que acumula y libera una bruja. Eso vuelve a las brujas muy hurañas. Muchas de ellas acaban apartándose de todo el mundo y terminan viviendo en cabañas solitarias, en lo más recóndito de las montañas o los bosques. Pero con respecto a sus seres queridos hay dos tipos de brujas. Las que no saben amar, las que tienen el corazón más duro, dirigen su magia contra amigos y enemigos. Sin embargo, la mayoría de las brujas tienen la misma capacidad de amar que cualquiera de nosotros y son incapaces de usar la magia demoníaca contra sus amigos o contra su familia. En los casos de brujería más fuertes, había brujas que, aún amando a sus padres o a sus esposos, les hacían daño sin quererlo. Eran los casos más tristes, pero eran excepcionales.

Y de pronto, Cassandra le preguntó:

—Amiga Raquel, ¿sabe vuestra merced si es posible distinguir a una bruja que daña a sus seres queridos de otra que no lo hace?

Raquel se sorprendió de la candidez que acababa de demostrar su interlocutora. Aquella pregunta, unida a la anterior y a lo que había contado acerca de ser fugitivas, la convenció casi del todo de que Ana era una bruja y que Cassandra trataba de entender qué había hecho su amiga, qué le sucedía y si era seguro permanecer a su lado. Repuso, sin estar muy convencida:

—Es difícil. Para saber si es capaz de hechizar a personas a las que quiere, la única forma sería sufrir en las propias carnes su magia maligna. Estar seguros de lo contrario… no se me ocurre. Podría ser que, por muy enfadada que estuviera con un ser querido, nunca llegara a manifestar sus poderes, o bien, que sus allegados resultaran inmunes a su influencia maligna…

Se calló y estuvo un rato recordando lo que había leído, pero no le vino a la cabeza ninguna respuesta clara a la pregunta de Cassandra. La conversación terminó, y Raquel se afanó en seguir preparando la olla podrida. Juan y Pablo hablaban entre ellos de cosas sin importancia hasta que terminaron callando ellos también. Y, pasado un rato, Pablo, que rebuscaba entre los fardos, dijo:

—Amiga Raquel, no encuentro las almendras. Venga y ayúdeme a buscarlas.

Estuvo a punto de intentar indicárselo desde allí, pero le pareció una petición rara y prefirió hacerle caso. Su intuición fue correcta porque, nada más llegar, situados como estaban de espaldas a Cassandra, le empezó a susurrar:

—Cassandra miente. Ni ella ni Ana son de Nepomwe; diría que son de Imessuzu por el acento, pero todo lo demás me lo creo.

Iba a responder que hablarían después, por miedo a que Cassandra se diera cuenta de que susurraban en secreto cuando oyó a Juan decir:

—Amiga Cassandra. ¿Es vuestra merced miliciana? Lo digo por las armas que lleva.

Y le vio levantarse y sentarse al lado de la extraña, de manera que se le hacía más complicado estar pendiente de ellos dos. Cassandra respondió:

—Acierta vuestra merced en que son armas de miliciano, pero debo decirle que no lo soy. Mi madre me inculcó desde niña, influida por mi padre, que era bueno saberse defender. Siempre fui torpe para el arco pero, a cambio, era más fuerte y rápida que casi todas las chicas de mi edad. Por eso, conseguí que me instruyeran en la espada ropera.

Mientras Juan le respondía amigablemente, e iniciaba una conversación, Pablo susurró:

—Juan es más espabilado de lo que parece. La está distrayendo. Le decía que me creo que sean fugitivas, y después de su espléndida charla sobre brujerías y supersticiones, pienso que cree que su amiga es una bruja de verdad.

—Es que… yo creo que es una bruja de verdad.

—Por el amor de Jutar… eso no es más que superstición. Sé que los cralates usan la magia, aunque no lo creí hasta verlo, y seguro que los demonios también, pero los seres humanos no. Habrán coincidido malas cosechas, o mal tiempo, y se han buscado una a quien echarle la culpa.

—¿Y para qué me cuenta esto?

—Para que esté prevenida y no se fíe de ella. Cassandra no parece mala, pero sería mejor que no nos inmiscuyéramos. Que coman y se vayan.

—No pensaba que fuera de otra manera, amigo Pablo.

Pablo se hizo con unas cuantas almendras y dijo, en voz alta:

—Aquí están, amiga Raquel. Muchas gracias.

Mientras Raquel volvía a su sitio junto a Cassandra, Pablo les ofreció a Juan y a la extraña, que charlaban animadamente, alguna almendra, cosa que ambos rechazaron. Finalmente, la conversación terminó y no hablaron mucho hasta que Raquel anunció que ya podían empezar a cenar.

3 comentarios:

Juan dijo...

Cuánto tiempo sin escribir comentarios acerca de mi historia...

Como ya he comentado antes, hago el símil de Nêmehe con España y de los dowertsch con los alemanes. Tudescos es como se denominaba a los alemanes (que estaban divididos en cientos de estados) en el Siglo de Oro.

Durante el interrogatorio al que Pablo somete a Cassandra ;) ésta, que no sabe mentir, cuando se ve presionada responde casi con la verdad, para resultar creíble. Desgraciadamente para ella, los dados han querido que Pablo se dé cuenta de casi todo.

La explicación que da Pablo, medio en broma, acerca de que los hombres no suelan manifestar síntomas de brujería es la que aparece en la tradición medieval europea. Sólo caían bajo la influencia del demonio aquellas personas débiles de corazón, fáciles de tentar, de ahí que se considerara que sólo hombres muy pusilánimes o mujeres acabaran pactando con el demonio.

Luisa dijo...

Hola, Juan.

Me encanta que hayas retomado “Mundo de Cenizas”.;) La verdad es que, a pesar de tener una excelente memoria, tendré que leer con más calma los capítulos anteriores para volver a retomar el hilo de la historia y recoger esos pequeños matices que se me escapan ahora. A ver si tengo tiempo y me pongo a ello.

Un saludo.

Juan dijo...

Hola Luisa

Gracias por pasarte y me alegro de que vayas a empezar a leerlo otra vez, a pesar del tiempo que ha pasado desde que publiqué la última parte de la historia. Espero que te guste lo que viene ahora.

El caso es que tengo un capítulo más escrito sin subir aquí. Estaba escrito hace ya un año, pero no lo había revisado hasta ahora. Como lo he hecho, creo que lo subiré en un par de partes.

Te debo reseña de Alcander, pero estoy muuuy mal de tiempo.

Un saludo.

Juan.