Relato para el Reto de escritura de #OrigiReto2018 - Ejercicio: 04- Escribe un relato en el que el protagonista se convierta en un asesino.
Bases en:
http://nosoyadictaaloslibros.blogspot.com.es/2017/12/reto-de-escritura-2018-origireto.html
o en
http://plumakatty.blogspot.com.es/2017/12/origireto-creativo-2018-juguemos.html
Son 1047 palabras, quitando cinco asteriscos de separación de escena. Hay un poco de crítica a un sistema judicial que gradúa las penas como le viene en gana. Aquí, la pegatina:
ABSURDA JUSTICIA
Los dos robots que me conducían me bajaron del coche y me
obligaron a seguir al robot judicial, que pulsó el botón del ascensor de un
edificio muy viejo. Llamaron a una puerta y nos abrió una mujer de mi altura,
de pelo castaño, ojos de color marrón claro y piel pálida. Vestía un pantalón
negro y una camisa azul claro. La mujer nos guió, a través de un pasillo con
cuadros, a un salón de estilo muy antiguo, de los años 30, y los robots me
obligaron a sentarme en un sillón rojo. La mujer se sentó frente a mí, en un
sofá rojo de tres plazas del mismo estilo que el sillón. Los tres robots se
alejaron y se quedaron de pie, quietos en la puerta que daba al pasillo con
cuadros. Una mesa pequeña se interponía entre mi anfitriona y yo. La mujer se
recostó en su asiento y me sonrió con malicia.
—Hoy es tu día de suerte, Luis. Tengo una propuesta para ti.
Debido a mi asexualización, ni recordaba a aquella mujer ni
podría haber dicho si era atractiva o no. Si mi anfitriona había aducido
motivos recreativos, quería decir que deseaba acostarse conmigo. Los hombres
asexualizados heterosexuales solo podían recuperar su sexualidad si una mujer
lo deseaba. Por un lado, ansiaba recuperar la memoria y averiguar al fin quien
era en realidad. Por el otro, temía que conocer mi auténtico yo no me iba a
gustar.
Mi anfitriona hizo un gesto y el robot judicial me colocó un
brazalete en el antebrazo derecho. Le dio un mando a la mujer y regresó junto a
los robots policías. De pronto, mi anfitriona pulsó un botón y me empezó a
arder el brazo. Anular la asexualización era doloroso y llevaría un cuarto de
hora. Por fortuna, el brazalete, además de inyectar la sustancia que eliminaría
la mezcla ITSDHH de mi sangre, suministraba un somnífero. Caí dormido al
instante.
* * * * *
Cuando abrí los ojos, la mujer no estaba en el sofá. Los
tres robots seguían inmóviles en el mismo sitio. Y yo volvía a ser un hombre.
Un hombre mareado, con la mente confusa, pero un varón de nuevo. Doblé el
tronco hacia delante y me froté los ojos.
—Toma, Luis, bebe un poco y te sentirás mejor.
Mi anfitriona me tendía un vaso de agua. Y me preocupó
advertir que no me pareció ni guapa ni fea. Si había recuperado mi sexualidad,
tendría que haber sido capaz de evaluarla como haría cualquier varón
heterosexual. La mujer, que sujetaba una copa de vino, se sentó en el sofá, con
una forma de moverme que se me antojó seductora, pero que no me lo resultaba en
absoluto. ¿Qué estaba pasando?
—Tranquilo —dijo la mujer y bebió un sorbo—. El sueño ha
anulado la amnesia, pero aún necesitarás unos minutos de consciencia para poder
evocar recuerdos. Bebe un poco y disfruta. Lo vas a necesitar.
No me gustó la sonrisa que me dedicó antes de volver a
tomarse otro sorbo. Sin embargo, no tenía más alternativa que esperar. Durante
un par de minutos, callamos.
—Bien, Luis, no necesitas recuperar la memoria para saber lo
que quiero de ti —dijo y dejó la copa en la mesa—. Te he liberado por motivos
recreativos, pero eso es solo la excusa. No tengo intención de follar contigo.
Mi trato es el siguiente: tú me darás la mitad de tu sueldo y de todo lo que
tienes y yo evitaré tu asexualización. ¿Trato hecho?
Estuve a punto de venirme abajo. Mi sueldo era escaso y con
la mitad no iba a tener suficiente para vivir. Mis ahorros eran mínimos, pero
mi apartamento era de propiedad. Si aquella mujer se quedaba con la mitad,
podría ponerlo a la venta y yo acabaría en la calle, sin dinero suficiente para
comprar otro. Mi mitad me daría para pagarme un alquiler, quizá durante un año.
¿Y después? ¿Dónde iba a vivir?
—Creo que no puedo aceptar.
—Espera a recuperar tus recuerdos.
Pasaron unos minutos interminables, que la mujer invirtió en
terminar su copa de vino. No fui capaz de beber ni un sorbo de agua. Y, al fin,
recuperé la memoria. Y todo cobró sentido. Una mujer me había acusado de
violación, pero había sido una identificación errónea: soy inocente porque soy
homosexual. Y las sombras que recordaba durante mi asexualización cobraron
rostros. Eran Alfredo y Sara. Alfredo era mi amante, que estaba casado con Sara
por conveniencia. El padre de Alfredo y el de Sara habían comprometido a sus
hijos para que sus dos multinacionales pudieran fusionarse.
Aunque mi acusadora había reconocido su error, seguí siendo
culpable, porque según la ley, nadie puede retirar una denuncia por violación,
ni siquiera la propia víctima. Solo podría demostrar mi inocencia si demostraba
que era homosexual. El único que podía ayudarme era Alfredo, pero el escándalo
de revelar que el suyo era un matrimonio pactado le haría perderlo todo. Así
que callé y fui condenado.
—No puedo aceptar tu trato. Soy inocente.
—Entonces, Luis, volverán a asexualizarte. Y durante muchos
años más, porque diré que intentaste abusar de mí.
Cerré los puños y se me aceleró el pulso. No podía delatar a
Alfredo, así que solo tenía dos alternativas: aceptar el trato y, al menos,
mantener vivo mi amor gracias a los recuerdos, o volver a sumirme en la
oscuridad. Y, como aquel monstruo con cuerpo de mujer había intuido, regresar al
olvido tras recordar me resultaba insoportable.
Absurda justicia. Miré a mi derecha y reparé en que había
otra opción. Me levanté y me fui a la cocina. Mi anfitriona me lo puso fácil:
me siguió insultándome, burlándose, amenazándome. Tomé un cuchillo y corrí
hacia ella. No pudo reaccionar y la aprisioné contra una pared. La apuñalé en
el vientre una y otra vez, hasta que la mano y mi ropa se mancharon de rojo y
el cuerpo sin vida de la mujer se deslizó y quedó tumbado.
Los robots me arrestaron, pero no me importaba. Absurda
justicia. Un intento de violación para un reincidente suponía quince años de
asexualización y arresto domiciliario. Un primer asesinato, tan solo ocho años
en la cárcel, con libertad condicional a los cuatro.
Mientras los robots me llevaban a la comisaría, iba
sonriendo: por fin era libre.